No es lo mismo Carisma y Carismático
Por: German Sanchez Griese | Fuente: Catholic net

Aclarando términos…
Las palabras como signos, representan limitadamente el pensamiento del hombre. Es difícil que una palabra logre encerrar el significado de lo que se quiere decir. Una palabra no puede englobar la realidad de un concepto, su riqueza semántica, su historia en la cultura de un pueblo. Limitar el significado de un concepto a la palabra es como querer encerrar la realidad en un hermoso atardecer en un cuarto oscuro. Sin embargo tenemos que contentarnos con el uso de las palabras para designar los conceptos, las ideas, los sentimientos y todo aquello que conforma la realidad interna del hombre y aquella que la circunda. A pesar de esta limitación que tienen las palabras ellas logran presentar, significar y calificar la realidad. Son las palabras instrumentos del pensamiento para definir la realidad1. Y gracias también a una cierta riqueza que las palabras contienen por sí mismas, podemos dar a conocer lo que pensamos y lo que sentimos, lo que percibimos y lo que somos, abriéndonos de esta manera no sólo a la realidad, sino enriqueciéndonos con la realidad misma.
Pero esta posibilidad, aunque remota, de poder expresar con palabras la realidad que nos rodea por dentro y por fuera, es como una espada de doble filo. Si por un lado nos permite expresar nuestro mundo interior y exterior, también se presta a dobles equívocos, cuando son varias las palabras que expresan el mismo concepto o cuando conceptos distintos pueden expresarse con una misma palabra.
Cada palabra es un reflejo de una cultura singular. La palabra expresa la riqueza de una visión de la realidad, una imagen del mundo, una forma mentis de la realidad. Lo que los filósofos alemanes han llamdo weltanschauung. Los hispanoparlantes lo experimentamos todos los días cuando nos ocurre encontrarnos con significados diferentes de una misma palabra. Así, la palabra provocar puede referirse a distintas realidades según el contexto en el que se use, o la cultura en la que se esté utilizando dicha palabra. En Venezuela, provocar podrá referirse a “incitar el apetito, apetecer, gustar”, mientras que en México tendrá más bien una connotación violenta como “Irritar o estimular a alguien con palabras u obras para que se enoje.”2
Pero… ¿qué decir cuando en un momento histórico conviven dos culturas, quizás diametralmente opuestas? El ejemplo anterior es banal y sin profundas consecuencias en la vida de las personas. Sin embargo una palabra que quiera expresar significados que inciden en la identidad, en el ser de las personas y que puedan prestarse a equívocos, pueden dar origen a confusiones de fatales consecuencias.
Tal es el caso de la palabra carisma, una palabra muy sufrida en el cristianismo y más aún, expuesta a serios equívocos en el mundo de hoy, cuando la cultura laica la ha tomado como sinónimo de conceptos que en la cultura cristiana reflejan significados totalmente diversos y antagónicos. La cultura laica de nuestra época ha tomado la palabra carisma, especialmente en su connotación de carismático, para expresar. El Diccionario de la Real Academia Española en su vigésima segunda edición refleja a la perfección las dos connotaciones que una misma palabra puede tener debido a las diferencias culturales. Así leemos bajo la palabra carisma.
“carisma. (Del lat. charisma, y este del gr. χάρισμα, de χαρίζεσθαι, agradar, hacer favores).
1. m. Especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar.
2. m. Rel. Don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad.”3
Estas dos definiciones reflejan el conflicto generado cuando la cultura laica ha tomado prestado del cristianismo la palabra carisma y la ha aplicado a su propio campo. Mientras que la definición número uno se refiere a la cultura laica, la especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar, la definición número dos refleja más o menos con exactitud lo que el Magisterio de la Iglesia entiende por carisma: don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad.
Siendo que la palabra carisma es de interés vital para las personas consagradas, ya que de ellas depende su identidad, convendrá por tanto hacer una explicación y profundización adecuada de esta palabra, con el fin de comprender en toda su amplitud su significado para contraponerla después con el uso corriente que en el mundo laico pueda tener.
Desde la antigua Grecia.
El estudio del latín y del griego en las escuelas ha quedado un poco olvidado, como reliquias de un pasado que por fuerzas debe superarse en aras del cambio. Nuestro mundo ha sufrido este síndrome del cambio que ha descrito recientemente Benedicto XVI: “Mi sembra quanto mai importante, ai nostri giorni, sottolineare il valore della costanza e della pazienza, virtù che appartenevano al bagaglio normale dei nostri padri, ma che oggi sono meno popolari, in un mondo che esalta, piuttosto, il cambiamento e la capacità di adattarsi a sempre nuove e diverse situazioni.”4 El cambio y la capacidad de adaptarse es una característica de la modernidad, del mundo así llamado digital. Este cambio implica para muchos el dejar a un lado el conocimiento de la historia que poco o nada, según algunos, tiene que ver con el presente y mucho menos con el futuro. Ávidos de la novedad, del estar al día en cuanto a lo que pueda ofrecer la tecnología para el bienestar del hombre, piensan que mirar hacia el pasado es perder oportunidades que nos ofrece el presente. Olvidan que el mejor profeta del futuro es el pasado, como dijo Lord Byron. Conociendo el pasado el hombre puede recorrer el trazado de la historia para reconocer los errores cometidos, apreciar los condicionamientos y buscar superarlos. Quien no conoce su historia, está condenado a repetir sus errores. Así reza un refrán popular que podemos adaptar a la situación de las culturas. Una cultura no es el producto del acaso, el resultado de una ecuación cósmica. Más bien se trata de un modo de ver y de percibir la realidad que tiene su origen en un pasado y que forzosamente se refleja en el presente. Para entender una cultura hay que conocer de dónde proviene dicha cultura, cómo se ha gestado y la trayectoria que ha seguido hasta el momento.
El lenguaje forma parte de una cultura y proviene también de una trayectoria histórica. Es en lenguaje reflejo muchas veces de culturas que se mezclan en un híbrido o de una cultura que domina sobre la otra, de la aculturación o inculturación. Una palabra puede resumir la historia de un pueblo, de una cultura.
Conociendo por tanto la etimología de una palabra, su proveniencia histórica, morfológica y semiótica nos daremos cuenta de las vicisitudes por las que ha pasado y comprenderemos mejor la cultura o las culturas que han dado origen a dicha palabra. Iniciemos por tanto nuestra aventura par conocer el origen y las peripecias por las que ha pasado la palabra carisma, no sin antes hacer una pequeña aclaración.
La palabra carisma en el contexto cristiano puede referirse a diversas realidades. Podemos encontrarnos con el hecho de que la palabra se refiere al don que una persona recibe de Dios, o al don que un instituto de vida consagrada recibe del Espíritu o al regalo que Dios hace a la Iglesia de la institución de la vida consagrada. Son aspectos no periféricos que trataremos en su momento. Tengamos en mente que la palabra carisma puede tener tres acepciones, tres aplicaciones de su significado en la cultura cristiana. La primera se refiere a la palabra carisma entendida como un don de Dios en general. Es ésta una acepción amplia, general y básica del concepto carisma. La segunda se refiere al regalo de la institución de la vida consagrada en general que Dios hace a la Iglesia5. Y la tercera toma en consideración la forma de vida que cada instituto o realidad de vida consagrada ha recibido del Espíritu por medio del fundador. Por el momento hablaremos del primer caso, de la palabra carisma en su acepción más amplia y en su significado general.
Nuestra aventura inicia en la Antigua Grecia, precisamente en la tercera etapa del desarrollo de la lengua griega, la koinè6. La palabra carisma según Ciardi, puede ser considerada como un neologismo creado por San Pablo7. Para captar la importancia de esta palabra es legítimo preguntarnos el porqué San Pablo se ha visto en la necesidad de crear una palabra. La respuesta la encontramos en el hecho de que él ha experimentado una realidad –la realidad de la gracia de Dios- y no encuentra ningún término, ninguna palabra que pueda expresar esta realidad.
La palabra utilizada por San Pablo hacer referencia a charis, gracia, entendida como el infinito amor de Dios que en Cristo Jesús se da totalmente a la humanidad. Lo expresa Ladaria de la siguiente forma: “Como ha hemos indicado, ha sido sobre todo Pablo el autor neotestamentario que ha dado al término Xaris su relevancia especial y lo ha introducido definitivamente en el vocabulario cristiano. Ante todo debemos notar que, antes que contenidos concretos, el término expresa la estructura formal de la salvación de Cristo: ésta es algo que se da gratuitamente, por favor de Dios. Es lo que el hombre no puede nunca merecer, el regalo más grande que pueda recibir. Es el don gratuito, el <> divino, lo contrario de lo que se da porque se debe. (…) La definición más clara de la gracia como gratuidad se encuentra tal vez en Rom 11,6: la elección divina es gratuita, es por gracia, no por las obras, porque, de lo contrario, <>.”8 Nos estamos refiriendo por tanto a un regalo de Dios que se hace concreto en el don de la salvación. Así mientras la gracia es una y es única en y para todas las personas, cuando toca a cada persona en singular asume connotaciones muy particulares. Observamos entonces que la gracia se hace un don particular. Es el mismo Dios que dona su Amor infinito pero que se adapta a cada persona. Dios comunica el mismo don, su Amor, su gracia, pero con una “maravillosa multiplicidad y variedad.”9
Esta posibilidad de que la gracia se adapte a cada persona viene expresado morfológicamente en la palabra charisma. La charis que es una, se hace charisma, es decir un don particular. El don universal, la caridad de Dios, se hace individual. Por ello es posible que Pablo haya añadido el sufijo μα (ma) a la palabra χάρισ (charis), ya que en griego los sustantivos con el sufijo μα (ma) indican el resultado de una acción. En este caso estamos hablando del resultado concreto de una donación. Dios que dona su amor a una persona en concreto. De ahí la formación de la palabra χάρισμα para indicar el favor de Dios, la gracia, a una persona en singular. “Si con la palabra charisma nos referimos a una concreta aplicación de la gracia y del amor de Dios, con ella se pueden indicar todos las intervenciones de Dios a favor del hombre. Por ello Pablo la usa para indicar la gracia por excelencia, la justificación (Rm 5, 15 – 16) y la vida eterna (rm 6, 23), así como también los dones concedidos al pueblo de dios en la Antigua Alianza (rm 11, 29), una forma particular de vida (1 Cor 7, 7), la liberación del peligro de muerte (2 Cor 1, 11), la imposición de las manos (i Rm 4, 14; 2 Tm 1, 6), su misma predicación (Rm 1, 11). Pablo utiliza sin embargo esta palabra en modo muy particular cuando se refiere a la vida de la comunidad. En los capítulos 12 – 14 de la primera carta a los Corintios y en el capítulo 12 de la carta a los Romanos él usa la palabra χάρισμα para indicar la variedad de dones, roles y vocaciones presentes en la comunidad eclesial. Han sido distribuidos para que toda la comunidad pudiera crecer y así alcanzar la madurez. Cada don se transforma en servicio, incluso aquel don más personal, como el de la glosolalia. (…) El criterio de la identificación (de los carismas) es claro: son para <> (1 Cor 14, 12).”10
De este estudio de Ciardi podemos sacar las primeras conclusiones, aunque sin perder de vista que estamos al inicio de la aventura que desarrollará la palabra carisma y que por ello aún habrán de venir algunas connotaciones particulares. Pero bien podemos adelantar lo siguiente. Un carisma es la gracia misma de Dios aplicada a un hombre individual con una finalidad muy particular. Dios da esa gracia, ese don a una persona singular para que pueda esta persona contribuir a la edificación de la Iglesia. Non encontramos por tanto con dos cualidades que serán de suma importancia para entender lo que es un carisma.
La primera cualidad es que es don de Dios, es decir es gracia de Dios que el hombre no merece, es gratuita. Por lo tanto no podemos fijarnos en las cualidades del hombre o de la mujer que han recibido dicho don para justificar la elección de Dios. Dios es Dios y sabe lo que hace, independientemente de las cualidades de cada persona. Por su libertad, la persona puede recibir o rechazar este don. Puede darlo a la comunidad o puede quedarse con él. Puede incluso ser infiel a este don recibido a pesar de haberlo ya hecho llegar a la comunidad.
La segunda cualidad de este don es que no es un don para la persona que lo recibe, sino es un todo para toda la comunidad, es decir, para la Iglesia. La persona que recibe el carisma es sólo un intermediario. Él debe hacerlo llegar a toda la comunidad y no lo debe considerar como algo propio. Aquí reside precisamente la diferencia entre carisma y talento. Mientras que el carisma es un don proveniente del Espíritu que Dios da para el crecimiento de la Iglesia, el talento es una dotación humana proveniente del Espíritu pero inherente a la misma naturaleza humana y cuyo usufructo queda reducido al ámbito personal.
Otra consideración importante que podemos hacer es que Dios da el carisma a una persona, independientemente de los dones particulares que tiene esa persona y no por causa de ellos. Dios no elige a las personas más santas o con más dones naturales para regalarles un carisma. Dios es libre de hacer llegar el regalo de una gracia particular, el carisma, a quien quiera y el hombre es libre de aceptar este don y de ponerlo en servicio de la comunidad que es la Iglesia. Nunca puede considerarse a un hombre mejor o pero que otro por el hecho de que ha recibido un carisma. La responsabilidad de todo hombre que ha recibido un carisma inicia a partir del momento en que debe poner al servicio de la Iglesia el don que ha recibido.
Sigamos adelante para conocer más peripecias de la palabra carisma.
El viaje antes del Concilio Vaticano II11
Para llegar al concepto de lo que hoy entendemos por la palabra carisma en el ambiente cristiano, será necesario analizar todos los cambios semánticos que ha tenido desde la Antigua Grecia hasta poco antes del Concilio Vaticano II. El viaje comienza con los Padres griegos. A ellos les toca iniciar uno de los cambios más grandes sobre el concepto carisma y que tendrá repercusiones a lo largo del cristianismo de los próximos siglos.
En primer lugar los Padres griegos siguen utilizando la connotación de carisma como un don un regalo gratuito de Dios, tratándose de los dones descritos por San Pablo12. Pero los mismos Padres griegos se dan cuenta que los dones extraordinarios mencionados por San Pablo no se dan más en la Iglesia. Han pasado ya los tiempos en que el don de la profecía, la curación, los milagros, la glosolalia eran materia común en las primeras comunidades cristianas. Entonces se comienza a dar una desviación del concepto de carisma que se consolidará con el tiempo. Se pasa del concepto de carisma como un regalo de Dios hecho a una persona para que dicho don pueda servir a la comunidad al concepto de carisma como un don de Dios hecho a una sola persona para beneficio de ella misma. Se habla entonces de carisma como carisma – talento y no ya como carisma – don. Se entendía el carisma como las predisposiciones de una persona ya fueran éstas naturales o espirituales, para desenvolver una determinada acción que no necesariamente tendría que relacionarse con la edificación de la Iglesia. Según esta nueva acepción una persona podría recibir un carisma para su uso personal y no ya para la edificación de la Iglesia.
Si por una parte los Padres griegos no podían negar la continuidad de la acción del Espíritu en la Iglesia, por otro lado tendrían que resolver el problema de la falta de dones espectaculares. Por ello comienzan a pensar que el Espíritu sigue actuando en la Iglesia pero ya no a través de los dones espectaculares, sino de los dones individuales que poco o nada tienen que ver con la edificación de la Iglesia. Dios otorga aquellos dones individuales para el beneficio de la persona, pero ya no para el beneficio común de la Iglesia. Aquellos dones de carácter extraordinario eran necesarios para los tiempos en que iniciaba la Iglesia. Ahora, siempre el Espíritu, prodigaba sus dones pero en otra forma, de tipo más bien individual y sin una vertiente de utilidad eclesial.
Se consolida por tanto el concepto de que el carisma sigue siendo un don del Espíritu, pero que queda reservado a la esfera individual, sin connotaciones eclesiales.
Pasando al mundo latino san Gregorio Magno es testigo vivencial de la decadencia del uso y del significado de la palabra carisma. Nunca viene utilizada por él y los escolásticos no la utilizan. El mismo Santo Tomás de Aquino no tenía un concepto técnico de carisma que para él significaba solamente don y entraba en la categoría de gracia libremente dada. Los Humanistas consagran esta connotación especial de carisma cuando en las ediciones de la Biblia tradujeron carisma como don, sin especificaciones posteriores. Incluso el concepto de carisma – talento queda para ellos desconocido.
Llegamos así a la época del Iluminismo en dónde existe ya consolidado un sentido técnico de la palabra carisma entendida como don extraordinario del Espíritu sin poder ser utilizada para indicar la gracia santificante o el celibato. En este momento se dan dos tendencias que serán pronto olvidadas por el magisterio de León XIII en 1899. Por un lado se quería utilizar la palabra carisma para reinterpretar la historia de la Iglesia primitiva, viendo así una contraposición entre jerarquía y carisma. Tal es la posición de Sohm y Harnack. La otra postura es la de Hecker en la que se afirmaba que la acción del Espíritu a través de sus dones podría continuar a lo largo de la historia y no sólo detenerse una vez consolidada la fundación de la Iglesia. La negativa de León XIII en admitir estas dos tendencias dio como origen que la palabra carisma fuera excluida de toda reflexión teológica, quedando reducido su significado, afirmando que los carismas se circunscribían a la Iglesia primitiva y que no eran necesarios en los tiempos ordinarios de la Iglesia, ya que eran sustituidos por la autoridad y por las gracias de estado. “Quelle che si chiamano grazie di statu non sono altro che carismi.”13
Será necesario esperar a que el sociólogo Max Weber14 para que la palabra carisma vuelva a recobrar su significado original, especialmente relacionado con un don que Dios da a una persona para la edificación de la Iglesia.
Weber no utilizó la palabra carisma en una connotación estrictamente teologal relacionándola con una experiencia espiritual, sino con una funcionalidad. En sus estudios administrativos se dio cuenta que muchas personas ejercen sobre otras un liderazgo gracias a un cualidad extraordinaria de atraer a las personas hacia una meta común, prefijada por el líder. El concepto fundamental de carisma según Weber será doble: la posesión de unas cualidades extraordinarias y el reconocimiento de parte del grupo de dichas cualidades. Sus estudios tuvieron una influencia en el mundo protestante ya que aplicó esta definición de carisma también a los profetas del Antiguo testamento.
Si bien este “descubrimiento” de Max Weber no tendrá repercusiones inmediatas en la teología católica, abrirá los ojos a la teología protestante en dónde se comenzará a dar una profundización en los estudios de los carismas entendidos como dones personales.
Por ahora podemos decir que la aventura de la palabra carisma se había frenado en un solo concepto. Para los católicos carisma era sinónimo de un don extraordinario que dispensaba el Espíritu a quien tenía que cumplir un tarea, también grande e importante, dentro de la Iglesia. En el imaginario común la palabra carisma venía a designar las grandes inspiraciones que daba el Espíritu a grandes hombres y mujeres que en el tiempo habían cumplido con un ministerio de grandes dimensiones en la Iglesia. Lo que se entendía por grandes dimensiones o grandes inspiraciones quedaba bien ejemplificado en los carismas descritos por San Pablo y ya previamente elencados renglones arriba. Esos eran los carismas. Punto. De alguna manera, aunque sin decirlo abiertamente, cuando se pensaba o se hablaba de carismas la mente se dirigía inmediatamente a los primeros años de la Iglesia, la Iglesia de Pablo o de Pedro, la de las primeras comunidades cristianas en Asia Menor o en las catacumbas de Roma en dónde lenta pero constantemente se abría paso el cristianismo. En esos y otros lugares, pero siempre en los mismos tiempos, el Espíritu ayudaba a esas comunidades concediendo dones magníficos, carismas, que permitirían fundar y solidificar la Iglesia. Y hasta un poco más en el tiempo se extendía la labor del Espíritu en la concesión de los carismas. Después que daba cerrada o por lo menos muy limitada.
Por ello, la encíclica de Pío XII Mystici Corporis Cristi de 1943 será una total ruptura con el pasado, por su novedad y audacia. La encíclica habla del Cuerpo místico de Jesucristo, la Iglesia, y de la forma en que los cristianos están unidas a ella. Pío XII menciona que “Inoltre Cristo deve ritenersi Capo della Chiesa, perché, eccellendo nella pienezza e nella perfezione dei doni soprannaturali, il Suo Corpo mistico attinge dalla Sua pienezza. Infatti (osservano molti Padri), come il capo del nostro corpo mortale gode di tutti i sensi, mentre le altre parti del nostro composto usufruiscono soltanto del tatto, così le virtù, i doni, i carismi, che sono nella società cristiana, risplendono tutti in modo perfettissimo nel suo Capo Cristo. "In Lui piacque (al Padre) che abitasse ogni pienezza" (Col. I, 19).”15 Estas palabras pueden entenderse como toda una revolución para aquella época. Al hablar de la forma en que está constituida la Iglesia, menciona, atrevidamente para aquel tiempo, que la Iglesia se constituye también a través de los carismas que se encuentran en la sociedad cristiana. No habla de los carismas que se encontraban en el pasado en la Iglesia primitiva, sino que menciona los carismas que actualmente se encuentran en la Iglesia. Y para enfatizar la permanencia de estos dones, Pío XII añade: “Sebbene, infatti, le ragioni giuridiche sulle quali anche la Chiesa è fondata e costruita abbiano origine dalla costituzione divina datale da Cristo e contribuiscano al conseguimento del suo fine soprannaturale, tuttavia ciò che eleva la società cristiana a quel grado che supera assolutamente ogni ordine naturale è lo Spirito del nostro Redentore che, come fonte di tutte le grazie, doni e carismi, pervade intimamente la Chiesa e opera in essa. Come la compagine del nostro corpo mortale, benché sia opera meravigliosa del Creatore, pure dista moltissimo dall’eccelsa dignità dell’animo nostro, così la struttura della società cristiana, benché sia tale da mostrare la sapienza del suo divino Architetto, tuttavia è qualche cosa di ordine del tutto inferiore se si paragona ai doni spirituali di cui essa è dotata e con cui essa vive e con la loro divina sorgente.”16
La revolución del concepto carisma, cuyas consecuencias tendrían efecto formal en el Concilio Vaticano II, había iniciado. Pío XII reconoce en primer lugar que la Iglesia está constituida por diversos carismas y que éstos nunca le han faltado a la Iglesia. Se rompía por tanto uno de las creencias más fuertes que en torno al concepto carisma se había creado a lo largo del tiempo. En primer lugar el Espíritu siempre había asistido a la Iglesia con diversos carismas. En segundo lugar estos carismas pueden ser sencillos o extraordinarios. Y por último estos carismas habían sido donados por el Espíritu para el bien de la Iglesia. Se abría por tanto una nueva posibilidad de profundizar en el concepto de carisma liberándolo de las ataduras que en el pasado lo habían encadenado haciéndolo permanecer unido al concepto de una gracia extraordinaria donada para el bien de la Iglesia, prevalentemente de la Iglesia primitiva.
Este momento teológico lo podemos definir como un re-descubrimiento del concepto carisma que ahonda su significado en sus raíces, quitando toda aquella incrustación cultural que había cubierto al concepto de carisma de una grandeza extraordinaria que no le correspondía a su significado originario. Karl Rahner es uno de los teólogos que más trabajo en la ampliación del concepto carisma. Dicho en palabras de Giancarlo Rocca: “Karl Rahner potè scrivere che era finalmente giunto il momento di tutelare i carismi e contemporaneamente la creatività dello Spirito. Riferendosi poi in particolare alla storia della vita religiosa, Rahner notava come non solo il monachesimo, ma anche gli Ordini medievali sino alle piccole congregazioni del sec. XIX e dei giorni nostri, avessero origini carismatiche e i fondatori fossero dotati di carismi, senza arrivare tuttavia a teorizzare uno specifico carisma del fondatore.”17
De esta manera, al comenzar el Concilio Vaticano II la Iglesia estaba en cierta manera preparada para iniciar una nueva etapa en torno al concepto de carisma. Pero estar preparada no significa estar exenta de los dolores del parto. Era necesario dar a luz un nuevo concepto de la palabra carisma o expresado en otros términos quizás más exactos, era necesario recordar a la Iglesia del Concilio Vaticano II el significado primitivo y quizás auténtico del concepto de carisma.
Si hemos visto que Pío XII en la Mystici Corporis Cristi vuelve a recordar dos conceptos de carisma olvidados, como son la posibilidad de que el Espíritu siga enviando diversos carismas a la Iglesia y la posibilidad de que existan diversos tipos de carisma, y de esta manera abre la puerta a una profundización teológica, no debemos olvidar que el paso para superar las antiguas connotaciones y significados de la palabra carisma no es automático. Muchas personas de Iglesia, cardenales, obispos y teólogos siguen pensando que un carisma es sólo extraordinario y se reduce principalmente a la Iglesia primitiva.
Pero la apertura provocada por la Mystici Corporis Cristi permite que los estudiosos se aventuren en nuevos caminos. Como lo hizo el jesuita Tromp que en 1961 se refiere a la palabra carisma en el Diccionario de espiritualidad18 “no sólo para indicar los especiales dones de Dios, sino también para nombrar las gracias particulares concedidas a los cristianos en los estados específicos de la propia vida. Se habla por tanto del carisma del médico, del carisma del laico, el carisma de los esposos, el carisma del profesor, el carisma de los enfermeros, etc.”19
Otro estudio importante es el que realiza Kart Rahner en el que menciona que los fundadores de las grandes órdenes monásticas, así como de las grandes y pequeñas congregaciones fundadas desde la Edad Media hasta los finales del siglo XIX, eran hombres dotados de carismas, al igual que los primeros seguidores de estos hombres, a los que califica de carismáticos.
La mentalidad católica comenzaba a abrirse y a dejar de pensar que los carismas habían sido dados por el Espíritu sólo para construir a la Iglesia primitiva. Era necesario romper el atavismo cultural que relacionaba el significado de la palabra carisma con los dones más extraordinarios con los que el Espíritu regalaba a las almas. Se comenzaba entonces a pensar en los pequeños dones que Dios podía conceder siempre para beneficio de la Iglesia. El movimiento carismático que inicia en los años sesentas aportará también su contribución para que el concepto carisma se vaya entendiendo más con un don ordinario que el Espíritu da a la Iglesia cuando sea necesario.
Pero no hemos de pensar ingenuamente que antes del Concilio Vaticano II se daba un ambiente efervescente en referencia a este tema y que éste era siempre bien acogido por todos. Si bien algunos estudiosos, pocos, daban pasos hacia delante en la profundización del tema, muchos otros se quedaban con el concepto del pasado. Y quiénes así pensaban en el mundo cristiano eran más bien la mayoría. Por ello, la llegada del Concilio Vaticano II va a significar para el concepto de la palabra carisma el lugar ideal para hacer la revisión histórica de los avances teológicos del significado de carisma. Nos preparamos por tanto para revisar el acontecimiento eclesial más importante de los últimos siglos y su influencia en el concepto de carisma.
¿Qué sucedió en el Concilio Vaticano II?
No hay que pensar en ninguna batalla campal dentro del Concilio, entre los del ala liberar y los del ala conservadora. Pensar en estos términos es no tener en cuenta la acción del Espíritu y la finalidad que perseguía el Concilio Vaticano II. Por ello, antes de entrar en tema, conviene hacer una consideración de cuáles eran los objetivos que los padres conciliares se habían prefigurado en la celebración del Vaticano II. Escribir a casi 50 años del Concilio nos permite ser más objetivos y dejar a un lado las visiones parciales que por el momento pasional en el que se vive, pueden nublar la panorámica completa. Tomaremos como guía de análisis del Concilio Vaticano II algunas de las declaraciones hechas por los pontífices que han participado en este evento eclesial, así como el pensamiento de Benedicto XVI respecto a este tema.
Juan XXIII anunció el Concilio en la Constitución apostólica Humanae salutis. Es la situación del mundo la que ha impelido al Pontífice a poner en movimiento la Iglesia hacia una profunda renovación. Situación que Juan XXIII describe como un profundo desequilibrio entre el avance técnico y material del hombre y su degradación espiritual. “La Iglesia asiste en nuestros días a una grave crisis de la humanidad, que traerá consigo profundas mutaciones. Un orden nuevo se está gestando, y la Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la historia. Porque lo que se exige hoy de la Iglesia es que infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio. La humanidad alardea de sus recientes conquistas en el campo científico y técnico, pero sufre también las consecuencias de un orden temporal que algunos han querido organizar prescindiendo de Dios.”20 Quiere por tanto el Concilio servir de puente entre la profunda transformación del hombre y su sed insaciable de infinito, dejada quizás a un lado, obnubilado por el progreso que en ocasiones se le presenta como sustituto de la felicidad.
Toca a Pablo VI dar continuidad y llevar a término la celebración del Concilio Ecuménico Vaticano II. Posterior a la conclusión del Concilio afirmará que en muchos sectores de la Iglesia de ha dado una manía por la novedad y un miedo por la reforma. No quería el Concilio Vaticano II ser innovador de la doctrina católica, sino que buscaba la reforma de las estructuras con el fin de transmitir con mayor vigor el evangelio con un lenguaje capaz de ser comprendido por el hombre y la sociedad actual.
Es Benedicto XVI quien después de 40 años hace un balance no sobre el cumplimiento de los objetivos que se había prefigurado el Concilio, sino sobe la forma en que se ha entendido el Concilio Vaticano II. La fuente de dudas y perplejidades suscitadas en el seno de la Iglesia, se han debido no al Concilio en cuanto tal, sino a la forma en que se ha entendido el Concilio. De la falsa o adecuada interpretación del Concilio nacen las aplicaciones verdaderas o erróneas del Concilio. “¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil? Pues bien, todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da frutos.”21 Es por tanto la forma en que se ha interpretado el Concilio la que ha causado la distinta concepción del Concilio y ha generado distintos frutos. El Concilio Vaticano II como hemos explicado renglones arriba, pretendía tan sólo hacer más accesible al hombre de hoy los valores trascendentes del evangelio. Quería llevar el evangelio al hombre de hoy, utilizando el lenguaje y los gestos del hombre de hoy. El Concilio Vaticano II era tan sólo una cuestión de comunicación, de diálogo, de método. Se trataba de hacer llegar la riqueza de los valores del evangelio a una cultura que día a día se separa más de Dios, se hacía más secular. “Es claro que este esfuerzo por expresar de un modo nuevo una determinada verdad exige una nueva reflexión sobre ella y una nueva relación vital con ella; asimismo, es claro que la nueva palabra sólo puede madurar si nace de una comprensión consciente de la verdad expresada y que, por otra parte, la reflexión sobre la fe exige también que se viva esta fe. En este sentido, el programa propuesto por el Papa Juan XXIII era sumamente exigente, como es exigente la síntesis de fidelidad y dinamismo. Pero donde esta interpretación ha sido la orientación que ha guiado la recepción del Concilio, ha crecido una nueva vida y han madurado nuevos frutos. Cuarenta años después del Concilio podemos constatar que lo positivo es más grande y más vivo de lo que pudiera parecer en la agitación de los años cercanos al 1968. Hoy vemos que la semilla buena, a pesar de desarrollarse lentamente, crece, y así crece también nuestra profunda gratitud por la obra realizada por el Concilio.”22
Bien podemos afirmar como resumen que el Concilio Vaticano II buscaba fomentar una nueva vitalidad en la Iglesia que la capacitara a transmitir el mensaje de Jesucristo, el evangelio, con formas nuevas, capaces de ser entendidas por el hombre actual que experimentaba los cambios de una modernidad que le permitían acceder a niveles de vida jamás antes sospechados, pero que inexorablemente lo alejaban de Dios. Frente a la apostasía silenciosa a la que la sociedad del bienestar invitaba al hombre, la Iglesia debía anunciar con formas nuevas el perenne mensaje de la salvación que vino a traer Jesucristo. No se buscaba una manía de novedades, sino una profunda renovación que permitiera reformas sustanciales para acercarse al hombre acercándolo a Dios.
¿Final del viaje o inicio de la aventura?
Con estos objetivos en mente debemos situarnos en el 11 de octubre de 1962, fecha del solemne inicio del Concilio Vaticano II. Llegados de todas partes del mundo, y por primera vez muchos observadores de otras religiones y confesiones no cristianas, el ánimo era de alta expectación. Es en este contexto en que debemos retomar el hilo de nuestras reflexiones sobre la palabra carisma.
Habíamos mencionado que después de la Mystici Corporis Cristi de Pío XII se había abierto una cierta posibilidad de utilizar la palabra carisma en su original contexto, situándola no ya como una palabra circunscrita a los grandes dones con los que el Espíritu regaló a la Iglesia primitiva. Se abría paso la posibilidad de hablar de carismas sencillos y extraordinarios, en comparación con los grandes carismas de la Iglesia en tiempos de san Pablo. Se perfilaba la idea de que el Espíritu podía suscitar distintos carismas a cualquier tipo de personas. Pero no debemos olvidar que esta nueva reflexión no era aún reflexión común en el ámbito teológico, pues era sólo reflexión individual aislada, si bien cada día más diseminada.
Por ello, la inclusión de la palabra carisma en los documentos conciliares es más bien tímida y balbuciente23. Observamos entonces que la primera vez en que se introduce esta palabra es en Lumen gentium, n.4: “El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Co 12,4; Ga 5,22).”24 Es el Espíritu, según este número quien guía a la Iglesia a través de dones jerárquicos y carismáticos. Aquí algunos autores han querido ver una contraposición entre los dones jerárquicos y los dones carismáticos. Creemos más bien que se da una complementariedad en estos dones. Lo importante para nuestro estudio es analizar que se da la posibilidad de que el Espíritu haya animado y continúe a animar a la Iglesia con dones carismáticos. Es decir, que los carismas pueden ser distribuidos a cualquier persona, no sólo perteneciente a la jerarquía. Si bien no logra entenderse el tipo de dones carismáticos a los que el documento en este número se refiere, deja la puerta abierta para entenderse como cualquier tipo de carismas.
Más adelante Lumen gentium menciona: “Y del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo (cf. 1 Co 12, 12). También en la constitución del cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de miembros y oficios. Uno solo es el Espíritu, que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios (1 Co 12,1-11). Entre estos dones resalta la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el mismo Espíritu subordina incluso los carismáticos (cf. 1 Co 14). El mismo produce y urge la caridad entre los fieles, unificando el cuerpo por sí y con su virtud y con la conexión interna de los miembros. Por consiguiente, si un miembro sufre en algo, con él sufren todos los demás; o si un miembro es honrado, gozan conjuntamente los demás miembros (cf.1 Co 12,26).”25 Si bien sigue afirmando la posibilidad de que el Espíritu envíe dones carismáticos a cualquier fiel <<“Uno solo es el Espíritu, que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios (1 Co 12,1-11)”>>, subordina estos dones a la gracia de los Apóstoles, en forma tal que los dones carismáticos deben ser siempre para la edificación de la Iglesia. “Que todo sirva para la edificación común.” (1 Co, 26).
Podría pensarse que hasta estos números de la Lumen gentium los carismas quedaban reducido a los dones extraordinarios a los que estábamos acostumbrados a escuchar durante la reflexión teológica pre-conciliar. Sin embargo, dando un paso adelante, el número 12 es realmente revolucionador pues permite la acepción dentro de la palabra carismas de distintos tipos de dones, sin importar ni la persona ni el tipo de don que se otorga. “Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia. Los dones extraordinarios no deben pedirse temerariamente ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos del trabajo apostólico. Y, además, el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (cf. 1 Ts 5,12 y 19-21).”26 Queda establecido por tanto que pueden darse dones extraordinarios o comunes, pero todos ellos deberán ser adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia. Cae por tanto aquella concepción de que los carismas los daba el Espíritu sólo para la edificación de la Iglesia primitiva. Ahora la condición para recibir un carisma se abre, a condición de que sea para resolver una necesidad en la Iglesia. Será la necesidad en la Iglesia la que genere la concesión de un carisma.
Más adelante, Lumen gentium hace una aplicación de lo dicho y menciona la infalibilidad del Papa como un carisma: “Porque en esos casos, el Romano Pontífice no da una sentencia como persona privada, sino que, en calidad de maestro supremo de la Iglesia universal, en quien singularmente reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia misma, expone o defiende la doctrina de la fe católica. La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo de los Obispos cuando ejerce el supremo magisterio en unión con el sucesor de Pedro. A estas definiciones nunca puede faltar el asenso de la Iglesia por la acción del mismo Espíritu Santo, en virtud de la cual la grey toda de Cristo se mantiene y progresa en la unidad de la fe.”27
Curiosamente, siguiendo la lectura de Lumen gentium, no hablará de carisma al referirse a los religiosos. Lo hará cuando hable explícitamente de los laicos y en una forma que no dejará dudas sobre la posibilidad de que el Espíritu pueda infundir cualquier carisma en cualquier persona. Será éste un paso más grande todavía que los anteriores, pues si antes se reconcían los carismas sólo extraordinarios para la Iglesia primitiva y reservados sólo a personas bien caracterizadas, ahora cualquier laico podría recibir un carisma. Y no sçolo. Sino que tocaba a los pastores reconocer dichos carismas y encauzarlos para el bien de la Iglesia. “Los sagrados Pastores conocen perfectamente cuánto contribuyen los laicos al bien de la Iglesia entera. Saben los Pastores que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo, sino que su eminente función consiste en apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y carismas de tal suerte que todos, a su modo, cooperen unánimemente en la obra común.”28
La última vez que se menciona en el documento la palabra carisma se refiere a los difuntos. No es sino una confirmación de lo que hasta ahora se ha afirmado y que lo podemos mencionar como conclusión. El Espíritu puede regalar a cualquier persona cualquier tipo de carisma, a condición de que al origen de este carisma se halle una necesidad urgente en la Iglesia, en forma tal que este carisma sirva para edificar y construir la Iglesia. “La Iglesia de los viadores, teniendo perfecta conciencia de la comunión que reina en todo el Cuerpo místico de Jesucristo, ya desde los primeros tiempos de la religión cristiana guardó con gran piedad la memoria de los difuntos y ofreció sufragios por ellos, «porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados» (2 M 12, 46). Siempre creyó la Iglesia que los Apóstoles y mártires de Cristo, por haber dado el supremo testimonio de fe y de caridad con el derramamiento de su sangre, nos están más íntimamente unidos en Cristo; les profesó especial veneración junto con la Bienaventurada Virgen y los santos ángeles e imploró piadosamente el auxilio de su intercesión. A éstos pronto fueron agregados también quienes habían imitado más de cerca la virginidad y pobreza de Cristo y, finalmente, todos los demás, cuyo preclaro ejercicio de virtudes cristianas y cuyos carismas divinos los hacían recomendables a la piadosa devoción e imitación de los fieles.”29
Nos encontramos por tanto con un camino largo que ha recorrido el carisma en cuanto se refiere al concepto que ella engloba. Bien podemos afirmar que el carisma es un don que Dios da a una persona en particular para construir y edificar la Iglesia. Este don puede ser de distinto tipo, pero siempre será para beneficio de la Iglesia.
Ahora podemos pasar a una segunda etapa de nuestro estudio para conocer la forma en que el Magisterio de la Iglesia ha aplicado la palabra carisma al fenómeno de la vida consagrada y más concretamente a cada uno de los Institutos de vida consagrada.
NOTAS
1 “La lengua se convierte en la semilla de todo aquello que tiene que ver con el desarrollo cultural de un pueblo: de determinados signos lingüísticos se vale el lenguaje ordinario, el filosófico, el poético, el científico, el religioso, etc. En la lengua se encuentra prácticamente encerrada toda la vida de un pueblo y ella es el símbolo principal y fundamental, así como el instrumento primario de toda cultura.” Battista Mondin, Antropologia filosofica, EDB, Bologna, 2000, p.187.
2 Ambas definiciones son tomadas del Diccionario de la Real Academia Española, vigésima segunda edición, Madrid 2001.
3 Ibídem.
4 Benedicto XVI, Angelus, 12.12.2010.
5 “En el Sínodo se ha afirmado en varias ocasiones que la vida consagrada no sólo ha desempeñado en el pasado un papel de ayuda y apoyo a la Iglesia, sino que es un don precioso y necesario también para el presente y el futuro del Pueblo de Dios, porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su misión.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consacrata, 25.3.2010, n.3.
6 “La koinè (del griego κοινή γλώσσα hē koinē glōssa, ´lengua común´, o, más frecuentemente, hē koinē dialektos, ´habla común´) fue una variedad de la lengua griega utilizada en el mundo helenístico, es decir, en el periodo subsiguiente a las conquistas de Alejandro Magno. A esta variedad también se le ha llamado a veces griego helenístico. Esta lengua conforma una unión territorial importante, ya que podía ser utilizada en lugares tan dispares que abarcan desde Roma hasta Egipto, e incluso algunos enclaves en India, conviviendo con lenguas autóctonas como el arameo en Siria, el copto en Egipto o con el latín, esta última la lengua de los militares y funcionarios en Occidente. En la koiné, el ático constituye el elemento base, con ciertas influencias de otros elementos como el jónico en la forma y construcción de la frase. Se distinguen distintos tipos de koiné, entre ellos la koiné egipcia, conocida gracias a los papiros de la Biblia de los Setenta y la koiné literaria, en escritores como Polibio. La lengua del Nuevo Testamento también es la koiné, con una importante aportación de préstamos léxicos de las lenguas semíticas (el arameo y el hebreo, básicamente).” Nicholas Ostler: Empires of the World, ed. Harper Perennial, Londres, 2006.
7 Fabio Ciardi, In ascolto dello Spirito, Ermeneutica del carisma dei fondatori, Città Nuova Editrice, Roma 1996, p. 49.
8 Luis F. Ladaria, Teología del pecado original y de la gracia, BAC, Madrid 1993, p. 145.
9 Fabio Ciardi, In ascolto dello Spirito, Ermeneutica del carisma dei fondatori, Città Nuova Editrice, Roma 1996, p. 49.
10 Ibídem.p. 51.
11 Para esta parte utilizaremos el desarrollo del tema en el libro Giancarlo Rocca, Il carisma del fondatore, Ancora Editrice, Milano 1998.
12 En su libro Il carisma del fondatore, Giancarlo Rocca hace un elenco exhaustivo de los dones que menciona San Pablo como carismas, por lo que creemos muy conveniente reportarlos aquí. “Sabiduría, ciencia, fe curación, milagros, profecía, discernimiento de espíritus, glosolalia, interpretación de lenguas, apostolado, profecía, doctor, asistencia, gobierno, exhortación, donación, presidencia, misericordia, evangelista, pastor.” Giancarlo Rocca, Il carisma del fondatore, Ancora Editrice, Milano 1998, p.11.
13 C. Boyer, Carisma, in Enciclopedia católica, 3 (1949) coll. 793 – 795, in particolare col. 795, en Giancarlo Rocca, Il carisma del fondatore, Ancora Editrice, Milano 1998, p.22.
14 “Maximilian Carl Emil Weber (1864 – 1920) fue filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo alemán, considerado uno de los fundadores de la sociología y la administración pública. Sus trabajos más importantes se relacionan con la sociología de la religión y el gobierno. Su obra más reconocida es el ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo, que fue el inicio de un trabajo sobre la sociología de la religión. A partir de diversos estudios sobre la ética del protestantismo Weber argumentó que la religión es uno de los aspectos que más ha influido en el desarrollo de las culturas de occidente.
15 15 Pío XII, Carta encíclia Mystici Corporis Cristi, 29.6.1943.
16 Ibidem.
17 Giancarlo Rocca, Il carisma del fondatore, Ancora Editrice, Milano 1998, p. 24 – 25.
18 S. Tromp, Espirit Saint.IV. L’Espirit Saint âme de l’Eglise, in Dictionaire de spiritualitè, IV/2 (1962) coll. 1296 – 1302.
19 Giancarlo Rocca, Il carisma del fondatore, Ancora Editrice, Milano 1998, p. 25 – 26.
20 Juan XXIII, Constitución apostólica Humanae salutis, 25.12.1961, n. 3.
21 Benedicto XVI, Discurso, 22.12.2005
22 Ibídem.
23 “Nei testi conciliari, però, la parola “carisma” non pare avere un significato preciso, perché a volte sembra indicare doni spettacolari, a volte invece qualsiasi cosa venga da Dio.” Giancarlo Rocca, Il carisma del fondatore, Ancora Editrice, Milano 1998, p. 27.
24 Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 21.11.1964, n.4.
25 Ibídem., n. 7.
26 Ibídem., n. 12.
27 Ibídem., n. 25.
28 Ibídem., n. 30.
29 Ibídem., n. 50.
* Preguntas y comentarios al autor
* Para mayor información, visita nuestra Comunidad de Religiosas.
* ¿Dudas, inquietudes? Pregúntale a un experto
* ¿Te gustó nuestro servicio? Suscríbete a nuestro boletín mensual
Más artículos de Germán Sánchez Griese
¿Quién es Germán Sánchez Griese?

