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Pastoral hacia los divorciados y vueltos a casar
Reflexiones del obispo de San Cristóbal de las Casas sobre la exhortación apostólica Amoris Laetitia


Por: FELIPE ARIZMENDI ESQUIVEL | Fuente: https://es.zenit.org



Durante muchos años, a los papás que tenían hijos en amasiato, o que no se habían casado por la Iglesia, se les impedía acercarse a la comunión sacramental, como si ellos fueran los culpables. Con mayor razón, se juzgaba como pecador público a quien, casado por la Iglesia, se separaba y se unía a otra persona. No se le excomulgaba, pero se le condenaba sin miramientos.

Luego sucedió lo contrario: se empezaron a ver estos casos como “normales” y ordinarios, una forma de rehacer la propia vida, la reivindicación de un derecho. Y como aumentaron los casos, muchos ahora prefieren no casarse por la Iglesia, a veces ni por lo civil, para sentirse libres de romper una relación cuando “ya no funciona”, e iniciar otra experiencia. Lo más grave es que se van regando hijos, dejados a su suerte.

El Papa Francisco nos está advirtiendo que no podemos juzgar y condenar a todos por igual, sino que debemos analizar los casos, pues, en algunos, no se podría afirmar que están lejos de Dios. Cuando hay verdadero amor, Dios se hace presente de alguna forma, aunque imperfecta, y no puedan recibir la comunión eucarística. Nos invita a una acción pastoral hacia quienes se encuentran en situaciones complicadas.

PENSAR

En su Exhortación Amoris laetitia, dice: “La mirada de Cristo, cuya luz alumbra a todo hombre, inspira el cuidado pastoral de la Iglesia hacia los fieles que simplemente conviven, quienes han contraído matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a casar. Con el enfoque de la pedagogía divina, la Iglesia mira con amor a quienes participan en su vida de modo imperfecto: pide para ellos la gracia de la conversión; les infunde valor para hacer el bien, para hacerse cargo con amor el uno del otro y para estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan. Cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público —y está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas— puede ser vista como una oportunidad para acompañar hacia el sacramento del matrimonio, allí donde sea posible” (78).



“Un discernimiento particular es indispensable para acompañar pastoralmente a los separados, los divorciados, los abandonados. Hay que acoger y valorar especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados a romper la convivencia por los maltratos del cónyuge. El perdón por la injusticia sufrida no es fácil, pero es un camino que la gracia hace posible. De aquí la necesidad de una pastoral de la reconciliación y de la mediación, a través de centros de escucha especializados que habría que establecer en las diócesis” (242).

“Las comunidades cristianas no deben dejar solos a los padres divorciados en nueva unión. Al contrario, deben incluirlos y acompañarlos en su función educativa. Porque, ¿cómo podremos recomendar a estos padres que hagan todo lo posible para educar a sus hijos en la vida cristiana, dándoles el ejemplo de una fe convencida y practicada, si los tuviésemos alejados de la vida en comunidad, como si estuviesen excomulgados? Se debe obrar de tal forma que no se sumen otros pesos además de los que los hijos, en estas situaciones, ya tienen que cargar. Ayudar a sanar las heridas de los padres y ayudarlos espiritualmente, es un bien también para los hijos, quienes necesitan el rostro familiar de la Iglesia que los apoye en esta experiencia traumática. El divorcio es un mal, y es muy preocupante el crecimiento del número de divorcios. Por eso, sin duda, nuestra tarea pastoral más importante con respecto a las familias, es fortalecer el amor y ayudar a sanar las heridas, de manera que podamos prevenir el avance de este drama de nuestra época” (246).

“Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia inmerecida, incondicional y gratuita. Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio” (297).

ACTUAR

Dejemos nuestras actitudes de rechazo y condena hacia quienes viven en estas situaciones, y aprendamos de Jesucristo el camino de la misericordia y su invitación al ideal evangélico del matrimonio.









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