Héroes de carne y hueso
Por: Sr. José Antonio Elrío y Sra. María Luisa Carela | Fuente: Libro: Secretos del Amor

29 de mayo de 1997
Nuestra pequeña historia se remonta unos cuantos años atrás -veintidós no son tantos-, a una sencilla ciudad "de paso", Igulada. "De paso" porque ninguno de los dos somos naturales de ahí, sino del vecino Aragón.
Casados desde hace veinte años, hemos procurado vivir el día a día sin grandes pretensiones, y hasta la fecha sin graves problemas, como la gente de a pie. Nuestra historia común ha tenido luces y sombras, aunque los momentos de luz siempre han iluminado los pequeños eclipses de la vida común.
Tres hijos, dos varones y una chica muy maja. Todos sanos, estudiosos, avispados y cariñosamente traviesos. Ellos constituyen los momentos más dichosos de nuestra vida matrimonial: los nacimientos, las primeras comuniones, la confirmación de José Ramón, nuestro hijo mayor.
Pero también felices al ver cómo se van desarrollando los simples acontecimientos cotidianos: los primeros pasos de los pequeñines, con sus vacilaciones, sus caídas, sus lloriqueos; los primeros balbuceos, el primer "papá", "mamá", la llegada de la edad para ir al colegio, etc. En fin, cosas sencillas que se suceden todos los días en todas las familias en todos los países, y que consideramos tan natural como que el día sucede a la noche.
A veces ganar el pan cotidiano nos pudo complicar un poco la vida. Quizá los momentos más difíciles hayan sido los años que hemos tenido que estar separados al tener que trabajar en sitios distintos, algunos tan lejanos como Huesca y la Línea de la Concepción, o también Huesca y Ondárroa. Siempre lo hemos llevado con optimismo pensando que, al fin y al cabo, nuestra separación física era por motivos de fuerza mayor, y en definitiva, era el bien de la familia que exigía un trabajo estable, y por lo mismo aquella separación.
Siempre gozamos de buena salud y, con la gracia de Dios, nos pudimos ir arreglando entre vacaciones, puentes y fines de semana para encontrar tiempos más o menos amplios en los que nos reuníamos otra vez. En peor situación, ciertamente, se encontraban los que debían estar separados por enfermedad grave, falta de medios u otras circunstancias más penosas. Siempre confiamos en que aquella situación sería pasajera y que tendría un final feliz, cosa que se cumplió.
Así fue, así es y así esperamos que siga siendo. Hasta la fecha nuestro matrimonio nos ha ido bien. Es un don maravilloso de Dios, que acojemos, cuidamos y fortalecemos.
No merece la pena cambiar nada, no por seguir aquello de "más vale malo conocido que bueno por conocer", sino porque muchas veces en lo sencillo, en las cosas de cada día, en lo ordinario se esconde un amor mutuo extraordinario.
Reflexión:
"En las cosas de cada día... se esconde un amor mutuo extraordinario". Éstos son unos héroes normales.
Paradójico, ¿verdad? Sí, el héroe es alguien "fuera de serie", el "no va más", el "espectacular", el "famoso". Y la gente normal, es, eso, "normal y corriente", de carne y hueso. De hecho, ¿cuántos de mis lectores sabe dónde queda Igulada? Lo que te digo, gente "normal".
Pero quiero, al menos en esta ocasión, hacer justicia a inmensa multitud de auténticos héroes que conservan la juventud en nuestro planeta, y que evitan que éste se convierta en un viejo museo.
¿Sus características? Fidelidad a toda prueba, espíritu de sacrificio, entrega incondicional, silencio, madurez y alegría.
Nunca salen en los periódicos porque no matan a nadie, y sin embargo no hacen más que dar la vida. No salen en las películas porque no cuelgan una sonrisa "colgate", y sin embargo en sus ojos brilla la más radiente felicidad. No son famosos porque no provocan escándalos nacionales, y sin embargo, llevan sobre sus espaldas a la nación entera con su trabajo honesto y su familia unida. Éstos son –¡sí, señor!- los héroes que necesita el mundo.
Y por encima de todo y en medio de todo -de todo- ¡un amor extraordinario! "Si el amor reinara en la tierra, sobrarían todas las leyes" -qué bien lo intuía ya un pagano, Aristóteles, cuatro siglos antes de Cristo-.
Este artículo es parte del libro "Secretos del Amor" del Juan Ramón de Andrés

