Santa Teresa Peregrina
Por: Redacción | Fuente: dichosoelcorazonenamorado.blogspot.com.es / inah.gob.mx
De los grandes personajes del s. XVI, Santa Teresa es una de las pocas que tuvo su retrato directo, realizado por fray Juan de la Miseria, en Sevilla, en 1570. Imagen que sería la primera de muchas representaciones que a lo largo de los siglos y de las manos de muchos artistas de gran fama han hecho de la santa abulense.
La iconografía teresiana fue ampliada y desarrollada en 1613 con los grabados de Adrien Collaert y Cornelio Galle, artistas que trabajaron bajo la dirección de dos de los discípulos más cercanos a la Madre fundadora: Jerónimo Gracián, y Ana de Jesús Lobera. Éstos planearon todo un programa de difusión de su vida y pensamiento con uno de los medios de propaganda más en boga de la contrarreforma católica: el grabado. Estas obras son las que más han influido en el arte teresiano sirviendo de modelo e inspiración para los artistas posteriores.
La figura de Teresa de Cepeda y Ahumada se llenó de tanta fama y admiración que aún antes de su beatificación en 1614, ya se pueden encontrar algunas representaciones de ella. El Nuevo Mundo no se vio libre de esta teresianomanía y muchas iglesias se llenaron de su efigie, cosa que alcanzó su clímax con la llegada de los Carmelitas Descalzos a México en 1585.
Para 1616, la construcción del Colegio de Teología San Ángel en Tenatitla, bajo la dirección del célebre arquitecto Fray Andrés de San Miguel OCD, llegaba a su fin. Era necesario engalanarlo para que la vida de estudio y contemplación, que se llevaría a cabo en el interior de sus muros, fuera la adecuada. Pintores de la talla de Villalpando, Cabrera y Correa trabajan para este fin, logrando hacer de sus obras una ventana para la meditación de los sagrados misterios y de la "santa historia de la Orden".
Este contexto fue el que vio nacer la obra de Santa Teresa Peregrina, pieza de la autoría del prolífico pintor Juan Correa (1646-1716), nacido en la ciudad de México. El artista que firmara algunos documentos como “mulato libre, maestro pintor”, fue contemporáneo de la escritora Sor Juana Inés de la Cruz, del historiador y científico Carlos de Sigüenza y Góngora y del pintor Cristóbal de Villalpando.
En este apacible retrato al óleo, se ve a Santa Teresa de Jesús, también conocida como Santa Teresa de Ávila, en su advocación de Peregrina pues dedicó parte de su vida a fundar más de 30 conventos de las carmelitas descalzas en la península ibérica, detalle que el artista novohispano no pasa por alto pues adelanta el pie derecho de la santa, como seña de identidad.
Mística cuyos escritos le valieron ser la primera mujer reconocida como Doctora de la Iglesia en 1970, Santa Teresa es una de las figuras preponderantes en la iconografía carmelita por haber impulsado la reforma de la orden con la fundación de las carmelitas descalzas, con lo que intentó recuperar la humildad, la disciplina y la devoción, valores cristianos que ya no se practicaban dentro de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo o carmelitas, como también se le conoce.
En la obra de Juan Correa se aprecia a Santa Teresa Peregrina con sombrero y bordón para sus viajes, además de los tradicionales elementos carmelitas: el hábito marrón, la capa blanca y las sandalias con el pie al descubierto. En el pecho lleva una especie de carcaj en alusión a su éxtasis y transverberación, es decir, al momento en que le visitó un ángel:
“Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay que desear que se quite. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Los días que duraba esto andaba como embobada…”
La famosa escultura de Bernini, Éxtasis de Santa Teresa (1647-1652) ilustra justo este pasaje con una maestría que le consagró como una de las obras maestras del alto barroco romano. Existe toda una tradición artística que está dedicada a la religiosa en la que abundan en cantidad y calidad, pinturas, esculturas y vitrales. La Nueva España no podía ser la excepción pues a tierras americanas llegaron carmelitas descalzos como misioneros.
La propia Santa Teresa escribió después de que fray Alonso Maldonado, un franciscano que regresaba de las Indias, le refiriera noticias de aquellas regiones: “Comenzóme a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina. Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mi. Fuime a una ermita con hartas lágrimas; clamaba nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio, pues tantas llevaba el demonio”.
Por voluntad de Felipe II, rey de España, los primeros once carmelitas llegaron a San Juan de Ulúa el 27 de septiembre de 1585, siendo el convento de San Sebastián la primera de sus fundaciones el 19 de enero de 1586, en la capital. En la época de mayor auge de la Provincia de San Alberto de la Nueva España, como se le conoce a la representación carmelita en México, entre los siglos XVII y XVIII, ésta estaba integrada por 500 carmelitas descalzos.
Ese contexto explica el que entre las representaciones que promovieron los pintores barrocos de la Nueva España, estuviera siempre presente Santa Teresa. El propio Juan Correa realizó retratos de santos y santas como los de San Ignacio de Loyola, San José, Santa Rosa de Lima, María Magdalena y San Francisco de Asís. No es extraño pues, que ejecutara también el cuadro Santa Teresa Peregrina.
El confesor de Teresa de Jesús nos legó un retrato literario que resulta interesante contrastar en algunos de sus detalles contra el arte de Correa:
“Era muy buena de estatura, el cuerpo abultado, el rostro redondo y lleno, de buen tamaño y proporción; la tez color blanca y encarnada; de frente ancha, igual y hermosa; las cejas de un color rubio que tiraba a algo negro, grandes y algo gruesas, no muy en arco, sino algo llanas; los ojos negros y redondos y un poco carnosos; no grandes, pero muy bien puestos, vivos y graciosos. La nariz pequeña y no muy levantada de en medio tenía la punta redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas de ella arqueadas y pequeñas”.
“La boca ni grande ni pequeña; el labio de arriba delgado y derecho; y el de abajo grueso y un poco caído, de muy buena gracia y color; la barba bien hecha; las manos pequeñas y muy lindas. En la cara tenía tres lunares pequeños al lado izquierdo. Toda junta parecía muy bien y de muy buen aire en el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban aplacía mucho.”
Santa Teresa Peregrina de Juan Correa, puede admirarse en la entrada del Museo de El Carmen en la Ciudad de México.