Menu


Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a María por Madre
He aquí a tu madre... he aquí a tu hijo (Jn. 19, 25 – 27)


Por: Mª Virginia Olivera de Gristelli | Fuente: Infocatolica.com



En este año de la Misericordia, en que también se habla con muchísimo énfasis de la unidad de todos los hombres, yo echo mucho de menos la mención del papel fundamental de la Madre de Dios en esta tarea: así como ha sido primordial su papel en la Encarnación y en toda la historia de la Salvación, ¿podremos hoy esperar una “fraternidad universal” sin mención de la Madre? ¿O será que para algunos Ella se ha ido convirtiendo, aunque no lo admitan, en un verdadero obstáculo…?

En efecto, hace ya tiempo que aquí, allá y acullá, vemos difundirse el grave error de que todos somos hijos de Dios, sin importar la fe profesada, en franca contradicción con lo que nos enseña el Catecismo  de la Iglesia Católica

1243El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.

1265 El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito “una nueva creatura” (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho “partícipe de la naturaleza divina” (2 P 1,4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm8,17) y templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).

Y aunque a los devotos del “pegamento espiritual” parece no interesarles ya el Catecismo -quizá porque creen que contiene muchas “fórmulas complicadas” que sólo crean distancias, o vallas entre los hombres…- lo cierto es que la Verdad divide aguas, define, delimita, pero siempre ilumina y consuela.  Y como brújula inquebrantable, allí está la Cruz, y a su lado, la Madre de Dios, legado mayúsculo de la Verdad hecha carne.



Ante la pretensión de un deseo vago de universalismo buenista, sin condiciones, nos topamos entonces con la serena y clara afirmación de varios santos: No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a María Santísima por Madre,  así explicado por San Luis M. de Montfort:

“Dios Padre quiere formarse hijos por medio de María hasta la consumación del mundo (…)

Así como en la generación natural y corporal concurren el padre y la madre, también en la generación sobrenatural y espiritual hay un Padre, que es Dios, y una Madre, que es María.  Todos los verdaderos hijos de Dios y predestinados tienen a Dios por Padre y a María por Madre. Y quien no tenga a María por Madre, tampoco tiene a Dios por Padre.

Por esto los réprobos como los herejes, cismáticos, etc., que odian o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen no tienen a Dios por Padre aunque se jacten de ello porque no tienen a María por Madre. Que si la tuviesen por tal, la amarían y honrarían, como el buen hijo ama y honra naturalmente a la madre que le dio la vida.

La señal más infalible y segura para distinguir a un hereje, a un hombre de perversa doctrina, a un réprobo de un predestinado, es que el hereje y el réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor procuran disminuir con sus palabras y ejemplos, abierta u ocultamente y, a veces, con pretextos aparentemente válidos. ¡Ay! Dios Padre no ha dicho a María que establezca en ellos su morada porque son los Esaús”.  (San Luis M. Grignon de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, nº 29-30)



Sorprende y entristece, pues, que mientras los propulsores del diálogo interreligioso no vacilan en señalar supuestos méritos que harían digna de ser celebrada” la Reforma Protestante, pasando por alto la mayúscula obra de desintegración que trajo al pueblo cristiano, por otra parte callan las insuperables bendiciones que Dios da a través de Su Madre a todos los hombres, por un criterio que no parece obedecer a conveniencias teológicas sino de prudencia tal vez demasiado humana, y que no constituye una virtud, sino lo contrario. Es lo que sucede por ejemplo, con el esperado dogma de Corredención de Nuestra Señora, punto incómodo sobre el cual se ha tendido un manto de silencio, justificado por las presuntas inconveniencias que este tema traería para el acercamiento -¿de o hacia?- las demás religiones.

Es escandaloso el abismo cada vez mayor, entre la minimización de los méritos de la Reina del Universo y la magnificación de los “aportes” que los herejes han dado a la Historia de la Iglesia y de la humanidad.  ¿Puede agradar a Dios esta tan desproporcionada injusticia, sin provocar inclusive Su justísima ira?.

No acusaríamos a Leon Bloy de falta de amor o de misericordia con quien sería luego su esposa, y sin embargo no vacilaba en hablarle en estos términos:

Mientras no conozcas a María, ni le hayas consagrado tu corazón, andarás entre tinieblas; porque en ella y por ella únicamente puede ser alcanzado el Espíritu Santo… Guarda en lo íntimo de tu alma la excepcional enseñanza que te doy, porque ella te hará brillar ante los ojos del Señor como antorcha encendida. Acabarás por sentir y comprender cómo, habiendo sido dado al mundo Cristo Redentor, el Verbo hecho carne, por medio de su Madre, María, es necesario que también nosotros que somos miembros y hermanos de Cristo, seamos engendrados por ella, no según la carne, sino según el Espíritu. La Iglesia, cuyas enseñanzas encierran tantos misterios, pues está obligada a hablarnos como Dios mismo nos ha hablado, enseña que nadie recibe ni gracia, ni fortaleza, ni amor, ni nada, absolutamente nada, sino por medio de María —esto es, por amor de Dios y por su gloria—, y en esto veo una admirable y sublime verdad. Ahora, si me preguntas cómo es posible que María, que es una verdadera mujer, o mejor dicho la verdadera Mujer, esté tan compenetrada con la tercera persona divina de la Santísima Trinidad, no tendré más remedio que dejarte sin respuesta. No soy confidente de la Trinidad beatífica. Pero sé de manera absoluta, infinitamente segura, que ello es así. La Iglesia, siempre misteriosa, llama a María Esposa del Espíritu Santo. Este concepto no nos da mucha luz, pero nos permite suponer una importancia y dignidad inefables en la Madre del Hijo de Dios” (Leon Bloy, “Cartas a su novia”,. Stock, 1922. -Cuando su prometida aun no se había convertido de “las frías regiones de la herejía” protestante-).

Por todo esto, tal vez debamos profundizar mejor el misterio de la filiación mariana de los hijos de Dios, que no es algo facultativo, de mera piedad, que puede “sentirse” o no, sino que toca el meollo mismo de nuestra fe en la redención.

¿Cómo postergar u ocultar, en el Año de la Misericordia, la predicación del PRINCIPAL y más excelso medio de misericordia que Dios ha puesto para sus hijos, que es su Madre misma?

“Lo que sucede es que nosotros buscamos la salvación de todos los hombres”.,. dirán algunos.

Entendido, pero ¿hasta dónde podemos decir que alcanzará la salvación quien no la desee? ¿Y hasta dónde puede desearse ésta, si se rechaza o menosprecia uno de los medios más valiosos que el mismo Dios pone a nuestro alcance para ello? ¿Cómo puedo sostener seriamente mi confianza en realizar con Alguien un viaje cuyo vehículo desdeño empecinadamente? ¿Viajaré por la pura afirmación de mi voluntad? … ¿En serio?

“Vamos! Empujemos todos fuertemente esa pared, que ya la derribaremos, hombre! Querer es poder!”…

Parece risible, pero cuando la necedad se hace herejía o apostasía, no sabemos si reír o llorar…

Es lamentable que cuando se trata de buscar la hermandad entre todos los hombres, se pase por alto el fundamento de esa hermandad, que no puede estar sino en un mismo Padre y Madre (nos preguntamos si los caprichos de la ideología de género, que suponen la viabilidad de una filiación artificiosa, por “decreto”, habrán salpicado el sentido común de más de uno, llevando el planteo al orden espiritual…)

Dios no es caprichoso, y porque no ha querido dejar a sus hijos sin Madre, no verá con buenos ojos que nosotros la consideremos como algo completamente “prescindible” o demasiado trillado, que ya no es necesario recordar…

San Juan Pablo II, advertía a propósito de los esfuerzos por la unidad de los cristianos, que

Es necesario que los cristianos profundicen en sí mismos y en cada una de sus comunidades aquella «obediencia de la fe », de la que María es el primer y más claro ejemplo (…)

Los cristianos saben que su unidad se conseguirá verdaderamente sólo si se funda en la unidad de su fe. Ellos deben resolver discrepancias de doctrina no leves sobre el misterio y ministerio de la Iglesia, y a veces también sobre la función de María en la obra de la salvación. (Redemptoris Mater, n.29-30)

En la exhaustiva obra Mariología Bíblica el p. Stefano Manelli, va desgranando prolijamente una cadena de textos para acercarnos al misterio de la Maternidad Corredentora de María Santísima como una verdad que debería estar en el corazón de la fe de los hijos de Dios, especialmente en los tiempos recios que nos toca transitar.

Refiriéndose al pasaje Jn. 19, 25 – 27 , recuerda también la Redemptoris Mater:

    Escribe el Santo Padre: “Si el pasaje del Evangelio de Juan sobre el acontecimiento de Caná presenta la Maternidad presurosa de María en el inicio de la actividad mesiánica de Cristo, otro pasaje del mismo Evangelio confirma esta Maternidad en la economía salvífica de la gracia en el momento culminante, es decir, cuando se cumple el sacrificio de la Cruz de Cristo, su misterio pascual. (…)”.

     Jesús pone de relieve un nuevo lazo entre Madre e Hijo, y confirma solemnemente toda la verdad y toda la realidad del mismo. Se puede decir que, si ya anteriormente la Maternidad de María respecto de los hombres había sido delineada, ahora está claramente precisada y establecida: Ella emerge de la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor.La Madre de Cristo, encontrándose directamente bajo el rayo luminoso de este misterio que comprende al hombre  -todos y cada uno-, es dada al hombre –a todos y cada uno-  como Madre.  Este hombre a los pies de la Cruz es Juan, “el discípulo que Él amaba”. Sin embargo, no está él solo. Siguiendo la Tradición, el Concilio no duda en llamar a María “Madre de Cristo y Madre de los hombres”: (…)

     Por consiguiente, esta “nueva Maternidad de María”, nacida de la fe, es fruto del “nuevo” amor, que madurará en Ella definitivamente a los pies de la Cruz, mediante su participación en el amor redentor del Hijo.

A lo largo de los párrafos que siguen, pues, observamos la estrecha relación entre la maternidad mariana y la misión maternal de la Iglesia, tendiente a conducir a todos los hombres a la Salvación.

-La maternidad de María: cumplimiento de la antigua Promesa:

 Nos encontramos así en el centro mismo del cumplimiento de la promesa, contenida en el Protoevangelio: “La estirpe de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente” (cf. Gén. 3, 15). Jesucristo, de hecho, con su muerte redentora vence el mal del pecado y de la muerte en sus mismas raíces. Es significativo que, dirigiéndose a la Madre desde lo alto de la Cruz, la llama “mujer” y le dice: “Mujer, he allí tu hijo”.

Con el mismo término, además, se había dirigido a Ella también en Caná (cf. Jn. 2, 4). ¿Cómo dudar que especialmente ahora, sobre el Gólgota, esta frase toque en profundidad el misterio de María, alcanzando el singular puesto que Ella tiene en toda la economía de la salvación?.  Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la Cruz significan que la Maternidad de la que lo engendró encuentra una “nueva” continuación en la Iglesia y mediante la Iglesia, simbolizada y representada por Juan. En este modo, aquella que, como “la llena de gracia”, ha sido introducida en el misterio de Cristo para ser su Madre, es decir, la Santa Madre de Dios, mediante  la Iglesia  permanece en aquel misterio como la “mujer” indicada en el libro del Génesis (3, 15) al comienzo de la historia de la salvación, y en el Apocalipsis (12, 1) al final.” (nn. 23, 24).                      

       “Estaba junto a la cruz de Jesús su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Entonces Jesús, viendo a la madre y junto a ella al discípulo que Él amaba, dijo a la madre: ‘Mujer, he ahí a tu hijo!’” (vv. 25-26).

     El contenido fundamental de este fragmento evangélico de Juan es la Maternidad espiritual y universal de María. Sobre el Calvario, al pie de la Cruz, la Maternidad divina de María, con los “dolores” de un parto dolorosísimo, muestra su extensión a todos los redimidos, hermanos de Cristo “el Primogénito” (Rom. 8, 29)  (…)

     La escena descripta, altamente dramática, tiene el significado del testamento último de Jesús, supremo y final acto de amor que lleva a cumplimiento el plan salvífico de toda la humanidad, teniendo cerca y unida a sí a la divina Madre al pie de la Cruz.

     Este significado de cumplimiento final está expresado también por el contexto más inmediato del fragmento. A las palabras dichas por Jesús a María y a Juan, de hecho, sigue inmediatamente la perícopa en la cual el evangelista dice que  para Jesús “todo estaba ya cumplido”. Jesús llevaba a cumplimiento la obra salvífica del género humano poniéndonos bajo la protección de María y dándonos a María.

-Maternidad Corredentora:

La presencia de María en esta escena ilumina de amor maternal el designio de salvación por parte de Dios, develando, si puede decirse, el aspecto maternal de la Redención.  El corazón de Cristo, que es traspasado por la “lanza” (v. 34) y el corazón de María traspasado por la “espada” (Lc. 2, 35) hacen comprender bien la totalidad del amor doloroso de Cristo y de María que han redimido a la humanidad necesitada de salvación.

Es sobre el Calvario que la misión de la Maternidad corredentora de María Santísima se completa y se consuma en totalidad terminal de coinmolación con la inmolación del Hijo Redentor crucificado. (…)

     El texto bíblico fundamental, Gén. 3, 15, había profetizado la victoria de la “Mujer” con su “descendencia” sobre la serpiente seductora de Eva; y de hecho, “la presencia de María bajo la Cruz  -escribe el biblista P. Pietrafesa- es el punto culminante de su misión, ya preanunciada en el paraíso terrestre (Gén. 3, 15) a los mismos padres del género humano. Bajo la Cruz María debía ser proclamada Corredentora del género humano, la nueva Eva, la vencedora de la serpiente infernal. Como para Jesús la aparente derrota sobre la cruz debía signar en realidad su triunfo y el logro de su misión redentora, así para María aquella presencia y aquel insondable dolor al pie de la cruz, debía constituir el triunfo  de su misión de Corredentora” (…).

 María Santísima, de hecho, resalta el Papa Juan Pablo II, “ha participado en manera admirable en los sufrimientos de su divino Hijo para ser Corredentora de la humanidad” (Insegnamenti di Giovanni Paolo II, Ciudad del Vaticano 1982, V/3, p. 404), y ha querido “sufrir con su Hijo moribundo en la Cruz (…) para restaurar la vida sobrenatural de las almas”, como enseña el Vaticano II, llegando a ser Ella, en tal modo, “nuestra Madre en el orden de la Gracia” (L. G. 61).

     Sobre el Calvario, pues, al pie de la Cruz, se verifica hasta la evidencia la más íntima correlación entre la Maternidad espiritual y la Corredención en María Santísima, por lo cual se puede decir que Jesús crucificado, desde lo alto de la Cruz, dándonos la Madre, nos ha dado la Madre Corredentora, es decir “ la nueva Eva Corredentora”, la más verdadera “madre de los vivientes” (Gén. 3, 20) .

     Sobre el Calvario, al pie de la Cruz, la Maternidad espiritual y la Corredención se presentan en su íntima reciprocidad, por lo cual María Santísima es realmente Madre nuestra en cuanto Corredentora, y es Corredentora porque es Madre nuestra (…).

-Interpretación de estos versículos

          Es verdad que, durante mucho tiempo, la interpretación dominante de los versículos 25-27 ha sido la así llamada “personal-privada”, que ha leído en esta escena solamente un gesto de amor filial por parte de Jesús, preocupado de confiar su Madre a Juan para que no quedase sola después de su muerte.  Hay que admitir, sin embargo, que un significado de tal género no concordaría ni siquiera con la prudencia que sería necesaria para proveer en el tiempo a la subsistencia cotidiana de la Madre, sin tener en cuenta los últimos instantes de la vida. De hecho, tal interpretación demasiado reduccionista del significado de aquella célebre perícopa ha sido por largo tiempo integrada por la interpretación “personal-comunitaria” y por la interpretación “representativo-comunitaria”, según las cuales María fue proclamada sobre el Calvario Madre de los redimidos, representados por San Juan Evangelista. De hecho, Ella cooperó activamente en la Redención Universal tanto como persona singular, como personificación de la “Hija de Sion”, figura de la Iglesia que engendra al nuevo Pueblo de Dios.

     La búsqueda exegética, a partir de los inicios del siglo XX, ha podido llegar a la conclusión que la interpretación literal de la Maternidad espiritual de María en 19, 25-27 está sostenida tanto por la referencia a las bodas de Caná (Jn. 2, 1-11) y de otros textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, como del mismo contexto de la escena sobre el Calvario.

- El deber de los discípulos: ser hijos de la Madre de Jesús

     Hay que notar que los dos versículos 26-27a, en sí mismos, estructuralmente se ubican en un esquema literario que ha sido definido “esquema de revelación”, según un estilo característico de San Juan. Consiste en articular los tres momentos concatenados del ver, del decir, del adverbio “he aquí” seguido por  un título o palabra de “revelación”. En base a este “esquema de revelación”, aplicado a los versículos 26-27a resulta, concretamente, que “Jesús, muriendo en la Cruz  -como escribe I. de la Potterie-  revela que su Madre, en cuanto “Mujer”, con toda la resonancia bíblica de esta palabra, será ahora también la madre del “discípulo”, porque este último, como representante de todos “los discípulos” de Jesús, será ya el hijo de la Madre de Él. En otras palabras, revela la nueva dimensión de la maternidad de María, una dimensión espiritual y una nueva función de la Madre de Jesús en la economía de la salvación; pero en modo correlativo revela al mismo tiempo que el primer deber de los discípulos consistirá en ser hijos de la Madre de Jesús”.         

      

-Nueva Eva, Madre de todos los vivientes:

La referencia a las bodas de Caná (2, 1-11) se presenta ligada particularmente al uso de la palabra “Mujer”.(…) Otra referencia a las bodas de Caná es el discurso de la “hora” de Jesús, también proyectada sobre el Calvario, al menos como “hora” final y decisiva  de la manifestación total de la Redención, “hora” en la cual habría  también proclamado la Maternidad espiritual y universal de María, Nueva Eva “madre de todos los vivientes” (Gén. 3, 20).

     Otro texto significativo de Juan es aquel de 11, 52 sobre la profecía de Caifás a propósito de la muerte de Jesús “para reunir en la unidad a los dispersos hijos de Dios”. En proyección, también este texto está ligado con el Calvario donde María encarna a la “Madre Sion” que convoca a sus hijos del exilio y los reúne al  pie de la Cruz, para constituir el nuevo Pueblo de Dios en unidad y estabilidad .               

        El contexto inmediato de Jn. 19, 25-27, además, nos presenta antes que nada el tema de la unidad de la Iglesia, simbolizada por la túnica “indivisa”, signo de la reconstituida unidad del Pueblo de Dios, prefigurado por María, la Madre, y por Juan, el hijo. En el versículo 24, como hace notar I. de la Potterie, el evangelista parece anunciar “lo que en la escena siguiente está por realizarse positivamente: la nueva comunidad mesiánica se constituye en su unidad bajo la Cruz. María y el discípulo son la prefiguración”.     

(…)    Igualmente, se ha visto que María, al pie de la Cruz, representa la Iglesia y es, al mismo tiempo, Madre de la Iglesia. ¿Es posible esta duplicidad de roles que parecen excluirse? Responde también I. de la Potterie, muy bien: “No hay ninguna contradicción en decir que María es al mismo tiempo imagen de la Iglesia y Madre de la Iglesia. Como persona individual Ella es Madre de Jesús, y llega a ser  la madre de todos nosotros, la Madre de la Iglesia. Pero su maternidad corporal respecto de Jesús se prolonga en una maternidad espiritual hacia los creyentes y hacia la Iglesia. Y esta maternidad espiritual de María viene a ser ser la imagen y la forma de la maternidad de la Iglesia .

“Luego dijo al discípulo: ‘He ahí tu Madre’”  (v. 27a)

     En este versículo vemos bien que, junto a María, al pie de la Cruz, también San Juan evangelista desempeña un rol de representatividad tanto personal como comunitaria. Como Madre de Jesús, María es persona singular y única; como Esposa de Cristo es también una persona comunitaria, es la Iglesia. Igualmente sucede con San Juan: él es una persona singular, como discípulo predilecto de Jesús; pero también es el representante de todos los discípulos de Jesús, y por tanto de la Iglesia.

(…)  El discípulo  que Jesús amaba simboliza a “los discípulos” de Jesús como tales, es decir, a todos los creyentes y, en este sentido, toda la Iglesia. María, la Madre de Jesús, simboliza la Iglesia misma, en su función maternal”.                                                                                                             

     Función maternal y función filial, por lo tanto; es decir, la Iglesia es Madre en María, es Hija en Juan.  María es Madre de Dios y de la Iglesia (representada por Juan); Juan es hijo de Dios y de María (que personifica la Iglesia). “Para llegar a ser hijos de Dios  -explica bien I. de la Potterie-  debemos llegar a ser Hijos de María e hijos de la Iglesia. Jesús es su único Hijo, pero nosotros llegamos a ser conformes a Él si llegamos a ser hijos de Dios e hijos de María”.

(…) Por esto, considerando la gravedad y la importancia del momento en el cual Jesús habla desde lo alto de la Cruz, no se puede subvalorar el hecho de que El da a Juan la misión de acoger a María como Madre haciéndose su hijo. Juan “recibe aquí  -nota I. de la Potterie-  como única misión tener a María por Madre. Su primer deber no es ir a predicar el Evangelio, sino hacerse hijo de María. Para él y para todos los otros, es más importante ser creyente que apóstol. La misión apostólica le será confiada más tarde, después de la resurrección (Jn. 20,  21; 21, 20 – 23). Pero ser hijo de María y de la Iglesia-Madre es el primer y más fundamental aspecto de toda su vida de cristiano”.

      Hay que destacar, en este punto, dos aspectos particulares, extremadamente significativos, de la Maternidad de María Santísima en cuanto específicamente corredentora.

 1)   El primer aspecto está ligado directamente a la maternidad espiritual de María, y se refiere a la procreación de todos sus hijos redimidos. Si María es la Madre de todos los redimidos, significa que Ella, como Madre verdadera y real, si bien no física sino espiritual, ha regenerado en la Pasión y Muerte de Cristo a cada uno de los hijos redimidos.  Pero la regeneración NO ha sido, de hecho, una regeneración inconsciente, genérica o masiva. Ninguna madre engendra jamás a sus hijos inconscientemente, en general o en masa. Cada madre engendra a sus hijos uno por uno, bien consciente y sufriente de cada procreación en particular. Esto significa que María Santísima, sobre el Calvario, al pie de la Cruz, Corredentora como (quasi) co-crucificada con el Hijo Redentor, ha engendrado a cada uno de los redimidos, conociéndolos singularmente y sufriendo por cada uno de ellos.

(…) María Santísima, especialmente al pie de la Cruz, ha recibido un conocimiento infuso de los pecados de aquellos por los cuales ha cooperado a la salvación de manera singular y generosamente cual digna Corredentora de la humanidad, sufriendo e intercediendo por cada persona humana (35). De Margerie cita en el artículo Santos y Doctores de la Iglesia como San Ambrosio, Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, San Pedro Canisio, San Francisco de Sales, el Beato Domingo de la Madre de Dios; cita al Papa Pío XII y estudiosos eminentes como Suárez, el Cardenal Newman, el Cardenal Lepicier y Bossuet, razonando y concluyendo, al fin, que María Santísima es la Corredentora única, con el privilegio único y extraordinario del conocimiento infuso sobre lo que Ella estaba haciendo al pie de la Cruz, es decir,  sobre el cumplimiento de su misión de Madre Corredentora para regenerar a cada uno de sus hijos.   

 2)    El segundo aspecto se refiere a nuestra filiación respecto de María Santísima. (…) el ser hijo de María, y tener a María por Madre, comporta una realidad vital tan verdadera y consistente, que todo redimido viene a ser en potencia, podría decirse, otro Cristo-hijo de María. En tal sentido tenemos también una válida y significativa verificación, particularmente del hecho que, después de la proclamación desde lo alto de la Cruz: “He ahí tu hijo (…) He ahí tu Madre”, Jesús Resucitado y aparecido a Magdalena, habla de sus discípulos llamándolos expresamente “mis hermanos” (Jn. 20, 17). Si antes de la Pasión y Muerte, de hecho, llamaba a los apóstoles sus “siervos”, sus “discípulos”, sus “amigos”, después de la resurrección, en cambio, los llama “hermanos”(…).                                               

“Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa”  (v. 27b)

(…). “Eis tà idia”, expresión griega de muchos matices, quedaría mejor aquí con una traducción que evidencie la idea de la posesión de un bien preciosísimo. Juan acoge a María como su bien más íntimo y precioso, siendo a su vez, si pudiera decirse, “propiedad” o “posesión” de María, en analogía con el versículo 11 del Prólogo, donde la misma expresión  -“eis tà idia”-  está referida al Verbo cuando viene entre aquellos que le pertenecían, es decir, entre los “suyos” .

Y parece evidente la lección primera que se nos da a cada uno de nosotros: acoger a María como nuestra Madre, y por tanto como nuestro bien más íntimo y precioso, para llegar a ser a su vez sus hijos en totalidad de entrega y de confianza filial en Ella, la Madre. Y esto como fundamento de una devoción mariana que sea vida mariana, dinámica y progresiva en hacernos siempre cada vez más “hijos” de María, hasta la perfecta “conformidad” con el Hijo Jesús (Rom. 8, 29).    

La Maternidad universal de María no es metafórica o solamente jurídica; no es física o solamente moral, sino espiritual. María no nos ha engendrado en el orden físico sino en el orden de la gracia. (LG.  61). (…) Sobre la Cruz, además, la Iglesia “ha nacido como cuerpo distinto de la Cabeza” (…), la Maternidad de María ha sido una Maternidad Corredentora o sacrificial, porque al pie de la Cruz Ella estuvo “sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose con ánimo maternal al sacrificio de Él, consintiendo amorosamente a la inmolación de la víctima engendrada por Ella” (LG. 58).

 Tal Maternidad Corredentora, no considera solamente la redención subjetiva -o aplicación de la redención objetiva-  sino que se extiende “por voluntad divina al mismo cumplimiento de la redención objetiva o adquisitiva, y por tanto a la constitución misma de la Iglesia, fruto de los dolores redentores de Jesús y de los corredentores de María”.  En sustancia, esta doctrina está contenida como hemos visto, en Jn. 19, 25 – 27, como texto fundamental ligado sólidamente a la consistente cadena de otros textos vetero y neo testamentarios: el Protoevangelio (Gén. 3, 15. 20),  la “Madre-Sion” (Sal. 86),  los  pasajes de Zac. 9, 9 y de Cánt.  8, 5,  las bodas de Caná (Jn. 2, 1 – 11),  la profecía de Caifás (Jn. 11, 52), la  “Mujer parturienta” (Jn. 16, 21 – 22), la túnica “indivisa” (Jn. 19, 24), la “sangre y el agua” salidas del costado traspasado de Jesús (Jn. 19, 34), la “Mujer” del Apocalipsis (12, 1-8 ) que da a luz entre los dolores.       

     Esta es la exégesis bíblica puesta como fundamento de la Maternidad espiritual y universal de María, que abre y cierra la historia de la salvación, en la alegría y en el dolor, en la lucha y en la victoria con la “Mujer” del Protoevangelio  y con la “Mujer” del Apocalipsis, pasando por el eje central de la Cruz sobre el Calvario, donde la “Mujer”  -María- , presente y sufriente, es proclamada por Jesús mismo “Madre” de la humanidad redimida, y “todos nosotros, los cristianos, representados en San Juan, somos hijos de María”.

Esta serie de textos, y otros similares, nos hacen pensar también en el serio desvío de planteos pastorales  presentados como “novedades", que esquivan o minimizan -desdibujando- el misterio de la Cruz, el misterio de María, y el misterio de la Iglesia.

Quiera el Señor concedernos la gracia de la lucidez en la fe verdadera, sin recortes, sin pusilanimidad ante el llamado a pertenecer al linaje bendito de la que aplasta la Serpiente. Sólo en Ella nuestras familias comprenderán cabalmente el Amor verdadero, la maternidad genuina y fecunda, y el discipulado fiel.

Quiera Él concedernos una piedad mariana sin devaluaciones, tierna pero inquebrantable, filial y respetuosa ante la grandeza y majestad divina, agradecida en cada latido, porque todo es luz para quien comprende el privilegio infinito de ser verdaderamente hijos de Dios, e hijos de María.

 







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |