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Los 10 Mandamientos... Siguen de moda
Séptimo Mandamiento: tanto en el Antiguo Testamento como en el nuevo, es tajante, conciso, claro y definitivo


Por: Sr. Dr. Don Rafael Gallardo García / R.P. Pedro Herrasti | Fuente: LaVerdadCatolica.org



SÉPTIMO MANDAMIENTO

"No robarás".

En la Ley de Dios, el Séptimo Mandamiento, tanto en el Antiguo Testamento como en el nuevo, es tajante, conciso, claro y definitivo: "NO ROBARAS" (Ex.20,15; Dt.5,19;Mt.19,18).

Dadas las circunstancias en que vivimos actualmente, este mandamiento sigue teniendo tremenda importancia. No ha pasado de moda, pues regula el uso de los bienes materiales y aún de los espirituales. Nos prohibe tomar o retener del prójimo injustamente sus bienes. Con miras al bien común, exige el respeto al mismo tiempo del destino universal de los bienes y el derecho a la propiedad privada. Si, la tierra pertenece a toda la humanidad, sin embargo la propiedad privada es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas. Esta no anula el destino universal de los bienes que continúa siendo primordial: "El hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas externas como comunes, en el sentido de que han de aprovechar no solo a él sino a los demás" (Gaudium et Spes, 69,1).

Los ladrones en la Biblia.

La Sagrada Escritura nos ofrece varios casos fuertes y ejemplares de latrocinio, como el de Jezabel, con la viña de Nabot ( I Re.21,1-16); el del rico que tomó la oveja del pobre para dar un banquete (II Sam.12,1-14) o como el del propio Judas lscariote, que saqueaba la bolsa común de los Apóstoles (Jn. 1 2,6).

En todos estos casos, además de la gravedad del pecado mismo de robar, la ambición lleva a cometer otros delitos peores y hasta irreparables, como el engaño, la mentira, la violencia y hasta el asesinato. Dios aparece sumamente irritado y castiga a los ladrones con finales desastrosos, prolongando las pésimas consecuencias de esos actos como un maldición sobre sus descendientes.

Intentos de justificación.

Al pecado de robarse le busca a menudo una justificación con ideas personales o teorías sociales: "Todo mundo lo hace", "Me estoy desquitando a lo chino". "Es normal en mi medio", "La propiedad privada es un robo", "esto fue tan solo una expropiación". etc...



Consecuencias del hurto.

Este pecado se hace costumbre, promueve a seguirlo cometiendo y cada vez con mayor ingenio y desconsideración. Poco a poco la conciencia se desvanece y se pierde el sentido de la propiedad ajena. Desaparece igualmente el arrepentimiento y el ladrón se vuelve cada vez más audaz, pudiendo llegar a actos de violencia de vez en cuando mortales, como en el caso de los asaltos a mano armada. El ladrón está decidido a todo.

"Restitución o Condenación"

La Iglesia, intérprete de la Ley Divina, considera este pecado de una manera muy especial y exige, para la absolución completa, además del arrepentimiento sincero, la restitución o devolución de lo robado. El daño provocado a la víctima no se remedia en el confesionario. Si el ladrón busca sinceramente el perdón de Dios, debe saber que con Él no hay componendas, trinquetes ni "mordidas". Y lo malo es que en ocasiones la devolución no es tan sencilla como cuando por ejemplo robamos en un supermercado: ¿a quién pagamos lo robado? Cuándo un cajero de la Tesorería ha robado ¿cómo lo restituye?

Los Administradores Infieles

El caso Bíblico más claro de un administrador infiel, fraudulento y ambicioso es precisamente el de Judas. El evangelista San Juan nos lo señala como el encargado de la "caja común" pero lo califica como un ladrón: "No que le importaran los pobres, sino que era un ladrón y como tenía la bolsa, tomaba de lo que echaban" (Jn. 12,6)

Todos los administradores de bienes comunes, sean negocios, empresas u organismos; todos los empleados y funcionarios públicos corruptos, serán discípulos e imatadores de Judas, aquél que en su ambición llegó a vender por treinta monedas a su Maestro y Señor.

El administrador que maneja bienes ajenos, bienes públicos, sabe que no son suyos, pues están originados por contribuciones o impuestos destinados al servicio de la comunidad. Sabe perfectamente que el Séptimo Mandamiento le obliga por un doble motivo:



La moralidad natural.

"No hagas a otro lo que no quieras para ti". En el momento en que se derrumba la firmeza de la honestidad humana, no queda sino la desconfianza total y el recurso al abuso que busca en el hurto una compensación a la supuesta deshonestidad de los demás, formándose una cadena interminable llamada corrupción administrativa. Nunca habrá un verdadero orden y progreso social sin la sólida honestidad de cada persona.

La confianza depositada en él.

"Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado", dijo Jesús refiriéndose al mayor tesoro que el Padre le confió para comunicarlo fielmente a la humanidad. Bajo este principio debe actuar todo encargado responsable: fidelidad absoluta a lo que se le ha confiado. Por eso el cargo inmediato que se dicta en contra del que dispone deshonestamente de los bienes a él confiados es "abuso de confianza".

"Dios me ve".

Como cristiano sabe que Dios todo lo sabe. Supone un acto de vergüenza o de pudor personal hacer en presencia de Dios lo que no haríamos en presencia de nadie. Gran error el de aquél, que suprimiera su conciencia cristiana, creyendo que puede ocultar de la mirada divina, sus malos manejos.

El mismo principio que se aplica para el robo de bienes materiales puede aplicarse al caso de fraude electoral. Los encargados de las urnas cometen un grave pecado moral y social si alteran o manipulan los votos de los ciudadanos, que son verdaderamente bienes públicos. Bajo ningún principio nadie puede despojar a otro de este bien, que es de la máxima propiedad privada. Defraudar en las elecciones es robar a cada votante y a la comunidad entera.

Otras clases de robo

Son muchas las maneras con las que se viola este Mandamiento, algunas de ellas muy sutiles. El hombre es muy hábil para encontrar razonamientos y pretextos que adormecen la conciencia; pero si definimos el robo como la usurpación del bien ajeno en contra de la voluntad razonable de su dueño, podemos hacer la siguiente lista de cómo podemos pecar de ladrones:

  • Retener deliberadamente cosas prestadas.
  • Quedarnos con cosas perdidas, conociendo a sus dueños.
  • Defraudar en el comercio.
  • Alterar pesos y medidas. Pagar salarios injustos.
  • Especular aprovechando la necesidad o la ignorancia ajenas.
  • Corromper (ofrecer "mordida") a los que deberían juzgar conforme a derecho, para beneficio propio.
  • Usar en forma personal los bienes (por ejemplo, los automóviles) de la empresa.
  • Los trabajos mal hechos.
  • El fraude fiscal.
  • Falsificación de cheques, facturas o recibos.
  • Gastos excesivos y despilfarro por cuenta de la empresa.
  • Dañar voluntariamente propiedades privadas o públicas (teléfonos, letreros, bancas, buzones, etc.)

El Séptimo Mandamiento y la Justicia.

Evidentemente robar es una injusticia y se puede atentar contra la justicia de tres maneras distintas:

  1. La justicia legal se refiere a lo que el ciudadano debe equitativamente a la comunidad.
  2. La justicia distributiva es por el contrario, lo que la comunidad debe al ciudadano en proporción a sus contribuciones y necesidades.
  3. La justicia conmutativa regula los intercambios entre personas en el respeto exacto de sus derechos: contratos, compra-ventas, arriendos, salarios, deudas, obligaciones, etc Sin justicia conmutativa no es posible ninguna otra forma de justicia.

La mayor injusticia posible.

Aunque parezca increíble, en los albores del siglo XXI, existe la esclavitud en el sentido más estricto de la palabra. En muchos países, tanto de Asia, Africa y en nuestra "católica" Latinoamérica, se compran y se venden seres humanos, privándolos de su dignidad personal y reduciéndolos a nivel de objetos de consumo.

Debido a sistemas sociales profundamente injustos, personas adultas tienen "dueño" y muchos padres de plano "venden" a sus hijos para servicios caseros o a la prostitución. (TIME, junio 21 de 1993)

La Creación y la Ley de Dios.

También este Mandamiento tiene repercusiones en lo que ahora llamamos ecología. Todos los seres inanimados están naturalmente destinados al bien común de la humanidad. Por lo tanto el uso de minerales, vegetales y animales, no puede ser separado de la moral. No somos dueños absolutos de la Tierra y de todo lo que contiene. La calidad de vida de la generación presente y de las venideras depende del respeto religioso de la creación.

Es legítimo servirse de los animales para alimento y vestido y también domesticarlos para el trabajo. Igualmente usarlos para experimentos científicos, pues ayudan a salvar vidas humanas, con tal de conservar límites razonables.

Al final de la escala de la vida, dependemos de la vida vegetal y es por tanto urgente la preservación de lo que llamarnos áreas verdes, son pena de la misma extinción de la especie humana.

La economía ante la ley de Dios.

Para obtener dinero el hombre puede recurrir a un vulgar asalto a mano armada o bien puede apoyarse en sistemas económicos derivados de teorías sofisticadas.

La Iglesia en el Concilio Vaticano II advierte en contra de dos posiciones contradictorias y tan injustas una como la otra. Por un lado condena el socialismo o comunismo que sacrifica los derechos fundamentales de la persona en aras de la organización colectiva de la producción y por otra rechaza la teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad humana dentro de lo que el Papa Juan Pablo II ha llamado un "capitalismo salvaje", producto de un individualismo feroz que practica la primacía absoluta de la ley del mercado libre sobre el trabajo humano. (Gaudium et Spes 63-65)

Se comprueba en la práctica la frase del Señor: "Nadie puede servir a Dios y al dinero" (Mt.6,24)

Doctrina Social de la Iglesia.

La Iglesia pronuncia un juicio en materia económica y social cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas. Cuida del bien común temporal de los hombres en razón de su ordenación al supremo Bien, nuestro fin último.

Los sistemas sociales o económicos que no consideran la dignidad eminente del ser humano y lo someten con diversas clases de esclavitudes, son reprobados por Dios. El punto decisivo de la cuestión social estriba en que los bienes creados por Dios para todos los hombres, puedan ser de hecho disfrutados por todos y constatamos con dolor que grandes proporciones de la humanidad carecen de lo más necesario.

La originalidad de la Doctrina Social de la Iglesia radica en que pregona la prioridad del hombre sobre el trabajo y el capital. El hombre por medio de su trabajo participa en la obra creadora de Dios. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor.

 







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