¿Quién eres? Mira alrededor y maravíllate, nunca antes ni nunca más existirá otro tú
Por: Daniel Prieto | Fuente: http://catholic-link.com
¿Qué es el hombre? Esta extraña creatura que se supera infinitamente a sí misma como decía Pascal ¿Quién es este ser? que se yergue superando el mundo animal, imponiéndose como rey de la tierra y, aún no satisfecho, se lanza a desafiar a los astros para conquistar incluso el firmamento. ¿Dónde radica la fuente de su fuerza? Frágil en su contextura, no brilla tanto por su potencia física, cuanto por su grandeza espiritual. Entre todos los seres terrestres, solo él se maravilla, solo él se sonroja, solo él se cuestiona; notan deslumbrados poetas y escritores. Solo él puede entrar en sí mismo para esconderse y habitar en los repliegues inconmensurables de su mundo interior. ¿Quién jamás ha visto algo semejante en otro viviente terrestre? No nos rutinicemos del espectáculo. Mirémoslo otra vez con inductiva y detectivesca detención: solo él reza, solo él ama, solo él con nostalgia desea y brama en busca de la eternidad. Y sin embargo, ¿por qué se obstina a renunciar a lo que lo hace tan grande para asemejarse a una bestia? ¿Quién es este impostor inverosímil? Que es capaz de libremente contradecir los dones que signan su nobleza y dignidad. ¿Quién es? Que puede llegar a comportarse de forma tan mundana, que no pocos llegan a creer la vil mentira: «Este no puede ser más que una bestia más evolucionada» – dicen unos; «me atrevería a decir menos» – aseveran, ante el odio y las guerras, otros. Pero a pesar de todo, por más que se empeña por reducirse y mezclarse con lo más bajo de la tierra, mecanizándose como si fuese un mero engranaje del universo, más se agudiza en él la experiencia de no pertenecer al puro polvo. Así, mientras más mira hacia abajo y se somete a las fuerzas gravitacionales terrestres, más se despierta y crece en él el deseo de alzarse y recuperar esa ligereza que lo eleve graciosamente hasta el cielo. Por eso, tarde o temprano se delata su impostura. No puede resistir mucho tiempo sin alzar su mirada en alto, a veces cuando cree que nadie lo está observando. Entonces solo él contempla el cielo en silencio sin otro fin más que el de contemplar, y su cuerpo se vuelve templo de las estrellas, y su deseo se proyecta otra vez donde pertenece: hacia el infinito. ¿Qué es el hombre? Sólo él suspira con nostalgia por una patria celeste; solo él intuye que existe un reino perdido y prometido que no puede conquistar con la pura fuerza, ni con la pura razón. ¿Quién es este ser? Sólo él con humildad cree, pide y espera lo que parece imposible: el don de ser abrazado, perdonado y amado por Dios.
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Artículo original de CatholicLink