Violencia intrafamiliar: un cáncer social que crece
Por: Raúl Espinoza Aguilera | Fuente: yo influyo
Quizá por haber nacido en un estado norteño, Sonora (México), en donde se acostumbraba corregir los errores de los hijos –en forma casi generalizada- a base de “cinturonazos” de parte de los padres, o las madres, (perdón la frase tan coloquial, pero así se decía) “a base “de unas nalgadas bien dadas”.
El cáncer de la violencia en familia
De igual forma, en los colegios era visto como “normal” que los maestros utilizaran reglas de madera de todos los tamaños para enfrentar con decisión cualquier falta de disciplina o insubordinación por parte de sus alumnos e impartir unas buenas dosis de “reglazos” para controlar al salón, así como los típicos “jalones de orejas o de parillas”, coscorrones, o también, el mandato de hacer, a fuera del salón, 200 sentadillas, 200 lagartijas y, luego, darle dos vueltas al campo de futbol…
Así que la primera que vez escuché la frase “violencia intrafamiliar” me pareció un tanto exagerada porque las acciones violentas en las familias y colegios de mi estado para educar a los hijos y alumnos era lo acostumbrado. Por lo tanto, no tenía modo de medir sus consecuencias psicológicas.
Fue hasta que realicé una serie de entrevistas en clínicas psiquiátricas para narrar los trastornos emocionales de nuestro tiempo en un libro, cuando me percaté de los terribles alcances que puede tener esa “violencia intrafamiliar”. Un ejemplo de uno de esos casos, de personas que voluntariamente me dieron sus testimonios, la puede ilustrar bien.
El caso de Luis Carlos
Luis Carlos (seudónimo) nació en Villahermosa. Tenía 8 años y era el mayor de cinco hermanos. Su padre, Don Gonzalo (seudónimo) se dedicaba a la compra venta de bienes raíces y su madre, Doña María (seudónimo) a las tareas del hogar y, además, elaboraba pasteles y galletas para diferentes eventos sociales (bodas, cumpleaños, Primeras Comuniones, Quince años…), lo cual suponía un buen ingreso para la economía familiar.
Pero su padre era extremadamente nervioso y vivía en continua tensión porque sufría pensando que algún día le saldrían mal sus negocios y podría quedar endeudado o, incluso, ir a parar a la cárcel. Su esposa y sus hijos lo consolaban diciéndole que eso no pasaría porque llevaba muchas décadas en este negocio y nunca se había metido en problemas económicos serios.
Lo cierto es que don Gonzalo, para calmar el permanente estado nervioso, acudía diariamente al alcohol. Ya desde el mediodía se notaba en su aliento que había ingerido algún licor. Y regresaba tarde de su negocio y muchas veces de mal humor por algún contratiempo que tuvo al cerrar una importante operación.
Así que era frecuente que llegara ebrio a su hogar. Y, en cuanto daba un fuerte portazo al entrar a su casa, iba llamando a cada uno de sus hijos. Juan Carlos invariablemente era el primero. Y le gritaba agresivamente:
-¿Ya hiciste tu tarea?
Y si le contestaba negativamente, de inmediato, se abalanzaba sobre él y le daba una tunda de golpes. Y así continuaba con sus otros hermanos, que ante la menor falta que observaba, también los lastimaba.
Doña María intervenía para pedirle que no fuera tan duro con los hijos, pero tenía la perversa reacción de irse a la cocina y arrojar por el suelo sus pasteles y galletas que estaba terminando.
Y muy ufano le advertía:
-¡Así aprenderás a no meterte en lo que no te importa!
Desafortunadamente estas escenas eran casi cotidianas. Juan Carlos se volvió muy introvertido y con pocos amigos. Notaba que tenía una violencia y agresividad contenida en su pecho y frecuentemente se peleaba al salir de clases. Luego comenzó a sufrir habituales insomnios o de extrañas alucinaciones que su mente no podía controlar y la pasaba muy mal cuando éstas ocurrían, habitualmente por la noche.
La huída de la casa
Así pasaron algunos años. Juan Carlos ya había cumplido los 14 años. Un día llegó su padre tal alcoholizado que caminaba con dificultad. Esta vez se fue directo a la cocina y comenzó a reclamarle a doña María que le devolviera de inmediato un dinero que le había prestado. En ese momento doña María no lo tenía, entonces, se puso como una fiera, le gritó, la insultó frente a los hijos y la comenzó a golpear bárbaramente.
Entonces, Juan Carlos, que ya se había desarrollado bastante en altura y tenía fuerzas físicas, se arrojó contra su padre y lo quiso separar de su madre pidiéndole que la dejara en paz, pero al no ceder, entonces comenzó a darle fuertes puñetazos a su padre hasta que quedó atolondrado con tantos golpes.
En ese momento se dio cuenta, Juan Carlos, que debía fugarse de su casa. Le pidió dinero a su madre para tomar un camión rumbo a la capital, porque le hizo ver que la venganza sería terrible y prefería irse a probar suerte a otra ciudad. Doña María comprendió la gravedad de la situación, le dio su bendición y lo poco que tenía en efectivo.
Sus primeros meses en la capital
En cuanto llegó, buscó hospedaje con unos tíos maternos y les explicó su situación.
-Este Gonzalo no tiene remedio, es incorregible.-le comentaron.
Le facilitaron techo y comida y le animaron a inscribirse a una secundaria abierta para que concluyera sus estudios. Trabajaba, también, en una tienda de abarrotes para ganar un poco de dinero. Y en la escuela pronto se rodeó de amigos muy parecidos a él: agresivos, violentos, inconformes con sus padres, rebeldes…
Así que cuando iba a fiestas, lo típico era que él y su pandilla se enfrentaran contra otros grupos de jóvenes. Un sábado el altercado subió de peligrosidad porque uno de los de la pandilla enemiga sacó una enorme navaja y los comenzó a amenazar. El hecho es que algunos de sus “cuates” tomaron “tachas” y drogas sintéticas para envalentonarse y se organizó una gran pelea en la que resultó mortalmente herido, un amigo suyo, apodado el “Chucho”.
Detenido por la policía
El dueño del establecimiento llamó a la policía y en poco tiempo arribaron varias patrullas, fueron detenidos y todos fueron a parar a la cárcel. El resultado fue que los llevaron a un centro de rehabilitación de menores.
En su forzoso aislamiento, fue la primera vez que comenzó a reflexionar sobre su vida y sus violentas reacciones. Se dio cuenta que necesitaba de la ayuda de un psiquiatra porque sólo no podía superar su problema. Así se lo planteó al director del centro de rehabilitación y, después de unos meses, fue trasladado a una clínica psiquiátrica, con la autorización de sus tíos.
Su tratamiento psiquiátrico
Lo atendió un especialista y le pidió que le informara sobre sus datos biográficos, su niñez, el trato con sus padres y hermanos y porqué había ido a parar a la cárcel:
-Mire, doctor, -comenzó diciéndole- lo que me pasa es que debido a las fuertes golpizas que mi padre me daba a mí, a mis hermanos e incluso a mi madre, he ido acumulando tal cantidad de odio, agresividad y violencia que tengo una verdadera necesidad de desfogarme golpeando a otros compañeros y eso me resulta difícil de controlar. Pero tengo el firme deseo de cambiar de fondo. Porque me gustaría estudiar para ser chef, trabajar en la cocina de un buen restaurante, casarme y tener hijos.
Y porqué no puedes controlar tu agresividad:
-No lo sé exactamente, pero es como una especie de venganza y me digo a mí mismo: “Alguien tiene que pagar lo mucho que he sufrido”.
-Bueno, le dijo el psiquiatra vamos irte dando algunos medicamentos que te van a ayudar a estar más sereno durante el día y para poder dormir bien en las noches.
-Y sobre las alucinaciones, ¿ya te han ido desapareciendo?-le cuestionó el doctor.
No del todo. A veces me parece que veo al mismo Demonio que me ataca, junto con sus diablos. Yo grito desesperadamente, pero nadie acude en mi ayuda…
-Sobre este problema, por fortuna, ya existen buenos medicamentos que te van a ir ayudando a que desaparezcan estas alucinaciones.
-Te recomiendo, le aconsejó el Psiquiatra, que hagas mucho ejercicio físico diariamente hasta agotarte. Se te dará un permiso especial para que puedas ir a estudiar y que te gradúes como chef, ¡pero si te peleas con tus compañeros de escuela lo echarás todo a perder! ¿Te queda claro?
La recomendación de acudir a la ayuda de Dios
-¿Crees en Dios?-le preguntó el doctor.
-Sí, de niño fui al catecismo y mi madre nos llevaba a la Iglesia, pero en cuanto llegué a la adolescencia dejé de ir.
-Te recomiendo que hables con algún sacerdote mayor y con experiencia para que también te aconseje, desde el punto de vista espiritual, y que tengas un reencuentro con tu Padre-Dios y le pidas su gracia para salir adelante. Es muy aconsejable que reces más y te apoyes en la ayuda del Señor. Es un principio que se enseña en los “Alcohólicos Anónimos”, el de apoyarse en su Ser Supremo (sea cualquiera su religión o concepción de Dios) para poder superar su problema.
Mi entrevista con Juan Carlos y sus conclusiones
Años después, cuando yo entrevisté a Juan Carlos, ya se había graduado como chef y trabajaba en un buen restaurante de un conocido Centro Comercial. Me comentaba.
-En todo este tiempo con la ayuda del médico y de un buen sacerdote, mi vida ha cambiado mucho. Poco a poco se me ha ido saliendo toda esa violencia acumulada y ahora me siento mucho más tranquilo y sereno. Ya tengo una novia y estamos haciendo planes para casarnos por el Civil y por la Iglesia católica y formar una bonita familia. Sin embargo, me doy cuenta que tengo luchar contra mí mismo para no tener más recaídas. Es una batalla que tengo que librar por muchos años. Pero estoy optimista y esperanzado por los resultados que ido consiguiendo.
¿Y ya te reconciliaste con tu padre y has vuelto a ver a tu madre y a tus hermanos?
-Sí, me costó ir de nuevo a mi tierra. Fue un vencimiento personal, el hecho mismo de tocar la puerta de mi casa. El entrar, me encontré con la sorpresa que mi padre estaba en cama porque tiene cirrosis hepática y sus días están contados. Lo primero que hizo al verme fue pedirme perdón por todo el daño que me había causado. Luego mi madre me explicó que el ambiente en la casa había mejorado, desde que mi padre ya no bebía y que ella y mis hermanos estaban más tranquilos. El enterarme de todo esto me llené de paz y le di gracias a Dios que esa época horrorosa de violencia en mi hogar haya desaparecido. Es más, pienso escribir mi testimonio, en un pequeño folleto, para transmitir a muchos padres de familia, la dolorosa experiencia que he vivido: que la violencia intrafamiliar puede causar fuertes daños psíquicos, orgánicos, depresiones nerviosas y muchos otros trastornos emocionales, además, que destruye hogares y la unidad y el cariño de todos sus integrantes. ¡No cabe duda que la familia donde reina el amor y el perdón es un tesoro invaluable!
BIBLIOGRAFÍA:
Gómez Pérez, Rafael, “Problemas morales de la Existencia Humana”, Editorial Magisterio Español, Madrid, 1980, pp.232.
Stenson, James, “Mejores Padres, Mejores Hijos”, Manuales sobre Educación, Editorial Minos, México, 1995, pp. 162.
Becker, Wesley, “Los Padres son Maestros”, Editorial Trillas, México, 1989, pp. 184.
Castillo, Gerardo, “Los Adolescentes y sus problemas”, Editorial Minos, México, 1987, pp. 230.
Otero, Oliveros, “Educación y Manipulación”, Ediciones Universidad de Navarra, S. A., Pamplona (Navarra), 1975, pp. 164.
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