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Retiro Adviento

Tercera Meditación: Dios amado: la caridad
El gran misterio de un Dios que ama hasta darse totalmente al hombre. Estamos llamados a amar.


Por: P. Gustavo Lombardo, IVE | Fuente: Catholic.net



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Tercera Meditación: Dios amado: la caridad

 



Ave María purísima…

Hablamos ya de la fe (Dios creído), meditamos también sobre la esperanza (Dios amado), digamos alguna cosa ahora sobre la caridad (Dios amado). De las tres virtudes teologales es la más importante: la fe de algún modo baja a Dios al nivel de nuestro conocimiento –porque si bien lo conocemos con una luz superior, sin embargo no lo vemos tal cual es– la esperanza nos hace tender a Él, esperar algún día verlo cara a cara y que Él mismo nos dé todas las gracias para llegar a eso. Pero la caridad es la más perfecta porque nos une de una manera muy particular, nos eleva, nos transforma, nos hace una sola cosa con Dios. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad. (1Co 13,13). La caridad no acaba nunca. (1Co 13,8)

Un Dios que nos amó primero

Amor pide amor... tenemos que reconocer que estamos llamados a amar a Dios pero como una respuesta a su amor: ¡Él nos amó primero! ¿Por qué nos creó? ¡Por amor! Nada necesita Dios –de lo contrario no sería Dios-si crea es por amor, para compartir su felicidad con la creatura. Pero como si esto fuera poco, el Hijo de Dios se encarnó, vino a nosotros, a salvarnos, a redimirnos y ¿por qué? ¡Obviamente que por amor! Es justamente esto lo que estamos meditando en este Adviento: el amor de un Dios que viene a nosotros.

El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre.  (Juan Pablo II, Redemtor Hominis, 10)



Jn 3, 16: « Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna... »

Santo Tomás[1]: Super Ioannem, Lectio III, p. 92

Notandum est autem, quod omnium bonorum nostrorum causa est dominus et divinus amor. Amare enim proprie est velle alicui bonum. Cum ergo voluntas Dei sit causa rerum, ex hoc provenit nobis bonum, quia Deus amat nos. Et quidem amor Dei est causa boni naturae; Sap. XI, 25: diligis omnia quae sunt etc. Item est causa boni gratiae; Ier. XXXI, 3: in caritate perpetua dilexi te, ideo attraxi te, scilicet per gratiam. Sed quod sit etiam dator boni gloriae, procedit ex magna caritate.

Et ideo ostendit hic, hanc dei caritatem esse maximam ex quatuor.

Primo namque ex persona amantis, quia Deus est qui diligit, et immense; et ideo dicit sic Deus dilexit; Deut. XXXIII, 3: dilexit populos: omnes sancti in manu illius sunt.

Secundo ex conditione amati, quia homo est qui diligitur, mundanus scilicet, corporeus, idest in peccatis existens; Rom 5:8  mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. Et ideo dicit mundum.

Tertio ex magnitudine munerum: nam dilectio ostenditur per donum, quia, ut dicit Gregorius probatio dilectionis, exhibitio operis Est. Deus autem maximum donum nobis dedit, quia filium suum unigenitum; et ideo dicit ut filium suum unigenitum daret; Rom. VIII, 32: proprio filio suo non pepercit, sed pro nobis omnibus tradidit illum.

Quarto ex fructus magnitudine, quia per eum habemus vitam aeternam, unde dicit ut omnis qui credit in eum, non pereat, sed habeat vitam aeternam: quam acquisivit nobis per mortem crucis.

Sed nota, quod dicit non pereat.

Perire namque dicitur aliquid quod impeditur ne perveniat ad finem ad quem ordinatur.

Homo autem ordinatur ad finem, qui est vita aeterna; et quamdiu peccat, avertit se ab ipso fine...

In hoc autem quod dicit habeat vitam aeternam, indicatur divini amoris immensitas: nam dando vitam aeternam, dat seipsum. Nam vita aeterna nihil aliud est quam frui Deo. Dare autem seipsum, magni amoris est indicium.

Esto es lo que tenemos que ver en el Niño de Belén… el gran misterio de un Dios que ama  hasta darse totalmente al hombre. Misterio que culmina en la cruz y que se perpetúa en la vida eterna, pero que ya comienza incluso en las entrañas de la Santísima Virgen María.

Amor con amor se paga

"La vocación al amor es lo que hace del hombre auténtica imagen de Dios: se hace semejante a Dios en la medida en que se convierte en alguien que ama". Benedicto XVI, fundamentos antropológicos de la flia. (06-06-05)

"Jamás te amas tanto a ti mismo que cuando amas a Dios" (De Manibus Eclesiae, San Agustín).

Caridad para con Dios

Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden. No aman sino verdades y cosa que sean digna de amar. ¿Pensáis que es posible quien muy de veras ama a Dios amar vanidades? Ni puede, ni riquezas, ni cosas del mundo, de deleites, ni honras; ni tiene contiendas ni envidias. Todo porque no pretende otra cosa sino contentar al Amado. Andan muriendo porque los ame, y así ponen la vida en entender cómo le agradarán más. Santa Teresa, Camino de perfección, cap. 40, n.3.

Oración

El que no reza, en definitiva, no está dedicando tiempo a Dios, y ¿podemos pensar que se puede amar a alguien sin dedicarle tiempo, sin estar con él/ella?

Puedo medir entonces de algún modo mi amor a Dios por medio de mi vida de oración. Oración que deberá tener sus momentos específicos; el tiempo de oración, no es nuestro, es de Dios:

“Este poquito de tiempo que nos determinamos a darle, él nos lo agradecerá, y si se lo damos, démoselo, libre de pensamientos y desocupados de otras cosas, y con toda determinación de no quitárselo por trabajos que nos vengan, ni por contradicciones, ni por sequedades, sino que tengamos aquel tiempo como cosa que no es nuestra”. (Santa Teresa de Jesús).

Ensénanos a orar (Lc 11,1) pidieron los apóstoles a Jesús y Benedicto XVI nos decía: "Es necesario aprender a rezar, casi adquiriendo de nuevo este arte"(Catequesis 04/05/11).

Contemplar a María en el pesebre de Belén debería ser para nosotros una hermosa manera de crecer en nuestra oración, en nuestra contemplación del Niño Dios. "Y postrándose le adoraron" (Mt 2,11).

Si en el Niño que María estrecha entre sus brazos los Reyes Magos reconocen y adoran al esperado de las gentes anunciado por los profetas, nosotros podemos adorarlo hoy en la Eucaristía y reconocerlo como nuestro Creador, único Señor y Salvador. (JPII  Mensaje para la XX JMJ, Colonia 2005, n 4)

Y también, oración que en lo posible debería extenderse durante todo el día, por ese “vivir en la presencia de Dios”.

Orar: como el alimento y como la respiración.

La entrega de sí

Esta vida de oración ha de llevar, pues, al alma natural y llanamente a entregarse a Dios, al don completo de sí misma. Muchos pierden años y años en trampear a Dios. La mayor parte de los directores [espirituales] no insisten bastante en el don completo. Dejan al alma en ese comercio mediocre con Dios: piden y ofrecen, prácticas piadosas, oraciones complicadas. Esto no basta a vaciar al alma de sí misma, eso no la llena, no le da sus dimensiones, no la inunda de Dios. No hay más que el amor total que dilate al alma a su propia medida. Es por el don de sí mismo que hay que comenzar, continuar, terminar. Hay que realizarlo de una vez, y rehacerlo hasta que sea como connatural. Entonces el alma se dará con gran paz, se dará a propósito de todo, sin reflexionar, como el heliotropo se vuelve naturalmente hacia el sol. Darse, es cumplir justicia. (P. Hurtado, La búsqueda, p. 27.)

¡Darse, darse, darse! A la voluntad de Dios… y al amor al prójimo.

No podemos decir que amamos a Dios sino amamos al prójimo...

Comentario a la carta de San Juan: El amor a Dios se demuestra por el amor al prójimo.

El primero de los mandamientos es el amor a Dios, pero en el orden de la acción debemos comenzar por llevar a la práctica el amor al prójimo. El que te ha dado el precepto del doble amor en manera alguna podía ordenarte amar primero al prójimo y después a Dios, sino que necesariamente debía inculcarte primero el amor a Dios, después el amor al prójimo.

Pero piensa que tú, que aún no ves a Dios, merecerás contemplarlo si amas al prójimo, pues amando al prójimo purificas tu mirada para que tus ojos puedan contemplar a Dios; así lo atestigua expresamente san Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.

Escucha bien lo que se te dice: ama a Dios. Si me dijeras: «Muéstrame al que debo amar», ¿qué podré responderte sino lo que dice el mismo san Juan: Nadie ha visto jamás a Dios? Pero no pienses que está completamente fuera de tu alcance contemplar a Dios, pues el mismo apóstol dice en otro lugar: Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios. Por lo tanto, ama al prójimo y encontrarás dentro de ti el motivo de este amor; allí podrás contemplar a Dios, en la medida que esta contemplación es posible.

De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan (Tratado 17, 7-9: CCL 36, 174-175)

A la Madre Teresa un periodista le preguntó un día, al verla haciendo algún acto de caridad, que cómo podía hacer esto, a lo que ella respondió que muy sencillo, que en él veía al mismo Jesús que adoro en la Eucaristía, algo que ella hacía dos horas diarias.

San Agustín: "¿Que es la caridad? Es el alma de la Escritura, la fuerza de la Profecía, la salud de los Sacramentos, el fundamento de la ciencia, el fruto de la fe, la riqueza de los pobres, la vida de los moribundos. ¿Qué cosa más magnánima que morir por los impíos? ¿Qué mayor bondad que amar a los enemigos? Ella sola es a quien la felicidad ajena no contrista, porque no es envidiosa. Ella sola es a quien la propia felicidad no engríe, porque no se inflama. E­lla sola es a quien la conciencia no remuerde, porque no obra mal. Entre los oprobios se mantiene segura, responde al odio con el bien; a la ira responde con placidez, entre las insidias se mantiene inocente; entre la iniquidad está incómoda, respira en la verdad. ¿Qué más fuerte que ella, no para responder a las injurias, sino para no tenerlas en cuenta? ¿Qué más fiel a ella, no a la vanidad, sino a la eternidad? Pues lo tolera todo en la presente vida, porque lo cree todo sobre la vida futura: aguanta todo lo que pasa aquí, porque espera todo lo que se promete allí. En verdad que nunca pasa” (San Agustín, sermón 350).

Este fue el último pensamiento que sor Isabel de la Trinidad ofreció a sus hermanas que recitaban junto a ella las oraciones de los agonizantes: "A la tarde de la vida todo pasa; sólo permanece el amor. Es preciso hacerlo todo por amor" Y santa Teresita de Lisieux, la víspera de su muerte, dijo a su hermana Celina que le pedía una palada de adiós: "Ya lo he dicho todo: lo único que vale es el amor"

(RM, TPC 68)

Lo que le dijo Kolbe  a sus compañeros de celda cuando se lo llevaban para darle la inyección letal que acabaría con su vida: "NO OLVIDEIS EL AMOR".

María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva. A ella confiamos la Iglesia, su misión al servicio del amor:

Santa María, Madre de Dios,
tú has dado al mundo la verdadera luz,
Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios.
Te has entregado por completo
a la llamada de Dios
y te has convertido así en fuente
de la bondad que mana de Él.
Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él.
Enséñanos a conocerlo y amarlo,
para que también nosotros
podamos llegar a ser capaces
de un verdadero amor
y ser fuentes de agua viva
en medio de un mundo sediento.

(Benedicto, Deus Cáritas est, 42)

[1] El amor de Dios es causa del bien de naturaleza : Sab 11,25 amas todas las cosas que existen, etc. Igualemente es causa del bien de la gracia: con amor perpetuo te amé y por esto te atraje a mí, es decir, por la gracia. Pero que Dios sea también el dador del bien de la gloria, esto procede de su inmensa caridad. Y que la caridad de Dios sea máxima se ve por cuatro cosas:

Primero por parte de la persona que ama, pues es Dios quien ama y Dios es infinito; por eso se dice que así Dios amó, Deut 33,3, amó a los pueblos : todos los santos están en su mano.

Segundo por la condición del amado, porque el hombre, que es amado, es mundano, corpóreo, o sea existente en pecado; Rom 5,8: mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros., y por eso se dice que así Dios amó « el mundo »

En tercer lugar, por la magnitud del don, pues el amor se muestra por el don, porque, como dice Gregorio « la prueba del amor se ve en las obras ». Dios nos ha dado el mayor don, a su Hijo Unigénito; y por eso dice Rom 8,32 a su propio hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros.

En cuarto lugar por la magnitud del fruto, porque por él tenemos vida eterna, de donde se dice que todo el que crea en Él no perecerá, sino que tendrá vida eterna, la cual se nos concede por su muerte en la cruz.

 Conviene notar que dice "no perecerá". Perecer, pues, se dice de algo que es impedido de llegar al fin al cual está ordenado. El hombre está ordenado al fin, que es la vida eterna, y cuando peca, se aparta de ese fin…

Y en esto que dice tendrá vida eterna, se indica la inmensidad del divino amor, pues dándonos la vida eterna, se da a Él mismo. Pues la vida eterna no es otra cosa que gozar de Dios. Darse a sí mismo es la mayor muestra de amor.

 

 



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