El Camino hecho hasta el momento
Por: German Sanchez Griese | Fuente: Catholic.net
Seguir a Cristo, al estilo del Fundador
Las aportaciones del Concilio Vaticano II para la vida consagrada, bien pueden sintetizarse en las cinco directrices que dio el decreto Perfectae caritatis para renovar la vida consagrada . Cada una de los Institutos de vida consagrada y congregaciones debía ponerse a trabajar en estos campos para lograr una adecuada renovación, siempre basada en la identidad de la vida consagrada.
Los esfuerzos han dado sus frutos y hoy vemos como la mayoría de las personas consagradas buscan y producen frutos en la medida en que se esfuerzan por vivir su propia identidad de consagrados. Esta identidad ha sido fruto, no de una elaborada teología de la vida consagrada, sino del haber pensado y reflexionado en la esencia de la vida consagrada, de acuerdo a las directrices emanadas por la Perfectae caritatis. De esta reflexión bien podemos sacar en conclusión que la identidad de la vida consagrada no es otra que la de seguir más de cerca a Jesucristo, a través de la profesión de los consejos evangélicos .
Como parte del camino hecho hasta ahora, no debemos dejar a un lado algunas desviaciones que se han dado por no haber aceptado, vivido y hecho las aplicaciones del concepto de identidad de la vida consagrada, como lo indicaba el Concilio. Y esto se trasluce en las palabras de Juan Pablo II cuando se dirige a las religiosas en la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa: “El testimonio de las personas consagradas es particularmente elocuente. A este propósito, se ha de reconocer, ante todo, el papel fundamental que ha tenido el monacato y la vida consagrada en la evangelización de Europa y en la construcción de su identidad cristiana. Este papel no puede faltar hoy, en un momento en el que urge una «nueva evangelización» del Continente, y en el que la creación de estructuras y vínculos más complejos lo sitúan ante un cambio delicado.
Europa necesita siempre la santidad, la profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las personas consagradas. También se ha de resaltar la contribución específica que los Institutos seculares y las Sociedades de vida apostólica pueden ofrecer a través de su aspiración a transformar el mundo desde dentro con la fuerza de las bienaventuranzas.”
Si las religiosas hubieran vivido su identidad como personas consagradas durante el período que siguió al Concilio, esta invitación podría no haberse dado. Juan Pablo II comienza reconociendo el papel que las religiosas han desempeñado a lo largo de casi dos milenios en la evangelización de Europa y a nuestra mente nos vienen la cantidad de instituciones fundadas por santas y admirables congregaciones religiosas que a través de la educación, el arte, las obras de caridad cristianas y tantísimas otras, supieron injertar en la cultura los valores del evangelio.
Y por contraste nos preguntamos también sobre las obras que no han puesto en pie las mujeres consagradas en estos últimos 40 años, para hacer frente a los retos del mundo moderno, respondiendo así a la invitación del Concilio para renovarse y renovar el mundo. Y esto es así, puesto que el Papa vuelve a urgir a las consagradas lo que desde hace 40 años deberían haber hecho, y el Concilio había sugerido en una de las directrices de la Perfectae caritatis: “Promuevan los Institutos entre sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las necesidades de la Iglesia, de suerte que, juzgando prudentemente a la luz de la fe las circunstancias del mundo de hoy y abrasados de celo apostólico, puedan prestar a los hombres una ayuda más eficaz.”
Pero si quien debería haber ayudado al hombre de finales del siglo XX e inicios del XXI a encontrar el sentido de su vida en el evangelio, comenzaba a preguntarse, y a veces a perder el sentido de su propia vida, sería muy difícil que ayudara a construir en otros lo que ella misma no tenía, lo que ella creía no tener, o lo que ella estaba perdiendo o aparentemente estaba perdiendo: su identidad como persona consagrada.
Pensemos que en cuarenta años podría haberse hecho tanto. No son ya tiempos antiguos en los que para poner en pie una obra se necesitaban años y a veces quizás hasta siglos. Hoy, hubieran bastado mujeres que teniendo una visión profética, como la que tuvo Juan Pablo II desde el inicio de su Pontificado hasta sus últimos años , se hubieran lanzado a poner en práctica lo dicho por el Concilio y así llevar el mensaje salvador de Cristo a Europa, que desde inicios de los años sesentas, era urgente re-evangelizar. Tan sólo hubiera sido necesario, a partir de los Capítulos Generales Extraordinarios sugeridos por la Santa Sede, el proponer al mundo el carisma originario del fundador y continuar la labor que aquellos hombres habían hecho en su tiempo .
Contrariamente a esta postura, quienes han vivido, no sin problemas ni dificultades, la fidelidad creativa en correspondencia a una hermenéutica de la reforma su propia identidad como persona consagradas, han sabido utilizar el carisma come un medio seguro y cierto para recorrer los caminos de la no tan fácil renovación. Podemos hacer esta afirmación, ya que vivir la fidelidad al carisma es vivir la consagración, de acuerdo a los lineamientos que el Vaticano II había indicado en el número del citado decreto Perfectae caritatis.
Si partimos del hecho de que una de las aportaciones del Vaticano II a la renovación de la vida consagrada ha sido la posibilidad de profundizar en el carisma originario de cada congregación, quien ha sabido acercarse a las fuentes originarias ha encontrado un nuevo frescor y vigor para vivir la vida consagrada. Acercarse al carisma originario ha sido para muchas congregaciones quitarse una venda de los ojos y reflexionar sobre su identidad, en base a aquellos propósitos originales que hicieron que el Fundador o la Fundadora pusieran en pie la Congregación o el Instituto religioso.
Retornar a las fuentes, no es sino vivir con frescura el mismo espíritu con el que el Fundador o la Fundadora vivieron su consagración a Dios. Consagración que, siguiendo la definición de la identidad de la vida consagrada, abraza toda la vida de la persona. La vida consagrada por tanto, comenzó a vivirse no en abstracto, ni en términos generales o ambiguos, sino de acuerdo a un carisma, ya desde las primeras etapas de la formación . Actualmente, el camino hecho hasta ahora está tomando forma en la nueva redacción de las Constituciones, en las que, pasados los momentos difíciles, las aguas están regresando a la normalidad, y se están incorporando en las Constituciones los elementos esenciales del carisma.
Resulta por tanto natural, que si se vive el carisma, se vivirán mejor dos elementos. Por un lado, la identidad de la vida consagrada, pues en el carisma, como veremos a continuación, están encerrados tanto los elementos esenciales de la vida consagrada. Y por otro lado, las notas indicativas para la adecuada renovación.
En primer lugar, la vivencia del carisma permite vivir cada uno de los elementos que conforman la identidad de la vida consagrada, que como hemos visto, consiste en el seguimiento más cercano de Cristo de acuerdo a los consejos evangélicos. Este seguimiento, hemos dicho, no se hace en una forma abstracta, sino con unas características muy particulares, indicadas por el carisma, que no es sino la experiencia que ha hecho el Fundador o la Fundadora, de la persona de Cristo . Esta experiencia del Espíritu puede ser compartida y experimentada, siempre en forma personal y peculiar, por cada uno de los discípulos del Fundador. Y así, al llevar a cabo esta experiencia espiritual, estarán abrazando todas las dimensiones propias de la consagración, resumidas en la identidad de la vida consagrada: seguirán a Cristo con el espíritu de los consejos evangélicos, pero siempre guiados por la forma, el estilo, el espíritu con el que los vivió el Fundador o Fundadora y con el que quiso que también sus discípulos los vivieran. Los consejos evangélicos se vivirán bajo el carisma específico, es decir, bajo la experiencia del Espíritu, que permite vislumbrar de forma específica, un aspecto muy característico y singular de Cristo .
Vivir el carisma no es vivir en el esfuerzo imposible por alcanzar las grandes cuotas de vida mística o sobrenatural del Fundador o la Fundadora, sino el esfuerzo por vivir en la cotidianidad, diríamos casi en la banalidad, la misma experiencia del Espíritu que dio origen al nacimiento de la Congregación o del Instituto. Se piensa, se quiere y se siente con el carisma, copiando los mismos sentimientos de Cristo , pero siempre bajo el prisma del carisma. Permítaseme una imagen para ilustrar lo expresado. La luz puede ser reflejada por diversos prismas, siendo que la luz se mantiene la misma. Los consejos evangélicos, que señalan el seguimiento de Cristo, serán siempre los mismos, pero al ser vividos por el carisma, pueden vivirse en distintas tonalidades. Sin embargo, al vivirlos de acuerdo al carisma, dan a la persona consagrada la seguridad de estar viviendo el seguimiento de Cristo, con la misma mente con la que Cristo lo quiso para su Iglesia. Se establece como el carisma permite vivir el seguimiento de Cristo con una fidelidad creativa. Es por tanto el carisma, seguir a Cristo, al estilo del Fundador.
Por otra parte, para justificar que el carisma permite también poner en práctica las directrices del Vaticano II para la adecuada renovación, partamos intentando hacer una síntesis de estos principios. Los podemos resumir diciendo que la adecuada renovación se llevará a cabo cuando se dé un seguimiento de Cristo como lo propone el Evangelio, al estilo del Fundador, dentro de la Iglesia, para la evangelización de los hombres, comenzando de una renovación espiritual. Si la persona consagrada vive el carisma, podrá sin lugar a dudas poner en práctica las mismas intenciones y el espíritu que movieron al Fundador o Fundadora para vivir una vida totalmente dedicada a Cristo.
Estos hombres o mujeres concibieron siempre su obra dentro de la Iglesia, para la Iglesia y por la Iglesia. No concebían sus trabajos y afanes como algo ajeno a la Iglesia y así lo enseñaron a sus discípulos. Además quien vive el carisma vive el evangelio, pues el carisma no es más que vivir el evangelio desde una perspectiva muy clara y definida. Por último, quien vive el carisma, vive en clave del Espíritu y puede renovar su consagración todos los días, en la fidelidad creativa al espíritu originario del Fundador.
Esto es lo que se ha hecho hasta el día de hoy en la vida consagrada. Resulta por tanto evidente la importancia que tiene para la vivencia de la vida consagrada y para la adecuada renovación y reforma de la vida consagrada el centrarse en el carisma.
Centrase en el carisma.
El periodo de renovación no ha terminado, al contrario, está dando sus primeros pasos y comienza a aportar sus frutos a la vida de la Iglesia, mucho queda aún por hacer a la vida consagrada . Por ejemplo, la invitación de Juan Pablo II a la vida consagrada para llevar a cabo la nueva evangelización en Europa es aún una tarea incipiente ; la misión que tiene de aportar una esperanza a este mundo, está dando sus primeros pasos; el convertirse en verdaderos maestros y guías del espíritu , es un largo camino aún por recorrer; la adecuada gestión de las comunidades religiosas, en donde el gobierno debe ser sobretodo un gobierno de animación espiritual ; la mayor participación e incidencia de las personas consagradas con los laicos .
Se abre por tanto un amplio panorama de iniciativas y de posibilidades a la vida consagrada. Éste es uno de los frutos del Concilio: el haber abierto a la vida consagrada su posibilidad de desarrollarse dentro del mundo, pero sin ser el mundo. Es necesario sin embargo, mantener siempre clara la identidad como personas consagradas, dedicadas totalmente a Dios. Conviene por tanto contar con un medio que permita el continuo desarrollo de la identidad de la vida consagrada y la fidelidad a esta misma identidad.
Buscar un instrumento espiritual que permita ir al paso de la Iglesia, de forma que no se caiga en una ruptura que haga perder la propia identidad, ni en un anacronismo que sea una rémora para la Iglesia. Conviene por tanto apoyarse en el carisma, que como un don del Espíritu Santo es una gracia que constantemente debe desarrollarse, que no permite anquilosarse en el pasado ni adelantarse en el futuro. Centrar la vida consagrada en el carisma es asegurar la vivencia de una clara y definitiva identidad de la vida consagrada y estar abiertos a los retos del futuro. Conviene, por tanto, despertar el carisma.
Bibliografía
“La adecuada adaptación y renovación de la vida religiosa comprende a la vez el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institutos, y la acomodación de los mismos, a las cambiadas condiciones de los tiempos. Esta renovación habrá de promoverse, bajo el impulso del Espíritu Santo y la guía de la Iglesia, teniendo en cuenta los principios siguientes:
a) Como quiera que la última norma de vida religiosa es el seguimiento de Cristo, tal como lo propone Evangelio, todos los Institutos ha de tenerlos como regla suprema. b) Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos. c) Todos los Institutos participen en la vida de la Iglesia y, teniendo en cuenta el carácter propio de cada uno, hagan suyas y fomenten las empresas e iniciativas de la misma: en materia bíblica, litúrgica, dogmática, pastoral, ecuménica, misional, social, etc. d) Promuevan los Institutos entre sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las necesidades de la Iglesia, de suerte que, juzgando prudentemente a la luz de la fe las circunstancias del mundo de hoy y abrasados de celo apostólico, puedan prestar a los hombres una ayuda más eficaz. e) Ordenándose ante todo la vida religiosa a que sus miembros sigan a Cristo y se unan a Dios por la profesión de los consejos evangélicos, habrá que tener muy en cuenta que aun las mejores adaptaciones a las necesidades de nuestros tiempos no surtirían efecto alguno si no estuvieren animadas por una renovación espiritual, a la que, incluso al promover las obras externas, se ha de dar siempre el primer lugar.” Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae Caritatis, 28.10.1965, n. 2.
No podemos en este estudio profundizar en el desarrollo teológico que ha llevado a identificar la identidad de la vida consagrada con el seguimiento más cercano de Cristo por la profesión de los consejos evangélicos, sin embargo bien podemos constatar que el Código de derecho canónico se hace eco de este desarrollo teológico y deja constancia del citado desarrollo cuando define la vida consagrada como: “La vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos es una forma estable de vivir en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo, para que entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria celestial.” Código de Derecho Canónico, 25.1.1983, 573 § 1. Es obligado mencionar también aquello que apunta la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, que bien puede considerarse en palabras del P. Ángel Pardilla, cmf., como la “Carta magna de la vida consagrada”, cuando hace referencia a la identidad de la vida consagrada, especialmente para entender cómo debe concebirse está identidad y no identificarla solamente como un fenómeno de vida social o puramente una manifestación de un tipo sociológico: “La identidad de la vida consagrada no puede quedar establecida desde abajo o con criterios de carácter puramente natural. En efecto, no es una cuestión meramente filosófica o sociológica. Sus notas características pueden ser delineadas sólo sobre la base de la plenitud de la divina revelación, realizada en Cristo. Para describir la realidad de la vida consagrada es indispensable hacer referimento a la <> de la <>, que está al origen de la vida consagrada y que constituye su objetivo. No pueden ser descuidados (si se quiere entender el concepto de la identidad de la vida religiosa), la triple orientación de la vida religiosa a la Trinidad.” Ángel Pardilla, Vita consacrata per il nuevo millenio, Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 2003, p. 1354. Y más recientemente, como epílogo, Caminar desde Cristo, ha expresado el concepto de identidad de la vida religiosa con palabras de altísimo valor espiritual: “Caminar desde Cristo significa proclamar que la vida consagrada es especial seguimiento de Cristo, «memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos».
Esto conlleva una particular comunión de amor con Él, constituido el centro de la vida y fuente continua de toda iniciativa. Es, como recuerda la Exhortación apostólica Vita consecrata, experiencia del compartir, «especial gracia de intimidad»; «identificarse con Él, asumiendo sus sentimientos y su forma de vida», es una vida «afianzada por Cristo», «tocada por la mano de Cristo, conducida por su voz y sostenida por su gracia»… Caminar desde Cristo significa reencontrar el primer amor, el destello inspirador con que se comenzó el seguimiento. Suya es la primacía del amor. El seguimiento es sólo la respuesta de amor al amor de Dios. Si «nosotros amamos» es «porque Él nos ha amado primero» (1Jn 4, 10.19). Eso significa reconocer su amor personal con aquel íntimo conocimiento que hacía decir al apóstol Pablo: «Cristo me ha amado y ha dado su vida por mí» (Ga 2, 20).” Congregación para los Institutos de Vida consagrada y las sociedades de Vida apostólica, Caminar desde Cristo, 19.5.2002 n. 22
Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n. 37
Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 2d
Desde su grito profético al inicio de su pontificado“Non abbiate paura! Aprite, anzi, spalancate le porte a Cristo!” (Juan Pablo II, Discorso per l’inizio del pontificato, 22.10.1978), hasta la invitación a trabajar con esperanza en el tercer milenio: “¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos” (Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 6.1.2001 n. 58).
“No puede lograrse una eficaz renovación ni una recta adaptación si no cooperan todos los miembros del Instituto. Sin embargo, sólo a las autoridades competentes, principalmente a los Capítulos Generales, supuesta siempre la aprobación de la Santa Sede y de los Ordinarios del lugar, cuando ella sea precisa a tenor del Derecho, corresponde fijar las normas de la renovación y adaptación, dictar las leyes y hacer las debidas y prudentes experiencias. Mas en aquello que toca al interés común del Instituto, los Superiores consulten y oigan, de manera conveniente, a los súbditos. Para la renovación y adaptación de los monasterios de monjas se podrán también obtener el voto y parecer de las asambleas de federaciones o de otras reuniones legítimamente convocadas. Sin embargo, tengan todos presente que la renovación, más que de la multiplicación de las leyes, ha de esperarse de una más exacta observancia de la regla y constituciones.” Pablo VI, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965 n.4
“Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos”. Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965 n.2b
El término de fidelidad creativa es utilizado en la exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata y refleja la síntesis de la novedad en la continuidad. Novedad para volver a los orígenes, al espíritu del Fundador y continuidad en la vivencia de este espíritu iniciado por el Fundador y que hunde sus raíces en la identidad de la vida consagrada. Cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 37.
“La creciente configuración con Cristo se va realizando en conformidad con el carisma y normas del instituto al que el religioso pertenece. Cada instituto tiene su propio espíritu, carácter, finalidad y tradición, y es conformándose con ellos, como los religiosos crecen en su unión con Cristo.” Sagrada congregación para los Religiosos e Institutos seculares, Elementos esenciales de la Iglesia sobre la vida religiosa, 31.5.1983, n. 46.
En algunos artículos siguientes ahondaremos en esta relación carisma-consagración. Por el momento nos es suficiente para nuestra explicación el dar la definición de carisma que menciona el magisterio de la Iglesia, en el documento Mutuae relationes: “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. nunt. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.” Sagrada congregación para los Religiosos e Institutos seculares, Criterios pastorales sobre relaciones entre obispos y religiosos en la Iglesia, 14.5.1978, n. 11. También contiene tener en mente la definición del carisma, de acuerdo al Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, pues aportará mucha luz a nuestra futura reflexión: “Los carisma don dones especiales del Espíritu Santo concedidos a cada uno para el bien de los hombres, para las necesidades del mundo y, en particular, para la edificación de la Iglesia, a cuyo Magisterio compete el discernimiento sobre ellos.” Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de editores del Catecismo, Madrid, 2005, n. 160.
“La experiencia de un arquetipo al que el grupo entero se refiere, puede representarse en una especia de icono que el Fundador y sus discípulos contemplan espiritualmente y en el cual se inspiran.” Antonio Maria Sicari, Gli antichi carismi nella Chiesa, Jaca Book, Milano, 2002, p. 31
“La formación, por tanto, debe abarcar la persona entera, de tal modo que toda actitud y todo comportamiento manifiesten la plena y gozosa pertenencia a Dios, tanto en los momentos importantes como en las circunstancias ordinarias de la vida cotidiana. Desde el momento que el fin de la vida consagrada consiste en la conformación con el Señor Jesús y con su total oblación, a esto se debe orientar ante todo la formación. Se trata de un itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 65.
“¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 110.
“La aportación específica que las personas consagradas pueden ofrecer al Evangelio de la esperanza proviene de algunos aspectos que caracterizan la actual fisonomía cultural y social de Europa.(67) Así, la demanda de nuevas formas de espiritualidad que se produce hoy en la sociedad, ha de encontrar una respuesta en el reconocimiento de la supremacía absoluta de Dios, que los consagrados viven con su entrega total y con la conversión permanente de una existencia ofrecida como auténtico culto espiritual. En un contexto contaminado por el laicismo y subyugado por el consumismo, la vida consagrada, don del Espíritu a la Iglesia y para la Iglesia, se convierte cada vez más en signo de esperanza, en la medida en que da testimonio de la dimensión trascendente de la existencia. Por otro lado, en la situación actual de pluralismo religioso y cultural, se considera urgente el testimonio de la fraternidad evangélica que caracteriza la vida consagrada, haciendo de ella un estímulo para la purificación y la integración de valores diferentes, mediante la superación de las contraposiciones. La presencia de nuevas formas de pobreza y marginación debe suscitar la creatividad en la atención de los más necesitados, que ha distinguido a tantos fundadores de Institutos religiosos. Por fin, la tendencia de la sociedad europea a encerrarse en sí misma se debe contrarrestar con la disponibilidad de las personas consagradas a continuar la obra de evangelización en otros Continentes, a pesar de la disminución numérica que se observa en algunos Institutos.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n.38.
“Cualquiera que sea la actividad o el ministerio que ejerzan, las personas consagradas recordarán por tanto su deber de ser ante todo guías expertas de vida espiritual, y cultivarán en esta perspectiva «el talento más precioso: el espíritu».” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 55.
“En la vida consagrada ha tenido siempre una gran importancia la función de los Superiores y de las Superioras, incluidos los locales, tanto para la vida espiritual como para la misión. En estos años de búsqueda y de transformaciones, se ha sentido a veces la necesidad de revisar este cargo. Pero es preciso reconocer que quien ejerce la autoridad no puede abdicar de su cometido de primer responsable de la comunidad, como guía de los hermanos y hermanas en el camino espiritual y apostólico”. Ibidem, n. 43.
“Una manifestación significativa de participación laical en la riqueza de la vida consagrada es la adhesión de fieles laicos a los varios Institutos bajo la fórmula de los llamados miembros asociados o, según las exigencias de algunos ambientes culturales, de personas que comparten, durante un cierto tiempo, la vida comunitaria y la particular entrega a la contemplación o al apostolado del Instituto, siempre que, obviamente, no sufra daño alguno la identidad del Instituto en su vida interna.” Ibidem, n. 56.
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