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Fe cristiana y compromiso social
Presentación del libro Pensamiento social cristiano abierto al siglo XXI, la implicación de los católicos en la vida social


Por: . | Fuente: ForumLibertas



El arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española ha subrayado, con motivo de la presentación del libro Pensamiento social cristiano abierto al siglo XXI, la implicación de los católicos en la vida social, señalando que no se posee el monopolio de la interpretación sobre dicha realidad. El libro es el resultado del trabajo colectivo de profesores de distintas universidades y centros de la Compañía de Jesús, y su punto de partida, según sus propias manifestaciones, es la Caritas in veritate.

José Cols, uno de los coautores, presentaba lo que a nuestro juicio es una clave esencial de la fuerza singular de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Su carácter holístico, integral, frente a la fragmentación del saber actual, poniendo por ejemplo como Benedicto XVI “habla de ecología y aborto en su defensa de la vida”. El pensamiento social de la Iglesia presenta, y eso lo decimos nosotros, un modelo alternativo a la situación actual, y no solo unos cuantos principios y criterios desperdigados que se eligen a gusto del consumidor, como si de un supermercado de ideas se tratara.

Se dice, y es cierto, que los propios católicos desconocen su doctrina social, pero no será por la falta de libros y textos de índole diversa. Más bien aquí existe la primera dejación cristiana, de la mano de obispados, parroquias y congregaciones, que simplemente la abandonan al margen, a base de darle un tratamiento academicista, alejando a los fieles de toda reflexión sobre la realidad. Este es el primer y decisivo déficit a corregir. Los parroquianos han de poder tratar los hechos políticos, económicos y sociales a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia.

La segunda cuestión pertenece al ámbito más académico: las escuelas y universidades católicas deben impartir el conocimiento de la DSI, no como una “maría” sino como un distintivo de su especificidad positiva, porque para valorarla no es necesario partir estrictamente de la fe; basta con la razón bien construida.

El tercer déficit, pero este incomprensible por su enormidad, radica en la ausencia de aplicaciones. Parece como si no hubiera ningún interés en trabajar para aplicar aquella doctrina a realidades concretas. El que la Iglesia, su pensamiento social, no sea un programa político no puede ser obstáculo para evitar la tarea de traducirlo en políticas publicas concretas, cuestionables claro está, plurales y por ello nada dogmáticas, pero que sin duda serian formidables elementos de reconstrucción social y económica.

Pero aún queda una cuarta cuestión. De la misma manera que el ayudar al enfermo, pongamos por caso, se tradujo en las instituciones hospitalarias, también la aplicación de la doctrina social requiere de un sujeto colectivo que se ocupe de su traducción práctica, un sujeto histórico que es la propia Iglesia, y un sujeto político que son los cristianos, junto con todos aquellos que sin serlo comparten sus mismos fines. De lo contrario, la DSI se convierte en una variante del angelismo más desencarnado.







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