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Las manifestaciones contra la violencia de género en la Argentina
El 3 de junio en Argentina se suscitaron numerosas manifestaciones contra la violencia de género


Por: María Inés Franck | Fuente: www.observatoriointernacional.com



El miércoles 3 de junio pasado, bajo el lema “Ni una menos” tuvieron lugar en las principales ciudades de la Argentina multitudinarias manifestaciones contra la llamada “violencia de género”. El objeto declarado de las protestas fueron las situaciones de abuso de todo tipo vividas por muchas mujeres. La marcha congregó a personas de diferente procedencia política e ideológica, que se reunieron para reclamar por esta situación, que atenta contra la vida y dignidad de muchas mujeres. Desde la sociedad civil fueron varias las reacciones al respecto.

La más evidente fue la defensa de la justicia objetiva de un tal reclamo. Varias voces, sin embargo, se hicieron oír para alertar sobre la sesgada convocatoria a la misma: si bien la violencia contra la mujer es condenable en sí misma, las motivaciones subjetivas en este caso provocaron el riesgo de manipulación, e incluso para algunos, descalificación de la protesta. Y es que en el tema de la mujer, lo objetivo es sustancial; pero la ideología también importa, y no poco.

Las diferentes miradas existentes sobre el problema llevan a resultados diversos: de un lado, se profundiza el conflicto y la lógica de la dominación, exacerbando aquellos aspectos históricos y culturales que los manifiestan; del otro, se persigue la armonía, destacando la naturaleza básica tendiente a buscar la resolución de los conflictos y exaltando el perdón y la superación de los obstáculos histórico-culturales que han hecho siempre complicada la relación varón-mujer.

Cuando la Cuarta Conferencia Internacional de la Mujer reunida en Beijing en 1995 decidió reemplazar el término “mujer” por el de “género”, estaba haciendo de los aspectos socio-culturales-históricos el eje abismal por el que pasaba la división entre los seres humanos: las opciones de “género”; más allá e incuso contra las determinaciones biológicas.

Esta idea se desarrolla profusamente con los años y hoy hablar de “género” implica considerar que se trata de una opción de cada persona, dependiendo de su arbitraria autopercepción. En el fondo, el reemplazo de la temática de la “mujer” por la del “género” implicó una profunda escisión entre las preferencias humanas por un lado, y aquello que se recibe por naturaleza y debe cuidarse, por el otro.



En consecuencia, la “violencia de género” no es exactamente lo mismo que la “violencia contra la mujer”. Remite, sí, en primer término a la violencia física y moral ejercida por quienes se reconocen varones contra quienes se autoperciben mujeres, pero abarca también todo condicionamiento que impida o dificulte la elección del propio “género”.

Así, hemos visto a la luz de los debates legislativos y culturales de los últimos años, que la lucha por los llamados “derechos de género” ha incluido explícitamente la reivindicación del aborto, el reclamo por facilidades para cambiar nombre y biología de acuerdo a la propia autopercepción sexual, la bandera de la anticoncepción y la equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad en todos los aspectos. Todo esto si respetamos el significado técnico del concepto “género”.

Pero claro está que en general la gente no conoce esta connotación, de por sí complicada de entender y de bajar a la cotidianeidad de tantos seres humanos poco familiarizados con la sutilezas de las ideologías contemporáneas.

Quizás por esto la manifestación, si bien se llamó “contra la violencia de género”, se presentó comunicacionalmente como una marcha a favor de las mujeres golpeadas o violentadas por varones, dejando de lado –al menos en la generalidad de los discursos de ese día– los temas conexos a esta reivindicación central.

Esto probablemente se haya debido a una opción para poder sumar otras voces que, sin estar de acuerdo con la ideología del género quisieran apoyar un justo reclamo como lo es el del respeto por la dignidad de las mujeres. Así, una de las voces que se hizo eco de esta convocatoria fue la de la Comisión de Laicos y Familia de la Conferencia Episcopal Argentina, la cual el día anterior a la concentración, hizo pública una declaración adhiriendo a la consigna “Ni una menos”. Lo cierto es que gran cantidad de católicos se unieron a la manifestación, protestando contra la realidad dura e injusta que viven muchas mujeres en la Argentina. Según escribió en su Facebook una importante líder católica pro vida argentina: “¡cuánto dolor! Casi todas las mujeres (y había muchos hombres) con las que pude comentar algo en la concentración, estaban allí por casos personales … muy terribles. … y nadie pedía el aborto…se habló de la vida y de cómo mejorar …todos”.



Se constata que la mayoría de los casos de violencia son intrafamiliares y ello revela una profunda crisis de los vínculos más esenciales y básicos de las personas. ¿Qué nos ha pasado que en la familia las personas experimentan violencia?

El feminismo radical también debería hacer una autocrítica sobre este punto pues en los últimos años ha militado en favor de leyes que debilitaron profundamente la institución matrimonial y la estabilidad familiar. Y si bien los cambios legislativos no son la única causa de tal situación, ciertamente tienen no poca influencia. Sea por los motivos que fuere, el 3 de junio hubo acuerdo en condenar esta realidad de violencia.

Se ha dicho que aún falta mucho por hacer, y es cierto. El problema es, justamente, ése: ¿cuál es la mejor manera de proteger a estas mujeres y de ayudarlas a encauzarse en un camino de dignidad y plenitud? Se han propuesto leyes contra la “violencia de género” y a favor de la llamada “identidad de género”, todas ellas reflejando la ideología del conflicto entre los sexos y la supuesta omnipotencia de la autopercepción sexual.

Estarían faltando propuestas y apoyos políticos que miren a la superación de ese conflicto y a la armonización de las opciones culturales con la naturaleza propia de cada uno. Las diferencias naturales entre varones y mujeres constituyen una riqueza, ya que completan al ser humano y, asumidos por éste, lo abren a nuevas y enriquecedoras perspectivas.

Sin embargo, esto mismo que constituye una riqueza, fue alcanzado por el pecado y transformado en fuente potencial de conflicto. Conflicto que estalla permanentemente y que engendra situaciones de violencia, de dominación, de incomprensión, de infelicidad… A lo largo de la historia, la violencia ha sido una de las consecuencias más dolorosas del pecado: la que se da entre clases o grupos sociales, contra las personas mayores o con alguna discapacidad, contra los niños no nacidos, los trabajadores, los enfermos, los jóvenes, los niños, las mujeres. No se supera el conflicto si se lo profundiza.

Es necesario ir más allá de los instintos violentos, de las ansias de dominación, de la cerrazón que se niega a ponerse en el lugar del otro y comprenderlo, de la negativa al perdón y a la reconciliación. En este caso particular, debemos ser conscientes de que la violencia contra la mujer no se supera aisladamente, de manera contrapuesta a otros problemas sociales, sino que se enmarca en cuestiones previas que deben ser encaradas: la promoción de la familia; la “educación personal y comunitaria sobre el noviazgo, el matrimonio, la amistad y las relaciones humanas en general” (como se dice en el comunicado de la Conferencia Episcopal); la resolución de problemas económicos; el combate contra las adicciones; la valoración social de la mujer en cuanto mujer y de su extraordinario aporte a la humanidad.

También son necesarias medidas judiciales más efectivas ante los casos de violencia contra la mujer, tanto en la prevención como en la sanción de los violentos. Hubo muchos reclamos justos en este sentido durante la marcha y se denunció una impunidad que mina las bases de la convivencia.

Con todas estas motivaciones de fondo, las manifestaciones que se convocaron fueron verdaderamente multitudinarias. Quienes el 3 de junio manifestaron en todo el país, lo hicieron mirando una problemática puntual bien real: la de la violencia contra la mujer. Problemática que remite inmediatamente a otra aún más profunda, sintetizada en una pregunta: ¿cómo queremos que sea la sociedad en la que vivimos? ¿Una sociedad de la comunión, o bien una en la que siga reinando la lógica del conflicto y de la fuerza?

El camino a recorrer de ahora en más exige que nos animemos, con sano espíritu de colaboración y de estima por quienes piensan distinto, a realizar y fundamentar la propuesta cristiana de la comunión en todas las relaciones humanas.

Para acceder a todos los documentos mencionados, puede visitarse: http://www.observatoriointernacional.com 

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