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Retiro Adviento

Introducción y Primera Meditación: Dios creído: la fe
Crezcamos en la fe en el amor de Dios en este Adviento. El Verbo se hace hombre por amor.


Por: P. Gustavo Lombardo, IVE | Fuente: Catholic.net



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Introducción y Primera Meditación:  Dios creído: la fe

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Introducción y Primera Meditación: Dios creído: la Fe

 



Introducción

Encomendamos a María los frutos de estas charlas, que quieren ser un aporte para nuestra preparación para la Navidad.

Ave María…

Nuestra Señora del Adviento: ¡Ruega por nosotros!

Como ya sabemos el año litúrgico tiene dos momentos más fuertes, más intensos, de preparación para dos grandes celebraciones:



Cuaresma, como preparación para la celebración del Misterio Pascual, y

Adviento, preparando la Navidad.

Adviento significa "Venida", por tanto nos preparamos para la venida del Señor. El Señor vino hace 2000 años, en su Encarnación; vendrá al fin de los tiempos como Rey victorioso a juzgarnos, pero entre estas dos venidas existen muchas otras, como dice San Bernardo, a las cuales llama "venidas intermedias" (entre la primera y la segunda). ¿Cómo es que viene el Señor? Lo dice el mismo Santo: "viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia".

Estas venidas intermedias del Señor son muchísimas; a cada paso de nuestra vida está tocando la puerta de nuestro corazón para llamarnos a la conversión o a una vida más fervorosa: he aquí que estoy a la puerta y llamo (Ap 3,20).

Viene el Señor por medio de una gracia actual, viene por medio de los sacramentos, viene por el sufrimiento (a veces estas son sus visitas preferidas… qué misterio).

Pero al decir Adviento, al decir "Venida", estamos evocando una "venida", una "visita" particular del Señor. Y disculpen que cite una vez más aquello que mencionábamos en el retiro para Cuaresma: “todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos…” (CEC 1081). Por tanto, puedo creer junto con la frescura de la fe de los niños, que Jesús verdaderamente viene a nosotros y nace por nosotros como en el Belén de 2000 años atrás.

¿Se nos hace difícil entender esto? Permítanme responderle con palabras de Pío XI, citando a San Agustín. En una encíclica en la que habla sobre la expiación que todos debemos hacer al Corazón de Jesús, se pregunta:

“Mas ¿cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos? Respondemos con palabras de San Agustín: ‘Dame un corazón que ame y sentirá lo que digo’[1].

Nos preparamos entonces para la Venida del Señor. Y para esto preguntémonos a qué viene el Señor, qué fin persigue aquel milagro de que Dios se haga hombre, de que el Verbo eterno asuma una carne mortal como la nuestra, de que el Todopoderoso aparezca envuelto de la debilidad de un tierno niño. Lo que Jesús quiere es divinizarnos, transformarnos, unirnos a Él. ¡Oh admirable comercio! ¡Oh admirable intercambio! dirán los padres de la Iglesia. Dios, sin dejar de serlo, se abaja, se anonada por nosotros.

"¿Quién podría haber inventado un signo de amor más grande? Permanecemos extasiados ante el misterio de un Dios que se humilla para asumir nuestra condición humana[2]" (San Juan Pablo Magno)

¿Cuál debe ser nuestra respuesta ante esto? ¿Cómo realiza en concreto Dios está unión con el hombre?

Nuestro Señor nos regala tres dones, tres potencias, tres virtudes ("virtud" significa justamente eso: fuerza, potencia, capacidad). Estas son las virtudes teologales, que como su nombre lo indica, nos unen con Dios, tienen como "objeto", como fin, al mismo Dios. De ahí que sean las virtudes más importantes, de las cuales depende nuestra vida espiritual.

Y estas son, como ya sabemos: la fe, por lo cual creemos en Dios; la esperanza, por la cual esperamos en Él, y la caridad, por la cual lo amamos. Dios creído, esperado y amado, y mientras más vida espiritual, más creído, más esperado y más amado.

Justamente a estas tres virtudes quería dedicar las tres charlas de este -podríamos llamar- “Retiro virtual” para Adviento.

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Primera Plática

Dios creído: la Fe

Empezamos por la fe porque,  como dice la carta a los Hebreos:

"Sin fe es imposible agradar a Dios, pues el que se acerca a Él ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan"(Heb 11,6)

Y lo primero a creer, como leíamos en la cita bíblica, es que Dios existe. Seguramente que creemos en esto, pero ¿acaso creemos con todo lo que esto implica? Cuando decimos que creemos en "Dios", estamos entendiendo que creemos en un "Dios-Amor". Ahora bien, bajando a lo concreto de nuestra vida: ¿creemos que Dios nos ama? Y puntualizando aún más: ¿creo que Dios me ama tanto que no permite ni siquiera que un cabello caiga de mi cabeza sin que Él lo permita, y que todo lo que sucede, absolutamente todo, hasta lo más contrario a mi modo de pensar y sentir, sucede por mi bien? (cf. Rm 8,28)

Ante algo adverso uno puede revelarse (no estar de acuerdo, quejarse, etc.), resignarse (no queda otra…) o aceptarlo, ¡ésta es una actitud de fe! "Acepto esto, lo quiero, nada se le pasa a Dios, mi Padre, si Él así lo permite, sin duda será lo mejor". Que Dios nos regale tanta fe en su amor que podamos decir con San Francisco de Sales: "La voluntad de Dios es siempre, invariablemente, adorable".

Crezcamos en la fe en el amor de Dios en este Adviento, meditando aquello que dijo el Señor: Porque tanto amó Dios al mundo (Jn 3, 16) ¡Eso creemos! La venida de ese único Hijo que nos muestra el amor del Padre.

El Verbo se hace hombre por amor, Dios viene a nosotros… por amor. ¿Cómo responderle? Amor con amor se paga. Ya hablaremos puntualmente de la caridad pero digamos ahora que este “creer” implica sin duda también la confianza, de hecho en latín ambas palabras tienen la misma raíz: fides (fe) y fiducia (confianza). Y la confianza implica el amor ya que no puedo confiar en alguien que no amo.

Imaginemos que le contamos algo íntimo y personal, algo muy importante para nosotros, a una persona cercana, a alguien a quien amamos. Y, sin embargo, no nos cree… ¿acaso no sería esto doloroso? Es por esto que no creerle a Dios, no es algo inocuo, inofensivo, porque al no hacerlo faltamos también a la confianza y faltamos al amor.

Tan importante es la fe, que Dios, en Jesús, viene a nosotros, para que crezcamos en ella. Así se puede ver claramente cómo en los milagros del Señor, el objetivo primero que busca es la fe, suscitar esa fe y, de faltar, no hace el milagro.

En Nazaret por ejemplo, no hizo allí muchos milagros a causa de su falta de fe (Mt 13,58).

Cuando se le acercan los diez ciegos para pedirle que los cure, Jesús les pregunta: “¿Creéis que puedo hacer eso? Dícenle: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos diciendo “Hágase en vosotros según vuestra fe”.

Y a Jairo, uno de los jefes de la Sinagoga, cuando le avisan que no valía la pena que Jesús fuera hasta su casa porque su hija ya había muerto, Nuestro Señor le dice “No temas, solamente ten fe”.

De la misma manera, en la curación del paralítico, al cual bajaron desde el techo en la camilla,  dice la Escritura “viendo Jesús la fe de ellos…”

Y si Pedro se comenzó a hundir cuando caminaba sobre las aguas yendo hacia Cristo, no es por otra cosa que por su falta de fe; le dice Pedro a Nuestro Señor: “Señor, ¡Sálvame!... Al punto Jesús, tendiéndole la mano, lo agarró y le dice. ‘hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?’”

En el milagro de la tempestad calmada, el Señor ve la poca fe de los apóstoles, ya que les dice “¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?” y luego hace el milagro.

A la hemorroisa, luego de haberla curado le dijo: “ánimo hija, tu fe te ha salvado

La curación del Hijo del Centurión; “Yo iré a curarlo... No, no soy digno, yo también tengo subalternos... Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían os aseguro que en todo Israel no he encontrado una fe tan grande... Y dijo Jesús al centurión: anda y que suceda como has creído. Y en aquella hora sanó el criado”. (cf. Mt 8, 5-13)

Y termino con la vez que Jesús cura al cieguito de nacimiento (cap. 9 de Jn), lo que busca es que haga un acto de fe en Él. Luego del milagro, al ser interrogado, el cieguito dice en primer lugar ese hombre que se llama Jesús (v. 11); luego dice que es un profeta (v. 17); luego que viene de Dios (cf. v 33) y, finalmente, cuando por ser coherente con lo que había visto y recibido de Jesús lo echan de la sinagoga, Jesús se lo busca y tienen este diálogo:

“¿Tú crees en el Hijo del hombre?”

El respondió: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?”

Jesús le dijo: “Le has visto; el que está hablando contigo, ése es”.

El entonces dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él. (vv. 35-38)

Y podríamos seguir poniendo ejemplos...

Que nos quede claro entonces que Jesús quiere, en primer lugar, que creamos en Él. Pero no sólo eso, porque incluso podríamos creer en Él, pero tener una fe muerta, o sea una fe sin vida de gracia, una fe sin caridad.

Si me encuentro en esta situación, qué mejor que proponerme una buena confesión en este Adviento. ¡No nos demoremos! No sea cosa que, como suele pasar, la fe muerta, la fe sin caridad, termine muriendo definitivamente. Es más, no solo quiere el Señor que tengamos una fe viva, sino más aún, que podamos vivir de la fe: El justo vivirá por la fe dice el profeta Habacuc y lo repite más de una vez San Pablo.

La oración que es necesario hacer, es ésta: ¡Señor, acreciéntanos la fe!

Que aumente nuestra fe es una gracia, por eso la pedimos, pero también por supuesto que una respuesta de nuestra parte y para ello tenemos que tener presente algunas cosas:

1. La fe, suele decirse, es un acto de la inteligencia. Sí, es un acto de la inteligencia, movida por la voluntad y elevada por la gracia. Pero mejor sería decir que es un acto de toda la persona. Por la fe Abraham salió de su tierra; por la fe los mártires dieron su vida... ¡Por la fe!

La fe es la vida entera. Cuando la Sagrada Escritura habla de la fe, nunca hace referencia a la sola inteligencia. La fe es lo que mueve el corazón entero hacia Dios.

Al no entender esto, muchos cristianos creen que tener fe es una cuestión de la cabeza sola; mientras se puede tener el corazón en otra parte. No es así. La fe ¡exige coherencia! ¡Eso es vivir de la fe!, es decir, acomodar sus criterios y sus actos a la fe que profesa.

¿Tiene fe una persona que cree en la Misa pero no va ni los domingos? ¿Tiene fe una persona que cree en la confesión pero no se confiesa? ¿Tiene fe una persona que cree que Jesús está en la Eucaristía, pero no hace jamás un acto de adoración? No podemos decir que no tenga fe... pero tiene fe igual que tiene vida un agonizante.

¡Coherencia! Sin coherencia se nos muere la fe.

2. La fe es una realidad viva. Y las realidades vivas se nutren y crecen o dejan de alimentarse y se mueren. Si yo tengo un cuadro colgado en mi casa, el cuadro no necesita de mí. Está allí y va a seguir allí aunque yo no le pase ni el plumero. Porque el cuadro es una realidad estática, en cierto sentido, es una realidad “muerta”. Pero si tengo un loro no lo puedo tratar como un cuadro. Le tengo que dar de comer y de beber. Si lo alimento vive y crece; si lo abandono se me muere. La fe es una realidad viva. Muchos cristianos la reciben en el bautismo y la dejan colgada como la medallita que les regaló su padrino. Pero la medallita que llevamos al cuello es algo muerto; en cambio la fe está viva.

¡No esperemos encontrarla viva después de muchos años de olvido! ¿Alimentamos nuestra fe? El alimento de la fe es la oración, la liturgia, la meditación de la Sagrada Escritura, las gracias que se reciben en los sacramentos. ¡Que la fe no se nos muera de hambre!

3. Finalmente, la fe es, como hermosamente le dijo Jesús a la Samaritana, un agua viva que salta hasta la vida eterna. Es “agua viva que salta”. La fe, como el agua, es algo que salpica, que salta, que moja a quienes están alrededor. ¿Cómo salta la fe? La fe salta del corazón del hombre hacia afuera mediante las obras.

Santiago decía: yo por mis obras te mostraré mi fe; la fe sin obras está muerta. La fe quiere obrar. Necesita expresarse. Haciendo obras de fe, es como si canalizáramos la fe, y ocurre con ella como ocurre con los manantiales: cuando los destapo brota más y más agua; no se agotan; siempre sale más agua.

¿Qué significa obras de fe? El Cardenal Newman lo dijo una vez: son aquellas obras que yo hago justamente porque tengo fe, y si no tuviera fe, no las haría ni loco.

Esas son las obras propias de la fe. Son las que más agradan a Dios. Eso es lo que hicieron los mártires.

Esa fe tiene que notarse, no para vanagloriarse sino para dar gloria a Dios, tiene que notarse en la sonrisa, en las obras que hago… ¿qué actos no hubiera hecho si no tuviera fe?, eso podríamos preguntarnos cada noche. Esa fe tiene que notarse, tienen que verla los demás para dar gloria a Dios, pero, sobre todo, tiene que notarse en el corazón porque Dios ve en lo secreto.

Esa fe es la que tiene que hacernos vivir este tiempo de Adviento como un tiempo importante; tiene que notarse en mi vida -especialmente en mi vida interior- que estoy en tiempo de Adviento, que quiero prepararme para la venida del Señor, que quiero convertirme cada día más, que quiero hacer mejor las cosas de cada día.

Cuaresma y Adviento son tiempos fuertes ¡que no se nos pasen!... el Adviento… que no me di cuenta… ¡no!, que note yo que estoy en un tiempo  en que preparo la venida del Señor; pongámosle a esto todo el color del amor que hay que  ponerle-

Cuando estoy esperando la venida de una persona, cómo me preparo, cómo se prepara un país para la venida del Sumo Pontífice, cómo se prepara una ciudad para la venida del presidente… ¡cómo no me voy a preparar yo para la venida del Señor, de “mi” Señor, en esta Navidad!

Démosle entonces a este tiempo que estamos viviendo, ese toque de fe, que no sea igual mi vida, que cada día que me levanto me acuerde de que estoy en un tiempo importante en que me preparo para la venida del Señor.

La Navidad… cuando somos niños, tiene todo un colorido especial, por los regalos, por las fiestas, y a veces pasa que nos vamos poniendo grandes y se pierde todo eso… y se pierde todo eso por culpa nuestra. Está bien, algunas cosas se tienen que perder porque ya no somos niños pero nunca tenemos que dejar de ser niños en la fe, de los que son como niños es el Reino de los cielos, dice el Señor. Por eso aprovechemos este Adviento para redescubrir la maravilla de un Dios que se hace hombre por mí, que por mí nace en un pesebre, que se transforma en un pequeño Niño indefenso, tierno, y que está en brazos de una Madre que es también mi Madre.

No dejes de invocar a María, quizás no hay un tiempo litúrgico donde María tenga mayor relevancia porque el Adviento, sobre todo, lo vivió Ella, un Adviento que fueron dieciséis, diecisiete años… ¡quién  esperaba menos al Mesías que Ella!... y un Adviento que fueron, sobre todo, nueve meses de esperar al Señor.

Cómo sabe de esto una madre… esperar nueve meses mientras se va gestando el niño en su vientre, cuánto más el caso de María que esperaba ver nada más ni nada menos que al más hermoso de todos los hombres, al mismo Dios Encarnado.

Por eso, le vamos a pedir a María Santísima, nuestra Madre, nuestra Mamá, que nos dé la gracia de vivir este Adviento como si fuera el último. ¿Será el último?... no lo sé, y si fuera el último, cómo me hubiera gustado vivirlo. Así entonces vivámoslo.

Pidámoselo a Ella… sabemos que somos débiles, que nos cuestan las cosas espirituales, sabemos que tropezamos, que nos resbalamos… pero sabemos que tenemos una Madre a nuestro lado, que nos cuida, que nos protege, que nos levanta, que nos acaricia, que nos consuela.

A Ella entonces le vamos a pedir que nos dé muchos frutos en este Adviento, que esta Navidad no sea una más… y se nos puede pasar así nomás, como le pasó a Santa Teresita del Niño Jesús, que en una Misa de Gallo,  recibió una gracia especialísima:

"Fue el 25 de diciembre de 1886 cuando recibí la gracia de salir de la niñez, la gracia de mi total conversión. Volvíamos de la Misa del Gallo, donde yo había tenido la dicha de recibir al Dios fuerte y poderoso (...) La obra que yo no había podido realizar en 10 años Jesús la hizo en un instante, conformándose con mi buena voluntad, que nunca me había faltado (...) Sentí que entraba en mi corazón la caridad, la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás ¡y desde entonces fui feliz!" (Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un alma, cap. VI)

¿Por qué no nos puede el Señor regalar una gracia tan grande?, no le pongamos obstáculos, no le pongamos "peros" a Dios, confiemos en Él y que sea como Él nos dice; que se haga en nosotros de acuerdo a nuestra fe. Y si no nos preparamos a Su venida, si no esperamos al Señor, si no lo reconocemos viniendo a nuestro corazón, viniendo en esta Navidad ¿qué le pasará al Señor?, le pasará igual que le pasó cuando vio a Jerusalén y reconoció que no lo aceptaba.

Dice el Evangelio que Jesús lloró y, ¿por qué lloro? Porque no reconocieron el tiempo de la visita de Dios.

Cuando llora Jesús, llora María... no hagamos llorar a Jesús y a María, reconozcamos la visita del Señor, pidámosle a ellos nos ayuden a prepararnos bien y que seamos entonces nosotros, coherentes con nuestra fe, una fe viva, que se muestre en las obras, una fe que sea confianza total en Dios, en su amor, una fe en definitiva, que nos mantenga firmes hasta el último momento.

San Pedro de Verona muerto por su fe, cayó por tierra y lentamente, mojando dos dedos con su propia sangre, escribió en el suelo: "CREDO".

 

[1] Pío XI, Carta Encíclica “Miserentissimus Redemptor”, Sobre la expiación que todos deben al Sagrado Corazón de Jesús, del 8 de mayo de 1928, n. 10.

[2] San Juan Pablo Magno, Mensaje para la XX JMJ, Colonia 2005, n 2.



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