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La corrección fraterna

¿Cómo lo haría el Señor en mi lugar?
No es el espíritu de venganza ni de dominio público quien nos prescribe la corrección fraterna, sino la caridad. No nos hagamos, pues, inquisidores de la vida del prójimo sin tener autoridad para ello.


Por: Antonio Royo Marín, O.P. | Fuente: Teología de la Caridad



En general ha de procurarse que la corrección sea caritativa, paciente, humilde, prudente, discreta y ordenada.

a) CARITATIVA, o sea, debe aparecer con toda claridad que buscamos únicamente el bien del corregido, sin dejarnos llevar de ninguna pasión desordenada. En general, solamente se acepta la corrección que va acompañada de una entrañable e inconfundible caridad. Hay que extremar la dulzura y suavidad en las forma, sin perjuicio de la firmeza necesaria en el fondo. Es un hecho que la benignidad y suavidad de formas obtienen resultados incomparablemente superiores a los que se hubiera alcanzado con el rigor excesivo y la severidad exagerada. Al corregir lo malo del prójimo no nos olvidemos de ponderar y alabar discretamente lo mucho bueno que tiene. Fácilmente conquistaremos así su corazón y aceptará con gratitud nuestra caritativa corrección.

b) PACIENTE. Muchas veces será imposible obtener en seguida resultados enteramente satisfactorios. Hay que saber esperar, volviendo a la carga una y otra vez con suavidad y paciencia hasta que suene la hora de Dios.
No debe exigirse a un niño, a un alumno, a un principiante, la perfección completa y consumada en su manera de obrar. Ello equivaldría a pedirle un imposible y a lanzarle a la desesperación o desánimo. Hay que comenzar por lo más importante: lo que es pecado, lo que molesta a los demás o puede escandalizarles, lo que puede comprometer su porvenir. Poco a poco, de una manera progresiva y gradual, se pasará a otras cosas más finas y delicadas.

"El madero-escribe a este propósito un autor anónimo (Cf. Flores y frutos del espíritu cristiano (Barcelona 1930) p-29-31.)-no acoge al punto la llama. Primero se seca, luego se va caldeando por sus grados, y así, gradualmente, se dispone para apetecer él mismo el fuego que antes resistía con todas sus fuerzas. De esta suerte ha de ser inducido un ánimo a aquello a que por su naturaleza tiene horror.
Las repentinas mudanzas son obra de Dios, no de los hombres. A nosotros nos enseñan la naturaleza y el arte a obrar despacdio y por sus grados; intensa, pero suavemente. Si tu primer lance no fuera afortunado, ten buen ánimo; más no seas importuno. La cera, que recibe fácilmente a una imagen, con la misma facilidad la deja; el mármol, que a fuerza de muchos golpes la recibe, ni por siglos la dejará.
Muchas veces corregimos un defecto con otro mayor, dejándonos llevar de nuestras propias pasiones; de donde nace que no tanto tratamos de enmendar a otro como de satisfacer nuestra indignación. ¿Quién llama al médico para que se indigne con el enfermo, y combata a éste antes que a la enfermedad? Debes tener como principio cierto que ningún medicamento será eficaz contra el mal si no lo aplica una mano amiga. La uña en una llaga no templa, sino que aumenta el dolor, y un continuo aguijón causa molestia y aumenta el odio. Las postemas quieren ser tratadas con mano blanda y con mucha suavidad;de otra suerte será intolerable su curación.
El miedo no es durable corrector de costumbres, ni por mucho tiempo las enmendará. El fuego, comprimido violentamente, aborta en explosiones; si se le da salida y desahogo, acaba, sin daño, en humo. Los que exasperan con los remedios duros, ceden a los blandos. El fin de la corrección ha de ser la enmienda: ¿de qué sirve una corrección que ha de producir sólo obstinación y empeorar a los culpables? La malicia nunca se vence con malicia; ésta se ha de vencer con la bondad".


c) HUMILDE. Es una de las características más indispensables para la eficacia de la corrección fraterna. Una corrección altanera y orgullosa producirá casi siempre efectos contraproducentes.



"Quien corrija a su hermano-escribe a este propósito el P. Plotzke (Mandamiento y vida (Patmos, Madrid 1958, p.181.)-hará bien si primero examina con diligencia qué es lo que se va a reprochar. También es muy aconsejable hacerse la siguiente pregunta: ¿Cómo lo haría el Señor en mi lugar? Quien haya de corregir a un hermano que ha errado no debe nunca confiar en sus propias fuerzas, y estaría muy equivocado si pensase que él es mejor que el otro. Todos somos pecadores delante de Dios y todos necesitamos de su misericordia. La vana confianza en sí mismo enturbia la mirada, y la crítica de los defectos del prójimo provoca en éste la reacción contraria, haciendo que se disponga, más que a reconocerlos y confesarlos, a disimularlos o a justificarlos. Nadie tolera que le corrija una persona altiva y que se tiene por intachable".


d) PRUDENTE. Hay que escoger el momento y la ocasión más oportuna para asegurar el éxito. En general, no convendrá a hacerla estando turbado el culpable, pues es muy difícil que acepte entonces la corrección. No debe hacerse jamás al marido delante de la mujer, a un padre delante de sus hijos, a un superior delante de sus inferiores. Si se prevé que será mejor recibida si la hace otro, será prudente servirse de esta tercera persona intermediaria. Hay que procurar, en todo caso, humillar al culpable lo menos posible; y nunca debe corregírsele en público, a no ser que lo exija así el bien común y se haya intentado repetidas veces, sin éxito, la corrección privada y secreta.

e) DISCRETA. No seamos tales que no dejemos pasar ningún defecto sin la correspondiente increpación. La corrección ha de ser moderada y discreta. Hecha a cada momento y a propósito de todo, cansa y atosiga al que la recibe, que acaba por no tenerla en cuenta para nada. La corrección se debilita en la medida en que se la prodiga. Hay que ser discretos y saber disimular los defectos de poca monta para conservar el prestigio y la autoridad en la corrección de los verdaderamente importantes. Muchas veces se queda sin nada el que lo pretendió todo.

"Sería irritante-escribe a este propósito el P. Noble-que nos pusiéramos al acecho de las faltas de los demás y que, por cualquier motivo y fuera de propósito, les avisáramos con arrogancia y en tono amenazador. No es el espíritu de venganza ni de dominio público quien nos prescribe la corrección fraterna, sino la caridad. No nos hagamos, pues, inquisidores de la vida del prójimo sin tener autoridad para ello. Aun el superior, que tiene el deber más estricto de la corrección fraterna, hará muy bien de aportar a sus admoniciones la más exquisita prudencia. Debe evitar la vigilancia excesiva e insitentes sobre las faltas de sus subordinados. Lejos de desplegar sobre este punto un celo indiscreto, debe preferir más bien que se presenten por sí solas las ocasiones ed corregir y de advertir".


f) ORDENADA. Ha de procurarse en toda corrección salvar la fama del corregido, y para ello debe observarse el orden establecido por Cristo en el Evangelio (Mt. 18, 15-17). De suerte que primero se haga la corrección en privado, o sea, a solas con el culpable; luego, con uno o dos testigos, y, finalmente-si todo lo anterior ha fallado-, recurriendo al superior. Este, a su vez, comenzará con una corrección paternal, recurriendo a la judicial únicamente cuando no se pueda conseguir de otra manera la enmienda del culpable.



Este orden, sin embargo, puede invertirse en circunstancias especiales, a saber:
a) Cuando el pecado es ya público o lo será muy pronto.
b) Si es gravemente perjudicial para otros.
c) Si se juzga prudentemente que el aviso secreto no ha de aprovechar.
d) Si es preferible manifestar en seguida la cosa al superior.
e) Si el delincuente cedió su derecho, como acontece en algunas Órdenes religiosas.


Estas son las principales características que ha de tener la corrección fraterna en general, si queremos asegurar su oportunidad y eficacia. Habrá que distinguir también la calidad o condición de la persona a quien corregimos, ya que no es lo mismo una corrección dirigida a un inferior que a un superior. Y así:


a) Con los iguales e inferiores, debe atenderse principalmente a la benignidad y humildad, recordando las palabras de San Pablo: "Hermanos, si alguno fuere hallado en falta, vosotros, los espirituales, corregidles con espíritu de mansedumbre, cuidando de ti mismo, no seas también tentado" (Gal. 6, 1).


b) Con los superiores guárdese la debida reverencia: "Al anciano no le reprendas con dureza, más bien exhórtale como a padre" (I Tim. 5, 1). Téngase en cuenta, además, que rara vez habtá obligación de corregir a un superior, por los inconvenientes que se seguirían. Es mejor, cuando la gravedad del caso lo requiera, manifestar humildemente al superir mayor los defectos del superior inmediato que perjudican al bien común, para que ponga oportuno remedio según su caridad y prudencia.

 

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