Menu


Madre Isabel Guerra, monja de clausura y extraordinaria pintora hiperrealista
Monja, que desde su clausura en el Monasterio Cisterciense quiere pintar y amar a Dios


Por: Guillermo Urbizu | Fuente: Catholic.net



La verdad es que sorprende esta mujer. Por su arte y por su personalidad. Una vida dedicada a la belleza por completo, sin miedos ni complejos. A una belleza que es destello del amor de Dios.

Pintora autodidacta, a los 23 años ingresa como monja en la Orden del Cister. Pero ella no deja de pintar, de entregarse a esa maravilla que es el ir descubriendo la santidad de las cosas. En este caso a través del color y de la luz como protagonistas indiscutibles. Pero también escribe. Hace un año publicó en la editorial Styria “El libro de la paz interior”, un libro de lectura obligada para todos aquellos que quieren conocer un poco más de cerca la vida interior de esta gran pintora, Isabel Guerra.

A continuación reproducimos la entrevista que le hizo Guillermo Urbizu, en su programa cultural “Más que libros”, de Radio María España.

- Sor Isabel, usted nos transmite a través de su pintura algo muy parecido al amor. ¿Es así?

- Bueno, por lo menos lo que procuro es transmitirlo, y realizar ese trabajo con el amor que nos tienen -no que nosotros somos capaces de tener-, y que nos viene como un gran regalo del Infinito. Sí, intento hacer mi trabajo con amor.

- Su vocación religiosa y su vocación artística ¿forman una unidad, un único sentido de vida?

- Yo creo que sí, aunque no era muy consciente de ello en mi primera juventud. Pero el correr de los años me parece a mí que ha demostrado que sí, que las dos vocaciones son una auténtica unidad en mi corazón y en mi alma, y que se complementan -no sé si muy armoniosamente- en mi vida de una forma bastante adecuada. Da la impresión de que ya hasta el mismo San Benito (autor de nuestra norma de vida) casi pensaba en ello, pues tiene un capítulo de su regla expresamente dedicado a los artistas, a los artífices del monasterio, por lo que parece que ya estaba pensando que algún día iba yo a aparecer por el Císter.
- Seguro que pensaba ya en Isabel Guerra.
- Por lo menos él me verá desde ese lugar maravilloso donde todos esperamos ir un día.

- Sí, desde el Cielo. Y esto me sugiere otra pregunta. ¿Puede haber arte sin una vida interior pujante?

- Depende del concepto que cada uno tengamos del arte. Si es una apreciación del arte en cuanto a unos conocimientos estéticos, en cuanto a unos conocimientos de lo que son las artes plásticas, o la música, o la literatura, entonces puede haber arte sin una vida muy profunda. Pero si pensamos que el arte es algo que está más allá, que no es sólo una materia o un cúmulo de técnicas, entonces ese “algo” está hecho de alma y de vida interior. La historia del arte nos lo demuestra así. Ha habido músicos excelentes en cuanto a la técnica se refiere, pero con una vida sin apenas emoción (o viceversa). O pintores como El Greco, que no era un gran virtuoso de la técnica y que sin embargo ha sido el pintor que mejor ha transmitido vida interior, y un misticismo que a todo el mundo llega.

- Madre, un escritor polaco contemporáneo que se llama Adam Zagajewski, ha escrito en su libro “En defensa del fervor” (editorial Acantilado) una vibrante defensa de la vida espiritual. Por ejemplo dice que “la cultura de masas actual a veces es divertida, no siempre es nociva. Se caracteriza por no tener ni la menor idea de que diablos es la vida espiritual”. Y no me negará que tiene bastante razón.

- Sí, ciertamente. Vivimos en una sociedad “superficializada”. Y utilizo esta palabra porque no creo que sea superficial del todo, si no que padece un ataque de superficialidad en el que se deja vencer fácilmente. Porque somos todos muy vulnerables.

- ¿Qué le ocurre al hombre contemporáneo, aherrojado entre tanto materialismo consumista, entre tanto relativismo, en esa infelicidad de vida en la que parece empeñado como si fuera un suicidio espiritual? ¿Ha dado definitivamente la espalda a Dios? ¿Qué pasa?

- No creo que se pueda generalizar. Hay muchos que padecen todo esto siendo más o menos inconscientes de lo que se les quiere imponer, de esa superficialidad y de ese materialismo ridículo. Hay otras personas que en el fondo no quieren hacer ese pequeño esfuerzo de interiorización, de buscar dentro de si mismos una verdad superior. Eso sería como un espejo en el que verían muchas cosas de las que no quieren prescindir, muchas cosas que creen que se les van a hacer más difíciles o complicadas en su vida. Son precisamente aquellos que imponen a los demás su superficialidad -desde formas o mecanismos que tan sólo ellos conocen- para manipular al resto. En definitiva lo que le ocurre al hombre contemporáneo es que tiene miedo a la Luz. Porque la Luz nos hace ver nuestras obras y nuestro interior tal y como son. Y ellos piensan que la Luz carece de misericordia, y que lo que van a ver es algo con lo que no pueden luchar o vivir. Cuando es todo lo contrario. En la Luz van a encontrar la verdadera paz de la misericordia. En esa Luz van a encontrar la fuerza para adentrarse en si mismos, no para salir de si mismos (que ese es el gran problema del hombre de hoy, que sólo quiere distraerse, salir de si, pero no en el sentido bueno, si no en el sentido de una disipación absoluta).
- De no pensar.
- De no pensar, de hacerme completamente irresponsable de mis acciones, de no creer que hay un interior que nos está permanentemente acusando del vacío al que nos queremos someter. Pero no estamos vacíos por dentro. Y en el momento en el que nos paramos un poco, nos damos cuenta de que hay Alguien que nos está esperando allá, en el fondo del alma. Y como tienen miedo de encontrarse con ese Alguien, viven una vida muy vacía, y por otro lado yo creo que de mucho sufrimiento.
- Y eso se manifiesta por ejemplo en la literatura que se escribe hoy.
- Claro.

- Una literatura -y pasa lo mismo en otras artes- en gran parte desespiritualizada. Incluso ocurre en la poesía, que es el género más espiritual de todos. En fin, representación de una experiencia de vida muy pegada al suelo. Pero usted Madre ha nombrado varias veces la luz. La luz es un símbolo -y una realidad- muy importante en su obra pictórica. Y también en los textos recogidos en “El libro de la paz interior”. Me ha recordado mucho al poeta español Antonio Colinas, para el que la luz es una constante, como cifra de lo más puro, como visión del amor de Dios. Madre, ¿en su pintura la luz es símbolo de la gracia de Dios?

- La luz es algo que nos rodea permanentemente. Es también -como decía antes- algo que nos mueve desde dentro y que nos hace ver lo que es la verdadera realidad. Porque lo que vivimos digamos que es una apariencia, un reflejo de esa realidad divina, que no empezó nunca ni terminará jamás. Es Él mismo. Él es la luz. “Yo soy la luz del mundo”, nos dejó dicho. De Él recibimos toda luz. No cabe duda de que de alguna manera nos tenemos que expresar los pintores, y la luz que recibimos de nuestro sol no deja de ser una chispita de la Luz con mayúscula. Nos está envolviendo todos los días, nos está ayudando a vivir. Pero también nos habla -en tantos momentos- de una presencia que ilumina. Descubro en lo más cotidiano de nuestro alrededor una belleza increíble. En formas, en colores, en luz. Una belleza que nos da pistas para encontrar dentro de nosotros esa misma luz, pero mucho más real. Porque lo que vemos entorno nuestro es tiempo, apariencia que dejará de ser. Y que nos habla de otra luz distinta, mucho más real -como digo-, que nunca acaba. Si aprendemos a descubrir esa Luz, entenderemos mejor la vida. Una vida que nos va a proporcionar momentos muy dichosos, aunque sea en el dolor.

- Así es. Pero esa luz interior a veces se oculta, y aparece la cruz. Y cuesta mantener la esperanza. Usted, cuando está pintando, es evidente que reza. Pero cuando aparecen esos momentos de cruz ¿se pinta de la misma manera?

- Bueno, yo creo que la cruz no está separada de la luz. Nunca Cristo brilló tanto como en el trono de gloria que es la Cruz. Lo que pasa es que aprender a descubrir esas claves -las claves del cristianismo- es una fuente inagotable de luz. Porque la cruz no acaba en si misma. La cruz acaba en la Luz infinita. La cruz acaba en la Luz del resucitado. Además la cruz nos enseña muchas cosas. El dolor asumido y bien vivido, se puede convertir en una fuente de alegría. Recuerdo ahora el testimonio de la madre de una chica tetrapléjica. Como contaba, con voz estremecida, que en aquella situación estaba viviendo casi los momentos más felices de su vida. En la entrega a su hija, en el reconocimiento de su vida a la luz de ese dolor, le había proporcionado creer en algo verdadero y auténtico. Estremecía escuchar a esa madre cuando contaba como se esforzaban las dos, como se reían. Yo creo que esa es la verdadera alegría.
- Sí, es el misterio del dolor. Y el misterio del amor. Las dos caras de la misma moneda.
- Claro.

- El estilo de la pintura de Isabel Guerra yo lo definiría como realismo trascendente, donde la pintura se despoja de lo superfluo y es visión de una alegría. Y todo ello me lleva a la felicidad. Dígame, ¿pintar le hace ser feliz?

- Para mí pintar es algo connatural a mi persona. No sé que sería de mí sin esa realidad. Es mi forma de vivir, mi forma de expresar todo lo que llevo dentro. Es una especie de carta permanente para los demás, para el mundo que me rodea. Yo pienso que la pintura es mensaje, algo que se hace para los otros. Hay pintores que piensan todo lo contrario. Que su pintura es para ellos. Y me parece respetable. En definitiva, no sé si me hace feliz o no me hace feliz. Lo que sí sé es que es mi vida. Es mi vida en cuanto a mi vocación profesional se refiere. Porque también mi consagración monástica es mi vida. Pero como hemos dicho antes todo ello es una unidad.

- Abundando un poco más en esto. Usted Madre ¿para quién pinta? En alguna ocasión ha dicho que la pintura es sobre todo comunicar.

- Claro, comunicar, yo pretendo comunicar.
- Con todo el que contemple sus cuadros.
- Con todo el que tenga la amabilidad de pararse delante de uno de mis lienzos y lo mire con el corazón abierto y con la mente abierta. Porque hay muchas formas de mirar. Cuando se miran las cosas con prejuicio nunca dicen nada. Lo que importa sobre todo es mantener el corazón abierto. Pues el arte más que una técnica es un “algo” que se tiene o que no se tiene. La técnica puede ayudar muchísimo en su dignidad estética, pero lo más importante es que el arte posea ese “algo” que te habla de una situación concreta del alma, del espíritu. Que te lleva a descubrir pistas, a interiorizar en tu propia existencia, para encontrar esos caminos y senderos -cada uno a su manera- que nos llevan a descubrir esa Luz y ese Amor que a lo mejor estás admirando en un cuadro.

- ¿Cómo es la vida cotidiana de una monja artista, de una monja que pinta?

- Es igual que la de las que no pintan. Igual. La que pinta -en este caso yo- hace el mismo horario que sus hermanas. Mientras ellas trabajan en nuestros talleres de restauración de documentos o en la encuadernación de libros, yo pinto. La vida de la pintora es exactamente igual. Sobre todo en cuanto a las horas dedicadas al oficio divino en nuestro coro, siempre con la mayor solemnidad posible, como es el carisma del Cister. La liturgia de alabanza es nuestra obligación primera y nuestro compromiso primero ante Dios y la Iglesia. Eso lleva en nuestra jornada muchas horas. Primero de preparación, pues un coro -aunque no se trate de un coro profesional (no por tener vocación religiosa vas a tener una gran voz)- tiene que preparar las celebraciones, y hay que mantener un aceptable nivel en el canto. Esto nos lleva desde las 5 de la mañana -que es cuando nos levantamos- hasta las 9,15, entre maitines, laudes y Santa Misa. Y sobre las 9,30 comienza nuestra jornada de trabajo. En ese equilibrio -que pide San Benito al monje- del “ora et labora”, de forma muy adecuada y sabia. Porque también el trabajo es una liturgia, y una oración, y una acción de gracias, que te da la posibilidad de vivir de ese trabajo de tus manos. El monje vive así, no es el mendicante que iba de puerta en puerta. Es la pobreza más actual. Los pobres de hoy somos los que vivimos del trabajo de nuestras manos. No se trata de miserias medievales. Se trata de la pobreza normal.

- En muchos de sus cuadros aparecen mujeres, niñas. ¿Qué le transmiten para que usted haga que sean protagonistas de esa luz que incide a su alrededor o en ellas mismas?

Se trata de jovencitas, aunque también hay niños. Pero prefiero un rostro más hecho. Ocurre que a través de la luz se expresan muchas cosas, pero a través de un rostro joven, lozano, lleno de ilusiones ante la vida, se puede transmitir frescura, esperanza, toda una serie de valores positivos de los que está tan carente el mundo de hoy. Siempre estamos oyendo a gente desalentada, que no espera nada, que ya no cree en nada. Que piensa que la vida es como es: una vida sin arreglo. Para pasarla o siempre sufriendo o lo más light posible.
- Es cierto.
- Y estas jovencitas tienen la facilidad de expresar muchas cosas. Y yo busco siempre rostros que expresen todo eso con un cierto candor y limpieza. Pues estamos también muy necesitados de que nuestros jóvenes se identifiquen con modelos y ejemplos que les hablen de una pureza muy perdida.

- Llaman la atención los títulos de sus cuadros. “La luz de tu palabra me ilumina”, “Abierta a tu misterio”, “La luz interior”, etc. Son como pequeñas jaculatorias.

- La realidad es que el noventa y nueve por ciento de los títulos son citas bíblicas. Citas de salmos y de la Sagrada Escritura. Porque la palabra de Dios tiene una fuerza muy especial, muy poderosa. La mayoría de la gente se me acerca curiosa y me dice: “qué títulos tan bonitos” o “escríbame una de esas frases que usted tiene”. O: “Yo no creo, pero esas frases me gustan”. Claro, yo me río por dentro. Pienso: “Si supieras lo que estás leyendo, que es pura palabra de Dios. Palabra que te está buscando y que te está haciendo bien. Si lo supieras igual no serías capaz de decir tan contundentemente: “yo no soy creyente”. También son un medio para que muchas personas comiencen a descubrir la Buena Noticia por medio de esos breves textos que acompañan a los cuadros en los catálogos. Tengo la alegría de que en muchas ocasiones se han producido verdaderos acercamientos a la fe. Me escriben cartas, o me dicen personalmente cosas como que “desde que vi tu exposición no sé que me ha pasado, pero he vuelto otra vez, estoy feliz”. Eso es quizá lo más gratificante que tiene mi trabajo.
- Es indudable que el Espíritu Santo sopla.
- Lo que ocurre es que el Señor se vale de cualquier circunstancia, pero claro cuando esa circunstancia es Su palabra, es que se vale de Él mismo.
- La palabra de Dios y la belleza de sus cuadros ¿no?
- No sé. El caso es que saca luz de la oscuridad. El poder siempre viene de Él. La luz del Espíritu es la que mueve a estas personas. A lo mejor cualquiera que pasa por una galería de exposiciones y decide entrar, de repente se encuentra con algo que no esperaba. Y eso es un soplo del Espíritu sin duda ninguna. Yo sólo soy un instrumento en sus manos, y que Él vaya dirigiéndome por donde quiera.

- En otros de sus cuadros se reflejan utensilios de cocina, libros, plantas y flores, botes de conserva, fruta, jarrones…Imágenes muy cotidianas y sencillas. ¿Qué nos quiere sugerir con ello?

- La idea es la misma. Esas imágenes cotidianas y sencillas nos están hablando de paz, de serenidad, de reconciliación. Imágenes que se transforman -por la luz- en algo vivo. Cuantas veces una persona distraída en otras cosas ve de pronto una puesta de sol, y de repente se conmueve hasta el fondo de su alma. Es una belleza muy auténtica, pero la hemos reiterado tanto y a veces tan mal, que puede parecer algo cursi. Pero a lo mejor, ante esa realidad maravillosa, una persona siente lo que no ha sentido en toda su vida, y le habla de Dios de una forma impresionante. Eso mismo es lo que puede pasarnos con un tarro de mermelada que está ahí, sobre la mesa de todos los días. Que de repente se ilumina por un rayo de sol. ¡Qué maravilla! Debemos aprender a encontrar las cosas como nuevas cada día, para que no nos aburra la vida, si no que nos lleve siempre al descubrimiento de la belleza que nos rodea y nos anima desde dentro.

- Pues sí.

- Hace poco publicó “El libro de la paz interior”.

- Ya lleva diez ediciones. La última más para regalo, en un formato mayor. Pero es el mismo libro.

- El libro es precioso, sumamente recomendable. Tanto en sus textos como por los cuadros que se reproducen. Madre, ¿todo lo que hay en este libro es fruto de su oración?

- Los textos están escritos en ratos de oración. Son reflexiones muy a mi estilo. No sé si buenas, malas o regulares. Son retazos de mi manera de pensar y de sentir ante la realidad de la Buena Noticia. Son oraciones, algunos como letanías. Además esos textos están escritos de una forma muy espontánea, y nunca corregidos. A mí las cosas o me salen de seguido o no salen.

- Una última pregunta, si me lo permite.
¿Qué es para Isabel Guerra la poesía?


- Vamos a remitirnos a lo que hemos venido hablando durante este rato de charla. La Poesía es la emanación de un espíritu muy dado a la contemplación, al contacto con las realidades trascendentes -de una o de otra forma-. Es un acto de estética profunda del uso de la palabra. Pero insisto en que fundamentalmente es ese “algo” que se traduce en palabra, que tiene que llegar al corazón de los demás. Será más poesía y más bella tanto en cuanto más y mejor pueda entrar en el corazón y en el alma de quien la lee o la escucha. Eso es poesía para mí.

- Muchas cosas se quedan pendientes. Otra vez será. Muchísimas gracias por dedicarme este tiempo.

- Gracias a ti, por este delicioso rato de charla con un amigo.


Comentarios al autor: Guillermo Urbizu
Si quieres conocer más artículos de Guillermo Urbizu: Haz Click







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |