Menu


El proceso de Institucionalización de un carisma
No podemos olvidar el hecho de que toda obra de apostolado debe reflejar y ayudar a vivir la experiencia del Espíritu, origen de todo carisma.


Por: German Sanchez Griese | Fuente: Catholic net



Aclarando términos.
Cuando se habla del proceso de institucionalización se puede correr el peligro de pensar en un proceso esquemático que tiende a reglamentar los pasos necesarios para llegar a una meta u objetivo prefijado. Es esta una concepción de las ciencias sociales que sin duda alguna ha aportado grandes beneficios a las instituciones humanas. Pero cuando hablamos de las instituciones espirituales es otra la concepción de la palabra institucionalización que debe guiar nuestra reflexión.

Al hablar de la institucionalización del carisma no se quiere restringir la libertad de acción del Espíritu. Partiendo de la definición que nos da el Magisterio sobre lo que es un carisma en la vida consagrada, “el carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. nunt. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne”1 , debemos considerar la realidad espiritual del mismo. No es una realidad que se puede gobernar con criterios humanos, sino que es una realidad que debe seguir sus propias leyes, esto es, las leyes del Espíritu. Y frente a esta realidad el trabajo del hombre puede hacer poco o nada para decirle al Espíritu cómo y cuándo debe actuar.

Los hombres que mejor han comprendido esta realidad insondable del Espíritu han sido los Fundadores, quienes fieles a la voz de Dios, se han dejado guiar por Él y han hecho la experiencia del Espíritu que Dios les inspiraba. El testimonio de su vida fiel a esta inspiración del Espíritu, que en cada Fundador cobra inspiraciones y matices diversos, forma parte de un patrimonio espiritual legado para la posteridad, para el enriquecimiento y beneficio de la Iglesia .2

La tarea del Fundador puede considerarse plenamente realizada pero no completada. Plenamente realizada cuando con su fidelidad a la experiencia del Espíritu, logra transmitir a las siguientes generaciones dicha experiencia del Espíritu. No completada, desde el momento en que toca a los discípulos del Fundador continuar a lo largo del tiempo dicha tarea, que se materializa en el vivir, custodiar, profundizar y desarrollar constantemente el carisma. Y es precisamente esta labor de vivir, custodiar, profundizar y desarrollar constantemente el carisma en sintonía con la Iglesia las que formarán parte de la institucionalización del carisma.

Un Fundador, por inspiración divina, realiza la experiencia del Espíritu, que es el origen de todo carisma. En dicha experiencia está concentrado todo el carisma que contiene en sí mismo el patrimonio espiritual del instituto, su propia espiritualidad, la forma específica de vivir la consagración, las obras de apostolado, su relación con el mundo, con los laicos. El Fundador es sólo el origen de una larga cadena de personas y obras que vendrán después de él y que guiadas por la experiencia del Espíritudesarrollarán constantemente el carisma. Se requiere por tanto cauces adecuados para que los discípulos del Fundador puedan hacer ellos mismos, sobre la huella de la experiencia del Espíritu que hizo el Fundador, hacer propia dicha experiencia, vivirla, profundizarla y ponerla en práctica confrontándola con las nuevas realidades que le tocarán vivir.

Si bien es cierto que el Espíritu es libre y sopla dónde quiere, también es cierto que el hombre es débil y puede dejarse engañar por diversos sofismas, que con apariencia de verdad, pueden pervertir la experiencia espiritual base del carisma. Y no creemos exagerar al hacer esta afirmación cuando contemplamos el reciente pasado de muchas congregaciones y personas consagradas que por una mala interpretación del Concilio se han desviado de lo que era el carisma genuino de su congregación .3

El dar cauces seguros para que las personas consagradas y la Congregación religiosa pueda desarrollar la genuina experiencia del Espíritu no es coartar al Espíritu, sino permitir que siga actuando en estricto apego al Fundador. Y dichos cauces formarán parte de la institucionalización del carisma.


Los cauces de la institucionalización.

Conocer y vivir el carisma.
Un primer cauce para la institucionalización del carisma será el conocimiento concreto, espiritual y práctico de la experiencia del Espíritu que ha dado vida a la fundación del Instituto religioso, congregación o movimiento. Conocer con claridad esta experiencia del Espíritu es asegurar las bases para que el futuro de la congregación se consolide sobre la huella que ha dejado el fundador. El desconocimiento de esta experiencia deja desamparado al Instituto de vida consagrado y sus miembros quedan a merced de interpretaciones subjetivas o personales, muchas de ellas de dudoso gusto cristiano.

Si bien es cierto que nuestro mundo es reacio a dar órdenes e indicaciones, esto es debido a una mala interpretación de la libertad, mala interpretación que incluso de ha infiltrado en los ambientes teológicos. Tal parece que ahora todo hombre, por el hecho de ser hombre tiene el derecho ha decir cuanta barbaridad se le venga en mente, siempre en nombre de la así llamada libertad teológica. “Questo pericolo – vorrei aggiungere – nella società dei nostri tempi non è puramente hipotético. Don Divo Barsotti ha detto una parola tremenda, ma di attualità incontestabile: in molte proposte, in molte iniziative, in molti discorsi delle nostre comunità –egli afferma – Gesù è una scusa per parlare d’altro”. 4

Ya el Magisterio de la Iglesia, en uno de sus últimos documentos, anota este peligro de la libre interpretación del carisma: “Sin embargo, considerando algunos elementos del presente influjo cultural, hemos de recordar que el deseo de autorrealizarse puede entrar a veces en colisión con los proyectos comunitarios; y que la búsqueda del bienestar personal, sea éste espiritual o material, puede hacer dificultosa la entrega personal al servicio de la misión común; y, en fin, que las visiones excesivamente subjetivas del carisma y el servicio apostólico pueden debilitar la colaboración y la condivisión fraternas.” 5

Non encontramos por tanto con dos problemas en el momento de establecer los cauces para conocer e interpretar el carisma. En primer lugar, como un de los signos de nuestro tiempo, el modo de concebir la autoridad y la obediencia, ha cambiado con los tiempos. Ahora no se concibe una autoridad que quiera imponer su propio punto de vista, sino un autoridad al servicio de la verdad. Se debe encontrar por tanto la verdad, que en nuestro caso es el carisma y su auténtica interpretación. Por otra parte, y como segundo problema, sabiendo que el carisma, como bien dice Antonio María Sicari ,6 es una gracia viviente, y como tal, no puede quedar sujeta a las leyes humanas. Sigue sus propias leyes y el hombre no puede impedirle que se dirija a dónde lo dirige el Espíritu. No se pude coartar la libertad del Espíritu.

Parecerían por tanto dos problemas irreconciliables. Sin embargo no lo es. Si por una parte no se puede dejar a la libre interpretación de los hombres el desarrollo del carisma, porque puede convertirse en un problema donde el subjetivismo y el relativismo juegan un papel importante y cada uno de los miembros del Instituto se convierte en un libre interpretador del carisma, por otra parte no es posible coartar la libertad al Espíritu. Debemos sin embargo recordar que el Espíritu no violenta la naturaleza del hombre, al contrario se basa en ella para poder actuar. Cuando el Espíritu encuentra estas bases humanas, entonces puede actuar. Si no encuentra dichas bases humanas, el Espíritu sigue su propio cauce de no violentar al hombre, respeta su libertad y por no encontrar los medios adecuados, se reprime en su acción.

Es necesario por tanto que existan esos cauces humanos por donde pueda caminar el Espíritu. Dichos cauces humanos, propician las condiciones necesarias para el desarrollo del carisma. Sobre estos cauces humanos, el Espíritu actuará para seguir desarrollando el carisma.

Como un cauce humano podemos mencionar la investigación necesaria para identificar los elementos que componen el carisma, es decir, los elementos que han configuradola experiencia del Espíritu. Establecer con precisión los elementos constitutivos de la experiencia del Espíritu, permite que los discípulos espirituales del Fundador tengan un conocimiento personal y vivencial del propio carisma lo más cercano a la fuente originaria, con el fin de evitar interpretaciones personales subjetivas que los lleven con el pasar del tiempo a desviarse del carisma originario.

Junto con este conocimiento del carisma, se debe proporcionar también los elementos necesarios para que los miembros de la Congregación, del Movimiento o del Instituto religioso puedan hacer propia esta experiencia del Espíritu. El carisma, como experie ncia del Espíritu debe traducirse en una experiencia espiritual personal, de lo contrario puede quedar como un objeto de museo, precioso y único, pero que sólo sirve para ser contemplado. Sin embargo, la experiencia del Espíritu, tenida por primera vez por el Fundador, no debe ser considerada como algo inaccesible, sino como el punto de inicio y el punto de llegada de todo discípulo espiritual del Fundador. Punto de inicio, pues de ahí arranca el estilo de vida que Dios ha querido regalar al mundo. Y punto de llegada porque hacia él todos los miembros del Movimiento o del Instituto religioso deben confluir con su estilo de vida y con las obras inspiradas por el propio carisma.

Se deben dar por tanto los cauces específicos para que los miembros de la congregación religiosa puedan hacer propia esta experiencia del Espíritu, y también para que puedan vivir de acuerdo a esta experiencia del Espíritu. Esto no es coartar ni la libertad personal ni la libertad del Espíritu. Se trata simplemente de prevenir las interpretaciones demasiado humanas o demasiado personales del carisma.

Por ello conviene que quien dirige el Instituto o Movimiento, se pregunte en primer lugar, sobre el grado del conocimiento del carisma que tienen sus miembros, los subsidios que cuentan para hacer propio dicho conocimiento y la forma en qué están viviendo el carisma en la práctica, ya que cada vida y obra de apostolado debe ser un reflejo del propio carisma. De esta manera la institucionalización del carisma, marcando con exactitud la esencia del mismo y dando los medios para re-apropiarse del mismo y reflejarlo en la vida y en las obras, refuerza la acción del Espíritu, el mismo Espíritu que dio inicio a la experiencia espiritual hecha por el Fundador.

El Cristo del Fundador.
La experiencia del Espíritu que ha dado origen al carisma lleva por concomitancia 8 a descubrir a Cristo en todas las realidades. Cada carisma, como una gracia especial para la construcción de la Iglesia , 8 al fundamentarse en una experiencia del Espíritu, lleva a una forma muy peculiar de construir la Iglesia. Bien sabemos que la Iglesia no es una realidad humana, sino una realidad espiritual, es el cuerpo místico de Cristo. Los carismas, al tener su origen en una necesidad muy especial y concreta de la Iglesia, no vienen inspirados por Dios para solucionar un problema material. Sería muy triste pensar, y muy peligroso para el futuro desarrollo de la obra, que una Congregación religiosa ha sido fundada solamente para formar enfermeras profesionales o maestras de un grande nivel intelectual y científico. Dios inspira cada carisma para dar a conocer un nuevo rostro de Cristo a la humanidad, y a partir de ese nuevo rostro de Cristo, poder solucionar algún problema que aqueja a la humanidad.

Es muy significativo a este respecto, como la beata Teresa de Calculta, en el momento en que las autoridades civiles de Yemen le pidieron la apertura de una comunidad de religiosas misioneras de la caridad para dedicarse a los desamparados de aquel país, ella aceptó a condición de contar con un sacerdote que pudiera celebrarles la Eucaristía todos los días. Esta petición se debía sobre todo al hecho de que sin el Cristo que muere en la Cruz, lanzando el grito tengo sed, sus religiosas no podían contar con las ayudas espirituales necesarias para proseguir la obra. Es el Cristo, y no cualquier Cristo, sino el aspecto específico del Cristo que Dios ha hecho ver y vivir al Fundador, el que sostiene al carisma y a las acciones que a partir de él se derivan.

Por ello, como un proceso normal de la institucionalización del carisma, es necesario que se ponga a disposición de los miembros de la Congregación, adecuados subsidios que identifiquen el aspecto específico de Cristo que Dios ha permitido ver y experimentar al Fundador. En muchas ocasiones estos aspectos específicos de Cristo están ya considerados en la espiritualidad propia del Instituto o Movimiento, por lo que será necesario que se haga destacar los puntos de contacto entre dicho camino espiritual y los aspectos específicos del Cristo que vivió el Fundador a través de adecuados estudios de la propia espiritualidad que tengan en consideración estos puntos de contacto.

Como subsidio necesario convendrá poner a disposición de los miembros de la congregación el camino espiritual recorrido por el Fundador, con el fin de seguir sus huellas. En la medida que cada persona consagrada o laica, participe en forma directa de la experiencia del espíritu que hizo el Fundador, su camino en la vida tendrá la seguridad de llevar hacia la meta espiritual que el Fundador consiguió para sí mismo y sugirió para sus discípulos espirituales. Este camino espiritual, que lleva a la santidad, asegura las herramientas necesarias para poner en práctica el ideal de vida que Dios inspiró al Fundador y aplicarlo a los tiempos actuales, como aseguraba Juan Pablo II en Vita consecrata: “Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy.Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana” . 10

Otro elemento importante para promover el conocimiento de las características específicas de Cristo que Dios permitió ver y vivir al Fundador es el papel que jugó la historia, la cultura y el lugar geográfico en el que se desarrolló el carisma. Los orígenes de todo carisma hunden sus raíces en una necesidad muy concreta que Dios hace ver al Fundador. Es esa necesidad concreta, vista por el prisma de las características específicas de Cristo, la que dará origen a la experiencia del Espíritu, que comienza a ser vivido por el Fundador, para después ser transmitida a sus discípulos espirituales. Por ejemplo, para Chiara Lublich, fundador del Movimiento de los focolarinos, el ver destruida su ciudad, le hace tomar conciencia de la importancia de la unidad, y a partir de la experiencia espiritual que tiene con el Cristo crucificado, pero con el Cristo abandonado, surge este carisma de la unidad. Por ello, conocer la historia personal del Fundador, la cultura en la que se desenvuelve su vida, los acontecimientos históricos que dejan una huella profunda en su alma, serán elementos que deben estudiarse con profundidad y darse como subsidios a quienes deseen vivir con fidelidad el carisma. De la comprensión del carisma nace el amor a él, y del amor a él proviene la vivencia fiel al mismo. Una historia que no debe ser simplemente el recuento de acontecimientos, sino que debe ser una historia personal, psicológica y espiritual, que permita ver la forma en que el Fundador evoluciona espiritualmente a través de los acontecimientos que la Providencia le pone delante. De esta forma se podrá descubrir el papel que la historia y la cultura, han jugado en la delimitación de las características específicas del Cristo que Dios permitió ver y vivir al Fundador.

Las primeras obras de apostolado.
La mayoría de las congregaciones religiosas en el momento de su nacimiento, surgen con una o varias obras de apostolado específicas: la catequesis, la cura de los enfermos, la enseñanza. Hay congregaciones que su carisma les permite abarcar innumerables obras de apostolado y hay otras que por su mismo carisma se reducen a un campo muy específico. Un gran error de parte de las congregaciones, y que pueden tener consecuencias funestas para el desarrollo del carisma, es el dejar las obras eminentemente carismáticas, con el pretexto de afrontar los retos de nuestros tiempos. Es una tentación muy fuerte por la que han pasado muchas congregaciones, especialmente en la década de los años setentas y ochentas, por haber diluido o leído el carisma, es decir, por haber tenido una hermenéutica eminentemente social en la adaptación del carisma a los tiempos del post-concilio .11

Por ello, es importante que la congregación conozca con exactitud cuáles fueron las motivaciones espirituales que movieron al Fundador para poner en pie dichas obras de apostolado y cuál era la finalidad espiritual que quería conseguir con dichas obras de apostolado, ya sea para los beneficiarios directamente de esas obras, ya sea para las religiosas que en ellas deberían realizar un servicio: “Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos” . 12

No podemos olvidar el hecho de que toda obra de apostolado debe reflejar y ayudar a vivir la experiencia del Espíritu, origen de todo carisma. Por ello, un subsidio para la institucionalización del carisma será el distinguir la metodología práctica que cada obra de apostolado debe seguir para reproducir los propósitos del Fundador y hacer cada persona, beneficiaria o empleada en dicha obra de apostolado, laico o religiosa, viva la experiencia del Espíritu.




NOTAS

1 Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Mutuae relationes, 23.4.1978, n. 11.
2 “Por lo mismo se reconoce a cada instituto una justa autonomía de vida, especialmente de gobierno, mediante la cual tengan en la Iglesia una disciplina propia y puedan mantener íntegro y desarrollar su patrimonio espiritual y apostólico. Es tarea de los ordinarios de los lugares conservar y tutelar esa autonomía.” Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, La colaboración entre institutos para la formación, 8.12.1998, n. 7.1
3 “Dalla vita consacrata possiamo dire che, dopo aver navigato, in questi anni agitati, tra Scilla e Cariddi, tra il fariseismo restauratore e tra l’adeguamento al mondo dei sadducei, o, se vogliamo esprimerci in termine di istanze positive, tra identità e l’aggiornamento…” Franc Rodé, La spinta che la Chiesa si attende dalla vita consacrata, en German Sánchez Griese (ed), Duc in altum! Edizioni Art, Roma 2006, p. 90.
4 Giacomo Biffi, Le cose di lassù, Esercizi spirituali con Benedetto XVI, Edizioni Cantagalli, Siena 2007, p. 86 – 87.
5 Congregación para los Institutos de vida consagarda y las Sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, 11.5.2008, n.3.
6 “El <> no se mantiene en la historia como se mantiene un patrimonio de ideas, de valores, de experiencias, sólo porque se le puede contrastar con nuevas prospectivas y nuevas emergencias. Se mantiene más bien, como una “gracia viva”, cuya dirección pertenece al Espíritu Santo: comienza con un evento de gracia que involucra al carismático en un ardiente camino para seguir a Cristo y puede permanecer en la historia solamente como gracia que siempre se renueva.” Antonio Maria Sicari, Gli antichi carismi nella Chiesa, Jaca Book, Milano, 2002, p. 32 – 33.
7 Mons. Franc Rodé, c.m., prefecto de la congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, en su intervención al Congreso de la vida consagrada en el 2004, ha acuñado este término, aunque en italiano expresa con mayor fuerza la idea que queremos significar. En italiano la palabra usada es <>. Creemos oportuno utilizarlo como una forma que expresa el concepto que queremos transmitir, puesto que no basta un contacto con el carisma, sino que es necesario incorporarlo a la propia vida, en todos los niveles que la vida consagrada comporta. Franc Rodé, c.m. La vita consacrata alla scuola della Eucaristía, en Passione per Cristo, passione per l’umanità, Paoline editoriale, 2005, p. 239.


* Preguntas y comentarios al autor

* Para mayor información, visita nuestra Comunidad de Religiosas.

* ¿Dudas, inquietudes? Pregúntale a un experto

* ¿Te gustó nuestro servicio? Suscríbete a nuestro boletín mensual

Más artículos de Germán Sánchez Griese

¿Quién es Germán Sánchez Griese?




 







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |