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El valor salvífico del sufrimiento

El valor salvífico del sufrimiento
Trataremos el problema del sufrimiento, de la enfermedad, de la vejez y de la muerte, a la luz de la Revelación, de la doctrina transmitida por los Padres y del Magisterio


Por: Mario Pezzi | Fuente: mscperu.org



Premisa

Trataremos el problema del sufrimiento, de la enfermedad, de la vejez y de la muerte, a la luz de la Revelación, de la doctrina transmitida por los Padres y del Magisterio. Son argumentos que nos tocan a todos de cerca, sobre todo a las primeras comunidades compuestas por gente anciana, y sin embargo interesará también a los jóvenes que antes o después se tendrán que enfrentar a estas realidades en su propia vida y en la de sus familiares y de los más cercanos, a parte de los hermanos de su propia comunidad. Al tratarse de realidades que sólo el Espíritu Santo nos puede hacer comprender y penetrar, pido que sea Él mismo el que nos ilumine y nos lleve poco a poco a la plenitud de la verdad. El tema es muy profundo y denso, pero espero que el Señor me ayude a mí a exponerlo y a vosotros a comprenderlo.

Aunque sea de forma muy sintética, por falta de tiempo, afrontaremos este tema tratando en una primera parte el "valor salvífico del sufrimiento" en la enfermedad, en una segunda parte la vejez y en una tercera parte la muerte y la sepultura. Pero, al final, he querido concluir el discurso sobre el sufrimiento, la vejez y la muerte, hablando en una cuarta parte del Cielo. En realidad el Cielo, que representa el punto de llegada de nuestra peregrinación en la tierra, se debería desarrollar desde el comienzo, y por eso seria bueno que lo tuviéramos presente desde el comienzo, porque solamente a la luz del cielo adquiere sentido el sufrimiento. El mismo Jesucristo quiso preparar a los tres discípulos Pedro, Juan y Santiago, que asistirían a su agonía en el Getsemaní, manifestándoles en la Transfiguración del Tabor "la gloria del Padre en su rostro", a fin de que los tres testigos, recordando su gloria vista en el santo monte (2Pe. 2,17) no quedasen aplastados por el escándalo de la Cruz (Prefacio de la Transfiguración).

Quisiera adelantar algunas puntualizaciones que nos ayuden a desmontar falsos prejuicios sobre el sufrimiento y nos dispongan a acoger la luz que nos viene de la revelación.

Una primera puntualización es que el sufrimiento, la Cruz no se puede comprender en sentido cristiano sino a la luz de la gloria de la resurrección[1].

Otra puntualización es que la visión cristiana de la cruz no subraya el valor del sufrimiento en sí mismo, como si se tratara de una forma de masoquismo, o de sublimación por un falso misticismo, sino que, al contrario, realza el espíritu con que se afronta el sufrimiento: que es el Amor, como veremos, revelado en sumo grado en Jesucristo: "nadie tiene amor más grande que este: dar la vida por los propios amigos" (Jn 15,13).

Una tercera puntualización: es que nadie puede pretender comprender el sufrimiento con su sola razón, ni afrontar la cruz con sus solas fuerzas: la figura de Pedro al que Jesús contesta: "¡Lejos de mí, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque no piensas según Dios, sino según los hombres!" (Mt 16,23) y "no cantará hoy el gallo antes que tú por tres veces hayas negado conocerme" (Mt 26,34) permanecen como un paradigma para todo cristiano.

En el Camino Neocatecumenal, sobre todo en el primer escrutinio, pero también después durante todo el recorrido, el Señor nos ha ido desvelando el sentido glorioso y salvífico de la Cruz. Pero, ya que una vez acabado el itinerario del neocatecumenado, según nos han repetido muchas veces nuestros catequistas, nos esperan antes o después tres nuevos escrutinios: la enfermedad, la vejez y la muerte, para prepararnos al combate que nos espera dejémonos guiar por el Papa Juan Pablo II que en su Carta Apostólica "Salvifici Doloris" (SD) subrayará el "valor salvífico del sufrimiento"[2]. Reproduciré sólo algunos pasos que nos ayuden a iluminar el valor salvífico del sufrimiento.

"La Carta Apostólica Salvifici doloris vio la luz en el contexto del Jubileo extraordinario por el aniversario de la Redención, celebrado entre los meses de marzo de 1983 y 1984, el día once de febrero, seis semanas después de la entrevista que mantuvieron el Santo Padre y Mehmet Ali Agca, el hombre que intentara asesinarlo el trece de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro en Roma. La reflexión que esta Carta apostólica abarca es breve en cuanto al espacio, pero honda en lo que a su mensaje se refiere. El texto encierra una gran profundidad en su exposición y puede decirse que es más complejo de lo que parece. Está dirigido «a los obispos, sacerdotes, familias religiosas y fieles de la Iglesia Católica» y versa «sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano».

Desde el principio se ve que sufrimiento va, pues, siempre acompañado de otras dos palabras, igualmente relacionadas entre sí: "sentido y valor salvífico". El Santo Padre no pretende desarrollar una teodicea, sino manifestar lo que nos ha sido revelado en Jesucristo respecto del dolor y el sufrimiento, pues la Redención se ha realizado de un modo muy concreto, mediante el Misterio Pascual del Señor, que incluye su sufrimiento. Se trata, pues, de la respuesta de la fe, la cual no es una interpretación más de entre varias posibles, sino la única plena y definitiva.

Es una confirmación de que es urgente hablar de la valoración que, desde la Revelación, merece el sufrimiento humano. De manera especial en esta época, hoy igual que hace veintidós años, en la que tiende a imponerse una falsa concepción de tipo hedonista la cual, lejos de plenificar y salvar al hombre, lo confunde y perjudica. De esta perspectiva parte el documento que nos ocupa, situándose en la línea de la experiencia, lo que mantiene su contenido de entera actualidad; un mensaje profético en nuestro actuar contexto histórico que ilumina la realidad[3].


El sufrimiento
Algunos aspectos del problema del sufrimiento

¿Por qué el mal, por qué el dolor, por qué el sufrimiento?


Son estos los interrogantes que el hombre se ha planteado desde los tiempos primitivos, intentando dar una respuesta. En estos términos habla el Papa Juan Pablo II en el comienzo de su carta sobre el valor salvífico del sufrimiento:

"El tema del sufrimiento... es un tema universal que acompaña al hombre a lo largo Y ancho de la geografía. En cierto sentido coexiste con él en el inundo y por ello hay que volver sobre el constantemente. Aunque San Pablo ha escrito en la carta a los Romanos que «la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto» (Rm 8,22); aunque el hombre conoce bien y tiene presentes los sufrimientos del mundo animal, sin embargo lo que expresamos con la palabra «sufrimiento» parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido «destinado» a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo". (SD 2)

"El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico. Ele particular respeto por todo sufrimiento humano debe ser puesto al principio de cuanto será expuesto a continuación desde la más profunda necesidad del corazón, y también desde el profundo imperativo de la fe: la necesidad del corazón nos manda vencer el temor, y el imperativo de la fe... brinda el contenido, en nombre y en virtud del cual osamos tocar lo que parece en todo hombre algo tan intangible: porque el hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible". (SD 4)

¿Qué entendemos por dolor y qué entendemos por sufrimiento?

"El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento... El sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera «duele el cuerpo», mientras que el sufrimiento moral es «dolor del alma».

Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión «psíquica» del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico". (SD 5)

Hay que notar como cuando sufrimos tiene una importancia fundamental descubrir el sentido de nuestro sufrir. Es distinta la situación de quien sufre sin saber el por qué, de quien sufre habiendo descubierto el por qué de su sufrimiento. Cada uno de nosotros se dispone mejor a sufrir los dolores de una operación y del tiempo post operatorio, si sabe que esto le servirá para recuperar la salud. Mientras, al contrario, un enfermo de cáncer, que sabe que se va a morir en un breve espacio de tiempo, aunque tenga menos dolores, sufre mucho más. En el primer caso, en efecto, soportamos mejor porque tenemos la certeza de ser curados, mientras que quien está sin esperanza está tentado por la desesperación y, a lo mejor de, quitarse la vida[4].

"Dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del sentido. Esta no sólo acompaña el sufrimiento humano, sino que parece determinar incluso el contenido humano, eso por lo que el sufrimiento es propiamente sufrimiento humano.

Obviamente el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los animales. Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera humanamente aún más profunda, si no encuentra una respuesta satisfactoria". (SD 9).


Algunas respuestas al problema del sufrimiento

Antes de exponer la respuesta de la Revelación al problema del sufrimiento, echemos una mirada rapidísima a algunas de las respuestas dadas a lo largo de la historia en las distintas culturas, que nos ayude a comprender mejor también la respuesta hodierna a la enfermedad, a la vejez y a la muerte.

Para esta visión emplearé también, con su consentimiento, un estudio hecho por un Presbítero del Redemptoris Mater de Madrid que cito en la bibliografía[5].

De la antigüedad al Renacimiento[6]

En el mundo mesopotámico y egipcio la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si estuvieran profundamente vinculadas a lo sacro, a la divinidad. En muchos pueblos el sacerdote o el brujo desempeñaban también el papel de curandero, de médico, sobre todo con remedios sacados de la naturaleza (hierbas, sangrías, etc.). Por eso quien estaba afligido por alguna enfermedad o problema grave recurría al templo donde el sacerdote hacía unos ritos, ofrecía unos sacrificios a la divinidad para obtener la curación y al mismo tiempo brindaba aquellos remedios que la medicina rudimentaria podía ofrecer para aplacar el dolor y obtener la curación.

Por otra parte, en general, en los 4 la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si se trataran de procesos naturales que tocaban también el mundo animal y el mundo vegetal: en la naturaleza todo nace, crece, se desarrolla y madura y después se deteriora. Por ejemplo, en la cultura de los pueblos indianos el anciano se iba a la foresta para dejarse morir y reunirse a través de la muerte a sus antepasados.

En el mundo greco-romano, aun manteniéndose la relación sagrada de la enfermedad y de la muerte, empieza a desarrollarse la medicina como ciencia capaz de diagnosticar las causas de la enfermedad y de ofrecer remedios menos rudimentales y más eficaces. (Hipócrates, Galeno).

"En la Edad Media, por influencia del cristianismo, la enfermedad y la terapia se mantienen en un contexto sagrado. Será la Escolástica la que impondrá a la medicina el tener que obrar una síntesis entre contenidos y tradiciones disparatadas, abriendo así el camino al paso de la medicina de arte a ciencia".[7]

El Renacimiento puede ser considerado el terreno de cultivo en que maduran los contenidos de la ciencia moderna, ya que los grandes estudiosos de aquel tiempo se colocaron en una nueva óptica en la consideración del mundo.

En este periodo, asistimos a una verdadera y propia "revolución antropológica" y el hombre se convierte en el centro nodal de la creación. Esta nueva situación se relaciona a una especie de revolución religiosa.[8]

Pero es sobre todo Descartes (1596-1650) que

"funda la concepción de la naturaleza en un dualismo fundamental: el del espíritu (o res cogitans) la sustancia pensante, y el de la materia (o res extensa), la "sustancia extendida". El cuerpo separado de la mente, empieza su historia como suma de partes sin interioridad y la mente como interioridad sin sustancia... El cuerpo, con Descartes, se convierte en "organismo´, así que todos los aspectos cualitativos se resuelven como cuantitativos, es decir, mensurables...: a un decidido idealismo y espiritualismo en metafísica y moral se asocia un no menos decidido mecanicismo en biología y medicina: es un idealismo que, en algunos puntos, termina por coincidir con el materialismo".[9]

La respuesta de la ilustración racionalista

Ha sido en el siglo XVIII cuando ha aparecido, con mucha fuerza, la convicción utópica de que los hombres podíamos y teníamos que eliminar los sufrimientos y ser felices aquí en la Tierra (...) La Naturaleza era toda buena, la Razón todopoderosa y con tal de que los hombres se dejasen guiar por la Razón y por la Naturaleza, serían felices (...) Todas las filosofías materialistas han soñado con la utopía de una forma de existencia sin dolor o en la que el dolor esté dominado; pervive en ellas la imagen de un hombre dotado de una integridad original y natural.[10] En la Encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II afirma al respecto:

"El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Se manifiesta también aquí la perenne validez de lo que escribió el Apóstol: « Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene » (Rm 1, 28). Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material. La llamada «calidad de vida» se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas —relacionales, espirituales y religiosas— de la existencia.

En semejante contexto el sufrimiento, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es «censurado», rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de un bienestar al menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido ya todo sentido y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el derecho a su supresión".(EV 23)[11]

Junto a esta concepción de la enfermedad, los cambios sociales en las últimas décadas han conformado una cultura que presenta dos características específicas:

a) Escasa capacidad de sufrimiento: nuestra sociedad es presa de un creciente infantilismo que impulsa sin cesar hacia una inmediata satisfacción y que incapacita para soportar situaciones en las que no se obtiene un placer inmediato. Actualmente, se utilizan sistemáticamente psicofármacos para suprimir las molestias normales de la vida, para disminuir todo temor o nerviosismo.

b) Pasividad y falta de sentido: las sociedades primitivas no podían ofertar soluciones a la enfermedad o la muerte, pero, por el contrario, eran capaces de ofrecer un sentido global (...) Nuestra sociedad, a diferencia de las primitivas, tiende a la abolición del sufrimiento´ de la forma más patológica desde el punto de vista psicológico: negando la existencia del sufrimiento, negando la realidad. En este contexto, el sufrimiento no tiene sentido porque, simplemente, no existe. La enfermedad terminal es un fracaso de la ciencia y, por tanto, de la sociedad en su conjunto (...) Nuestra sociedad es la única en la historia que se ha atrevido a llegar a este extremo».[12]

La respuesta del naturalismo ético

"Bajo esta denominación, se esconde una pseudomoral muy en boga en nuestros días, y que goza de gran aceptación en nuestra sociedad, centrada en la satisfacción y el emotivismo, la cual es, en realidad, una trampa para las personas. Nos estamos refiriendo al naturalismo ético, según el cual se considera el bien del hombre limitado a su naturaleza, y la acción como un simple despliegue de sus capacidades naturales, que la van perfeccionando."

"El hombre no sería sino el resultado de un cúmulo de influencias físicas, fisiológicas y sociológicas que le determinan y hacen de él una pieza más de la naturaleza".[13] La acción humana se entiende como el mero ejercicio de las facultades naturales, quedando al margen tanto el dominio de la persona sobre las mismas, como la implicación, en el sentido moral del que tratamos, de tal persona en su actuar.

El hombre guiado por el naturalismo vive engañado en la identificación del bien con el placer y del mal con el sufrir, alumbrando una sociedad emotivista y sensitivista cuya filosofía es la vivencia del momento y cuya referencia ética es el relativismo moral, «según el cual las normas que expresen obligaciones morales no poseen validez universal, sino limitada a contextos históricos o culturales determinados».[14]

De ahí que el sufrimiento sea considerado absolutamente como algo negativo... El problema es que en esta dinámica son arrastrados, en primer lugar, los más débiles según la naturaleza, como es el caso de los enfermos, los ancianos, los minusválidos (denominación según la cual el valor de una persona se «mide» exclusivamente en función de características físicas o psíquicas) o los niños, incluso aquellos aún no nacidos.[15]

El error está en no ver que el gozo, el placer e incluso la felicidad, no son fines en sí mismos, sino una consecuencia que aparece acompañando al verdadero fin de una acción; ser feliz no es igual a sentirse bien, a un estado de satisfacción desvinculado de todo tipo de problemas, sino que hace referencia a la plenitud de la vida, a participar del bien que me precede y guía mis acciones.[16]

Las consecuencias del naturalismo moral son desastrosas porque, como se ha visto, la negación de la intencionalidad última causa la frustración existencial.[17]

La alegría es algo más profundo que el placer, y puede acompañar perfectamente al esfuerzo, al trabajo e incluso al sufrimiento, según el sentido que cada persona vaya descubriendo en su experiencia de ellos a lo largo de su vida. De hecho «el ideal de la vida sin dolor, la ilusión de la insensibilidad, destruye en el hombre hasta sus mismos órganos perceptivos".[18]

Consecuencias para los enfermos en los hospitales de hoy:

Grosso modo podemos decir que hoy día el enfermo es cada vez más considerado como objeto de estudio, de investigación, de experimentación de nuevas terapias. Mientras que hasta la Ilustración se le consideraba al enfermo en general siempre en su integridad personal, con una relación personal con el médico o con el sacerdote, rodeado y sostenido por el afecto de sus familiares, con el advenimiento de la medicina moderna el enfermo comienza a ser tratado cada vez menos como persona, y cada vez más como un objeto, aislado del ambiente familiar, y experimenta la soledad en los complejos hospitalarios; Ya no tiene una relación personal con el médico. En los hospitales el médico tiene contactos saltuarios sólo con los familiares para informarles sobre la evolución para bien o para mal de la enfermedad

Se atisban, sin embargo, nuevas tendencias para relacionarse con el enfermo como persona en su integridad. Además de los hospitales donde actúan médicos católicos o con conciencia humana, y donde la asistencia está asegurada por monjas católicas o por personal movido por el respeto y el amor hacia los hospitalizados, surgen formas de medicina que ofrecen terapias integradas respetuosas de los varios aspectos de la persona del enfermo.

Otras respuestas al sufrimiento en nuestros días

Muchas otras son las respuestas al problema del sufrimiento en la enfermedad, en la vejez y frente a la muerte en nuestros días: además de la medicina, el recurso a la magia, a religiones orientales entre las cuales está en boga el Budismo[19], a sectas esotéricas, al espiritismo, a la astrología.

La respuesta de la Revelación

Después de esta rápida mirada echada sobre algunas respuestas al sufrimiento, veamos ahora la respuesta que nos viene de la Revelación. Hay que puntualizar que en el judeo-cristianismo la respuesta al por qué del sufrimiento no llega ya de una búsqueda del hombre única y principalmente, sino que viene de la luz de la revelación de Dios. Dios mismo, que con el pueblo de Israel empieza una historia de salvación, va iluminando poco a poco a su pueblo sobre el significado, sobre el por qué de los males que lo afligen, sobre el por qué de la enfermedad y del sufrimiento.

Esta manifestación del sentido salvífico del sufrimiento será progresiva y alcanzará su culmen en Jesucristo, en el misterio de su Pascua, pasión, muerte y Resurrección.

En el Antiguo Testamento, a través de eventos, Dios va manifestando a su pueblo el valor salvífico del sufrimiento. Cito sólo algunos pasos:

En el Libro del Génesis vemos como el sufrimiento es consecuencia del pecado. Pero:

"... en el relato de la caída, el anuncio de la salvación precede al anuncio del castigo que será infligido a Eva y Adán. Este plan de salvación se realizaría gracias a la alianza establecida con la mujer y la lucha victoriosa sobre la serpiente por el descendiente de la mujer:

"Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo... Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.» A la mujer le dijo: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos... Al hombre le dijo.. «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás». (Gn 3,14ss)

"Este anuncio inicial, por lo tanto, no consiste en castigar sino en salvar... La victoria del hijo de la mujer no se produce sino mediante un combate; supone, pues, un cierto carácter penoso. Se ven perfiladas las luchas que tendrá Jesús contra Satanás y contra aquellos que bajo su influjo le rechazan y le persiguen. Es decir, la victoria no será alcanzada sino mediante el sufrimiento. Entonces en la persona del Salvador el sufrimiento adquiere otro sentido, diferente de manera expresa del juicio de los culpables. En el origen del verdadero sentido del sufrimiento, está el acto misterioso de la generosidad del Padre que responde al hombre que le ha ofendido, no con la cólera sino con el amor que nos manifiesta dándonos un Salvador".[20]

En el libro del Génesis, en la figura de José encontramos un primer ejemplo de lectura de la historia a la luz de Dios, a la luz de la revelación. José, que por envidia fue vendido por sus propios hermanos y deportado a Egipto, después de diversas vicisitudes llega a ser constituido virrey de Egipto. A los hermanos, desconocedores de que recurren a él, constreñidos por la carestía, en el momento en que se deja reconocer les dice:

"Ahora bien, no os pese mal, ni os dé enojo el haberme vendido acá, pues para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros... Dios me ha enviado delante de vosotros para que podáis sobrevivir en la tierra y para salvaros la vida mediante una feliz liberación. O sea, que no fuisteis vosotros los que me enviasteis acá, sino Dios, y Él me ha convertido en padre de Faraón, en dueño de toda su casa y amo de todo Egipto". (Gn. 45, 5ss)

Este es un primer ejemplo de teología de la historia que consiste en saber leer los hechos también dolorosos, de sufrimiento, a la luz de la fe.[21]

Otro ejemplo del valor salvífico del sufrimiento, es decir, del por qué Dios permite el sufrimiento a su pueblo en vistas de su salvación, para llamarlo a conversión, lo hallamos en el libro del Deuteronomio; Dios dice:

"Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh. Date cuenta, pues, de que Yahveh tu Dios te corregía como un hombre corrige a su hijo." (Dt 8,2ss)

En la historia de la salvación vemos como muchas veces Dios permite situaciones de sufrimiento como la deportación y el exilio, para llamar a su pueblo a abandonar la idolatría y a volver a él.

En una época en la que no existía aun la perspectiva de una retribución después de la muerte, en el pueblo de Israel se fue cada vez más difundiendo el convencimiento de que Dios en esta vida premia a los buenos, aquellos que se adhieren y son fieles a la alianza, y castiga a los impíos. (Doctrina de la retribución)

Pero este convencimiento fue poco a poco puesto en tela de juicio sobre todo en el libro de Job en el que se nos presenta el sufrimiento de un inocente. A la pregunta sobre el por qué de su sufrimiento, los amigos de Job contestan con unas teorías, según la doctrina de la retribución, pero no le dan una respuesta convincente, mientras él continúa obstinadamente a profesar su inocencia. Solamente la aparición de Dios, conducirá a Job a reconocer su situación de criatura frente al Creador, y sólo entonces, después de un largo combate con el mismo Dios, sus ojos "verán a Aquel del cual había conocido sólo de oídas" (Cf. Job 42,5). También en este caso el sufrimiento de Job, aunque humanamente inexplicable a la luz de la doctrina de la retribución, ha sido una ocasión de un encuentro personal con Dios.[22] Así habla de esto el Papa Juan Pablo II en su Carta:

"Job, sin embargo, contesta la verdad del principio que identifica el sufrimiento con el castigo del pecado y lo hace en base a su propia experiencia. En efecto, él es consciente de no haber merecido tal castigo, más aún; expone el bien que ha hecho a lo largo de su vida. Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable. El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia... Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo...[23] Si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba. (SD 11)

Otra figura emblemática que prefigura la pasión-muerte de Cristo en vista de su Resurrección es el Siervo de Yahveh. Isaías habla de de él en sus Cantos del siervo de Yahveh: vemos a un inocente, que no combate con Dios como Job para obtener una respuesta, sino que como cordero llevado al matadero se deja conducir al sacrificio. El toma sobre sí mismo nuestros pecados, nuestras dolencias, y a los ojos de todos parece castigado por Dios, pero en realidad él ofrece su sufrimiento y su vida para la salvación de las muchedumbres. Tocamos aquí el punto cumbre de la revelación de Dios sobre el sentido salvífico del sufrimiento en el Antiguo Testamento. El sufrimiento ya no tiene solamente un significado pedagógico para conducir al pueblo a retornar a Dios, a la conversión, sino que en el Siervo de Yahveh adquiere un valor de salvación para los demás.

Será en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre "por nosotros los hombres y por nuestra salvación", que resplandecerá en plenitud el sentido salvífico del sufrimiento.

Después de esta breve mirada al Antiguo Testamento, retomamos ahora el texto de la carta "Salvifici Dolores" del Papa Juan Pablo Para comprender cuanto expone el Papa es importante tener presente la situación de pecado, del que había de liberamos el Salvador prometido. En la Carta Encíclica sobre el Espíritu Santo, comentando la acción del Espíritu Santo que habría "convencido al mundo en lo referente al pecado, al juicio y a la justicia", el Papa Juan Pablo II afirma:

El pecado: la desobediencia

"Según el testimonio del principio, que encontramos en la Escritura y en la Tradición, después de la primera (y a la vez más completa) descripción del Génesis, el pecado en su forma originaria es entendido como «desobediencia», lo que significa simple y directamente trasgresión de una prohibición puesta por Dios... Llamado a la existencia, el ser humano —hombre o mujer— es una criatura. La «imagen de Dios», que consiste en la racionalidad y en la libertad, demuestra la grandeza y la dignidad del sujeto humano, que es persona. Pero este sujeto personal no deja de ser una criatura: en su existencia y esencia depende del Creador. Según el Génesis, «el árbol de la ciencia del bien y del mal» debía expresar y constantemente recordar al hombre el «limite» insuperable para un ser creado. En este sentido debe entenderse la prohibición de Dios: el Creador prohíbe al hombre y a la mujer que coman los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal. Las palabras de la instigación, es decir de la tentación, como está formulada en el texto sagrado, inducen a transgredir esta prohibición, o sea a superar aquel «límite»: «el día en que comiereis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios ("como dioses), conocedores del bien y del mal". La «desobediencia» significa precisamente pasar aquel límite que permanece insuperable a la voluntad y a la libertad del hombre como ser creado. Dios creador es, en efecto, la fuente única y definitiva del orden moral en el mundo creado por él. El hombre no puede decidir por sí mismo lo que es bueno y malo, no puede «conocer el bien y el mal como Dios». (Dominum et Vivificantem 36)


El Padre Jean Galot, en el libro citado "¿Por qué el sufrimiento?" comenta:

Por qué el Padre ha elegido el camino del Sufrimiento

¿Por qué el Padre ha elegido el camino del sufrimiento? El Padre podía haber elegido otro camino de salvación, conceder el perdón sin tener que recurrir necesariamente al sacrificio redentor.

Si Él ha querido elegir el camino del sacrificio, es porque ha querido respetar las consecuencias del pecado. Si hubiese perdonado sin exigir una reparación, le habría dado poca importancia a las libres decisiones del hombre. Si hubiese borrado simplemente la culpabilidad, no habría tomado en serio la ofensa del pecado. Por lo tanto en lugar de minimizar esta ofensa, la revelación del Antiguo Testamento tiende a iluminar su gravedad. El Padre da importancia a las opciones de la voluntad humana: Hay aquí una manifestación de su amor hacia el hombre.

En efecto, exigiendo una reparación, Él rinde honor al hombre. Le permite de esta manera una libertad más funcional frente al pecado, y lo solicita a la colaboración en la obra de la salvación. Lo que repara es una actitud opuesta a la ofensa y corrige la desviación de la voluntad y de los sentimientos. Es cierto que la reparación fundamental es cumplida por Cristo, pero el Salvador implica a la humanidad haciéndola partícipe de esta reparación

El Padre ha querido respetar la decisión del pecador que acepta las consecuencias del sufrimiento y de la muerte que derivan del pecado... el pecador debe cargar con los efectos de su falta... pero estas consecuencias, el Padre las transforma, haciendo recaer sobre su Hijo el sufrimiento y la muerte. Es así corno se armoniza su amor salvador con su respeto a la voluntad humana.

Acogiendo el sufrimiento y la muerte, fruto del pecado, y cargándolas sobre su Hijo, el Padre les confiere un nuevo valor. Por sus dolores y su muerte en la cruz, Jesús llegará hasta el extremo del amor. El sufrimiento le permitirá amar en el modo más perfecto. Ya hemos hecho notar que en el Padre la voluntad del sacrificio constituye el ápice de su amor hacia la humanidad. El sufrimiento es el camino en que clamor divino puede manifestarse en la forma más total, es igualmente el camino por el que el amor humano de Cristo puede llegar a su máxima expresión: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13) (Jean Galot, ¿por qué el sufrimiento?, p. 151)

Por eso La Carta a los Hebreos explicita:

"Por tanto, así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud... Pues, habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados" (Hb 2,14ss).

La verdadera respuesta al "por qué" del sufrimiento, en la revelación del amor divino

"Pero para poder percibir la verdadera respuesta al «por qué» del sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la Revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo existente. El amor es también la fuente más rica sobre el sentido del sufrimiento, que es siempre un misterio; somos conscientes de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones. Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el «por qué» del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino... El Amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento Esta pregunta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo. (SD 13)[24]

El sufrimiento en la dimensión de la Redención

«Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Fi no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16).

Estas palabras, pronunciadas por Cristo en el coloquio con Nicodemo, nos introducen al centro mismo de la acción salvífica de Dios... Salvación significa liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del sufrimiento. Según las palabras dirigidas a Nicodemo, Dios da su Hijo al «mundo» para librar al hombre del mal, que lleva en sí la definitiva y absoluta perspectiva del sufrimiento. Contemporáneamente, la misma palabra «da» («dió») indica que esta liberación debe ser realizada por el Hijo unigénito mediante su propio sufrimiento. Y en ello se manifiesta el amor, el amor infinito, tanto de ese 1-lijo unigénito como del Padre, que por eso «da» a su Hijo. Este es el amor hacia el hombre, el amor por el «mundo»: el amor salvífico.

Nos encontramos aquí ante una dimensión completamente nueva de nuestro tema. Es una dimensión diversa de la que determinaba y en cierto sentido encerraba la búsqueda del significado del sufrimiento dentro de los límites de la justicia.

Esta es la dimensión de la redención, a la que el Antiguo Testamento ya parecía ser un preludio... Las palabras antes citadas del coloquio de Jesús con Nicodemo se refieren al sufrimiento en su sentido fundamental y definitivo. Dios da su Hijo unigénito, para que el hombre «no muera»; y el significado del «no muera» está precisado claramente en las palabras que siguen: «sino que tenga la vida eterna».

El hombre «muere», cuando pierde «la vida eterna». Lo contrario de la salvación no es, pues, solamente el sufrimiento temporal, cualquier sufrimiento, sino el sufrimiento definitivo: la pérdida de la vida eterna, el ser rechazados por Dios, la condenación.

El Hijo unigénito ha sido dado a la humanidad para proteger al hombre, ante todo, de este mal definitivo y del sufrimiento definitivo. En su misión salvífica El debe, por tanto, tocar el mal en sus mismas raíces transcendentales, en las que éste se desarrolla en la historia del hombre. Estas raíces transcendentales del mal están fijadas en el pecado y en la muerte: en efecto, éstas se encuentran en la base de la pérdida de la vida eterna. La misión del Hijo unigénito consiste en vencer el pecado y la muerte. El vence el pecado con su obediencia hasta la muerte, y vence la muerte con su resurrección". (SD 14)

Cristo por medio de su cruz toca las raíces del mal y nos salva

"Cristo va hacia su pasión y muerte con toda la conciencia de la misión que ha de realizar de este modo. Precisamente por medio de este sufrimiento suyo hace posible «que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna». Precisamente por medio de su cruz debe tocar las raíces del mal, plantadas en la historia del hombre y en las almas humanas. Precisamente por medio de su cruz debe cumplir la obra de la salvación. Esta obra, en el designio del amor eterno, tiene un carácter redentor". (SD 16)

El poema del Siervo sufriente

"El Poema del Siervo doliente contiene una descripción en la que se pueden identificar, en un cierto sentido, los momentos de la pasión de Cristo en sus diversos particulares: la detención, la humillación, las bofetadas, los salivazos, el vilipendio de la dignidad misma del prisionero, el juicio injusto, la flagelación, la coronación de espinas y el escarnio, el camino con la cruz, la crucifixión y la agonía.[25]

Más aún que esta descripción de la pasión nos impresiona en las palabras del profeta la profundidad del sacrificio de Cristo. El, aunque inocente, se carga con los sufrimientos de todos los hombres, porque carga con los pecados de todos. «Yahveh cargó sobre él la iniquidad de todos»: todo el pecado del hombre en su extensión y profundidad es la verdadera causa del sufrimiento del Redentor.

En su sufrimiento los pecados son borrados precisamente porque únicamente Él, como Hijo unigénito, pudo cargarlos sobre sí, asumirlos con aquel amor hacia el Padre que supera el mal de todo pecado; en un cierto sentido aniquila este mal en el ámbito espiritual de las relaciones entre Dios y la humanidad, y llena este espacio con el bien.[26]

Encontramos aquí la dualidad de naturaleza de un único sujeto personal del sufrimiento redentor. Aquél que con su pasión y muerte en la cruz realiza la Redención, es el Hijo unigénito que Dios «dio». Y al mismo tiempo este Hijo de la misma naturaleza que el Padre, sufre como hombre. Su sufrimiento tiene dimensiones humanas, tiene también una profundidad e intensidad -únicas en la historia de la humanidad- que, aun siendo humanas, pueden tener también una incomparable profundidad e intensidad de sufrimiento, en cuanto que el Hombre que sufre es en persona el mismo Hijo unigénito: «Dios de Dios». Por lo tanto, solamente El -el Hijo unigénito- es capaz de abarcar la medida del mal contenida en el pecado del hombre: en cada pecado y en el pecado «total», según las dimensiones de la existencia histórica de la humanidad sobre la tierra. (SD 17)

Cristo sufre voluntariamente y sufre inocentemente

Cristo sufre voluntariament[27] y sufre inocentemente. Acoge con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los hombres, ha sido expresado, en un cierto sentido, de manera radical en el Libro de Job. Sin embargo, Cristo no sólo lleva consigo la misma pregunta (y esto de una manera todavía más radical, ya que El no es sólo un hombre como Job, sino el unigénito Hijo de Dios), pero lleva también el máximo de la posible respuesta a este interrogante. La respuesta emerge, se podría decir, de la misma materia de la que está formada la pregunta. Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no sólo con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio sufrimiento, el cual está integrado de una manera orgánica e indisoluble con las enseñanzas de la Buena Nueva. Esta es la palabra última y sintética de ésta enseñanza: «la doctrina de la Cruz», como dirá un día San Pablo. (SD 18)

La "palabra de la cruz": verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento

Esta «doctrina de la Cruz» llena con una realidad definitiva la imagen de la antigua profecía. Muchos lugares, muchos discursos durante la predicación pública de Cristo atestiguan cómo Él acepta ya desde el inicio este sufrimiento, que es la voluntad del Padre para la salvación del mundo.

Sin embargo, la oración en Getsemaní tiene aquí una importancia decisiva. Las palabras: «Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú»; y a continuación: «Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad» (Mt 26,42), tienen una multiforme elocuencia. Prueban la verdad de aquel amor, que el Hijo unigénito da al Padre en su obediencia. Al mismo tiempo, demuestran la verdad dé su sufrimiento.

Las palabras de la oración de Cristo en Getsemaní prueban la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento. Las palabras de Cristo confirman con toda sencillez esta verdad humana del sufrimiento hasta lo más profundo: el sufrimiento es padecer el mal, ante el que el hombre se estremece. El dice: «pase de mí», precisamente como dice Cristo en Getsemaní.

Sus palabras demuestran a la vez esta única e incomparable profundidad e intensidad del sufrimiento, que pudo experimentar solamente el Hombre que es el Hijo unigénito; demuestran aquella profundidad e intensidad que las palabras proféticas antes citadas ayudan, a su manera, a comprender. No ciertamente hasta lo más profundo (para esto se debería entender el misterio divino-humano del Sujeto), sino al menos para percibir la diferencia (y a la vez semejanza) que se verifica entre todo posible sufrimiento del hombre y el del Dios-Hombre. Getsemaní es el lugar en el que precisamente este sufrimiento, expresado en toda su verdad por el profeta sobre el mal padecido en él mismo, se ha revelado casi definitivamente ante los ojos de Cristo.

Después de las palabras en Getsemaní vienen las pronunciadas en el Gólgota, que atestiguan esta profundidad -única en la historia del mundo- del mal del sufrimiento que se padece. Cuando Cristo dice: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», puede decirse que estas palabras sobre el abandono nacen en el terreno de la inseparable unión del Hijo con el Padre, y nacen porque el Padre «cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros» (ls 53,6) y sobre la idea de lo que dirá San Pablo: «A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros» (2
13

Cor 5,21). Junto con este horrible peso, midiendo «todo» el mal de dar las espaldas a Dios, contenido en el pecado, Cristo, mediante la profundidad divina de la unión filial con el Padre, percibe de manera humanamente inexplicable este sufrimiento que es la separación, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios. Pero precisamente mediante tal sufrimiento Él realiza la Redención, y expirando puede decir: «Todo está cumplido» (Jn 19,30)...

El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor[28], a aquel amor del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva. En ella debemos plantearnos también el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a tal interrogante. (SD 18)

El misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual

"La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la resurrección: EL MISTERIO DE LA PASIÓN ESTÁ INCLUIDO EN EL MISTERIO PASCUAL. Los testigos de la pasión de Cristo son a la vez testigos de su resurrección. Escribe San Pablo: «Para conocerle a El y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándome a El en su muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos» (Fil 3,10-11). Verdaderamente el Apóstol experimentó antes «la fuerza de la resurrección» de Cristo en el camino de Damasco, y sólo después, en esta luz pascual, llegó a la «participación en sus padecimientos», de la que habla, por ejemplo, en la carta a los Gálatas. La vía de Pablo es claramente pascual: la participación en la cruz de Cristo se realiza a través de la experiencia del Resucitado, y por tanto mediante una especial participación en la resurrección.[29] Por esto, incluso en la expresión del Apóstol sobre el tema del sufrimiento aparece a menudo el motivo de la gloria, a la que da inicio la cruz de Cristo.

Los testigos de la cruz y de la resurrección estaban convencidos de que «por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios». (Hch 14,22) (SD 21)

La resurrección de Cristo ha revelado «la gloria del siglo futuro» y, contemporáneamente, ha confirmado «el honor de la Cruz»: aquella gloria que está contenida en el sufrimiento mismo de Cristo, y que muchas veces se ha reflejado y se refleja en el sufrimiento del hombre, como expresión de su grandeza espiritual. Hay que reconocer el testimonio glorioso no sólo de los mártires de la fe, sino también de otros numerosos hombres que a veces, aun sin la fe en Cristo, sufren y dan la vida por la verdad y por una justa causa. En los sufrimientos de todos estos, es confirmada de modo particular la gran dignidad del hombre. (SD 22)

Participar en los sufrimientos de Cristo para participar en su gloria

En nuestra debilidad se manifiesta el poder de Cristo

En el sufrimiento (enfermedad, vejez, muerte) experimentamos nuestra radical impotencia, debilidad, pero por la presencia de Cristo vivo en nosotros, ésta se convierte en una ocasión para que se manifieste en nosotros la potencia de su gloria.

El sufrimiento, en efecto, es siempre una prueba -a veces una prueba bastante dura-, a la que es sometida la humanidad. Desde las páginas de las cartas de San Pablo nos habla con frecuencia aquella paradoja evangélica de la debilidad y de la fuerza, experimentada de manera particular por el Apóstol mismo y que, junto con él, prueban todos aquellos que participan en los sufrimientos de Cristo. El escribe en la segunda carta a los Corintios: «Muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo» (2 Cor 12,9)... Y en la carta a los Filipenses dirá incluso: «Todo lo puedo en aquél que me conforta». (Fil 4,13)

Quienes participan en los sufrimientos de Cristo tienen ante los ojos el misterio pascual de la cruz y de la resurrección, en la que Cristo desciende, en una primera fase, hasta el extremo de la debilidad y de la impotencia humana; en efecto, El muere clavado en la cruz. Pero si al mismo tiempo en esta debilidad se cumple su elevación, confirmada con la fuerza de la resurrección, esto significa que las debilidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser penetradas por la misma fuerza de Dios, que se ha manifestado en la cruz de Cristo. En esta concepción sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad en Cristo. En El Dios ha demostrado querer actuar especialmente por medio del sufrimiento, que es la debilidad y la expoliación del hombre, y querer precisamente manifestar su fuerza en esta debilidad y en esta expoliación.

En la carta a los Romanos el apóstol Pablo se pronuncia todavía más ampliamente sobre el tema de este «nacer de la fuerza en la debilidad», del vigorizarse espiritualmente del hombre en medio de las pruebas y tribulaciones, que es la vocación especial de quienes participan en los sufrimientos de Cristo. «Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, una virtud probada, y la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado». (Rm 5,3-5) En el sufrimiento está como contenida una particular llamada a la virtud, que el hombre debe ejercitar por su parte.

Esta es la virtud de la perseverancia al soportar lo que molesta y hace daño. Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza, que mantiene en él la convicción de que el sufrimiento no prevalecerá sobre él, no lo privará de su propia dignidad unida a la conciencia del sentido de la vida. Y así, este sentido se manifiesta junto con la acción del amor de Dios, que es el don supremo del Espíritu Santo. A medida que participa de este amor, el hombre se encuentra hasta el fondo en el sufrimiento: reencuentra «el alma», que le parecía haber «perdido» a causa del sufrimiento. (SD 23)

En el sufrimiento se esconde una fuerza particular que acerca interiormente el hombre a Cristo

A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación. Este descubrimiento es una confirmación particular de la grandeza espiritual que en el hombre supera el cuerpo de modo un tanto incomprensible. Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos y normales.[30]

Esta madurez interior y grandeza espiritual en el sufrimiento, ciertamente son fruto de una particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado. El mismo es quien actúa en medio de los sufrimientos humanos por medio de su-Espíritu de Verdad, por medio del Espíritu Consolador... El es -como Maestro y Guía interior- quien enseña al hermano y a la hermana que sufren este intercambio admirable, colocado en lo profundo del misterio de la redención. El sufrimiento es, en sí mismo, probar el mal. Pero Cristo ha hecho de él la más sólida base del bien definitivo, o sea del bien de la salvación eterna.

Cristo con su sufrimiento en la cruz... ha vencido al artífice del mal, que es Satanás, y su rebelión permanente contra el Creador. Ante el hermano o la hermana que sufren, Cristo abre y despliega gradualmente los horizontes del Reino de Dios, de un mundo convertido al Creador, de un mundo liberado del pecado, que se está edificando sobre el poder salvífico del amor. Y, de una forma lenta pero eficaz, Cristo introduce en este mundo, en este Reino del Padre al hombre que sufre, en cierto modo a través de lo íntimo de su sufrimiento. En efecto, el sufrimiento no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior, sino interior. Cristo, mediante su propio sufrimiento salvífico, se encuentra muy dentro de todo sufrimiento humano, y puede actuar desde el interior del mismo con el poder de su Espíritu de Verdad, de su Espíritu Consolador.[31] (SD 26)

El valor del sufrimiento se descubre en un camino progresivo

Pero este proceso interior no se desarrolla siempre de igual manera. A menudo comienza y se instaura con dificultad. El punto mismo de partida es ya diverso; diversa es la disposición, que el hombre lleva en su sufrimiento. Se puede sin embargo decir que casi siempre cada uno entra en el sufrimiento con una protesta típicamente humana y con la pregunta del «por qué». Se pregunta sobre el sentido del sufrimiento y busca una respuesta a esta pregunta a nivel humano. Ciertamente pone muchas veces esta pregunta también a Dios, al igual que a Cristo. Además, no puede dejar de notar que Aquel, a quien pone su pregunta, sufre El mismo, y por consiguiente quiere responderle desde la cruz, desde el centro de su propio sufrimiento. Sin embargo a veces se requiere tiempo, hasta mucho tiempo, para que esta respuesta comience a ser interiormente perceptible. En efecto, Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo.[32]

La respuesta del Señor al sufrimiento no es abstracta: es una llamada "¡Sígueme!"

La respuesta que llega mediante esta participación, a lo largo del camino del encuentro interior con el Maestro, es a su vez algo más que una mera respuesta abstracta a la pregunta acerca del significado del sufrimiento. Esta es, en efecto, ante todo una llamada. Es una vocación. Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice: «Sígueme», «Ven», toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido, a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual. (SD 26)

Alegría en el sufrimiento

De esta alegría habla el Apóstol en la carta a los Colosenses: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros» (Col 1,24). Se convierte en fuente de alegría la superación del sentido de inutilidad del sufrimiento, sensación que a veces está arraigada muy profundamente en el sufrimiento humano. Este no sólo consume al hombre dentro de sí mismo, sino que parece convertirlo en una carga para los demás. El hombre se siente condenado a recibir ayuda y asistencia por parte de los demás y, a la vez, se considera a sí mismo inútil. El descubrimiento del sentido salvífico del sufrimiento en unión con Cristo transforma esta sensación deprimente. (SD 27)


Fecundidad apostólica del sufrimiento

La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre «completa lo que falta a los padecimientos de Cristo»; que en la dimensión espiritual de la obra de la redención sirve, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas. Por lo tanto, no sólo es útil a los demás, sino que realiza incluso un servicio insustituible. En el cuerpo de Cristo, que crece incesantemente desde la cruz del Redentor, precisamente el sufrimiento, penetrado por el espíritu del .sacrificio de Cristo, es el mediador insustituible y autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo. El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención. En la lucha «cósmica» entre las fuerzas espirituales del bien y las del mal, de las que habla la carta a los Efesios, los sufrimientos humanos, unidos al sufrimiento redentor de Cristo, constituyen un particular apoyo a las fuerzas del bien, abriendo el camino a la victoria de estas fuerzas salvíficas. (SD 27)

"El convencimiento"[33] de que el sufrimiento llevado con el espíritu de Cristo tiene una eficacia "apostólica", ha sido vivido como telón de fondo de la vida cristiana a través de la historia de la Iglesia. En efecto, muchos creyentes encuentran valor y generosidad para afrontar el martirio y la cotidiana cruz del sufrimiento, que les ha sido impuesta por la providencia, con la certeza de que esa paciencia animada por la fe tendrá una utilidad "espiritual" para el prójimo, especialmente en el ambiente inmediato del que sufre.[34]

Los mismos mártires se han convencido de que el martirio no es sólo un testimonio que tiene una excepcional eficacia para la verdad del mensaje cristiano, pero es también la continuación de la obra de Cristo, como fuente objetiva de fuerza y de vida, para la edificación del cuerpo de Cristo. Más adelante, la vida sacrificada de los monjes, y de los ascetas, y la paciencia heroica de los enfermos han sido consideradas como una prolongación de la pasión vivificante del Señor. La doctrina sobre la eficacia apostólica del sufrimiento, fue tematizada y teorizada, en la segunda mitad del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX, en una serie de escritos de teología espiritual, que han tenido poca consideración también porque, al dirigirse directamente a los enfermos, permanecían extraños al cuadro sistemático de la enseñanza académica.

Dirigiéndose a los enfermos y a los fieles afectados por varios sufrimientos (físicos y morales), los últimos tres pontífices reafirmaban con creciente frecuencia e insistencia la doctrina según la cual el sufrimiento sobrellevado con espíritu de fe, tiene una utilidad para la edificación del cuerpo místico.

Eso se repite en el nuevo rito de la unción de los enfermos: los sacerdotes deben exhortar a los enfermos a unirse con libre aceptación a la pasión y a la muerte de Cristo, y a contribuir así al bien del pueblo de Dios.

Lo que media la salvación no es el sufrimiento en su. materialidad, sino el Espíritu de Cristo, vivido intensamente. Sería, pues, un malentendido suponer que la función redentora de la cruz del discípulo aumente, en proporción cuantitativa con la intensidad del dolor; en todos casos, se podría buscar una cierta proporción entre la función comunitaria y la intensidad de la caridad, provocada y manifestada por la cruz. El sufrimiento es, en efecto, operante, en cuanto que es estímulo y manifestación de la caridad".[35]

La participación y el apoyo de la comunidad

Participación de los hermanos de la propia comunidad


En los momentos en los que experimentamos mayormente nuestra debilidad e impotencia (enfermedad, vejez, muerte) es cuando advertimos la necesidad de la cercanía de las personas queridas y de los hermanos de la comunidad. Sólo la Palabra de Dios escuchada con asiduidad, las celebraciones en la comunidad en cuanto la salud nos lo permita, la participación en la Eucaristía, el apoyo de los hermanos, nos ayudan y nos sostienen en el combate contra el demonio, que siempre toma ocasión de nuestros sufrimientos para hacernos dudar del amor de Dios, para hacer que nos rebelemos contra su voluntad, aumentando así mucho más profundamente nuestra soledad, nuestro sufrimiento, y tal vez nuestra desesperación.

Desde hace varios años nuestros catequistas invitan sobre todo al responsable, al presbítero, pero también a todos los hermanos de la misma comunidad, en los límites de sus propias posibilidades y sin hacer de eso una ley con exigencia, a estar cercanos a los hermanos enfermos tanto en los hospitales como en sus familias.

También nos han indicado que mientras les sea posible a los hermanos enfermos o ancianos el poder participar, se celebre el grupo de los garantes y la scrutatio en sus casas. Como también asegurar la participación en la Celebración de la Eucaristía de la comunidad llevándoles la comunión. También el rezo de las Laudes, o de las Vísperas, o del Rosario, y tal vez también la celebración de la Eucaristía sobre todo en los momentos más críticos, con un presbítero y algunos hermanos alrededor del lecho del enfermo o en el hospital o en su casa (previo eventual permiso del párroco), son de gran ayuda y expresan la profunda comunión que nos une y que se manifiesta en los momentos de mayor necesidad, de mayor debilidad.[36]

Los hermanos están llamados a tener este mismo cuidado también con los hermanos más ancianos, a lo mejor impedidos en su propia casa, imposibilitados a participar ya en las celebraciones y en los actos de la comunidad, a veces también en condiciones psíquicamente debilitadas. No hay que abandonarles, aunque estén muy deteriorados son siempre hermanos, parte del Cuerpo de Cristo, vivido en la comunidad. También con ellos hay que mantener una cercanía sensible que los alivie de sus sufrimientos y los ayude, y prepare el paso de este mundo al Padre.

También en situaciones de pérdida de facultades mentales, como en los casos de Alzheimer, en estado avanzado, cuando las personas ya no conectan con la realidad, no reconocen ni siquiera a sus propios familiares, parecen completamente ausentes de la realidad, la experiencia ha demostrado que rezar con ellos, hacerlos participar en las celebraciones eucarísticas tal vez domésticas siempre les ayuda. Efectivamente como aún habiendo perdido ciertas facultades mantienen una viva sensibilidad por la que perciben el ambiente que los rodea, la acogida y el calor afectivo de la familia, pero sobre todo les ayuda el ambiente de oración con los salmos, con la Palabra de Dios, con los cantos: a su manera participan encontrando alivio y paz interior.

Es por eso que el Señor instituyó un sacramento para enfermos en peligro grave. Un sacramento que se da como ayuda por parte de la Iglesia, de la comunidad, cuando somos afectados por enfermedad grave.



La Unción de los enfermos

El nuevo ritual se llama: "Sacramento de la Unción y cuidado pastoral de los enfermos" (SUCPE), desplazando pues la acentuación del momento de la muerte al apoyo durante una enfermedad grave:[37] es decir, que presenta un riesgo de muerte, como ciertas operaciones, o enfermedades degenerativas graves, como en caso de tumores, etc.

La visita a los enfermos

En el nuevo Ritual la Iglesia apunta como primera ayuda la "Visita y Comunión a los enfermos", en sus casas o en los hospitales. Aunque la invitación está dirigida a la atención de los presbíteros y de los diáconos, en nuestras comunidades este sentido de participación y de ayuda mutua en los momentos de mayor debilidad atañe a todos los hermanos de la comunidad, sobre todo a aquellos que están más predispuestos por el Espíritu Santo y tienen mayor disponibilidad de tiempo. En efecto, todos sabemos que en los momentos de mayor gravedad de la enfermedad, sobre todo después de una intervención o en el período de recuperación, uno se encuentra casi impedido para concentrarse en la oración o leer el Salterio, la Palabra de Dios, por eso la ayuda de algún hermano de la comunidad que vaya a rezar con nosotros nos es de gran alivio y ayuda.
 

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