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GPS para la santidad: Capítulo VI

El Crecimiento en la santidad: Las virtudes teologales y cardinales
El amor de Dios es siempre nuevo, fresco y bello en cada instante.


Por: P. Antonio Rivero, L.C | Fuente: Catholic.net



Introducción

            Siempre que se comienza a hablar de virtudes teologales, quizás algunas personas se disponen a aguantar un discurso hecho de prescripciones, un sermón que perciben como alejado de los propios intereses. Las virtudes teologales parecen estar reservadas a pocos, mientras que la mayoría no tiene ocasión de practicar ni de conocer a fondo, sobre todo si está ocupada en los asuntos de este mundo. Algo teórico, pues, para la mayor parte de los comunes mortales, que toca muy poco el propio interés y la propia vida.

            Y no debería ser así. Porque la vida de fe, esperanza y caridad debería ser el hábitat y la atmósfera en que respira el cristiano, so pena de asfixiarse y ahogarse con el smog materialista de nuestro mundo.

            Es más, el crecimiento en las virtudes es ni más ni menos que el crecimiento en la santidad, de la que venimos hablando desde el inicio.

            Hay que dejar bien claro que el crecimiento en la vida espiritual se debe a la gracia de Dios, sin duda alguna. Es la gracia de Dios, tanto la gracia santificante como la gracia actual –que ya explicamos antes- la que va perfilando en nosotros la santidad, manifestándose esta santidad en el crecimiento de las virtudes.



Lo único que debe hacer el hombre es estorbar lo menos posible a Dios en esta obra espléndida de la santidad en el alma y de colaborar lo más fielmente posible con la gracia de Dios, pues Dios nada hará si nosotros no correspondemos con Él.

            Expliquemos las virtudes, primero las virtudes teologales y después las virtudes cardinales o morales.

 

I.  Las virtudes en general

            Las virtudes no son una cosa que uno se pone y se quita, ni un título o diploma de estudios. Ni siquiera la virtud es un don natural con el que nacemos, porque si así fuera no sería virtud.



Sin embargo, hay que aclarar que en la naturaleza humana existe una disposición y capacidad para la virtud que facilita la adquisición de las mismas cuando se ponen los medios adecuados para ello.

            Virtud es una disposición habitual de la persona, adquirida por el ejercicio repetido del actuar consciente y libremente, con la ayuda de Dios, en orden a la perfección o al bien. La virtud para que sea virtud tiene que ser habitual, y no un acto esporádico, aislado. Debe ser como una segunda naturaleza a la hora de actuar, pensar, reaccionar, sentir.

            Lo contrario a la virtud es el vicio, que es también un hábito adquirido por la repetición de actos contrarios al bien.

 

II.  Virtudes teologales

            Son tres: fe, esperanza y caridad. Fueron infundidas por Dios en nuestra alma el día de nuestro bautismo, pero como semilla, que había que hacer crecer con nuestro esfuerzo, oración, sacrificio.

 Fin de las virtudes teologales: Dios nos dio estas virtudes para que seamos capaces de entrar en diálogo con Él y actuar a lo divino, es decir, como hijos de Dios, y así contrarrestar los impulsos naturales inclinados al egoísmo, comodidad, placer. Con estas virtudes podemos ser santos. Es más, gracias a ellas podemos entrar en comunión con Dios que es la Santidad misma.

Características de las virtudes teologales

  1. Son dones de Dios, no conquista ni fruto del hombre.
  2. No obstante, requieren nuestra colaboración libre y consciente para que se perfeccionen y crezcan.
  3. No son virtudes teóricas, sino un modo de ser y de vivir.
  4. Van siempre juntas las tres virtudes.

 

A)  Virtud teologal de la Fe

Definición: la fe es una virtud, infundida por Dios en el bautismo; es un don, una luz divina por la cual somos capaces de reconocer a Dios, ver su mano en cuanto nos sucede y ver las cosas como Él las ve. Por tanto, la fe no es un conocimiento teórico, abstracto, de doctrinas que debemos aprender. La fe es la luz para poder entender las cosas de Dios y entrar en diálogo con Él.

Características:

  1. La fe es un encuentro con Dios, con su designio de salvación. Y con la fe el hombre responde libremente a ese encuentro con Dios entregándose a Él, con la inteligencia y la voluntad.
  2. La fe es sencilla, no está hecha de elucubraciones y discursos, sino de verdadera adhesión a Dios, como María, como Abraham y tantos otros santos.
  3. La fe es vital, es decir, debe cambiar nuestra vida, demostrarse en nuestra vida. Por eso, hay que vivir de fe.
  4. La fe es experiencial, es decir, es un conocimiento de Dios en la intimidad. Los que tienen fe gozan de Dios. No es un sentimiento, sino un conocimiento del espíritu que Dios nos concede para intimar con Él. Este conocimiento experimental de Dios tiene sus momentos privilegiados para manifestarse a las almas: en el sacrificio, el dolor, en los momentos de prueba, cuando se requiere de humildad y de un mayor desprendimiento de sí mismos.
  5. La fe es objetiva, es decir, no se queda a nivel subjetivo, intimista, sino que creemos en un Dios que se ha revelado a través de la Palabra que hemos recibido de la Iglesia; Palabra que es preciso conocer, aprender y hacerla vida. Los dogmas de la Iglesia son luces en el camino de nuestra fe; lo iluminan y lo hacen seguro.
  6. La fe termina en compromiso. Compromete nuestra vida con Dios en la fidelidad a su Ley y en la donación total a Él. Compromiso de defenderla con nuestra palabra y testimonio, alimentarla con la continua lectura y meditación de la Biblia y difundirla a nuestro alrededor en el apostolado.

B) Virtud teologal de la esperanza

            ¿Cómo debe reaccionar un cristiano ante el mal, los problemas, las dificultades de la vida? Hay quienes caen en el desaliento y piensan que no hay nada que hacer, que todo es inútil. Hay otros que dicen que nuestra esperanza es ingenuidad e idealismo. Hay quien nos dice que la esperanza es algo egoísta.

            ¿Por qué no es propio de un cristiano el desaliento y la desesperación? ¿En verdad Dios actúa en nuestras vidas? ¿Cuál debe ser la mayor aspiración de un cristiano?

Definición: Es la virtud teologal, infundida por Dios en el bautismo, por la cual deseamos a Dios como Bien Supremo y confiamos firmemente alcanzar la felicidad eterna y los medios para ello. Gracias a esta virtud de la esperanza confiamos en Dios, a pesar de todas las dificultades.

 

Fundamento

            La esperanza nos hacer vivir confiados porque creemos en Cristo que es Dios omnipotente y bondadoso y no puede fallar a sus promesas. Así dice el Eclesiástico: “Sabed que nadie esperó en el Señor que fuera confundido. ¿Quién, que permaneciera fiel a sus mandamientos, habrá sido abandonado por Él, o quién, que le hubiere invocado, habrá sido por Él despreciado? Porque el Señor tiene piedad y misericordia” (2, 11-12).

Efectos

  1. Pone en nuestro corazón el deseo del cielo y de la posesión de Dios, desasiéndonos de los bienes terrenales.
  2. Hace eficaces nuestras peticiones.
  3. Nos da el ánimo y la constancia en la lucha, asegurándonos el triunfo.
  4. Nos proyecta al apostolado, pues queremos que sean muchos los que lleguen a la posesión de Dios.

Obstáculos

  1. Presunción: esperar de Dios el cielo y las gracias necesarias para llegar a él, sin poner por nuestra parte los medios necesarios.
  2. Desaliento y desesperación: harto tentados y a veces vencidos en la lucha, hombres y mujeres se desaniman y piensan que jamás podrán enmendarse y comienzan a desesperar de su salvación.

 

La Eucaristía, prenda del mundo venidero

            La esperanza de la venida del Reino se realiza ya de manera misteriosa y verdadera en la comunión eucarística. La comunión es el comenzar a gustar esa promesa del cielo y alimentar el deseo de la posesión eterna. Es una anticipación de la vida eterna aquí en la tierra. Y es la seguridad y la certeza de nuestra esperanza.

 

C) Virtud teologal de la caridad

            La fe y la esperanza no tienen ningún sentido si no desembocan en el amor sobrenatural o caridad cristiana. Por la fe tenemos el conocimiento de Dios, por la esperanza confiamos en el cumplimiento de las promesas de Cristo y por la caridad obramos de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio y llegamos a la unión íntima con Dios Amor.

Definición: Es la virtud infundida por Dios en el bautismo por la que podemos amar a Dios y a nuestros hermanos por Dios. Por la caridad y en la caridad, Dios nos hace partícipes de su propio ser que es Amor.

            La experiencia del amor de Dios la han vivido muchos hombres y mujeres. San Pablo dice: “Me amó y se entregó por mí”. Y quienes han experimentado este amor han quedado satisfechos y han dejado todas las seguridades de la vida para corresponder a este amor de Dios.

 

Características del amor de Dios

El amor de Dios es lo más cierto y lo más seguro: existió desde siempre, estaba antes que naciéramos. Una vez que es encontrado este amor de Dios, se llega incluso a tener la sensación de haber perdido inútilmente el tiempo, entretenidos y angustiados por muchas cosas por las que no merecía la pena haber luchado y vivido.

El amor de Dios es sólido y firme, es como la roca de la que nos habla el evangelio; mientras que el amor humano es a veces tan voluble, tan inconsistente e inconstante. El amor humano hay que sostenerlo continuamente, alimentarlo constantemente...so pena de apagarse. Sin embargo, el amor divino siempre está ahí firme. Pero hay que corresponder a ese amor divino, si no, podemos perderlo. Aún así, podemos recuperarlo, porque el amor de Dios perdona.

El amor de Dios es siempre nuevo, fresco y bello en cada instante. La experiencia de san Agustín es muy reveladora: “¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y deforme como era me lanzaba sobre las cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo mas yo no estaba contigo... Me llamaste y clamaste y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste y deseé con ansia la paz que procede de Ti” (Confesiones, libro IX).

El amor de Dios es perpetuo, no se acaba, no se cansa, no tiene límites. Dios cuando ama, ama para siempre.

 

Características del amor cristiano

La sinceridad y la pureza: debe ser un amor que nace de la interioridad de la persona. No puede ser un amor de apariencias. Jesús mira siempre el corazón de la gente y por eso alaba a esa pecadora arrepentida y echa en cara la hipocresía de los fariseos.

El servicio al necesitado: socorrer al que tiene necesidad en el cuerpo o en el alma. Cristo cura las enfermedades, da de comer, consuela a los tristes, ilumina la mente y el corazón, ofrece el perdón. Servir al otro, porque percibimos el valor de las almas y de su salvación.

El perdón y la misericordia: son las expresiones más exquisitas del amor que Dios nos ofrece, a través del ejemplo de su Hijo Jesucristo. Posiblemente la faceta del perdón que más cuesta es el olvido de las injurias y de la difamación. Solamente la gracia de Dios puede conceder la paz, el perdón y el amor hacia el difamador.

Universalidad y delicadeza: Universal, porque tengo que amar a todos, por ser hijos amados de Dios. Delicada, porque busca manifestarse en las cosas pequeñas, tiene en cuenta las características y sensibilidad de cada persona.

 

Himno a la caridad de san Pablo (1 Cor, 13, 1ss)

  1. La caridad es paciente, no se irrita: paciencia no es ese encogerse de hombros ante las contrariedades y aguantar hasta tiempos mejores, ni ese “qué se le va hacer”. Es aguante pero positivo -cara a Dios- que se sobrepone a la indiferencia, a las contrariedades, a los malos tiempos, a la ingratitud, porque descansa en Dios.
  2. Es benigna: engendra el bien, la dulzura, la bondad.
  3. No es envidiosa, ni se hincha: porque se alegra del triunfo de los demás y los hace propios.
  4. Todo lo tolera, no es interesada.
  5. Todo lo excusa, no es descortés, todo lo espera.
  6. Se complace en la verdad.
  7. La caridad no pasará jamás.

 

Resumen de la ley

            Jesucristo en el Evangelio predica el amor a Dios sobre todas las cosas y el amor al prójimo como a sí mismo, como el principal mandamiento. Predica las dos reglas como único mandamiento. Esto quiere decir que el amor de Dios y a Dios, cuando es verdadero, hace brotar necesariamente el amor hacia los hombres, nuestros hermanos.

            La caridad divina tiene la peculiaridad de vaciarnos del egoísmo y de vivir en todo la entrega y la generosidad, es decir, el amor. Cuando hay discordias y egoísmos, Dios no está en esa alma. Pero cuando hay apertura, sencillez, disponibilidad, desapego, servicio, perdón...entonces es señal de la presencia de Dios en esa alma.

            El amor al prójimo significa búsqueda del bien de todos los hombres que están al alcance: nuestros familiares, amigos, compañeros de estudio o trabajo, todos aquellos que caminan con nosotros, aún los que nos han causado algún daño.

            En el amor de Dios se crece cada día, practicándolo y abnegándose. En el amor se camina, se crece, con la gracia de Dios. Este amor se demuestra cumpliendo la voluntad de Dios, observando sus mandamientos, poniendo atención a las inspiraciones del Espíritu Santo, siendo fieles a los deberes del propio estado.

            El que tiene verdadera caridad es un apóstol entre sus hermanos y es capaz de superar todo temor y respeto humano.

 

III.  Virtudes Cardinales

            Se llaman cardinales porque son el gozne o quicio (cardo, en latín, significa gozne) sobre el cual gira toda la vida moral del hombre; es decir, sostienen la vida moral del hombre. No se trata de habilidades o buenas costumbres en un determinado aspecto, sino que requieren de muchas otras virtudes humanas. Estas virtudes hacen al hombre cabal. Y sobre estas virtudes Dios hará el santo, es decir, infundirá sus virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo.

            Al igual que en las virtudes teologales, también Dios puso como semilla en nuestra alma estas virtudes cardinales y dejó al hombre el trabajo de desarrollarlas a base de hábitos y voluntad, siempre, lógicamente, movido por la gracia de Dios.

          Estas cuatro virtudes son como remedio a las cuatro heridas producidas en la naturaleza humana por el pecado original: contra la ignorancia del entendimiento sale al paso  la prudencia; contra la malicia de la voluntad, la justicia; contra la debilidad del apetito irascible, la fortaleza; contra el desorden de la concupiscencia, la templanza.

 

A) Prudencia         

Definición: Virtud infundida por Dios en el entendimiento para que sepamos escoger los medios más pertinentes y necesarios, aquí y ahora,  en orden al fin último de nuestra vida, que es Dios. Virtud que juzga lo que en cada caso particular conviene hacer de cara a nuestro último fin. La prudencia se guía por la razón iluminada por la fe. La prudencia es necesaria para nuestro obrar personal de santificación y para nuestro obrar social y apostólico. Esta virtud la necesitan sobre todo los que tienen cargos de dirección de almas: sacerdotes, maestros, papás, catequistas, etc.

Abarca tres elementos: pensar con madurez, decidir con sabiduría y ejecutar bien.

Medios: Los medios que tenemos para perfeccionar esta virtud son: preguntarnos siempre si lo que vamos a hacer y escoger nos lleva al fin último; purificar nuestras intenciones más íntimas para no confundir prudencia con dolo, fraude, engaño; hábito de reflexión continua; docilidad al Espíritu Santo; consultar a un buen director espiritual o confesor. El don de consejo perfecciona la virtud de la prudencia

B)  Justicia

Definición: Virtud infundida por Dios en la voluntad para que demos a los demás lo que les pertenece y les es debido. La justicia es necesaria para poner orden, paz, bienestar, veracidad en todo.

¿Qué abarca? Abarca nuestras relaciones con Dios, con el prójimo y con la sociedad.

Medios: Los medios para perfeccionar la justicia son: respetar el derecho de propiedad en lo que concierne a los bienes temporales y respetar la fama y la honra del prójimo. 

La virtud de la justicia regula y orienta otras virtudes:

  1. La virtud de la religión inclina nuestra voluntad a dar a Dios el culto que le es debido;
  2. La virtud de la obediencia que nos inclina a someter nuestra voluntad a la de los superiores legítimos en cuanto representantes de Dios. Estos superiores son: los papás respecto a sus hijos; los gobernantes respecto a sus súbditos; los patronos respecto a sus obreros; el Papa, los obispos y los sacerdotes respecto a sus fieles; los superiores de una Congregación religiosa respecto a sus súbditos religiosos.

 

C) La fortaleza

Definición: Es la virtud, infundida por Dios,  que da fuerza al alma para correr tras el bien difícil, sin detenerse por miedo, ni siquiera por el temor de la muerte. También modera la audacia para que no desemboque en temeridad.

Tiene dos elementos: atacar y resistir. Atacar para conquistar metas altas en la vida, venciendo los obstáculos. Resistir el desaliento, la desesperanza y los halagos del enemigo, soportando la muerte y el martirio, si fuera necesario, antes que abandonar el bien. 

El secreto de nuestra fortaleza se halla en la desconfianza de nosotros mismos y en la confianza absoluta en Dios. Los medios para crecer en la fortaleza son: profundo convencimiento de las grandes verdades eternas: cuál es mi origen, mi fin, mi felicidad en la vida, qué me impide llegar a Dios; el espíritu de sacrificio.

Virtudes compañeras de la fortaleza: magnanimidad (emprender cosas grandes en la virtud), magnificencia (emprender cosas grandes en obras materiales), paciencia (soportar dificultades y enfermedades), longanimidad (ánimo para tender al bien distante), perseverancia (persistir en el ejercicio del bien) y constancia (igual que la perseverancia, de la que se distingue por el grado de dificultad).

 

D) La Templanza

Definición: Virtud que modera la inclinación a los placeres sensibles de la comida, bebida, tacto, conteniéndola dentro de los límites de la razón iluminada por la fe.

Medios: para lo referente al placer desordenado del gusto, la templanza me dicta la abstinencia y la sobriedad; y para lo referente al placer desordenado del tacto: la castidad y la continencia.

Virtudes compañeras de la templanza: humildad, que modera mi apetito de excelencia y me pone en mi lugar justo; mansedumbre, que modera mi apetito de ira, y la castidad, que modera rectamente el uso de la sexualidad.

 

Conclusión:

            Estas virtudes morales restauran poco a poco, dentro de nuestra alma, el orden primitivo querido por Dios, antes del pecado original, e infunden sumisión del cuerpo al alma, de las potencias inferiores a la voluntad. La prudencia es ya una participación de la sabiduría de Dios; la justicia, una participación de su justicia; la fortaleza proviene de Dios y nos une con Él; la templanza nos hace partícipes del equilibrio y de la armonía que en Él reside. Preparada de esta manera por las virtudes morales, la unión de Dios será perfecta por medio de las virtudes teologales.

 

            La manifestación de estas virtudes en nuestra vida es garantía de nuestra vida de santidad. 







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