El amor a las constituciones; Transmisión de la propia espiritualidad
Por: Germán Sánches Griese | Fuente: Catholic.net
EL AMOR A LAS CONSTITUCIONES: TRANSMISIÓN DE LA PROPIA ESPIRITUALIDAD.
1. La unidad y madurez personal a través de las Constituciones.
2. La proyección de esta madurez personal (apostolado).
3. La perla más preciosa: compartir la vocación.
1. La unidad y madurez personal a través de las Constituciones.
Hasta el momento hemos hablado en nuestros dos artículos anteriores el amor y la vivencia que debe tener la mujer consagrada hacia las Constituciones y en cierta forma parecería que nos hemos olvidado del mundo interior de la mujer consagrada. Hemos señalado y sugerido la postura que la religiosa debe tener hacia las Cosntituciones, pero ¿cuál es el aporte específico que las Constituciones dan a la mujer consagrada? Y esta pregunta valiente es legítima para quien va o está hipotecando toda su vida viviendo de acuerdo a una espiritualidad centrada en unas Constituciones.
La vida humana es una aventura. Sellada por vivencias infantiles, muchas veces inamovibles y de difícil –aunque no imposible- superación, se abre a nuevas circunstancias, nuevas experiencias, estilos de vida y culturas diversas a las originales, y de alguna manera van conformando –enriqueciendo o empobreciendo, la personalidad. Junto con estos elementos humanos, psíquicos, psicológicos y físicos, se da también, para quien inicia en la vida un itinerario espiritual, el irremplazable papel que juega la gracia. Con el paso del tiempo, inevitablemente, como el mar que en el fondo encuentra la paz y la tranquilidad a pesar que en su superficie se agiten las olas, así la persona busca decantar todas esas experiencias y tiende a la paz, a la unidad. Como dice Manzoni en su novela “I promessi sposi (Los novios)” la religión cristiana tiene la posibilidad de dar a a cada alma la fuerza y el motivo unitario de su existencia. El alma con el paso y el peso del tiempo se va dando cuenta que todo viene a centrarse en una sola cosa: cumplir, por amor, la voluntad de Dios. De esta forma se va preparando para que cuando Dios la llame para regresar a la casa del Padre, se encuentre libre de todo apego, lista para encontrarse sola y sólo con el amor de Dios.
Pero esta unidad en la vida no llega por sí misma. Por una parte debe tomarse en cuenta las diversas experiencias que ofrece la vida, las cuales toca a la persona consagrada discernir, para aceptar y asimilar aquellas buenas (que la acercan a su ideal), de aquellas que no lo son, o no lo son tanto. Será por tanto necesario contar siempre con un criterio que le permita hacer este discernimiento. El alma consagrada deberá también distinguir y optar por diversas oportunidades que le oferce la vida y en muchas ocasiones tendrá que enfrentarse con experiencias desagradables o difíciles que dejan huella para toda la vida.
Por si esto fuera ya poco, no debenmos olvidar el hecho de que el alma no está sola en su lucha en esta vida. Por un lado, está estructuralmente señalada por el pecado original y experimenta en ella misma la tendencia al pecado, al mal. Se da cuenta que necesita de un Salvador, de una ayuda, de la gracia de Dios.
Frente a toda esta barahunda de situaciones humanas y espirituales, no debemos olvidar que la vida consagrada significa en cada mujer que ha querido dedicar su vida al seguimiento más cercano de Cristo, un compromiso que la lleva a aspirar a la santidad de vida. “...todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad” . O como lo expresaba San Pablo: Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación (1Tes. 4, 3).
Ante esta perspectiva tan diversa de pulsiones psicológicas y psíquicas, oportunidades de crecimiento que vienen de fuera, peligros y problemas que llegan de todas partes, la tendencia al mal causada por el pecado original, la fuerza de la gracia siempre a nuestra disposición y el reclamo a una santidad de vida, la persona consagrada puede dispersarse, desperdiciando sus pocas energías. Se necesita uan unidad, algo que forme un polo que una todas esas fuerzas y que fundamente la lucha. Es necesario por tanto recurrir a una fuerza espiritualidad unificante y unificada para no correr el peligro de disgregar todas las fuerzas personales y desaprovechar las gracias de Dios.
La espiritualidad tiene como función aglutinar las fuerzas personales para encauzarlas en una sola dirección y en algunos casos, ser medio de Dios para que el alma reciba las gracias necesarias para su justificación. Dirige por tanto las fuerzas personales evitando la dispersión, al dotar al alma los medios necesarios para discernir lo bueno de aquello que es menos bueno, y ayudándola también a tender siempre a la santidad de vida a la que está llamada.
Las Cosntituciones, resumen de una espiritualidad que se expresa en un estilo de vida querido por Dios para el alma consagrada, sirven para dar a la mujer consagrada la seguridad de no desperdiciar las fuerzas a lo largo de la vida y de aprovechar y recibir las gracias que Dios le ha destinado para alcanzar el ideal de perfección.
Esta unidad de vida puede ser alcanzada haciendo de las Constituciones un estilo de vida. Aquí se dará claramente una diferencia entre quien hace de las Constituciones una referencia para vivir un estilo de vida, de aquella que las tiene simplemente como indicaciones o sugerencias para tomar sólo aquello que ella juzga como importante o necesario. Quien se hace juez de su propia vida no podrá alcanzar la unidad, pues se dejará llevar muchas veces por sus estados anímicos, sus pasiones (especialmente la soberbia), las circunstancias de la vida que se vayan presentando, aprovechará o dejará pasar las gracias de Dios. En pocas palabras irá caminando al ritmo que ella quiere y no al ritmo que le porpone y le dispone Dios.
Por el contrario, quien toma a las Constituciones como referencia diaria para su vida, se deja moldear, como habíamos visto en el artículo anterior , de un medio querido por Dios para recibir de Él inumerables gracias. Frente a un sentimiento de tristeza o alegría, la religiosa sabrá cómo responder, pues responderá al estilo del Fundador, atrayendo sobre ella gracias de Dios, previstas por Él en la medida que su actuación está unida y responde al espíritu del Fundador. Y todo esto no es otra cosa sino vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.
Como consecuencia, esta mujer consagrada vivirá un equilibrio de vida entre una sana convivencia de su vida interior y el mundo exterior. Un equilibrio entre la vida de comunidad y la vida de apostolado.
Las Constituciones aseguran a la mujer consagrada unidad y madurez personal. Si bien esta unidad y madurez personal no es el fin de las Constituciones, se dará como una consecuencia para quien las vive, consecuencia nada desdeñable para los tiempos actuales en donde aparentemente, para algunos, la religiosa ha perdido el sentido de ser en una sociedad laica y alejada de Dios. “Hasta en la simple cotidianeidad, la vida consagrada crece en progresiva maduración para convertirse en anuncio de un modo de vivir alternativo al del mundo y al de la cultura dominante. Con su estilo de vida y la búsqueda del Absoluto, casi insinúa una terapia espiritual para los males de nuestro tiempo. Por eso, en el corazón de la Iglesia representa una bendición y un motivo de esperanza para la vida humana y para la misma vida eclesial”.
La vivencia de las Constituciones le indicará supuesto en la vida como mujer, como mujer consagrada y como mujer consagrada al estilo de su Instituto religioso, alejándola completamente de las así llamadas crsisis de identidad y de aquellos que pretenden solucionar dichas crisis.
2. La proyección de esta madurez personal (apostolado).
“Una existencia transfigurada por los consejos evangélicos se convierte en testimonio profético silencioso y, a la vez, en elocuente protesta contra un mundo inhumano. Compromete en la promoción de la persona y despierta una nueva imaginación de la caridad. Lo hemos visto en los santos fundadores. Se manifiesta no sólo en la eficacia del servicio, sino sobre todo en la capacidad de hacerse solidarios con el que sufre, de manera que el gesto de ayuda sea sentido como un compartir fraterno. Esta forma de evangelización, cumplida a través del amor y la dedicación a las obras, asegura un testimonio inequívoco a la caridad de las palabras.”
La unidad de vida a la que aspira el alma consagrada no la hace ajena a las situaciones que aquejan al mundo. La unidad de vida y la paz interior que se logran cuando la persona contempla a Dios, lejos de hacer de la persona consagrada un ser alejado de estas realidades terrenas, la vuelve solidaria e intrépida, buscadora de soluciones adaptadas a las necesidades que la rodean. Y como ejemplos patentes y testimonios vivos de esta afirmación los son las inumerables vidas de los fundadores, que si bien hicieron de Dios el centro absoluto de sus vidas, no se refugiaron en la soledad, sino que salieron al mundo para ofrecer una solución que ellos, desde Dios, contemplaban. Idéntica, si bien distinta en su forma externa, es la respuesta que las almas dedicadas a la clausura dan a las necesidades del mundo. “Las monjas de clausura, por su llamada específica a la unión con Dios en la contemplación, se insertan plenamente en la comunión eclesial, haciéndose signo singular de la unión íntima con Dios de toda la comunidad cristiana. Mediante la oración, particularmente con la celebración de la liturgia y su ofrecimiento cotidiano, interceden por todo el pueblo de Dios y se unen a la acción de gracias de Jesucristo al Padre .”
El alma que hace de las Constituciones su estilo de vida es un alma que vive desde Dios y para Dios. La visión que comienza a tener del mundo no es ya su propia visión o la percepción que de él pueda tener, ni una visión horizonlatista en donde todo empieza y todo acaba en esta realidad temporal . La religiosa, al hacer de las Constituciones su estilo de vida, aprende a ver desde Dios la realidad del mundo y junto con su fundador se enseña a dar una solución a esas necesidades.
El apostolado deja de ser una mera actividad externa para convertirse en la expresión de un dinamismo interno, muchas veces inconmensurable. No se parte de la realidad externa para hacer apostolado. Mejor dicho, se parte de la realidad externa como primer movimiento del alma –como respuesta a una insinuación de Dios-, para buscar en Dios, al estilo que las Constituciones indican, la solución más adecuada. Se vive por tanto el apostolado al estilo específico de la Congregación. No se es enfermera, maestra o catequista al estilo personal o como respuesta a una necesidad de realización personal. Ni tampoco se desarrollan esos apostolados sin un estilo definido. Se es (y no se hace) lo que se debe hacer con un estilo muy definido, caracterizado por el carisma propio de la Congregación, como respuesta del Amor de Dios que invita al alma consagrada a compartir ese amor con otras personas.
Lejos de pensar en una despersonalización o en un automatismo frío que haría de las religiosas personas iguales, las Constituciones, respetando la propia personalidad, enriquece a las mujeres consagradas. La mujer toma las indicaciones que encuentra en las Constituciones para hacer apostolado. Las Constituciones le señalan cómo hacer apostolado con un estilo muy específico, muy característico, como expresión de una espiritualidad muy particular. La mujer consagrada hace propio ese estilo específico, lo toma, no como una imposición, sino como una proposición para responder a una realidad que se encuentra en la vida y a sus grandes deseos de Dios. Al aplicarlas no renuncia a ser ella misma, pues se enriquece con estas indicaciones y enriquece al mismo tiempo el carisma. Como no hay dos personas iguales, el carisma respeta a cada persona y enriquece a quien quiera vivirlo, pues refuerza sus dotes, sus características y su carisma personal y “rectifica” sus fallos, sus deficiencias y sus debilidades.
3. La perla más preciosa: compartir la vocación.
El amor a las Constituciones tiene como consecuencia, entre otras, querer vivir un estilo de vida semejante al que vivió, testimonió y dejó como voluntad de Dios cada uno de los Fundadores. Una religiosa que ama las Constituciones no se contenta con vivirlas fríamente o con conocerlas de modo académico o intelectual. Tal conocimiento se le puede exigir a las personas que deben seguir un protocolo médico o deben ajustar la jornada laboral a un reglamento en una fábrica. A la religiosa se le pide un concimiento vivencial y experimental, es decir, aquel que va más alla del cumplimiento de los números de las Constituciones.
No cabe duda de que se le pide el cumplimiento de todos los números de las Constituciones, pero partiendo del amor. Se pide por tanto, junto con la vivencia de lo indicado en cada uno de los números, el profundizar en la persona propia, el espíritu del número. Se le pide descubrir para vivir. Descubrir las motivaciones profundas que originan aquel número, para que junto con la vivencia práctica (la observancia externa de la norma), se pueda llegar a gustar lo que hay detrás de ese número y así, que ese espíritu escondido en cada número, se haga vida en cada aspecto práctico que implica su vivencia.
Quien vive espiritualmente las Constituciones, quien las ama y no se contenta tan sólo con ponerlas en práctica, es llevada a vivir un estilo de vida muy propio. Y como un medio para lograr esta vivencia espiritual y amorosa de las Constituciones, nos encontramos con la oración . Tomar cada número para descubrir en él la voluntad de Dios para la vida consagrada, confrontar la vida con el ideal que Dios sugiere, mover los afectos para querer vivir ese número y por fin, decidir la voluntad para estar pronta a ejecutar con amor lo indicado en cada número de las Constituciones.
Esta vivencia sin duda trae un forma muy peculiar de vivir la vida que proyecta una luz doble: hacia el interior y hacia el exterior de la persona. Hacia el interior produce una paz y una santidad de vida al estar recorriendo el camino hacia la santidad. Para la religiosa no hay camino más seguro para adquirir la santidad que el indicado por el carisma, reflejado y sintetizado con nitidez en las Constituciones. Todo lo que haga la religiosa, o deje de hacer a la luz de las Constituciones, es para ella la voluntad de Dios y por lo tanto, camino seguro para la santidad.
Por otra parte, esta vivencia arroja, como hemos dicho anteriormente, una luz hacia el exterior. Quién tiene un estilo de vida, se hace ver, no puede pasar desapercibida. “El testimonio de las personas consagradas es particularmente elocuente. A este propósito, se ha de reconocer, ante todo, el papel fundamental que ha tenido el monacato y la vida consagrada en la evangelización de Europa y en la construcción de su identidad cristiana. Este papel no puede faltar hoy, en un momento en el que urge una « nueva evangelización » del Continente, y en el que la creación de estructuras y vínculos más complejos lo sitúan ante un cambio delicado. Europa, América y todos los continentes necesitan siempre la santidad, la profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las personas consagradas. También se ha de resaltar la contribución específica que los Institutos seculares y las Sociedades de vida apostólica pueden ofrecer a través de su aspiración a transformar el mundo desde dentro con la fuerza de las bienaventuranzas.” Quien vive de cara al Absoluto proyecta el Absoluto pues el amor busca hacerse uno con el Amado. La religiosa que vive las Constituciones, al vivir un estilo de vida diverso del mundo atrae sobre sí las miradas, casi sin querelo. Cuando esta vida no viene vividifcada por las Constituciones, por el carisma, no tiene un fundamento válido. Quien tiene su fundamento puesto en Cristo, proyectará a Cristo.
Desgraciadamente en la vida consagrada se dan casos en los que el consagrado o la consagrada han perdido el centro de su vida en Cristo y quieren ponerla en otro punto, proyectando una caricatura de la vida consagrada. “La vida consagrada debe tener el coraje de encontrar en Dios las soluciones para los momentos actuales; incluso las técnicas animativas son estériles si tienen como objetivo eliminar a Dios, pensando que pueden sustituir al Creador. Los medios que el futuro puede ofrecer, no deben rechazarse, así como las sugerencias y las técnicas que puedan mejorar la vida consagrada, a condición de que no sofoquen las grande promesa de Dios escondida en la vida.” Estos puntos diferentes a Dios dejan a la religiosa con un vacío interior, porque le roban la única razón de la vida consagrada. “En efecto, si la imagen que dan de sí mismos fuera opaca o lánguida, ¿cómo podrían inducir a los jóvenes a imitarlos?”
Y esto no puede ser de otra forma desde que “El ser humano, en efecto, es « llamado » a la vida y al venir a la vida, lleva y encuentra en sí la imagen de Aquél que le ha llamado. Vocación es propuesta divina a realizarse según esta imagen, y es única-singular-irrepetible precisamente porque tal imagen es inagotable. Toda criatura significa y es llamada a manifestar un aspecto particular del pensamiento de Dios. Ahí encuentra su nombre y su identidad; afirma y pone a seguro su libertad y su originalidad. Si, pues, todo ser humano tiene su propia vocación desde el momento de su nacimiento, existen en la Iglesia y en el mundo diversas vocaciones que, mientras en el plano teológico manifiestan la imagen divina impresa en el hombre, a nivel pastoral-eclesial responden a las varias exigencias de la nueva evangelización, enriqueciendo la dinámica y la comunión ecclesial.”
Quien vive con amor y sin cortapisas su vida religiosa, centrada en las Constituciones, por fuerza proyecta la felicidad interior. Se siente identificada y realizada en sí misma. Se encuentra feliz y equilibrada. Y esta felicidad no puede quedarse para sí misma, la lleva a compartir con los demás lo que ha encontrado para sí, a semejanza de los discìpulos, después de haber encontado al Señor. Ha encontrado la perla peciosa y se decide a venderlo todo, pero también desea compartir con los demás esa perla preciosa.
Las Constituciones, al ser vividas con amor, dan esa seguridad de vida que hacen que otros se fijen en la consagrada por el estilo de vida radicalmente distinto al que se vive en la vida. Una vida de donación plena, aún vivido en la soledad de la clausura, no puede menos que ser luz para unmundo que no sabe o no puede comprometerse con el futuro. Una mujer que tiene su esperanza puesta en el Señor, porque vive la espernza que las Constituciones le ofrecen, da a los demás una certeza en la vida.
Bibliografía, citas y documentos consultados para la creación de éste artículo:
A. Manzoni, I promessi sposi, cap. X
Paolo VI, Lumen gentium, 21.11.1964, n. 39
Lucio Casto, La direzione spirituale come paternità, Effatà Editrice, Torino, 2003, p. 172 - 179
German Sánchez Griese, Fidelidad creativa a las Constituciones, en www.es.Catholic.net, noviembre de 2003
Conregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Caminar desde Cristo, 19.5.2002, n. 6
Resulta curiosa como constatación de esta aparente solución para la crisis de identidad, la cantidad de libros leídos en privado o en comunidad sobre aspectos psicoanalistas, de teología de la liberación, de liderazgo como alternativa a la autoridad en la vida religiosa, en comparación con los últimos documentos del Magisterio de la Iglesia sobre la vida consagrada. Se lee más a diversos autores de origen asiático que al mismo Juan Pablo II, por ejemplo.
Conregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Caminar desde Cristo, 19.5.2002, n. 33
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Verbi sponsa (Instrucción sobre la clausura de las monjas), 13.5.1999 n. 6
Aquí radica una de las diferencias claras entre vida consagrada y voluntariado. Diferencia que cuando no se hace patente, origina una de las supuestas crisis de identidad de la vida consagrada y su respectiva solución no del todo apegada y de acuerdo con el Magisterio de la Iglesia.
German Sánchez Griese, Las etapas de la oración en la vida,en www.es.catholic.net, noviembre de 2003
“La oración auténtica... deja en los orantes una ardiente caridad que impele a colaborar en la misión de la Iglesia y al servicio de los hermanos para la mayor gloria de Dios”. Congregación para la doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 15.10.1989 n.28
“Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos « genios » de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno” Juan Pablo II, Carta apostólica El Nuevo Milenio, 6.1.2001, n. 31
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n. 37
G.F. Poli, G. Crea, V. Comodo, Stili di leadership e vita consacrata, Editrice Rogate, Roma, 2003, p. 22
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n 40
Obra Pontificia para las vocaciones, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 6.1.1998, n.13
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