Luego, el Pontífice deja establecido que "La Iglesia sabe bien que una situación tal contradice el Sacramento cristiano". La frase es contundente: la situación (nueva convivencia) tiene "per se" una contradicción con el sacramento de Cristo. Y es el Papa quien habla en nombre de la Iglesia, no haciéndose eco de una determinada postura personal. Si bien no lo afirma expresamente, es insoslayable concluir que aquella situación que contradice el Sacramento, ocasiona un estado de pecado incompatible con el acceso al Sacramento eucarístico.  Tras aquella definición el Santo Padre dice que la Iglesia, de todos modos, "busca siempre el bien y la salvación de las personas".  Y esto último no se trata de un "pero" (que es lo que les hubiera encantado a los partidarios de la tesis de la "excepción") sino de una profesión de fe de la "Missio" de la Iglesia, que es evangelizar para la Vida en Cristo, que ha venido por todos nosotros, pecadores (y por cierto, el adulterio no es el único pecado).

Finalmente, ¿cuáles son los medios pastorales para el bien y la salvación de aquellos hermanos "que han establecido una nueva convivencia después del fracaso del matrimonio sacramental"? Francisco le propone a la Iglesia la vía de la fraterna acogida y de "animarlos, para que vivan y desarrollen cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios, asistiendo a la liturgia, con la educación cristiana de los hijos, con la caridad y el servicio a los pobres, con el compromiso por la justicia y la paz."

El Papa marca, con genuina misericordia, la vía penitencial que los va a acercar paso a paso a la conversión. Cada cual en sus tiempos (que muchas veces son los tiempos de Dios) y en fraterna compañía, llegará a la cima de la montaña, sin "abajarla", si se me permite utilizar la imagen inspirada de san Juan Pablo II en la catequesis de Kinshasa.

Francisco se hace eco de Familiaris consortio (n. 84), en orden al deber de discernir, por ejemplo, "la diferencia entre quien ha sufrido la separación y quien la ha provocado." Lo que no debería interpretarse como la exclusión de aquellos que cargan con la responsabilidad de la ruptura, ni de aquellos que reconocen culpas compartidas; "No son los sanos los que necesitan al médico sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan" (Lc, 5, 32)

Esta catequesis papal, dada en el marco del ruidoso entusiasmo de jóvenes y peregrinos expresa–a mi modesto entender- el signo del rumbo que ha de seguir la nave de la Iglesia, para desencanto, con toda seguridad, de quienes han sustituido el Evangelio por  el culto a los criterios mundanos predominantes. De lo cual han de tomar nota los Padres sinodales y por cierto, las familias "(…) verdadero tesoro que la Iglesia custodia en vasos de arcilla." (card. Caffarra, op. cit. pag 194)

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José Durand Mendioroz
Salta, Argentina, 6 de agosto de 2015.