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Valentín Palencia Marquina; Beato
Sacerdote y Mártir, 15 de enero


Por: Saturnino López Santidrián | Fuente: archiburgos.es



Sacerdote y Mártir

En Suances, Cantabria, España, Beato Siervo de Dios Valentín Palencia Marquina, español, sacerdote diocesano y sus cuatro compañeros asesinados por odio a la fe ( 1937).

Sus cuatro compañeros son: Donato Rodríguez García, Germán García García, Zacarías Cuesta Campo y Emilio Huidrovo Corrales

Fecha de beatificación: 23 de abril de 2016, durante el pontificado de S.S. Francisco

Breve Biografía


Valentín Palencia Marquina nace el 26 de julio de 1871. Hijo de Cipriano, de oficio zapatero, y de Victoria. Bautizado en la parroquia de San Esteban el 27 de julio y confirmado en San Nicolás el 9 de noviembre de 1871.

Fue acólito en la parroquia de Santiago (catedral). A los 13 años comienza los estudios eclesiásticos en el Seminario de San Jerónimo (Humanidades, Filosofía y Teología), siempre de externo pro falta de medios económicos. Durante los diez cursos, 1884-1894, obtiene notable de calificación media y dos años obtuvo sobresaliente. Su párroco lo califica de «joven ejemplar, aficionado a las cosas de la Iglesia, muy amante de los niños, a quienes procura instruir y educar cristianamente».



El 1 de febrero de 1896 estrena su ministerio sacerdotal en la parroquia de Susinos del Páramo hasta el año 1898, en que inicia su actividad caritativa y social en la capital, recogiendo niños huérfanos, marginados y desvalidos. Fue el cardenal Fray Gregorio María Aguirre quien lo nombra director, capellán y profesor del «Patronato de San José para la enseñanza y educación de niños pobres», ubicado en la actual iglesia de San Esteban.

En dicho centro llegó a cobijar a 110 muchachos, 40 internos y unos 60 o 70 externos, a los que ayudaba, también, en un comedor de invierno. Soportaba horarios extenuantes con gran confianza en la Providencia. Nutría su espiritualidad en el modelo del hogar de Nazaret, ofreciendo a los más desprotegidos y con más futuro –los niños– instrucción y afecto. A pesar de las carencias, nunca rechazó a nadie en el Patronato. Su única exigencia es que fueran realmente necesitados. En momentos de apuro repetía «San José no me abandona». Los alumnos recordaban su amable trato y su gran estatura. Dicen de él que «era misericordia».

Con constancia y una impresionante laboriosidad, va sorteando dificultades y dando prestigio al colegio. En aprecio a don Andrés Manjón se agrega a las Escuelas del Ave María, teniendo muy arraigada la espiritualidad de la Sagrada Familia. Su secreto para poder conducir a tantos niños era la pedagogía activa y una educación en la responsabilidad. Procuraba que la instrucción fuese alegre para hacer hombres de provecho y orientarles hacia el amor de Dios.

Dormía al lado de los niños, aseaba a los pequeños, les enseñaba a rezar, a estudiar, a ejercitarse en oficios manuales y jugaba con ellos. Soñaba con una escuela profesional, pero tuvo que conformarse con un pequeño taller. Refuerza la instrucción escolar con dibujo para la habilidad manual; teatro para educar en la expresión, y música para refinar el espíritu. Tenía un coro y formó una banda de música, actuando en conciertos y procesiones.

Fue capellán de la capilla del Santo Ecce Homo y San Enrique de la catedral, así como hermano espiritual de la cofradía de Santa Lucía y de la de San José del Círculo. Fundó, en el Patronato, la cofradía de la Sagrada Familia. Con todo necesitado fue en extremo dadivoso.



Por su labor humanitaria, el Gobierno le concedió en 1925 la Cruz de Beneficiencia con distintivo blanco. Se le incendia el edificio y lo reconstruye a base de limosnas en menos de un año. Rechaza cargos, silencia otro distintivo aún más significativo (19 de marzo de 1927) y hace un testamento de profunda humildad: «La dicha por la que siempre ha suspirado mi alma es dar mi vida por Él…»

En verano, a un grupo de sus músicos y a los niños pequeños que no tenían dónde ir, los llevaba una temporada de descanso a la playa de Suances, donde los recibía con gozo. Pero el 18 de julio de 1936 se declaró la Guerra Civil. La iglesia fue convertida en garaje y le prohibieron celebrar la misa a partir de la Asunción de la Virgen (15 de agosto) teniendo que celebrar la eucaristía en un rincón de su habitación, así seguía atendiendo a los enfermos y llevando la comunión a las monjas Trinitarias. Un alumno indisciplinado, por no haber recibido la propina de una peseta de plata, lo acusó al Frente Popular de Torrelavega. La noche anterior reservó una hostia consagrada para comulgar antes de que lo mataran.

Seis muchachos mayores fueron llamados a declarar y cuatro desearon acompañarlo, entregando su vida por Cristo en el monte Tramalón de Ruiloba (Cantabria) el 15 de enero de 1937. El ayuntamiento de Burgos, al recibir la noticia, hizo constar en el acta el sentimiento de la Corporación Municipal por la muerte «del virtuoso sacerdote y apóstol de la caridad cristiana».

El 30 de septiembre de 2015, el Santo Padre Francisco autorizó la promulgación del decreto reconociendo el martirio del Siervo de Dios. Valentín Palencia Marquina y sus cuatro compañeros.

 







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