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Padre me pongo en tus manos, dinámica
Retiro La mirada de la misericordia


Por: P. Manolo Pérez |



Tomar conciencia de la situación de alejamiento, reflexionar sobre ella y sobre tí y re-conocer el propio pecado, son los primeros pasos del proceso de conversión.

Haber abandonado la casa una y otra vez, no haber escuchado la verdadera voz del amor, que te habla desde lo más íntimo de tu ser, haber huido de las manos amorosas del Padre y corrido hacia lugares lejanos en busca de otro amor... Esta es parte de la realidad de tu propia vida. 

De alguna forma, fuiste sordo a la voz del Padre, abandonando el único hogar donde puedas oír esa voz. Te has ido esperando encontrar en algún otro lugar lo que ya no eras capaz de encontrar en casa, y haces caso de las voces que te ofrecen una in-mensa variedad de formas para ganar el amor que tanto deseas...

Cuanto más te alejas del lugar donde habita el Padre, menos eres capaz de oír la voz que te llama “mi hijo amado”, y cuanto menos oyes esta voz, más trabajas y gastas tus energías en las manipulaciones y juegos del Plan del mundo. Eres el hijo perdido, cada vez que buscas el amor incondicional donde no puede hallarse. Es casi como si quisie-ras demostrarte a ti mismo y a los demás que no necesitas del amor de Dios, que puedes vivir por ti mismo, que quieres ser plenamente independiente. 

    ¿Por qué dejaste el lugar donde puedes vivir todo lo que necesitas? 



    ¿Qué buscabas?

    Atrapado entre deseos y necesidades, ¿cuáles eran, o son? 

    ¿Has estado, o estás a la defensiva, perdiendo tu libertad interior y dividiendo el mundo entre los que están contigo y los que están contra ti?

    ¿Buscas argumentos que justifiquen tu desconfianza?

    ¿Qué es lo que te tiene en la disyuntiva de volver o no volver? 



    ¿Cuáles son los signos de lo que te atrapa? 

El hijo menor, en medio de la rutina de la vida diaria de hogar: levantarse, trabajar, comer, conversar, descansar y volver de nuevo al trabajo... había escuchado otras vo-ces, fuertes, llenas de promesas seductoras, decían: ”sal y demuestra cuánto vales”. 
Voces que niegan que el amor es un regalo completamente gratuito. Te sugieren que tengas que ganarte, a través de una serie de esfuerzos y de un trabajo muy duro, el derecho a que se te ame, demostrarte y también a los demás que mereces que se te quiera; te empuja a que hagas todo lo posible para que se te acepte…

Las promesas de todos los ídolos son engañosas porque las condiciones que se añaden a las promesas de felicidad te hace esclavo porque crees en ellas. Todavía no incorporado suficientemente que allí donde tus fracasos son grandes “sobreabunda la gracia” (Rm 5, 20). 

Cuando Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, “vio Dios que era muy bueno” (Gn 1,31), el hecho de ser amado es independiente de cualquier mérito o hazaña personal. El hijo aún no ha descubierto que el amor del Padre es totalmente gratuito, que no son sus obras las que lo hacen digno o indigno de su amor. Lo que destruye su pecado no es el autoanálisis, sino dirigir su mirada al Padre, la fe en su Padre que nunca dejó de amarlo y  esperarlo.

    ¿Puedes aceptar que merece la pena que se te busque, o eres de los que dicen: “si supieran bien quién soy..? Porque si no encuentras la respuesta que esperabas, tus actitudes tal vez son: obsesión por el éxito, soledad, cólera, re-sentimiento, celos, deseos de venganza, lujuria, codicia, antagonismos y rivali-dades. Son todas señales que te has ido de casa…

    ¿Hasta dónde estás convencido que te tienes que afirmar en valer por lo que haces y no por lo que eres? ¿Tienes miedo a mostrar tus debilidades y que por eso no te quieran?

    ¿Cuáles son tus adicciones? Tal vez la buena presencia, la inteligencia, la salud, la cultura, los contactos sociales, el prestigio, el hacer y producir, tu realización personal, la acumulación de poder, la riqueza, el status y la admiración, la satisfacción sexual a toda costa..? 

    ¿Crees realmente que Dios te ama y desea compartir su vida contigo? ¿Llegas a descifrar la presencia de Dios en tu camino?

     ¿A quién perteneces? ¿A Dios-mi-casa o al mundo? ¿Quién o qué da sentido a tu vida?

El Padre de la parábola sale al encuentro de los dos hijos a quienes ama, e invita a los dos a la misma fiesta. El amor de Dios no es fruto de tus obras, “Dios es amor” (1Jn 4, 8.16), “El nos amó primero” (1Jn 4, 19). Los hijos somos los que hemos creído y “si-guen creyendo en el amor de Dios” (1Jn 4, 16). 

Recibir el perdón implica voluntad de dejar a Dios ser Dios y dejarlo sanarnos, restau-rarnos y renovarnos como hijos. Implica recorrer un largo camino hasta experimentar ese amor absolutamente gratuito e incondicional con el que Dios Padre ama.

Después de devolver al hijo la dignidad perdida y la plena condición de heredero, el padre da órdenes. Los imperativos son: “traigan el novillo cebado y mátenlo, comamos y alegrémonos” ( Lc 15, 23). El final de la historia del hijo es una fiesta sin fin.

En la predicación de Jesús ocupan un lugar central los temas de la alegría y de la fiesta como símbolo de los tiempos mesiánicos, de la realización del Reino de Dios (Mt 8,11; 22,2-14; Lc 14,16-24; Mt 26,29; Ap 3,20; 19,6-9). Nuestras tristezas se transformarán en alegría (Jn 16,20), alegría plena (Jn 15, 11).

Resistirse a la alegría es tener la actitud del hijo mayor: estar detrás de la muralla de las autojustificaciones.

    ¿Has sido lo suficientemente consciente de que Dios ha estado intentando en-contrarte, conocerte y quererte? 

    La cuestión:
    no es cómo puedes encontrar a Dios, sino cómo puedes dejar que Dios te encuentre; 
    no es cómo puedes conocer a Dios, sino cómo puedes dejar a Dios que te conozca; 
    no es cómo vas a amar a Dios, sino cómo vas a dejarte amar por Dios. 
    ¿Te das cuenta de cuánto Dios te ha dado para que puedas vivir como hijo su-yo? ¿Deseas rendirte al amor de Dios?

    ¿En qué consiste tu arrepentimiento? ¿Qué te impulsa a él? ¿Qué condiciona-mientos te lo impiden? 

    ¿Realmente deseas que el Padre te perdone totalmente y que te sea posible vivir asumiendo tu responsabilidad de hijo? 

Sólo desde el amor se dice ¡perdón! No desde el miedo.
Sólo desde la valentía se dice ¡perdón! No desde la cobardía.
Sólo desde la confianza se dice ¡perdón! No desde la desesperación.
Sólo desde la luz se dice ¡perdón no desde la oscuridad.
Sólo desde la sencillez se dice ¡perdón! No desde la soberbia.
Sólo desde la humildad se dice ¡perdón! No desde el orgullo.

Referencias bíblicas: 


- El Padre te confía sus dones: Mt 25,14-30

- Estén unidos a mí: Jn 15, 1- 17

- Elegido por Dios Padre por puro amor: 1 Cor 1, 26-31

- ¡Bendición al Padre! Lc 10, 21-24

- Resonancias en el corazón creyente Dt 6, 4-9

- El Sr. te posee Jr 20, 7.9.11.13

- Petición de perdón: Salmo 51 


ORACIÓN: 

Padre, me pongo en tus manos.
Haz de mi lo que quieras, sea lo que sea te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, 
con tal que tu Voluntad se cumpla en mi y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Padre. 

Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz, 
porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza, porque tú eres mi Padre.
(Charles de Foucauld)

padrem.perez@gmail.com

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