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Liturgia

Liturgia de las Horas para sacerdotes, religiosos y laicos
Es necesaria la espiritualidad litúrgica, siempre centrada en Dios nuestro Señor.


Por: José María Iraburu, sacerdote | Fuente: Reforma o apostasía



–Yo pensaba que ya había acabado con la Liturgia.

–Compruebo una vez más que gran parte de sus pensamientos, tanto los teóricos como los prácticos, son falsos.

En los anteriores artículos sobre la Liturgia traté de varios aspectos generales de ella, y más largamente de le sagrada Eucaristía y de la Adoración eucarística. Escribo ahora sobre la Liturgia de las Horas, que para la vida del cristiano puede constituir con la santa Misa un marco de oro permanente.

–La Liturgia de las Horas es así descrita por el Catecismo de la Iglesia Católica:.

(1174) «El Misterio de Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos en la Eucaristía, especialmente en la Asamblea dominical, penetra y transfigura el tiempo de cada día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas, “el Oficio divino” (cf. Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 83-101). Esta celebración, fiel a las recomendaciones apostólicas de “orar sin cesar” (1Tes 5,17; Ef 6,18), “está estructurada de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y de la noche” (SC 84). Es “la oración pública de la Iglesia” (SC 98) en la cual los fieles –clérigos, religiosos y laicos– ejercen el sacerdocio real de los bautizados. Celebrada “según la forma aprobada” por la Iglesia, la Liturgia de las Horas “realmente es la voz de la misma Esposa la que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al Padre” (SC 84).



–Toda la liturgia es oración, como es obvio –la eucaristía, los sacramentos, las bendiciones–; pero, como hemos visto en la enseñanza del Vaticano II, hemos de considerar especialmente la liturgia de las Horas como «la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre» (SC 84). Himnos, salmos, lecturas, antífonas y responsorios se unen en ella armoniosamente. Y así, en una catequesis implícita permanente –lex orandi, lex credendi–, la Iglesia educa a los fieles, para que centren su atención espiritual en el Señor, en María, los ángeles y los santos, la Iglesia y el mundo.

«Cristo está presente en su Iglesia orante» (Pablo VI, enc. Mysterium fidei 1965). Y es esta oración, como enseña el Concilio Vaticano II, una de las modalidades fundamentales de la presencia de Cristo en la Iglesia (LG 7). En la oración litúrgica la presencia de Cristo que ora es real y activa. Como dice San Pablo, «nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el mismo Espíritu aboga por nootros con gemidos inefables» (Rm 8,26). En efecto, es Cristo quien, desde el Padre, nos comunica el Espíritu, que «habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora» (LG 4).

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La Iglesia sabe y enseña que la liturgia de las Horas es oración propia de todo el pueblo de Dios: sacerdotes, religiosos y laicos. Dice el Catecismo:

(1175)«La Liturgia de las Horas está llamada a ser la oración de todo el Pueblo de Dios. En ella, Cristo mismo “sigue ejerciendo su función sacerdotal a través de su Iglesia” (SC 83). Cada uno participa en ella según su lugar propio en la Iglesia y las circunstancias de su vida: los sacerdotes en cuanto entregados al ministerio pastoral, porque son llamados a permanecer asiduos en la oración y el servicio de la Palabra (cf. SC 86 y 96; PO 5); los religiosos y religiosas por el carisma de su vida consagrada (cf. SC 98); todos los fieles según sus posibilidades: “los pastores de almas deben procurar que las Horas principales, sobre todo las Vísperas, los domingos y fiestas solemnes, se celebren en la Iglesia comunitariamente. Se recomienda que también los laicos recen el Oficio divino, bien con los sacerdotes o reunidos entre sí, e incluso solos” (SC 100)».



Es oración de sacerdotes y religiosos

. La Iglesia esposa es consciente de que debe permanecer en alabanza y continua súplica. Por eso estima que éstos deben rezar todos los días las Horas, aunque sea sin pueblo, «pues la Iglesia los deputa para la liturgia de las Horas de forma que al menos ellos aseguren de modo constante el desempeño de lo que es función de toda la comunidad» (Ordenación general de la LH 28).

Los que han recibido esta misión de la Iglesia, «deberán recitarlas diariamente en su integridad y, en cuanto sea posible, en los momentos del día que de veras corresponden. Ante todo darán la importancia que le es debida a las Horas que vienen a constituir el núcleo de esta liturgia, es decir, los Laudes de la mañana y las Vísperas; y se guardarán de omitirlas si no es por causa grave» (29). En cuanto a los religiosos y miembros de Institutos de perfección que no están obligados a ese rezo, «se les ruega encarecidamente que se reúnan bien sea entre si o con el pueblo para celebrar esta liturgia o una parte de la misma» (26). O que recen a solas las Horas, cuando lo anterior no es posible o conveniente.

Es oración de laicos

. También los cristianos seglares, por su condición sacerdotal, y por ser las Horas «fuente de piedad y alimento de la oración personal» (SC 90) son llamados por la Iglesia al rezo de las Horas, oración que durante muchos siglos fue la principal de los laicos piadosos. El Vaticano II, en una decisión de inmenso valor histórico, recuperó la tradicional oración de las Horas para los seglares. Así lo ordenó claramente, como acabamos de ver: «se recomienda que los laicos recen el Oficio divino o con los sacerdotes o reunidos entre si, e incluso solos» (SC 100).

Pablo VI enseñó que «de acuerdo con las directrices conciliares, la liturgia de las Horas incluye justamente el núcleo familiar entre los grupos a que mejor se adapta la celebración en común del Oficio divino: “conviene que la familia, en cuanto santuario doméstico de la Iglesia, no sólo ore en común, sino que además lo haga recitando también oportunamente algunas partes de la liturgia de las Horas, a fin de unirse más estrechamente a la Iglesia” (Vat. II, Apostolicam actuositatem 27). No debe quedar sin intentar nada para que esta clara indicación halle en las familias cristianas una creciente y gozosa aplicación» (exh. apost. Marialis cultus 1974, 53; cf. Musicam sacram 1967, 39-40;const. apost. Laudis canticum 1970; Ordenación general de la LH 1971, 20-33, 270; Directorium de pastorali ministerio episcoporum 1973, 86). De hecho, son cada vez más en la Iglesia católica los fieles y los grupos que rezan las Horas, continuando así una tradición que, como veremos, tiene su origen en los Apóstoles. Es éste uno de los frutos del Concilio más preciosos.

Benedicto XVI, dirigiéndose a los fieles en una catequesis de los miércoles (16-XI-2011), recomendaba, como también lo hacen los documentos ya citados, el rezo individual de las Horas. «Quisiera ahora renovaros a todos la invitación a rezar más con los salmos, acostumbrándonos quizá a utilizar la Liturgia de las Horas de la Iglesia, los Laudes de la mañana, las Víspera de la tarde, las Completas antes de ir a dormir. Nuestra relación con Dios no podrá sino ser enriquecida en el camino cotidiano hacia Él, cumplido con mayor alegría y confianza».

* * *

Ha de reconocerse a la Liturgia de las Horas la principalidad que le es propia entre las muchas formas de la oración cristiana. Es evidente que, de hecho, por limitaciones personales o circunstanciales, muchos fieles no tendrán normalmente acceso a la Liturgia de las Horas, sino que su vida de oración irá normalmente por otras formas. Pero también es cierto que, si la Iglesia considera la sagrada Liturgia como «la fuente y la cumbre» de toda la vida cristiana personal y comunitaria (SC 10), debemos considerar también que la oración litúrgica es la fuente y la cumbre de toda oración privada. Éste es un principio que se ha de aplicarse concretamente a la Liturgia de las Horas.

Y no temamos que en las Horas litúrgicas el conjunto de palabras y de signos nos vele a Dios, privándonos de aquella oración mística suprema en la que ya cesan las palabras y la captación de los sentidos (cf. San Juan de la Cruz, 2Subida 12,5-6; 15,2-5; 3Subida 35-44; Santa Teresa, Camino Perfección 31,2-3). Tengamos en cuenta que no siempre lo que sucede en el camino de la oración privada puede trasladarse sin más a la oración litúrgica. Por el contrario, así como Santa Teresa defiende que la sagrada humanidad de Cristo, aun siendo criatura, no impide –como algunos pseudomísticos decían–, la más alta contemplación de Dios, sino que es camino real para llegar a ella (Vida 22); así hay que insistir aquí en que la consciente, activa y plena participación en la liturgia, concretamente en la Liturgia de las Horas, con la devota atención a sus palabras y signos sagrados, no impide la más pura contemplación de la Trinidad, sino que es camino real para llegar a ella.

Cuántas veces apreciamos que en la vida de los santos se da una profunda unidad entre la vida litúrgica y la vida de oración privada. En Santa Teresa de Jesús, por ejemplo, las más altas gracias místicas de oración coinciden muchas veces con la comunión eucarística o con las grandes fiestas litúrgicas (Vida 28,8; 33,14; 38,9-11; 7Moradas 2,1; Cuentas conciencia 6,1; 12,1-2; 13,10; 14;22,1; 25; 36,1; 43; etc.). No temamos, pues, como digo, que la liturgia nos vele a Dios, ya que es ella precisamente en esta vida la que más plenamente nos revela y comunica el misterio de Dios.

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No es fácil en tiempos de predominio horizontal secularista hablar de la oración litúrgica, pues ésta eleva su vuelo orientándose por la primacía absoluta de la alabanza a Dios y de la acción de gracias. Pero por eso mismo es más que nunca necesaria la espiritualidad litúrgica, siempre centrada en el centro, en Dios nuestro Señor. Como dice San Pedro, citando Éxodo 19,6, el pueblo cristiano, ante todo y sobre todo, es un «linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para proclamar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1Pe 2,9). Al que no le interese proclamar individual y comunitariamente la gloria de Dios en medio de un mundo que lo olvida o lo niega, que no se apunte a ser cristiano.

La Liturgia, por otra parte, no se olvida nunca del hombre, frecuentemente estimula la caridad fraterna y siempre está pidiendo al Señor por las necesidades materiales y espirituales de personas, familias y naciones. Y tampoco la espiritualidad litúrgica privilegia nunca la oración en detrimento de la acción, sino que une armoniosamente el ora et labora, como en la respiración del hombre se alternan, sin contraponerse, la aspiración y la expiración.

La Liturgia de la Iglesia es teocéntrica, evidentemente. En contra del antropocentrismo predominante en nuestro tiempo, también en gran parte de los cristianos, tiene siempre presente la palabra de Cristo, que enseña el amor a Dios como «el más grande y el primer mandamiento» (Mt 22,38). Es el mandamiento primero el que tiene que informar y orientar todos los demás mandamientos –también el segundo, semejante a él–, pues, por ejemplo, si diera a los pobres mi fortuna, «no teniendo caridad, nada me aprovecha» (13,3).

En fin, lo que el horizontalismo antropocéntrico ignora, niega y destruye, lo afirma, lo reconstruye y levanta el teocentrismo continuo de la oración litúrgica, concretamente de la Liturgia de las Horas: «ya comáis, ya bebáis o ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1Cor 10,31). El rezo de las Horas, extendiendo la Eucaristía a las diversas horas de todo el día, realiza lo que pedimos en la Misa: que el Espíritu Santo «nos transforme en ofrenda permanente» (Pleg. euc. III).

José María Iraburu, sacerdote

Post post.– Mini-curiosidad. Viviendo en Chile, al comienzo de mi vida sacerdotal, publiqué mi segundo libro, precisamente sobre la Liturgia de las Horas: La oración pública de la Iglesia (PPC, Col. de pastoral aplicada, Madrid 1967, 110 pgs.).







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