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La Apologética
Disciplina teológica para conocer la belleza de nuestra fe católica


Por: P. Jorge Luis Zarazúa Campa, fmap | Fuente: ApostolesDeLaPalabra.org



Diversidad religiosa

La diversidad religiosa ha sido parte de mi biografía personal desde la infancia. Para mí el "hermano separado" nunca ha sido un enemigo ni sólo un extraño que llama a la puerta. Ha sido, más bien, alguien de la familia, un compañero de la escuela o del trabajo e, incluso, un amigo entrañable.

Sus nombres aparecen en alas del recuerdo: Silvia, Javier, Ángel, Lidia, Rosa Isela, Carlos… personas entrañables por quienes siento un afecto especial.

Creo que eso ha influido en mi acercamiento a la Apologética, que consiste en dar una respuesta a quien nos pide razón de lo que creemos y esperamos, haciéndolo con sencillez y respeto (cfr. 1Pedro 3, 15-16).
 

Para la defensa de la fe

La Apologética es una disciplina teológica practicada desde los albores de la Iglesia para la defensa de la fe. Esencialmente respondía a injustas acusaciones que le hacían a la Iglesia desde distintos ámbitos. Los Padres apostólicos la practicaron, aunque la cultivaron más explicitamente los Padres apologistas. Su época es especialmente interesante, porque estos hombres tuvieron que hacer frente a graves peligros, que amenazaban—cada uno a su modo—la existencia misma de la Iglesia.

Un doble peligro, de carácter externo, está representado por el rechazo del Evangelio por parte de los judíos y por las cruentas persecuciones de las autoridades civiles.

Frente a las falsas acusaciones de que eran objeto -ateísmo, ser enemigos del género humano, y otras de más baja ralea-, los cristianos responden con el ejemplo de su vida y la grandeza de su doctrina. Algunos de ellos, bien preparados intelectualmente, toman la pluma y escriben extensas apologías -a veces dirigidas a los mismos emperadores- con la finalidad de confutar esas acusaciones calumniosas. Brillan los nombres de San Justino, de Atenágoras, de Teófilo…, entre otros muchos.



Otro peligro -más insidioso, y mucho más grave- fue la aparición de herejías en el seno de la Iglesia. Se trata fundamentalmente de dos errores: el gnosticismo y el montanismo. Mientras el primero es partidario de un cristianismo adaptado al ambiente cultural-religioso del momento -y, por tanto, vaciado de su contenido estrictamente sobrenatural-, los montanistas predicaban la renuncia total al mundo. Uno y otro error organizaron una propaganda muy eficaz y amenazaron gravemente la fe y la existencia misma de la Iglesia fundada por Cristo. El montanismo ponía en peligro su misión y carácter universales; el gnosticismo atacaba su fundamento espiritual y su carácter religioso, y fue con mucho el más peligroso.

En estas circunstancias, el Espíritu Santo -que asiste invisiblemente a la Iglesia, según la promesa de Cristo, y le asegura perennidad en el tiempo y fidelidad en la fe- suscitó hombres de inteligencia privilegiada que, empuñando las armas de la razón, con un análisis cuidadoso de la Sagrada Escritura, hicieron frente a estos errores y mostraron el carácter "razonable" de la doctrina cristiana. Comenzaba de este modo el quehacer propiamente teológico, que tantos frutos daría en la vida de la Iglesia.

Entre estos Padres y escritores destaca San Ireneo de Lyon, que reúne en su persona las tradiciones de Oriente y Occidente; luego, en Oriente, Clemente Alejandrino, Orígenes, y San Gregorio el Taumaturgo; en la Iglesia de Roma, Minucio Félix y San Hipólito; finalmente, en torno a Cartago, en el norte de Africa, Tertuliano, San Cipriano y Lactancio.
 

Apologética: explicación de la fe

Ahora, los Obispos de América Latina y El Caribe nos invitan a realizar una apologética renovada:

«Hoy se hace necesario rehabilitar la auténtica apologética que hacían los padres de la Iglesia como explicación de la fe. La apologética no tiene porqué ser negativa o meramente defensiva per se. Implica, más bien, la capacidad de decir lo que está en nuestras mentes y corazones de forma clara y convincente, como dice san Pablo “haciendo la verdad en la caridad” (Ef. 4, 15). Los discípulos y misioneros de Cristo de hoy necesitan, más que nunca, una apologética renovada para que todos puedan tener vida en Él» (Documento de Aparecida, 229)

 









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