Las Servidoras en El Cairo, Egipto
Por: Las Servidoras en El Cairo, Egipto | Fuente: Las Servidoras en El Cairo, Egipto
Una de las mayores dificultades con la que se enfrenta el misionero en Oriente Medio, es la de la comunicación. El aprendizaje de la lengua árabe, considerada por muchos el idioma más difícil y de gramática más complicada, requiere una dedicación casi exclusiva, al menos al principio, y gran paciencia para esperar a ver los progresos. Ciertamente en pocos años de estudio y práctica se puede llegar a manejar el árabe coloquial, es decir el que sólo se habla.
Pero limitarse al dialecto es descuidar una excelente manera de llevar a cabo nuestra misión, ya que es la lengua clásica la que nos da acceso a la lectura y escritura árabe y nos brinda la posibilidad de “transformar los criterios de juicio, los valores determinantes, las líneas de pensamiento, para que estén imbuidos de la fuerza del Evangelio” (Const. 26). Es el conocimiento profundo de la lengua lo que nos introduce en el corazón de un pueblo, y lo que, en definitiva, nos abre las puertas para la evangelización de la cultura que es el fin específico de nuestra Familia Religiosa.
Debido a la complejidad de este idioma, no es fácil encontrar buenos profesores que conozcan a fondo la gramática y estén capacitados para enseñar a extranjeros. Experimentamos de varias maneras con cursos particulares y diversos métodos, pero alcanzando generalmente escasos resultados.
Es por eso que desde hacía mucho tiempo, aspirábamos a tener una comunidad de hermanas establecida en El Cario, que es donde se encuentra el Instituto Daniel Comboni, famoso por sus buenos métodos de enseñanza del árabe. Allí queríamos tener hermanas dedicadas exclusivamente al estudio intensivo de la lengua.
El primer obstáculo que se presentaba era la falta de un lugar donde vivir en El Cairo, ya que hasta ese entonces solo teníamos comunidades de hermanas establecidas en Alejandría y el-Fayoum, y no contábamos con medios para comprar o alquilar. Confiándonos en la Divina Providencia inscribimos a las nuevas estudiantes en el Instituto, y comenzamos una novena a Santa Teresita para que nos ayudara a encontrar lo que buscábamos.
Después de muchas averiguaciones y faltando solo una semana para el comienzo de clases, un sacerdote jesuita ofreció darnos en préstamo un departamento, que estaba deshabitado desde hacia unos 10 años, si es que estábamos dispuestas a ponerlo en condiciones. Por supuesto aceptamos y fuimos inmediatamente a ver el lugar. El departamento pertenece a un viejo edificio ubicado en el corazón de El Cairo, frente a una gran mezquita que tiene el minarete (torre) más alto de Medio Oriente. A unos 100 m está la estación central de trenes, en la que convergen todas las líneas ferroviarias del país. Esta zona se llama Ramses y esta señalada por un monumento con la gran estatua de Ramses que data de la época faraónica. La ubicación era privilegiada, pero a decir verdad, entrando al departamento el panorama era desolador: suciedad, pilas de basura y muebles viejos en las habitaciones, los sanitarios y la cocina en condiciones deplorables, realmente había que ser muy optimista para verlo habitable… Ya estábamos pensando en rechazar el ofrecimiento cuando moviendo un poco los trastos viejos encontramos un hermoso cuadro de Santa Teresita. Eso significaba que ella lo quería. Así que sin dudar reunimos a las hermanas de las demás comunidades y con gran entusiasmo pusimos manos a la obra. Es así que después de una semana de arduo trabajo el departamento ya estaba “limpio”. Claro, estaba vacío, solo había algunas cuchetas y una que otra silla, ¡pero al menos se podía habitar! Improvisamos una capillita en una de las habitaciones con una mesita como altar, un icono de la Virgen y un Crucifijo prestados, y un cuadro de S. Teresita a quien le debíamos esta fundación. ¡Y comenzaron las clases! A lo largo del año fuimos consiguiendo cosas: los muebles, la cocina, la heladera, el termotanque... La mayor parte de las cosas fueron donadas por otros institutos religiosos.
El Instituto Comboni, que está a cargo de los Misioneros Combonianos, presenta un programa de aprendizaje muy completo repartido en dos años, que además de la lengua árabe clásica incluye el estudio del Islam y su cultura, con diversas materias como gramática, lectura, caligrafía, comprensión de textos islámicos y cristianos, laboratorio, islamología, etc. Las clases son intensivas, de lunes a viernes (cinco horas cada día) y los profesores, que en su mayoría son musulmanes, son muy accesibles a la vez que exigentes, y coordinan el trabajo en conjunto para ir logrando un seguimiento personal de cada alumno.
Evidentemente después de estos dos años de estudio no se puede decir que manejamos la lectura y escritura perfectamente. Se requieren muchos años para lograr dominar este idioma. Pero este curso nos da una muy buena base para continuar después profundizando en el estudio.
Además del beneficio intelectual, el instituto nos ha ofrecido la posibilidad de conocer nuevas congregaciones religiosas, y muchos religiosos en particular, con todo lo que eso significa. Ya que nuestros compañeros, provenientes de los cinco continentes, son casi todos consagrados. Prácticamente todos se preparan para misionar en países árabes, y son para nosotros como Familia Religiosa “principiante” un admirable ejemplo de entrega a la causa de la misión.
Somos tres las hermanas que hemos cursado este primer año, y aun nos queda mitad de camino por recorrer. Y aunque no podamos negar que el estudio es una tarea ardua que exige sacrificio y disciplina, sin embargo nos llena de alegría el comprobar que poco a poco vamos penetrando este mundo tan distinto del nuestro, siguiendo los pasos de los grandes misioneros de todos los tiempos, como San Francisco Javier que decía: “Forzado nos es tomar medios y disponernos a ser como ellos, aprendiendo su lengua” (“Cartas y Escritos” doc. 90, punto 41).
Nos alientan las palabras del Santo Padre Juan Pablo II: “Los misioneros, provenientes de otras Iglesias y países, deben insertarse en el mundo sociocultural de aquellos a quienes son enviados, superando los condicionamientos del propio ambiente de origen. Así, deben aprender la lengua de la región donde trabajan, conocer las expresiones más significativas de aquella cultura, descubriendo sus valores por experiencia directa” (Redemptoris Missio, 53).
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