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El hombre en la Biblia
La finalidad del hombre es una, ser imagen y semejanza de Dios, ser testimonio de Dios, ser verdadero Cristiano


Por: Mario Amaya | Fuente: Catholic.net



Al hablar sobre el significado bíblico del hombre, comenzamos por evocar, que en el Antiguo como en el Nuevo Testamento no definen al hombre, sino que se da una representación fuerte de lo que es el hombre. Para comprender la descripción que se hace sobre el hombre en la biblia, nos debemos trasladar a los primeros capítulos de las sagradas escrituras, en especial en el numeral 2, versículo 7 del libro del Génesis:

 

Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.”[1]

 

Dios a través de su inspiración hacia el autor sagrado o hagiógrafo, desea revelar a su pueblo que somos polvo, es así como llamó al primer hombre Adan que significa suelo o tierra de cultivo, es así, como de ahí formó Dios el primer ser humano y a Eva proviene del verbo anas, que significa ser débil, el hombre por naturaleza es eminentemente débil y mortal (Cf. Is 13,12),
con esto, que mostrarnos Dios que no somos nada sin él, que es nuestro creador y nosotros sus creaturas, que estamos en este mundo por obra y gracia de Él, aunque el hombre vea todo inviable, para Dios nada es imposible (Cf. Lc. 1, 37), aunque en muchas ocasiones la humanidad ha pecado por tratar de suplantar el puesto de Dios, queriendo ser Él, nunca se ha logrado suplantar el lugar de Dios Creador; además muestra el Autor Sagrado la palabra “insufló” que en diferentes versiones dice “sopló”, y que este nombre se deriva del hebreo Ruah, en griego Pneuma y en latín Espíritu, es el aliento o soplo de Dios a los hombres aunque interviene la tercera persona de la santísima Trinidad en este relato, el antiguo testamento no separa al hombre en cuerpo y alma sino que lo que hace es mostrarlo en unidad y en su totalidad. Sobre lo anterior lo explica Michael E. Giesler de la siguiente manera:



 

“Puesto que la terminología del A. T. no separa claramente el cuerpo y el espíritu, sino que continuamente ve al h. en su totalidad y unidad, los términos utilizados son en gran parte intercambiables. Néfes, que significa aliento de vida, designa también el alma de un ser vivo; por eso el h. se llama sencillamente néfes, muerto o vivo (Num 6, 6; Lev 21, 11); sustituye frecuentemente al pronombre personal (Num 23, 10) y también puede referirse al individuo y a la persona misma (Gen 46, 18. 22). El alma es lo que hace vivir al hombre y constituye el principio de las pasiones (Ps 35, 9).”[2]
     

 

 

Una breve ilustración sobre espíritu y carne lo hace Michael E. Giesler: “Pero si el hombre es nefes o aliento de vida, es también carne. La palabra hebrea basár puede indicar carne en sentido moderno, como parte blanda del cuerpo contrapuesta a los huesos (Gen 2, 21; 9, 4; Ex 16, 8. 12), o también el cuerpo animado contrapuesto a la materia inorgánica o inerte (Num 8, 7; Ex 30, 32). Carne se refiere a veces a una colectividad de hombres y animales (Gen 6, 12; Is 40, 5), o al h. sólo, especialmente en su condición de debilidad (Ps 78, 39; lob 10, 4). Dada esta orientación y carácter perecedero de «toda carne», no es difícil comprender cómo San Pablo utilizará el término griego correspondiente (sarx) para designar la naturaleza humana débil, sede de la concupiscencia (Rom cap. 7-8).”[3]
     



 

Dios crea al hombre y mujer para que trabajen la tierra y dominen sobre toda creatura, es de resaltar, que Dios no crea a la mujer de manera circunstancial, sino que observa que no es bueno dejar al hombre solo y crea a la mujer para su ayuda, ella es carne de su carne (Cf. Gn. 2, 23) siendo esta pareja la primera de quienes procederá el resto de la humanidad. Luego esta primera pareja peca, traicionando la confianza de Dios, perdiendo su favor, es allí donde empieza “la historia de la perversidad y desobediencia del ser tan favorecido en un principio por su Creador”[4]. Luego el asesinato de Abel por Caín (Cf. Gn. 4); la iniquidad innata del corazón humano que ocasiona el diluvio (Cf. Gn 6); el orgullo colectivo que causa la dispersión de las razas y la confusión de lenguas (Cf. Gn 11). Ya en el capitulo 12 del libro del Génesis, inicia con Abran, que posteriormente será llamado por Dios Abraham (padre de multitudes) la historia de salvación del pueblo elegido. Acercando la revelación del hombre en el libro de Sabiduría nos muestra una clara comprensión sobre la inmortalidad del hombre:

 

“El libro de la Sabiduría, al referirse al razonamiento de los impíos que se ríen del justo porque cree en Dios (Sb 2, 13 ss.), afirma que éstos se equivocan, precisamente porque no creen en el premio y la recompensa por la santidad de vida (Sb 2,22). Su gran error es no reconocer que Dios creó el h. incorruptible, haciéndole como imagen de su misma naturaleza (Sb. 2, 23). Así el h. por ser imagen y semejanza de Dios no sólo tiene las facultades superiores de intelecto y voluntad, no sólo goza de dominio sobre los animales y la tierra, sino que es inmortal. En Sb. 3, 3-4 se describe la situación de los justos después de la muerte: sus almas están en paz y en las manos de Dios, porque su esperanza está llena de inmortalidad; es un término del lenguaje filosófico que precisa ese carácter del h. que supera la condición de la carne perecedera, pero a la vez no cae en una radical dicotomía alma-cuerpo, propia de ciertas escuelas platónicas.”[5]

 

 

En el nuevo testamento nos encontramos con una época diferente Helenizada, mas griega que hebrea, como vimos en el antiguo testamento. Tampoco busca dar una explicación de hombre, más bien una finalidad del hombre, el cual es ser imagen y semejanza de Dios. Es el mismo llamada que nos hace San Pablo “…de una imagen perfecta de Dios en Cristo, así lo indica 2 Cor 4, 4; Col 1, 15. También hay una invitación a convertirse en imagen de Dios y de Cristo. Cristo nos invita a regenerarnos y revestirnos de hombres nuevos. Esto está por ejemplo en Col 3, 10; en Rom 8, 29, en 1 Cor 15, 49 o en 2 Cor 3, 18.”[6]

 

 

Es por ello, que debemos reflexionar sobre el texto bíblico del capitulo 1, versículo 27 donde dice: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”[7]. Una breve explicación sobre este texto lo hace Michael E. Giesler como:

 

“La frase «imagen y semejanza de Dios», tan importante para una comprensión bíblica del hombre, ha tenido dos interpretaciones principales: a) se refiere a la inteligencia y voluntad del hombre; poseyendo las facultades superiores de carácter inmaterial, el hombre tiene impreso en su propio ser el reflejo de su creador; b) se refiere a que el hombre es representación de Dios sobre la tierra, y por eso ejerce dominio sobre toda ella y el mundo animal (Gen 1, 28). Las dos interpretaciones, en el fondo, se refieren al mismo hecho: el favor de Dios y el poder especial otorgado al hombre, intrínsecamente conectado con su naturaleza y distinguiéndolo del resto del mundo material.”[8]

 

el valor del hombre en esta sociedad podrida, desprovisto de valores, se ha venido perdiendo con el caminar de los tiempos, donde el núcleo fundamental de la sociedad se ha perdido, donde en muchos países, el aborto es legal, hay “familias” que deciden no tener hijos, donde hay padres que son absorbidos por el consumismos y sus hijos son creados por personas ajenas a su núcleo familiar, donde hay “matrimonio” del mismo sexo y hasta estas parejas se les esta dando la posibilidad de adoptar. Es observar como el hombre se ha ido perdiendo

 

¿Esta es la encomienda que Dios nos dejó? ¿Es la finalidad del hombre?, la finalidad del hombre es una, ser imagen y semejanza de Dios, ser testimonio de Dios, ser verdadero Cristiano, vivir en el Espíritu, es hacer el bien y no el mal,  es cumplir los mandamiento entre ellos el primero “Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como así mismo”, pero antes de amar al prójimo se debe amar a Dios, porque no tengo ninguna duda que Dios nos ama, que nos tiene tatuado en la palma de su mano (Cf. Is. 49, 16) que desde antes de nacer Dios ya nos conocía, que tiene un propósito para cada uno de nosotros, debemos descubrir o preguntarle a Él cual es, pero también debemos dejarnos amar por Dios, sentir su misericordia sobre nosotros, siendo así amantes y amados de Dios, podemos amar a nuestro prójimo; es hora de levantarnos desde el abismo del pecado que estamos y levantarnos en victoria, porque Jesucristo ya dio su vida por nosotros.

 

 

 

 

Mario Fidel Amaya Hernández!

 

[1] Biblia de Jerusalén

[2] Michael E. Giesler. Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Michael E. Giesler. Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991.

[6] Ibíd

[7] Biblia de Jerusalén

[8] Michael E. Giesler. Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991.

 

 

 

 

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