Clamor indígena en defensa de la vida
Por: José de Jesús Castellanos | Fuente: Yo influyo.com
Se acerca el momento crucial en el que la Suprema Corte de Justicia de la Nación emitirá su juicio respecto de la controversia constitucional relativa a la permisión del aborto hasta la semana 12 de gestación en el Distrito Federal.
Se han realizado foros donde resultó evidente la contundencia de los argumentos a favor de la vida, y la superficialidad y demagogia de quienes defienden la muerte de los nuevos seres humanos en el seno materno.
Implantar el aborto en los términos en que se pretende, no sólo va contra la más elemental norma ética y jurídica de hacer el bien y evitar el mal; no sólo va contra los principios de proteger principalmente a los más débiles y necesitados de ayuda, sino que va contra las más arraigadas costumbres de nuestro pueblo, tanto por la tradición procedente de la civilización occidental, como por el gran respecto que los indígenas tenían y tienen sobre los niños en el vientre materno.
Entre los indígenas, los abuelos eran los hombres más respetados; eran el cúmulo de la sabiduría y la experiencia, y correspondía a ellos la guía y educación de las nuevas generaciones. Educaban ellos mediante exhortos y discursos, algunos dirigidos a la futura madre.
En dichos mensajes se entendía que la fecundidad era un don que provenía directamente de Dios, no por mérito de los padres, sino por su benevolencia. Vale la pena recordar uno de estos mensajes como clamor de nuestro pasado indígena contra la barbarie introducida por quienes, dizque creyentes del indigenismo y protectores de los pobres y marginados, de hecho se lanzan contra ellos.
Así lo relata Fray Bernardino de Sahagún en su Historia General:
“Nieta mía muy amada y preciosa… ya está claro que estáis preñada y que nuestro señor os quiere dar fruto… mirad que no atribuyáis esta merced a vuestros merecimientos… por ventura ya quiere brotar la generación de tus bisabuelos y tatarabuelos, y de tus padres que te echaron acá, y nuestro señor Dios quiere que engendre y produzca fruto el maguey que ellos plantaron… mirad que guardéis mucho la criatura de Dios que está dentro de vos”.
A esta exhortación para guardar la criatura anidada en el seno de la madre, seguían los consejos prácticos para asegurar dicha protección:
“Mira que os guardéis de tomar alguna cosa pesada en los brazos, o de levantarla con fuerza, porque no empezcáis a vuestra criatura… De otra cosa os aviso, y ésta quiero que la oiga y la note nuestro hijo, vuestro marido, que está aquí, y es esto: porque somos viejos sabemos lo que conviene; mirad los dos que no os burléis el uno con el otro porque no empezcáis a la criatura; mirad que no uséis mucho del acto carnal, porque podrá ser que hagáis daño a la criatura con la cual nuestro señor os ha adornado… ¡Oh hija mía chiquitita, palomita! Estas pocas palabras he dicho para esforzaros y animaros, y son palabras de los viejos antiguos, vuestros antepasados, y de las viejas que están aquí presentes, con las cuales os enseñan todo lo que es necesario que sepáis y veáis que os aman mucho… Seáis, hija, muy bienaventurada aventurada y próspera, y vivas con mucha salud y contento, y viva con sanidad y salud lo que tenéis en vuestro vientre”.
Quedan claras las dulces palabras que los abuelos destinaban a las jóvenes que iban a ser madres, y el respeto que tenían por el nuevo ser en el vientre materno. Es ésta una tradición que permanece entre los pueblos indígenas.
Cabe recordar cómo hace algunos años ya, cuando se pretendió implantar el aborto en el Estado de Chiapas, surgió un espontáneo movimiento entre los indígenas para oponerse a dicha disposición que no sólo atentaba contra la vida de los niños, sino que se convertía en un arma genocida, adicional a la pública violación de los derechos humanos de las mujeres indígenas que eran esterilizadas contra su voluntad.
Esta digna tradición de respeto a la vida, en su fuente misma, tiene que ser rescatada y conservada. Mantener firme, contra todo principio jurídico, contra la razón misma de tener una Constitución de la que con razón se eliminó la pena de muerte, será respetar el espíritu y la letra de nuestra Carta Magna.
De lo contrario, nada nos extrañe que nos desboquemos en la barbarie, porque no se vale indignarse justamente por el vil asesinato de un joven adolescente de 14 años, Fernando Martí, y callar con indiferencia ante los crímenes inhumanos de miles de niños que han sido ejecutados, con mayor saña, desde el momento en que se autorizó el aborto a menores de 12 semanas, en el DF.
Preguntas o comentarios al autor