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Los que sí saben del matrimonio
¿A quién hay que preguntar sobre el matrimonio? no es a las estadísticas, ni a los psicólogos sino a quienes han construido toda su vida sobre él


Por: Nieves García |



En los últimos meses es muy común leer definiciones acerca de lo que es el matrimonio: juristas que defienden el matrimonio como un contrato legal; homosexuales que lo piden como una forma de ratificar públicamente su unión afectiva; sociólogos que lo muestran como una realidad que pierde actualidad, al menos en Europa; otros que hablan de él como institución natural… Palabras, palabras, palabras. El matrimonio se vive. A quien hay que preguntar sobre el matrimonio no es a las estadísticas, ni a los psicólogos, ni a los expertos en redacción de códigos civiles que se rescriben según el gobierno en turno, como ha sucedido en España, sino a quienes han construido toda su vida sobre él. Ellos sí saben lo que es el matrimonio.

En estas últimas dos semanas he tenido la oportunidad de convivir de cerca con tres parejas de matrimonios. Los tres llevan más de 45 años juntos, se quieren y viven con paz y serenidad la última etapa de su vida. Sus aniversarios de matrimonio no se anuncian, ni son noticia, pero sus vidas reales dan a entender (a quien quiere oír) lo que es realmente el matrimonio. Es a ellos a quienes deberíamos preguntar lo que es el matrimonio, porque su vida acredita sus palabras. Cuando hablan de matrimonio nunca dicen que fue fácil, que no hubo dificultades. A los 80 años se suele ser bastante realista. El concepto de matrimonio “para siempre” es algo que en el mundo actual parece inalcanzable, baste recordar que en España cada cinco minutos se rompe un matrimonio. Por separado, aproveché para preguntarles sobre los secretos de su fidelidad. Con diferentes expresiones, pues pertenecían a nacionalidades distintas, (españoles, mexicanos y chilenos) coincidieron en dos consejos:

* Nunca pensaron en la sola posibilidad de romper el matrimonio por difícil que fuera la situación que había que afrontar, bien fuera por un problema externo o de alguno de ellos. Se casaron con la convicción de luchar por su relación hasta que la muerte les separara. Fuera de esta posibilidad, no había motivo “razonable” que pudiera separarles. ¿Incluso aceptando ser infelices de por vida- les pregunté? La contestación fue unánime: más infelicidad hay en dejar de luchar por la persona que se ama.

* Mucha paciencia, comprensión, espera y perdón. A veces más por parte de las esposas. Actitudes que nacieron de un conocimiento y aceptación muy realista del otro. Se casaron con un ser humano, que como tal tiene cualidades, pero también defectos. Aprendieron a amar de verdad al otro, en su totalidad, con sus talentos y sus “molestias”, no le pidieron que cambiara; lo aceptaron así.

Aunque ellos no lo dijeron expresamente, entre líneas es fácil leer que hablamos de personas que entendieron que en la vida se sufre, nadie se libra de ello; en lugar de huir de esta realidad, la asumieron con entereza, como parte natural de su proyecto de vida. Sufrir juntos fue el surco en el que creció la semilla de un amor fiel y duradero. Ahora tienen mucho en común: no sólo unos hijos, sino toda la vida. Hicieron una opción, la lucharon, quizás hubo ratos en que la “sufrieron”, pero ahora recogen el fruto de una vida llena de sentido y de paz. Sus hijos, les quieren y admiran, porque a pesar de sus defectos, ven en ellos grandes personas, de esas que ya no abundan tanto.

Ellos no hablan mucho de ellos mismos, les preocupan más los hijos, los nietos, lo que sucede en la sociedad… pero cada una de estas parejas podría escribir un libro lleno de humanismo, de aventuras, de ilusiones y lágrimas, de miedos y esperanzas, y nos enseñarían a las nuevas generaciones del “divorcio-express”, que con la vida personal no se puede jugar a entregas a medias, a matrimonios de prueba, de bienes separados por si acaso… Todo deja huella en el corazón. Las cosas se usan y se cambian. Las personas se aman y se crece en el amor, a golpes de dolor quizás, durante toda la vida.

Nuestra sociedad está ahora deslumbrada por el brillo de lo inmediato, y huye de las preguntas sobre el futuro. El futuro no acontece de forma casual como la lotería. Se cosecha lo que se siembra. Estas parejas, que todavía van de la mano, después de 40 años juntos, y escuchan con ilusión a su pareja cuando relata la historia mil veces oída, como si fuera la primera vez, son los testigos a los que se debería preguntar ¿Qué es el matrimonio? A lo mejor nos sorprendería que, con su voz algo cascada, y su rostro arrugado, nos dijeran con una sonrisa: el matrimonio es caminar juntos, de la mano, cada día. Nada más, y… nada menos. Los que sí saben del matrimonio, son los que lo han firmado con su vida, hasta el final.

Las opciones por un bienestar o un placer inmediato pasan, el amor real y la entrega constante…quedan siempre. San Agustín decía “Mi amor es mi peso”: “amor meus, pondus meum”. Estos matrimonios valen su peso en oro, y su brillo suave quedará en el recuerdo de quienes tuvimos la inmensa alegría de conocerlos y aprender de ellos.




 







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