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Un código liberador

Un código liberador
La ley divina es, en última instancia, Jesús mismo: Presencia amorosa de Dios que libera, encamina y salva.


Por: P. Alejandro Ortega Trillo, L.C. | Fuente: http://www.aortega.org/





Conduzco desde hace más de treinta años. Pero en Italia, si quieres la patente, necesitas un curso de manejo en un carro-escuela y estudiar en serio. El examen teórico es una combinación aleatoria de una base de seis mil preguntas. El examen práctico no es menos aterrador: seis horas de manejo en diferentes circunstancias con dos examinadores a bordo, que observan escrupulosamente hasta cómo mueves las cejas. Tres errores y estás fuera.

Menos mal que no es así para llegar al cielo. El código básico, revelado por Dios a Moisés, tiene sólo diez preceptos –de ahí su nombre de “Decálogo”–. Jesús no amplió la lista. De hecho, la simplificó sintetizando la Ley y los Profetas en dos mandamientos: amar a Dios con todo el corazón y amar al prójimo como a uno mismo. La Iglesia hoy es más consciente que nunca del valor de esta pedagogía. Por eso el Papa Francisco, al reconocer que “los preceptos dados por Cristo y los apóstoles al pueblo de Dios son poquísimos”, advierte que “los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación para no hacer pesada la vida de los fieles y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando la misericordia de Dios quiso que fuera libre” (Evangelii gaudium, 43).

Jesús dijo a sus apóstoles: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14, 15). La frase, me parece, tiene un doble significado: hay que amar para guardar los mandamientos; y hay que guardar los mandamientos para amar. Amor y mandamientos son un binomio inseparable. Porque los mandamientos, desde que Dios los reveló en el Monte Sinaí, son mucho más que una prescripción legal: son una alianza; es decir, un pacto de amor que Dios ofrece al hombre, en línea con una compasiva intervención que libera y acompaña por el camino hacia la tierra prometida.

Los mandamientos no son un “capricho divino”, como pensaba el filósofo medieval Guillermo de Ockham. Según su tesis, robar es malo porque Dios decidió que fuera malo; pero pudo decidir lo contrario: que robar fuera un acto moralmente bueno. No es así. Los mandamientos divinos, lejos de ser una imposición arbitraria, están en armonía con nuestra verdadera humanidad: sacan lo mejor de nuestra más profunda esencia. Es cierto que nos cuestan. Pero no porque se opongan a nuestra naturaleza sino a las tendencias desordenadas –y esclavizadoras–, que todos arrastramos como consecuencia del pecado original.

De hecho, aunque la mayoría de los mandamientos tiene una formulación negativa, su sentido auténtico es eminentemente positivo. Más que “noes”, los mandamientos son “síes”. El “no matarás” es un “sí a la vida”; el “no mentirás” es un “sí a la verdad”; el “no robarás” es un “sí al respeto de los bienes ajenos”; el “no cometerás adulterio” es un “sí al amor conyugal”. Vividos así, los preceptos de Dios no restringen la vida, la liberan; no la abruman, la sostienen; no la nublan, la despejan. Sin embargo, para comprender y valorar los mandamientos hace falta, como explica el Papa en su exhortación, una “adhesión que es hermana del amor, más allá de la claridad con que pueden percibirse las razones y los argumentos” (42).

Dios no cesa de salir al encuentro del hombre; de bajar hasta la existencia, muchas veces extraviada y triste, de cada ser humano; de pasearse por los barrios bajos de nuestra humanidad, impregnándolo todo de su presencia, de su bondad, de su misericordia. En este contexto, sus mandamientos son prescripciones médicas para sanar más que disposiciones legales para condenar nuestra conducta. Porque la ley divina es, en última instancia, Jesús mismo: Presencia amorosa de Dios que libera, encamina y salva.


Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor del libro Vicios y virtudes. Actualmente colabora en las oficinas generales de la Legión de Cristo y hace estudios de especialización en Roma.

E-mail: aortega@legionaries.org



Facebook: P. Alejandro Ortega Trillo, L.C.

Twitter: @aortegalc

Website: www.aortega.org




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