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Entrevista al Dr. Gil Cantero, coeditor de Educar en la Universidad de hoy (Ediciones Encuentro)
Por: Luis Javier Moxó Soto | Fuente: Catholic.net

Fernando Gil Cantero (Valladolid, 1963) es doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación y Profesor Titular de Universidad en el Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la Facultad de Educación –Centro de Formación del Profesorado- de la Universidad Complutense. Fue premio extraordinario de licenciatura y doctorado de la Universidad Complutense y becario del Plan Nacional de Formación del Personal Investigador. Es Codirector de Grupo de Investigación Interuniversitario de Antropología y Filosofía de la Educación (GIAFE) y Coordinador del Máster de Estudios Universitarios Avanzados en Pedagogía de la Facultad de Educación. Ganador del Premio José Manuel Esteve en el año 2012.
Fernando Gil Cantero es coeditor junto con David Reyero García, de un libro muy interesante que ha publicado Ediciones Encuentro, y que lleva por título “Educar en la Universidad de hoy. Propuestas para la renovación de la vida universitaria”, en el que se ofrece una necesaria reflexión sobre los problemas de la vida universitaria, así como propuestas concretas para salir de la rutina y la mediocridad imperante, viviendo auténticas experiencias de conocimiento y convivencia. La mayor parte de sus autores forman parte, desde su inicio, del Grupo de Investigación Interuniversitario de Antropología y Filosofía de la Educación (GIAFE) de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense, y comparten una gran preocupación por la deriva que la Universidad está tomando al adoptar, en muchos casos, direcciones contrarias a los fines que les son propios.
Por todo ello, preguntamos al Dr. Fernando Gil: ¿ha habido un desplazamiento progresivo, y corrupto, del interés general de algunos docentes universitarios, del bien y de la formación de los estudiantes al propio beneficio curricular y méritos propios?
Lo que nos encontramos en la actualidad es una evaluación externa más o menos exigente de la línea investigadora propia de cada profesor, mientras que no existe una evaluación externa exigente del mismo modo con respecto a la docencia impartida. Esta situación sí puede provocar que los docentes estén más preocupados en su currículum y en sus méritos propios que el interés general de la docencia. Haga lo que haga va a cobrar lo mismo como profesor no así como investigador.
¿Qué diferencias clave podemos encontrar entre una persona con título universitario y la que no lo tiene? ¿La formación universitaria garantiza profesionales moderados, reflexivos y maduros?
Sería deseable que así fuese. El problema que tienen los estudios universitarios, y los profesionales que forman, tiene que ver con una cierta desorientación cultural que hace muy difícil establecer valores comunes más allá de algunas frases tópicas. Esta desorientación no es tan evidente en los estudios de lo que podríamos reconocer como ciencias puras o disciplinas técnicas, pero si en aquellos otros que tienen una dimensión práctico moral como los educativos por ejemplo. Si todo vale o si nadie puede establecer criterios para juzgar una vida como buena, mejor o más valiosa, ¿cómo educar? ¿Para qué? Toda intervención en ese campo se tornará en algo meramente técnico para fines que nosotros no podemos definir y que se dejan en manos los poderes públicos o económicos. El juicio reflexivo y maduro sobre la realidad social y sobre los fines de la vida humana queda fuera de ese juego y en el mejor de los casos solo se forma el juicio sobre aspectos instrumentales. Eso es lo que queremos evitar y sobre eso invitamos a reflexionar en este libro.
¿Cómo está siendo integrado el aprendizaje servicio solidario, en la formación de competencias, dentro de la docencia universitaria?
Cada vez está extendiéndose más la metodología y la filosofía general del aprendizaje servicio en las universidades. Del mismo modo está cobrando cada vez más fuerza la perspectiva de la responsabilidad social de las universidades. En nuestro país tenemos ejemplos muy diversos, en algunos casos con una difusión muy amplia y en otros con una presencia nula. Lo que no debemos de perder de vista es, en cualquier caso, las implicaciones éticas que la formación universitaria debe de trasmitir a los nuevos graduados con sus responsabilidades en la participación de la mejora de calidad de vida de la ciudadanía.
El "pararse a pensar" de los seminarios de lectura, ¿qué repercusiones tiene en el estudiante? ¿logran buscar un tiempo de reflexión dentro de la velocidad comunicativa de la época actual?
En efecto, la lectura sosegada de textos, línea a línea, de libros de autores importantes, bien clásicos o muy debatidos en el área de especialización correspondiente, proporciona al alumnado un margen de reflexión, argumentativa, crítica, diferente y creemos que formativa al darse en un espacio no sujeto a evaluación inmediata y que trata de responder a las inquietudes de pensamiento y de valoración de la realidad en la que cada uno vive. Poder discutir de ideas, sin las prisas de los apuntes, de los exámenes, de los temarios, proporciona un complemento de formación al pensamiento muy provechoso.
Por último, D. Fernando, quisiera que nos dijera si detectada la carencia de recursos para contemplar la revelación moral, y siendo tan importante la honestidad profesional en nuestros días, ¿cómo puede fomentarse la competencia de integridad moral en el estudiante universitario?
La formación de la honestidad profesional no es por supuesto exclusiva de la universidad. Todo educador, padres incluidos, forma en último término la dimensión moral de la persona que es el fruto de actividades de muy diversa índole y que recorren toda la vida del estudiante, no sólo su faceta de universitario y que desembocaran en esa honestidad reclamada. En este sentido será siempre un logro compartido con otras instancias educativas. Lo propio de la universidad es la herramienta que utilizamos para conseguir ese objetivo. En nuestro caso es el conocimiento. El trabajo que aparece en el libro del profesor Francisco Esteban recoge muy bien cuatro virtudes que pueden nacer de esa especificidad universitaria y que contribuyen a lograr la integridad profesional. Esas cuatro virtudes, propias de una vida universitaria auténtica son: el esfuerzo, la prudencia, la autenticidad y la elegancia. Conocer profundamente, tal y como la universidad pretende, implica trabajar esforzadamente, juzgar la realidad de forma prudente, no desatender las preguntas importantes a las que se enfrenta el ser humano dejándose llevar por lo urgente, y trabajar de una manera elegante que no es otra cosa que hacer el trabajo con pulcritud y tratar a los otros, aún en las disputas más agrias, con la debida consideración.


