Expulsando a Dios
Por: Carlos Agustín Cázares Mtz., msp | Fuente: ForumLibertas

El pecado es la negación de Dios en la vida del hombre y, si el hombre es imagen de Dios, consecuentemente cuando se peca perdemos de vista nuestra esencia y el desorden aparece en la educación, en la familia y en la sociedad.
Alguna vez, alguien me preguntó sobre el origen de tantos desórdenes en la sociedad; de pronto, recuerdo que mi respuesta fue muy contundente: La causa de tantos desórdenes es el pecado. Y aunque si bien el dialogo continuó, la primera cuestionante siguió resonando en mi reflexión. Al paso del tiempo, esa respuesta, que resulta categórica para algunas mentalidades, se ha solidificado con la reflexión. No se trata de una situación moralizante o escrupulosa. No es ver todo de modo negativo sino reconocer que el pecado es la negación de Dios en la vida del hombre y si el hombre es imagen de Dios, consecuentemente cuando se peca perdemos de vista nuestra esencia y el desorden aparece.
Para enfatizar mejor esta expresión, hemos aceptar que cuando el ser humano expulsa a Dios de su realidad pierde la brújula que lo conduce por senderos tranquilos, experimenta el miedo y no encuentra protección (cf. Gn 3,10).
Expulsado de la educación
De un tiempo a la fecha, en las diferentes instituciones educativas hablar de Dios es contrario a las legislaciones tergiversadamente laicas, se prohíbe categóricamente el tema de religión en las escuelas; se les olvida que es gracias a la Iglesia que se pueden contar con las grandes Universidades. Hemos de puntualizar que cuando Dios es expulsado de la educación ésta se reduce a instrucción e información. Sacar a Dios de las escuelas da pie a que entren los antivalores, una nula formación moral y, entre otras cosas, el ya famoso “bulling” que tanto aqueja a la comunidad estudiantil. Educar no es informar, es formar a la persona de modo integral, con valores fincados en la trascendencia y esto sólo se consigue en Dios.
Expulsado de la familia
Cuando un matrimonio pierde de vista la sacralidad de su unión y hace a un lado a Dios, poco a poco se deteriora, y el amor que se juraron se va opacando por el egoísmo. Cuando en la familia no se busca la salud espiritual se pierde la fuerza para enfrentar los problemas cotidianos. Sabemos que la familia es la célula de la sociedad, es la iglesia doméstica, pero si se aleja de Dios esta célula puede padecer el cáncer del pesimismo, desesperación y, en el peor de los casos, la aniquilación. A conciencia debemos ser claros: La familia que reza unida y se acerca Dios, permanece unida y encuentra la estabilidad que necesita para ser feliz.
Expulsado de la sociedad
Expulsemos a Dios de nuestra vida y ésta se desmorona. Los ejemplos son claros, solo basta con dar un vistazo a los periódicos y nos daremos cuenta de cuanta maldad impera en el mundo. La violencia, la corrupción, el hambre y la guerra hunden sus raíces en la soberbia de quien pretende ser más que Dios y lo niega de su realidad . Asimismo, cuando un cristiano no comprende su papel de ser sal y luz en la sociedad (cf. Mt 5, 13-15) traiciona su vocación, le da la espalda a su Maestro y se marcha triste y sin recompensa (cf. Mt 19, 22). La solución a los problemas sociales, es por demás clara; los cristianos debemos dar testimonio del nombre que llevamos, construyendo un mundo solidario y buscando el Bien Común, en concreto, la solución está en Dios. No expulsemos a Dios de nuestra vida y encontraremos la eternidad.
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