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La belleza del acto conyugal
El acto en el que el hombre y la mujer se asemejan más a Dios


Por: Juan Carlos Ortega |



 

Una de las satisfacciones más agradables de un empresario es cuando su hijo le suple en la dirección de la empresa. El padre durante años trabaja y se sacrifica para que su hijo se alimente y crezca. Se alegra cuando, como él, comienza a caminar, se supera en el deporte y en el estudio. Pero su gran felicidad llega cuando, después de años de ir a la fábrica, visitar las oficinas y compartir decisiones, el hijo toma las riendas del negocio. En ese momento el padre ve a su hijo como una continuidad de lo que él mismo es.

Algo parecido ocurre con Dios respecto al hombre. En primer lugar, el ser humano "ha sido creado a imagen de Dios, hombre y mujer" (31 de mayo de 2001). Posteriormente, Dios regala "el matrimonio que representa el camino eficaz para una real participación en la comunión trinitaria" y, como medida de donación, nos ofrece el ejemplo del "amor esponsal del Resucitado por su Iglesia".

En efecto, el Señor, como el buen padre que tras dar la vida a su hijo le ve caminar y tener éxito en los estudios o en los deportes, se siente contento cuando ve a una mujer y a un hombre que se donan con totalidad en la vida matrimonial. Pero si el ser humano fuera capaz solamente de donarse y de amar con totalidad, aunque pueda parecer mucho, sería una imagen muy pobre del amor divino. Dios no descansará hasta que no vea que sus seres más queridos son capaces de realizar la función que más le define: ser Creador.

¿Cómo crea Dios un ser humano? "Cada hombre que viene al mundo - responde el Santo Padre - desde la eternidad es llamado por el Padre a participar en Cristo, por el Espíritu, en la plenitud de la vida de Dios".

Si reflexionamos en estas palabras nos daremos cuenta que Dios no se beneficia con la creación de cada nueva creatura. Cada nuevo ser es don, llamada que brota como fruto del amor y donación total de las tres personas trinitarias.

¿Cómo logra Dios que el hombre sea imagen Suya también en su realidad de Creador? "Participando en el don de la vida y del amor, los esposos reciben la capacidad de comunicarse recíprocamente la vida y el amor y de transmitirlo. De este modo, precisamente en la donación de sus cuerpos, se convierten en colaboradores de amor de Dios Creador". En esta frase el Papa anota tres momentos: recibir, comunicar y transmitir vida y amor.

Por lo tanto, Dios logra que el hombre y la mujer sean verdadera imagen Suya, cuando, habiendo recibido de Él la vida y el amor, y vinculados, como la Trinidad, a un amor para siempre, se entregan y se aceptan con respeto mutuo en la totalidad de lo que son, totalidad del espíritu y totalidad de sus cuerpos y, como consecuencia de tal entrega y amor, reciben los hijos como un don. En ese sentido, el acto conyugal, abierto a la creación de un nuevo ser, es el acto en el que el hombre y la mujer se asemejan más a Dios.

¡He aquí la belleza del acto conyugal! Ciertamente, la belleza y la semejanza con Dios no radica exclusivamente en ese tipo de acto, sino en la vida matrimonial, vivida con estas características y conciencia, incluidos los actos conyugales. "Los esposos, unidos por el vínculo conyugal, están llamados a expresar, mediante los actos honestos y dignos propios del matrimonio, su mutua donación y a acoger con responsabilidad y gratitud los hijos, "preciosísimo don del matrimonio".

Cuando el amor matrimonial se vive con esta autenticidad y deseo de ser imagen de Dios, se evitará en el acto conyugal todo medio que impida un nuevo hijo, pues su uso sería no donar o aceptar la totalidad de los cuerpos, al menos no se dona o no se acepta la fertilidad que los cuerpos podrían poseer en ese momento.

Por otra parte, como Dios no busca un beneficio con cada nueva creatura, así el posible hijo no se buscará como un bien útil para los padres, sino un bien en sí mismo; el hijo no es un derecho sino un don. Por ello los esposos no tienen derecho a la procreación sino tienen derecho y deber a realizar los actos naturales que de suyo se ordenan a la procreación.

Ojalá que los matrimonios cristianos reflexionen sobre el privilegio que tienen de ser esposos y padres, es decir, de ser vivir la realidad de ser expresiones del amor de Dios a los hombres.

 







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