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El encuentro apasionado con el fundador
Imitar a los fundadores consiste en imitar su fe y su generosidad en responder a la palabra de Dios


Por: Germàn Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net



El porqué de la renovación.
Quien ha nacido después del Concilio Vaticano II puede perder de vista los motivos que indujeron al Papa Juan XXIII, y a toda a Iglesia en general, a iniciar un movimiento de renovación. Movimiento que continúa en nuestros días y del cuál comenzamos ya a ver sus frutos. Resulta necesario y conveniente repasar y tener vivo en nuestra mente las motivaciones profundas de esta renovación.

Recordando a los padres conciliares podemos hacer presente aquellas palabras del decreto Perfectae caritatis en el que se expresaban los motivos fundamentales de la renovación: “Mas para que el eminente valor de la vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos y su función necesaria, también en las actuales circunstancias, redunden en mayor bien de la Iglesia.” Pedir una renovación no significaba que algunos aspectos de la vida consagrada no funcionaban bien, sino más bien que dichos elementos habían sido oscurecidos u opacados por “prácticas y tradiciones anticuadas, de orden más bien cultural y social antes que religioso.” Se trataba por tanto de rescatar esos elementos y hacerles brillar de nuevo. Ése, y no otros, es el objetivo principal de la renovación. Providencial si pensamos que el mundo moderno estaba convirtiéndose en un espacio irreal para el ámbito de la vida consagrada, ya que mientras aquél continuaba inexorable su marcha, éste parecía haberse detenido, precisamente por esas prácticas y tradiciones culturales y sociales.

Habría por tanto que hacer una labor de discernimiento para distinguir lo esencial de lo accidental, lo inherente a la vida consagrada de lo meramente opcional. Para ello, el papa Pablo VI fue trazando las líneas de la adecuada renovación, contrastándola con aquellos movimientos impulsivos que poco o nada tenían que ver con un discernimiento y una labor profunda de renovación. Famosas son ya sus intervenciones en la Encíclica Ecclesiam suam y en la exhortación apostólica Evangelica testificatio en dónde dejaba claro lo que debía entenderse por la adecuada renovación de la Iglesia en general y de la vida consagrada en particular .

Andando el tiempo, la Iglesia ha seguido profundizando en la renovación y ha ido tomando conciencia de que si quiere ser fiel al tesoro que ha recibido de manos de Cristo y al mismo tiempo ayudar al mundo a descubrir el verdadero sentido de la vida, debe conformarse siempre con Cristo: “Debe permanecer viva, pues, la convicción de que la garantía de toda renovación que pretenda ser fiel a la inspiración originaria está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena con el Señor.”

Parecería justo entonces admitir que el objetivo de la renovación en la vida consagrada es el de ser fiel a sí misma para ayudar al mundo a alcanzar la plenitud al que está llamado, por ser obra de la Creación de Dios, sacudiéndose aquellas estructuras que no pertenecen propiamente a la vida consagrada. Este trabajo debe realizarse siguiendo un adecuado discernimiento que permita distinguir los elementos esenciales de la vida consagrada.


Un medio: el Fundador.
La Iglesia, “madre y maestra” no deja a las personas solas después de haber lanzado unas directrices. Como buena pedagoga da las líneas fundamentales para llevar a cabo las iniciativas por ella dispuesta. Y en este caso, a través del decreto Perfectae caritatis, dio desde el inicio los principios generales de la renovación .
Uno de estos principios se refería precisamente a la figura del fundador: “Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos.”

El Concilio se había propuesto el regreso a los orígenes como un medio eficaz para desembarazarse de todo aquello que a lo largo del tiempo se hubiese ido adhiriendo a la vida consagrada y que no le pertenecía estrictamente como algo esencial. Uno de estos medios era el volver la mirada al Fundador para sacar de él, los elementos vivos con los que se podía dar nuevo lustre a la vida consagrada en el instituto o la congregación por él fundada. Y es así como la Iglesia ha vivido en estos 40 años y movimiento que tiende a descubrir la figura del Fundador como punto fundamental para la renovación.

El Fundador se presenta como una figura a imitar. “Imitar a los fundadores no es copiarlos miméticamente, como hacía Fray Juan el Simple, aquel franciscano que, queriendo imitar en todo a san Francisco de Asís, tosía cuando el santo tosía e inclinaba la cabeza cuando el santo lo hacía. (…) Imitar a los fundadores consiste en imitar su fe y su generosidad en responder a la palabra de Dios.” La imitación no debe realizarse por tanto en las cuestiones externas, sino más bien en su disposición para estar a la escucha de la palabra de Dios y ponerla por obra “con la misma audacia, la creatividad y la santidad.” Aunque algunos autores opinan que si bien no todos los individuos de una Congregación deban poseer todas estas cualidades, sino más bien que la Congregación en general tenga estas cualidades , creemos más convenientes el ceñirnos a las palabras de la exhortación y proponer que todos los individuos desarrollen dichas cualidades. En este caso preferimos seguir lo indicado por el Prefecto de la congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica: “El camino de renovación nunca será una mera vuelta a los orígenes, sino una recuperación del fervor de los orígenes, de la alegría del inicio de la experiencia, para vivir de una forma creativa el propio carisma.” Y también lo que menciona Vita consecrata en el número 37: “Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy.” Es por tanto una vuelta a los orígenes no con fines academicistas o especulativos, sino con un carácter eminentemente vivencial. Se va a los orígenes del manantial para beber y tener vida.

Esta imitación conlleva un conocimiento no sólo de la persona del fundador o de sus acciones, sino del espíritu que lo incitó a fundar la Congregación. Se trata por tanto de tener al fundador como centro en la propia vida consagrada. Si la consagración no es otra cosa que el seguimiento íntimo y personal de Jesucristo hasta llegar a conformar la vida con Él , con un estilo peculiar y definido, las almas consagradas tienen en el Fundador una guía segura para conocer este estilo peculiar y definido. Es él, quien con su vida, ha dejado un ejemplo palpable de cómo seguir a Cristo. Será por tanto necesario tener un conocimiento preciso y claro sobre esta forma peculiar del seguimiento de Cristo, es decir, del carisma del fundador.

El camino recorrido hasta ahora.
Hablar de carisma en nuestros días es apasionante. A todos entusiasmo la idea de conocer esta experiencia del Espíritu o gracia viviente para seguir mejor a Jesucristo. Pero debemos recordar que 40 años antes, no se hablaba nada acerca de carisma, o si se hablaba, se veía con un cierto recelo. Cuando, al preguntar a algunas sobre el carisma de la congregación respondían simplemente que el carisma era el carisma franciscano, o lo identificaban con las obras de la congregación, podemos darnos cuenta del adelanto que se ha hecho en este campo.

Y no podía ser de otra forma. El Concilio Vaticano II, en sus ímpetus de renovación, lanzó a las personas consagradas a buscar en los orígenes de la congregación las fuentes de su estilo peculiar. El decreto Perfectae caritatis hablaba de ciertos estilos peculiares “Ya desde los orígenes de la Iglesia hubo hombres y mujeres que se esforzaron por seguir con más libertad a Cristo por la práctica de los consejos evangélicos y, cada uno según su modo peculiar, llevaron una vida dedicada a Dios, muchos de los cuales bajo la inspiración del Espíritu Santo, o vivieron en la soledad o erigieron familias religiosas a las cuales la Iglesia, con su autoridad, acogió y aprobó de buen grado.” Por ello, comenzó una vuelta a los orígenes que se caracterizó por un estudio serio, sistemático y teológico para llegar a conocer el núcleo fundante de la congregación, es decir, el carisma. Nació lo que justamente hoy llamamos la teología de la vida consagrada y más concretamente la teología del carisma.

Los autores proliferaron en sus estudios y así hay quienes hacen distinciones entre carisma del Fundador, carisma de Fundador, carisma de fundación, carisma originario, carisma del Instituto o Congregación. Sin quitar el mérito a estos estudios, debemos aceptar que su esfuerzo ha llevado a un conocimiento más cercano del fundador y de su carisma. Hay congregaciones que han dedicado personal y medios para llegar a conocer con precisión el carisma del fundador o de la fundadora.

Sin embargo, tenemos que lamentar que este esfuerzo ha sido llevado a cabo por un número aún muy pequeño de congregaciones o institutos de vida consagrada. La gran mayoría se han quedado aún atrás en esta labor. Por un lado se han contentado con medios, que sin ser malos, son insuficientes. Por ejemplo, la revisión de las Constituciones, el cambio de hábito, la puesta en día de algunas de las obras de apostolado, la reorganización de la Congregación en base a la falta de personal (supresión de comunidades, unificación de Provincias), la apertura de nuevos apostolados llamados “de frontera”. Son aspectos laudables y necesarios, pero que se han hecho, muchos de ellos, sin tomar en cuenta el espíritu del Fundador.

Conocer el carisma del Fundador no es sólo conocer la historia de la Congregación y los avatares por los que tuvo que pasar el Fundador para llevar adelante la obra. Es más bien, conocer la experiencia del Espíritu e individuar aquellos elementos esenciales que conforman su identidad. Elementos que formarán parte del patrimonio espiritual del Instituto.

Se trata por tanto de hacer primero un trabajo de investigación para identificar claramente cuál ha sido la experiencia del Espíritu que impulsó al Fundador a sacar la obra adelante. Dicha experiencia del Espíritu es la lectura específica que hace el Fundador del evangelio y de ahí recibe la inspiración necesaria para vivir y hacer vivir a otros compañeros suyos de acuerdo a esa experiencia. “Francisco de Asís y sus compañeros contemplan preferentemente a Aquel que <>; Ignacio de Loyola y sus compañeros contemplan preferentemente al Hijo que sirve al padre, dejándose mandar sobre la tierra, <>; Camillo de Lellis y sus ministros de los enfermos, contemplan preferentemente <>, a identificarse con los hermanos, especialmente en los enfermos; Vincenzo de’Paolo y sus hijos contemplan preferentemente Aquel que ha venido para <>; Don Giacomo Alberione pide a sus discípulos contemplar preferentemente a Jesús Maestro que se ofrece al hombre como <>.”

Sin este núcleo fundante, sin haber identificado esta experiencia del Espíritu es muy difícil proceder a la adecuada renovación de la Congregación, pues en esta experiencia se encuentra la esencia de lo que es la Congregación y lo que da vida a toda ella. Quien se olvida de identificar plenamente el carisma y se lanza a la renovación, corre el peligro de realizar una labor de fachada, con la probable o inminente venida debajo de todo el edificio.

Esta experiencia del Espíritu debe conocerse en forma específica, no intuirse, con el fin de que dé respuesta a todo lo que existe en el Instituto, desde las tradiciones más pequeñas o insignificantes hasta las obras propias del Instituto. Es por ello que primero debe conocerse el carisma y después hacer la revisión de todo el patrimonio espiritual. Quien comienza en sentido inverso se parece a aquel que quiere renovar la casa y pretende derruir los cimientos por considerarlos obsoletos, pasados de moda, anticuados o fuera de uso. El carisma es lo que constituye el cimiento de toda la Congregación y da respuesta a todo lo que hay en él. Es entender al fundador desde sus propósitos y sus intuiciones más específicas. “Todos han de observar con fidelidad la mente y propósitos de los fundadores, corroborados por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto.”

Cuando se ha identificado esta experiencia del Espíritu, entonces procederá la revisión de todo el andamiaje espiritual de la Congregación, viendo siempre a contraluz de esta experiencia cada elemento del Patrimonio espiritual. Sólo si responde al carisma deberá ser mantenido.

Un elemento privilegiado de este patrimonio espiritual son las Constituciones. Cada número en ellas incluido debe responder al carisma, a la experiencia del Espíritu, y lo debe hacer en forma lo más específica posible. Las generalidades no van bien aquí, pues se necesita bajar hasta lo específico si se quiere vivir la vida consagrada en la forma en que la quiso y la vivió el Fundador.

La revisión de los elementos que conforman el Instituto, a la luz del carisma es aún un camino muy largo que falta recorrer a la vida consagrada, si quiere ser fiel al llamado del Concilio para su adecuada renovación.


¿Cómo encontrar al Fundador?,
“Ante todo se pide la fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual de cada Instituto. Precisamente en esta fidelidad a la inspiración de los fundadores y fundadoras, don del Espíritu Santo, se descubren más fácilmente y se reviven con más fervor los elementos esenciales de la vida consagrada.”

Después de 40 años de renovación, muchos autores se han dado a la tarea de ayudar a descubrir a otras congregaciones su carisma específico. Si bien es necesario un trabajo científico de no poco espesor, es también necesaria una actitud del alma muy característica. No se puede ir al encuentro del Fundador solamente con el corazón del investigador que quiere descubrir lo inédito. Se tarta más bien de ir al encuentro del Fundador en forma apasionada, sabiendo que en él encontrará la razón y la explicación más profunda al misterio de su vida y al misterio de su vocación personal. Vivir en una congregación es vivir con una finalidad muy clara y definida. Parte quizás del momento duro por el que pasan algunos Institutos de vida consagrada puede deberse a la falta de claridad en el carisma.

Junto con esta ilusión del alma, es necesario también encontrar al Fundador con un corazón de niño, es decir con una apertura y confianza total para encontrar en él las normas de vida. Estar disponible para informar toda la vida con lo que es el carisma, significa estar dispuesta a bajar el carisma hasta los más mínimos detalles, no para mimetizar al Fundador, sino para copiar en el ordinario de la vida diaria, las virtudes que más lo caracterizaron. Significa también permear de esta experiencia del Espíritu todas las obras apostólicas del Instituto, con el fin de que puedan responder a los retos del tiempo con la audacia, la creatividad y la santidad del fundador. Es aprender a ver, a actuar y a juzgar con los ojos, la mente y el corazón del Fundador.

Por último es necesario también tener una confianza ilimitada en el carisma, queriendo aplicarlo a todos los aspectos de la vida, tanto personal como comunitario, de forma que la espiritualidad sea el humus que sostente toda la vida de la persona consagrada. De lo contrario, todo encuentro con el Fundador será superficial y no tocará el núcleo de la vida consagrada. Para ello, cuando tenga en su haber las Constituciones, los escritos y todo aquel material que conforme el legado del Fundador, deberá enseñarse no sólo a apreciarlo, sino a sacar de él material de para su oración, de forma que vaya caldeando su corazón, es decir, su voluntad, de acuerdo con los criterios, fines y propósitos del Fundador. Sólo así podrá tener un encuentro personal y apasionado con el Fundador, que le ayude a llevar a cabo la adecuada renovación pedida y auspiciada por la Iglesia.


Bibliografía

Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 1.
Ángeles Conde, David J.P. Murray, Fundación, Editorial Planeta, Barcelona, España, 2005, p. 210
“Infundir un nuevo vigor espiritual en el Cuerpo Místico de Cristo, en cuanto sociedad visible, purificándolo de los defectos de muchos de sus miembros y estimulándolo a nuevas virtudes (…)Ante todo, hemos de recordar algunos criterios que nos advierten sobre las orientaciones con que ha de procurarse esta reforma. La cual no puede referirse ni a la concepción esencial, ni a las estructuras fundamentales de la Iglesia católica. La palabra "reforma" estaría mal empleada, si la usáramos en ese sentido (…)De modo que en este punto, si puede hablarse de reforma, no se debe entender cambio, sino más bien confirmación en el empeño de conservar la fisonomía que Cristo ha dado a su Iglesia, más aún, de querer devolverle siempre su forma perfecta que, por una parte, corresponda a su diseño primitivo y que, por otra, sea reconocida como coherente y aprobada en aquel desarrollo necesario que, como árbol de la semilla, ha dado a la Iglesia, partiendo de aquel diseño, su legítima forma histórica y concreta.” Pablo VI, Encíclica Ecclesiam suam, 6.8.1964, nn. 16, 17. “Nell’ambito stesso di questo processo dinamico, in cui lo spirito del mondo rischia costantemente di mescolarsi all’azione dello Spirito santo, come aiutarvi ad operare con il necessario discernimento? Come salvaguardare o raggiungere l’essenziale? Come beneficiare dell’esperienza del passato e della riflessione presente, per rafforzare questa forma di vita evangelica?

Secondo la responsabilità singolare che il Signore ci ha affidato nella sua chiesa - quella di " confermare i nostri fratelli " -, noi vorremmo, da parte nostra, stimolarvi a procedere con maggior sicurezza e con più lieta fiducia lungo la strada che avete prescelto. Nella " ricerca della carità perfetta ", che guida la vostra esistenza, quale altro atteggiamento vi sarebbe per voi, se non quello di una disponibilità totale allo Spirito Santo che, agendo nella chiesa, vi chiama alla libertà dei figli di Dio?” Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelica testificatio, 29.6.1971, n. 6. (Nota: no existe una traducción oficial en español, por lo que consideramos oportuno dejarla en italiano.)
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 37.
“Madre y maestra de todas las gentes, la Iglesia universal ha sido instituida por Jesucristo para que todos, a lo largo de los siglos, viniendo a su seno, encontraran plenitud de vida y garantía de salvación.” Juan XXIII, Encíclica Mater et Magistra, 15..5.1961, n. 1.
Estos principios son los siguientes: “a) Como quiera que la última norma de vida religiosa es el seguimiento de Cristo, tal como lo propone Evangelio, todos los Institutos ha de tenerlos como regla suprema.
b) Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos.
c) Todos los Institutos participen en la vida de la Iglesia y, teniendo en cuenta el carácter propio de cada uno, hagan suyas y fomenten las empresas e iniciativas de la misma: en materia bíblica, litúrgica, dogmática, pastoral, ecuménica, misional, social, etc.
d) Promuevan los Institutos entre sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las necesidades de la Iglesia, de suerte que, juzgando prudentemente a la luz de la fe las circunstancias del mundo de hoy y abrasados de celo apostólico, puedan prestar a los hombres una ayuda más eficaz.
e) Ordenándose ante todo la vida religiosa a que sus miembros sigan a Cristo y se unan a Dios por la profesión de los consejos evangélicos, habrá que tener muy en cuenta que aun las mejores adaptaciones a las necesidades de nuestros tiempos no surtirían efecto alguno si no estuvieren animadas por una renovación espiritual, a la que, incluso al promover las obras externas, se ha de dar siempre el primer lugar.” Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n.2.

Ibidem, n.2b.
“La adecuada adaptación y renovación de la vida religiosa comprende a la vez el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institutos, y la acomodación de los mismos, a las cambiadas condiciones de los tiempos.” Ibidem., n2.
Jesús Álvarez Gómez, Carisma e Historia, Publicaciones Claretianas, Madrid, 2001, p. 126
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 37.
Pier Giordano Cabra, Tempo di prova e di speranza, Ancora editrice, Milano, 2005.
Mons. Franc Rodé, Reflexión sobre "La vida consagrada en la escuela de la Eucaristía." 25.8.2005
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 37.
“Los consejos evangélicos, con los que Cristo invita a algunos a compartir su experiencia de virgen, pobre y obediente, exigen y manifiestan, en quien los acoge, el deseo explícito de una total conformación con Él.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 18.
Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 1.
Este es el término que utiliza el Magisterio para definir lo que es el carisma de cada congregación. “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. testificatio 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.” Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, Mutuae relaciones, 14.5.1978, n. 11.
Antonio Maria Sicari, Gli antichi carisma nella Chiesa, Editoriale Jaca Book, Milano, 2002, p. 31.
Código de Derecho Canónico, canon 578.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 36.



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