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Texto del discurso del Papa Francisco a los presos del Centro de Readaptación Social número 3
Estoy concluyendo mi visita a México y no quería irme sin venir a saludarlos, sin celebrar el Jubileo de la Misericordia con ustedes


Fuente: Oficina de Prensa de la Santa Sede



Queridos hermanos y hermanas:


Estoy concluyendo mi visita a México y no quería irme sin venir a saludarlos, sin celebrar el
Jubileo de la Misericordia con ustedes.
Agradezco de corazón las palabras de saludo que me han dirigido, en las que manifiestan tantas
esperanzas y aspiraciones, como también tantos dolores, temores e interrogantes.

En el viaje a África, en la ciudad de Bangui, pude abrir la primera puerta de la misericordia para el
mundo entero. Hoy, junto a ustedes y con ustedes, quiero reafirmar una vez más la confianza a la que
Jesús nos impulsa: la misericordia que abraza a todos y en todos los rincones de la tierra. No hay espacio
donde su misericordia no pueda llegar, no hay espacio ni persona a la que no pueda tocar.
Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es recordar el camino urgente que debemos
tomar para romper los círculos de la violencia y de la delincuencia. Ya tenemos varias décadas perdidas
pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando, encarcelando, sacándonos los problemas
de encima, creyendo que estas medidas solucionan verdaderamente los problemas. Nos hemos olvidado
de concentrarnos en lo que realmente debe ser nuestra preocupación: la vida de las personas; sus vidas,
las de sus familias, la de aquellos que también han sufrido a causa de este círculo de la violencia.

La misericordia divina nos recuerda que las cárceles son un síntoma de cómo estamos como
sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios y omisiones que han provocado una cultura de
descarte. Son un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida; de una sociedad que ha ido
abandonando a sus hijos.

La misericordia nos recuerda que la reinserción no comienza acá en estas paredes; sino que
comienza antes, comienza «afuera», en las calles de la ciudad. La reinserción o rehabilitación comienza
creando un sistema que podríamos llamarlo de salud social, es decir, una sociedad que busque no
enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las escuelas, en las plazas, en las calles, en los
hogares, en todo el espectro social. Un sistema de salud social que procure generar una cultura que actúe
y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos caminos que terminan lastimando y deteriorando el tejido
social.



A veces pareciera que las cárceles se proponen incapacitar a las personas a seguir cometiendo
delitos más que promover los procesos de rehabilitación que permitan atender los problemas sociales,
psicológicos y familiares que llevaron a una persona a determinada actitud. El problema de la seguridad
no se agota solamente encarcelando, sino que es un llamado a intervenir afrontando las causas
estructurales y culturales de la inseguridad, que afectan a todo el entramado social.

La preocupación de Jesús por atender a los hambrientos, a los sedientos, a los sin techo o a los
presos (Mt 25,34-40) era para expresar las entrañas de la misericordia del Padre, que se vuelve un
imperativo moral para toda sociedad que desea tener las condiciones necesarias para una mejor
convivencia. En la capacidad que tenga una sociedad de incluir a sus pobres, sus enfermos o sus presos
está la posibilidad de que ellos puedan sanar sus heridas y ser constructores de una buena convivencia. La
reinserción social comienza insertando a todos nuestros hijos en las escuelas, y a sus familias en trabajos
dignos, generando espacios públicos de esparcimiento y recreación, habilitando instancias de participación ciudadana, servicios sanitarios, acceso a los servicios básicos, por nombrar sólo algunas
medidas.

Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es aprender a no quedar presos del pasado, del
ayer. Es aprender a abrir la puerta al futuro, al mañana; es creer que las cosas pueden ser diferentes.
Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es invitarlos a levantar la cabeza y a trabajar para ganar
ese espacio de libertad anhelado.

Sabemos que no se puede volver atrás, sabemos que lo realizado, realizado está; por eso he
querido celebrar con ustedes el Jubileo de la misericordia, ya que eso no quiere decir que no haya
posibilidad de escribir una nueva historia hacia delante. Ustedes sufren el dolor de la caída, sienten el
arrepentimiento de sus actos y sé que, en tantos casos, entre grandes limitaciones, buscan rehacer su vida
desde la soledad. Han conocido la fuerza del dolor y del pecado, no se olviden que también tienen a su
alcance la fuerza de la resurrección, la fuerza de la misericordia divina que hace nuevas todas las cosas.

Ahora les puede tocar la parte más dura, más difícil, pero que posiblemente sea la que más fruto genere,
luchen desde acá dentro por revertir las situaciones que generan más exclusión. Hablen con los suyos,
cuenten su experiencia, ayuden a frenar el círculo de la violencia y la exclusión. Quien ha sufrido el dolor
al máximo, y que podríamos decir «experimentó el infierno», puede volverse un profeta en la sociedad.
Trabajen para que esta sociedad que usa y tira no siga cobrándose victimas.



Quisiera también alentar al personal que trabaja en este Centro u otros similares: a los dirigentes, a
los agentes de la Policía penitenciaria, a todos los que realizan cualquier tipo de asistencia en este Centro.
Y agradezco el esfuerzo de los capellanes, las personas consagradas y los laicos que se dedican a
mantener viva la esperanza del Evangelio de la Misericordia en el reclusorio. Todos ustedes, no se
olviden, pueden ser signos de la entrañas del Padre. Nos necesitamos los unos a los otros para salir
adelante.

Antes de darles la bendición me gustaría que rezáramos un rato en silencio. Que cada uno pida a
Dios, desde la intimidad del corazón, que nos ayude a creer en su misericordia.

Y les pido que no se olviden de rezar por mí.







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