La mujer consagrada invita al laico a descubrir y actualizar el carisma y la misión.
Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net

Impostación del argumento.
Hemos venido hablando en algunos ensayos sobre la posibilidad de que las mujeres consagradas compartan con los laicos el carisma que han recibido en la congregación. Carisma fundacional, carisma del fundador o de la fundadora, carisma de la congregación son nombres que tratan de explicar una realidad del espíritu difícil de definir en unas cuantas palabras. Es esta experiencia del Espíritu la que se mete en discusión en el momento de querer compartir el carisma con los laicos. Responder a la posibilidad de compartir el carisma con los laicos no es una empresa fácil, producto de la voluntad o de las disposiciones de un capítulo general. Debe nacer de una vivencia personal, comunitaria y plenamente renovada del carisma. Pero después, deberá responder a una vocación de los laicos. No se puede imponer un carisma a quien no ha sido llamado a vivirlo. Ésta será la primera parte de nuestro ensayo, que tratará de resolver la cuestión de la posibilidad de compartir el carisma con los laicos.
Resuelta esta cuestión abordaremos el argumento de la actualización del carisma por parte de los laicos. La mujer consagrada debe dejarse interpelar por el carisma, de la misma manera que su Fundador se dejó interpelar por el Espíritu. De ahí nació la experiencia del Espíritu, que da origen a una multitud de formas que responden a las necesidades más apremiantes de la Iglesia. Para dejarse interpelar por el carisma, es necesario haberlo asimilado. Una vez asimilado puede ponerse a disposición de los laicos para que sean ellos los que lo actualicen, siempre con la ayuda y la supervisión de la mujer consagrada. Este aspecto lo hemos tratado ya en ensayos posteriores. En esta ocasión analizaremos la posibilidad que tienen los laicos de actualizar el mismo carisma y la misión, siguiendo los siguientes pasos: la forma en que los laicos pueden vivir el carisma y la forma en que lo actualizan.
¿El carisma es una vocación o una imposición
Hoy en día se habla mucho de la posibilidad que tiene la mujer consagrada de compartir con los laicos su carisma, me refiero al carisma de la Congregación. No son pocos también los autores espirituales contemporáneos que vienen tratando este argumento. El espaldarazo, por utilizar un término alegórico, vino dado por el Concilio Vaticano II a partir de la constitución dogmática Lumen gentium en donde re-descubría el valor de los laicos y la vocación universal a al santidad. A partir de ese momento se generó un gran dinamismo en toda la Iglesia, con no pocos errores, para ayudar a los laicos a vivir esta vocación a la santidad en las realidades terrenas. En los últimos años, Juan Pablo II hacía ver la santidad como uno de los objetivos de todo fiel cristiano que quiera vivir con coherencia su fe . Muchos fueron los medios puestos a disposición para que los laicos pudieran y puedan alcanzar este noble objetivo.
Por otra parte, el desarrollo histórico de las Congregaciones, jaloneadas por el Concilio Vaticano II, les ha hecho ver la necesidad de salir, en algunos casos, de sí mismas, para responder a los retos del mundo actual. Tal fue uno de los auspicios de los padres conciliares al fijar como uno de los cinco punto de la renovación de la vida consagrada el salir al encuentro de las necesidades del mundo: “Promuevan los Institutos entre sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las necesidades de la Iglesia, de suerte que, juzgando prudentemente a la luz de la fe las circunstancias del mundo de hoy y abrasados de celo apostólico, puedan prestar a los hombres una ayuda más eficaz.” Y hemos visto notables esfuerzos por llevar a cabo esta encomienda, de acuerdo a varios testimonios y experiencias, entre las que citamos la de Fabio Ciardi: “Entre todos los componente eclesiales, los laicos parecen ser aquellos en los que la comunión (con los religiosos y las religiosas) está más desarrollada; con ellos se ha venido instaurando una auténtica colaboración y participación de corresponsabilidad. Pero sobretodo, se asiste a una creciente demanda de parte de ellos por participar en el carisma, en la espiritualidad y en la misión del Instituto; de esta forma, se han iniciado verdaderas y adecuadas formas institucionales de asociación en los institutos.”
A mi modo de ver, estos dos fenómenos, inspirados sin duda alguna por el Espíritu, han encontrado una gran afinidad y complementariedad. Por una parte los laicos están buscando formas adecuadas para inserir el mensaje evangélico en el mundo y en este trabajo se encuentran necesitados de una espiritualidad que les haga de soporte, y por otra, las mujeres consagradas se han abierto a las necesidades del mundo, tomando como propios los retos que hoy enfrenta nuestra sociedad, nuestro mundo.
Dos realidades que se complementan, si cada una de ellas se sabe respetar y apoyar en su propio ámbito. La exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata parece dar el marco adecuado para dichas relaciones, cuando señala como una prioridad en esta simbiosis, la primacía del espíritu . Son las mujeres consagradas, custodias, o mejor dicho, administradoras de la gracia que representa el carisma, las que deberán ponerlo a disposición de los laicos, una vez que ellas lo hayan asimilado y vivido en las circunstancias actuales. No se trata por tanto de que los laicos vengan al rescate de un carisma antiguo y toque a ellos desempolvarlo y así aplicarlo a las situaciones actuales. Nadie puede aplicar en la realidad lo que no es actual. A las mujeres consagradas, como ya hemos expresado en ensayos anteriores, tocará la tarea de renovar el carisma, viviéndolo con el mismo celo con que lo vivió el fundador o la fundadora . Sólo así podrán presentar una experiencia del Espíritu actual, para que los laicos puedan aprovecharse de ella y llenar su espíritu, tan necesario para enfrentar los avatares de la vida diaria. De esta manera podrán impregnar de valores evangélicos las realidades terrenas: una vez alimentado su espíritu, con las energías espirituales que el carisma les otorga, podrán lanzarse a conquistar el mundo para Cristo.
Pero en este trabajo, muy laudable por cierto, podemos hacer rápidas consideraciones, saltando un hecho capital. Podemos preguntarnos e inquietarnos por la forma en que se deberá dar este trasvase (no traducción) del carisma a los laicos. Sin embargo pasamos por alto una realidad al no preguntarnos si el carisma está llamado a ser vivido por los laicos. Pensamos rápidamente en dar una respuesta afirmativa visto los dos fenómenos anteriormente reportados. Sin embargo nos olvidamos que el carisma es una criatura espiritual, un don de Dios, una gracia viviente, una experiencia del Espíritu y como tal debe ser considerada.
No debemos confundir el carisma con el patrimonio espiritual o las obras de un Instituto o Congregación religiosa. Estos dos son formas a través de las cuales se expresa el carisma y sin duda alguna que no pueden pasarse por alto, si en verdad se quiere vivir con fidelidad el carisma. No puede afirmarse a la ligera que una determinada obra apostólica no es el carisma, pues necesariamente esa obra apostólica al nacer como inspiración del carisma, viene a ser parte de ella. Los laicos pueden participar de las obras o del patrimonio espiritual del Instituto, pero no necesariamente por este hecho viven con plenitud el carisma. Afirmaríamos que participan, sin duda alguna, de una parte del carisma, pero tendrían que hacer un camino espiritual más profundo para participar verdaderamente del carisma y así compartir cabalmente la misma experiencia del Espíritu querida por el Fundador.
Las mujeres consagradas en el camino de actualización y vivencia del carisma, pueden poner a disposición de los laicos, innumerables recursos para que ellos puedan acceder con plenitud al carisma. Sin embargo, antes de poner en marcha todo un mecanismo para el descubrimiento y accesibilidad del carisma, deberán tomar en cuenta la vocación de cada laico al carisma del Instituto. No es una cuestión de compartir una parte o todo el carisma. No es cuestión tampoco de inserir el carisma en el tejido de la sociedad y de las realidades terrenas, a través de los laicos. Es más bien una cuestión de analizar en cada laico la vocación a vivir el carisma. No debemos olvidar que el carisma al ser “una modalidad con la cual el Espíritu nos enamora de Cristo y expresa, consecuentemente, la modalidad específica con la que Él nos inserta en la tarea de edificar la Iglesia” es una invitación divina para plasmar cada carisma específico en cada individuo.
De la misma manera que para la vida consagrada se hace todo un discernimiento, con el fin de conocer la idoneidad de las candidatas, así la mujer consagrada deberá hacer un discernimiento para saber si los laicos que quieren acceder al carisma del Instituto para vivirlo en la sociedad, tienen las cualidades necesarias. Lógicamente habrá que adaptarlas al estado laical, pero si queremos en verdad compartir adecuadamente el carisma con los laicos, no se puede pasar este proceso de discernimiento por alto. De lo contrario únicamente se comparte unas devociones, una parte del patrimonio espiritual o se cualifica a unos trabajadores para la obra de apostolado.
El carisma no es una ayuda para tener mejores cooperadores en la obra de apostolado ni para ayudar a sobrevivir a los laicos en un mundo que los ahoga por el materialismo y la falta de valores espirituales. El carisma, aún para los laicos, es una forma de vida, una manera de vivir el cristianismo, un modo de enamorarse de Cristo. Y de poner toda esta espiritualidad en la práctica, para transformar el mundo en el que por vocación ellos deben de vivir e infundir el evangelio. No puede pensarse por tanto que todos los laicos están llamados a vivir cualquier carisma. Convendrá hacer por tanto un análisis de las cualidades humanas y espirituales que la persona debe poseer o desarrollar para acceder al carisma del Instituto. Es necesario programar un camino de discernimiento para saber si el laico está llamado por Dios para vivir el carisma. No debemos dejarnos guiar solamente por la materialidad de las obras, sino analizar si el espíritu de cada laico está hecho para ser animado por el carisma del Instituto. De esta manera nos aseguramos que el carisma mantenga su genuinidad espiritual y no se rebaje.
De alguna manera este discernimiento que la mujer consagrada debe hacer para los laicos repercutirá en la misma mujer consagrada, pues al preguntarse sobre las posibilidades que tiene un laico para vivir el carisma, ella misma se confrontará con su propia realidad y la propia vivencia del carisma: “Éste será un punto de control, el de la espiritualidad, pues sino se está convencida que no puede darse vida cristiana sin una fuerte espiritualidad, se limita a empeñarse solamente en las actividades.”
Cuando la mujer consagrada haya hecho un claro discernimiento y pueda invitar a los laicos a participar del carisma, estará segura de no estar dando solamente dádivas espirituales, sino compartiendo un mismo don, una gracia viviente, una experiencia del Espíritu. Podrá por tanto hacer partícipe del mismo estilo de vida que la ha animado a ella a seguir a Jesucristo. El laico deberá hacer su camino propio, plasmando en su espíritu los elementos característicos del carisma y al mismo tiempo que lo vive, lo irá aplicando a las realidades concretas. Sólo de esa manera el carisma irá cobrando vida en el mundo laico.
El carisma en el mundo laico.
La traducción del carisma en el mundo laico, para actualizarlo no es obra de laboratorio. No puede ser dispuesto por un Capítulo general. Así como hemos visto que es necesario hacer un discernimiento para ver la posibilidad de compartir el carisma con determinados laicos y saber si son llamados por vocación de Dios, no por deseo de la mujer consagrada, de la misma manera debe dejarse campo al Espíritu para que vaya guiando los pasos de los laicos en la aplicación del carisma, guiados y supervisados por la mujer consagrada.
Debemos partir del hecho de que la misión no es algo accidental a los laicos. Puede establecerse un parangón entre la vida consagrada y los laicos, servatis servanda. Leemos que para la vida consagrada: “Del misterio pascual surge además la misión, dimensión que determina toda la vida eclesial. Ella tiene una realización específica propia en la vida consagrada. En efecto, más allá incluso de los carismas propios de los Institutos dedicados a la misión ad gentes o empeñados en una actividad de tipo propiamente apostólica, se puede decir que la misión está inscrita en el corazón mismo de cada forma de vida consagrada. En la medida en que el consagrado vive una vida únicamente entregada al Padre (cf. Lc 2, 49; Jn 4, 34), sostenida por Cristo (cf. Jn 15, 16; Gl 1, 15-16), animada por el Espíritu (cf. Lc 24, 49; Hch 1, 8; 2, 4), coopera eficazmente a la misión del Señor.” Y para los laicos el Magisterio dice: “Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo.”
Se establece por tanto que la misión no consiste, ni para los laicos ni para las personas consagradas en las obras apostólicas , sino en la de hacer presente a Cristo. La misión es por tanto esencial, es algo inherente a la Iglesia y por tanto a cada bautizado, sea laico o consagrado. La forma de hacer misión, se me permita utilizar este lenguaje técnico, aunque no del todo adecuado par expresar estas realidades, viene especificado por el propio carisma. Es el carisma, como experiencia del Espíritu, que señala los cauces más adecuados para expresar la forma en la que una persona se ha enamorado de Cristo. Como el fundador o la fundadora expresaron su amor a Cristo en formas concretas o lo dejaron expresado en las constituciones o en diversos escritos, así la persona que vive con plenitud el carisma, sea una persona consagrada o sea una persona laica, encontrará en el carisma el camino adecuado para expresar su enamoramiento de Cristo.
De esta forma la misión está determinada no por factores externos, aunque éstos pueden ser el detonante, sino por la vivencia de una intensa espiritualidad. Quien se ha dejado conquistar por el amor de Cristo, a la manera en que se dejó conquistar el fundador o la fundadora, puede responder a los retos actuales con obras o proyectos a la altura con que hubiera respondido el fundador o la fundadora. Esta reflexión resulta clave para entender como no debe ponerse los retos ni las obras de apostolados, antes de la espiritualidad. Es la espiritualidad del carisma, del fundador, vivida en plenitud, la que desbordará a las personas y las hará encontrar en forma inéditas respuestas al amor que las interpela en el carisma.
De aquí la importancia de que las mujeres consagradas vivan en primer lugar una fuerte espiritualidad basada en el carisma y así la pongan a disposición de los laicos, ya que “el carisma debe ofrecer a los laicos un estilo, una pedagogía, una base, unas cualidades de acuerdo a cómo deben vivir no sólo los deberes que todos los bautizados deben vivir en el mundo, sino los mismos deberes que todos los hombres viven en las realidades terrenas.”
Una vez que los laicos vivan, también ellos en primera persona esta fuerte espiritualidad, será posible traducir y actualizar el carisma al mundo laico. Y esto vendrá en forma natural, como fruto de un proceso espiritual. Veamos como.
Todo se juega desde el inicio, es decir, en la fase del discernimiento. Si la mujer consagrada ha hecho un adecuado discernimiento, el laico podrá tener una cierta seguridad que podrá vivir adecuadamente el carisma entregado. Este carisma deberá pernear todas las realidades de su existencia, partiendo de las más internas, hacia aquellas periféricas o externas. Se trata aquí de formar una personalidad cristiforme a la manera señalada por el carisma. No se trata por tanto de participar en tal o cual actividad espiritual, en tal o cual obra de apostolado. Se trata de alo más profundo: de ir conformando todo el ser de acuerdo al carisma. El laico deberá preguntarse si cada una de las realidades profundas de su ser están impregnadas, informadas por el carisma. Si su manera de pensar, de querer y de sentir, que son las facultades que rigen todo su ser, están verdaderamente guiadas por el carisma. De esta forma podrá decir también como san Pablo, “ya no soy quien vive en mí, sino que es Cristo quien vive en mí”.
Esta es una configuración que se realiza constantemente. Nadie puede decir que está ya transformado. El camino de conversión finalizará cuando Dios quiera llamarnos nuevamente a Él. Mientras, el laico debe buscar cada día configurarse más con Cristo a la manera en que el fundador o la fundador han vivido esta configuración. No es por tanto la configuración con Cristo un campo limitado a las personas consagradas. El laico irá ampliando el carisma, en la medida en que viva radicalmente la misma espiritualidad en el mundo, en las realidades terrenas y en sus propias realidades.
Podemos establecer una mística de estas realidades, entendiendo por mística la animación espiritual profunda que debe animar todas las realidades del laico. Podrá hablarse entonces de una mística en el estudio, para los jóvenes en edad estudiantil, de una mística del matrimonio para los adultos casados, de una mística del trabajo. Es decir, todas las realidades peden y deben estar penetradas de una fuerte espiritualidad. Esta espiritualidad vendrá siempre alimentada por el carisma.
Al mismo tiempo que el laico vive esta mística la lectura del mundo será diversa. No podrá leer ni entender el mundo como lo venía haciendo antes de su participación en el carisma. Si se ha dejado que el carisma penetre todo su ser, el mundo tendrá un significado distinto, convirtiéndose en el campo adecuado para llevar el mensaje de Cristo, para anunciar la buena noticia, en pocas palabras el mundo será el campo idóneo para la misión. Y aquí el laico, que vive en el mundo, podrá detectar las mejores posibilidades para hacer presente a Cristo, el Cristo que él ha experimentado con el carisma. De esta forma el laico se convierte en el medio mediante el cual el carisma se entreteje en el mundo.
La labor de la mujer consagrada en todo este proceso no es indiferente. Si hemos dicho que las personas consagradas son las administradoras o custodias del carisma y si lo han sabido vivir en primera persona, podrán guiar espiritualmente a las personas de forma que puedan asimilar el carisma en todos los niveles de su persona. No quedará la mujer consagrada como espectadora en todo este proceso. A ella le toca seguirlo y guiarlo muy de cerca, pues, como experta de comunión y experta de la experiencia del Espíritu, podrá ir calibrando el proceso de asimilación y vivencia del carisma en los laicos y en el mundo: “Cualquiera que sea la actividad o el ministerio que ejerzan, las personas consagradas recordarán por tanto su deber de ser ante todo guías expertas de vida espiritual, y cultivarán en esta perspectiva «el talento más precioso: el espíritu».”
La tarea de dirigir espiritualmente a los laicos en esta puesta en marcha del carisma no significa un límite a las posibilidades del carisma. Al contrario, mediante la dirección espiritual asidua, el laico asegura su fidelidad a la experiencia del Espíritu mientras que la mujer consagrada refuerza al laico en la vivencia del carisma, dirigiéndolo, orientándolo, abriéndole miras en lo que se refiere al carisma. El laico por su parte, en la medida en que asimila el carisma en primera persona, puede responder a las solicitaciones del mundo ofreciendo no sólo obras o proyectos, sino sobretodo su vida vivida carismáticamente: “A su vez, los laicos ofrecerán a las familias religiosas la rica aportación de su secularidad y de su servicio específico.”
Es necesario por tanto que la mujer consagrada se convierta en una directora espiritual que sepa tanto transmitir el carisma como guiar el proceso en que el carisma se va insertando en el mundo. Para ello su fidelidad personal al carisma, más que muchos conocimientos, será factor clave de este proceso. El frecuente diálogo espiritual, el asiduo trabajo de asesoramiento en un programa de vida, la planeación conjunta de las actividades e iniciativas apostólicas serán factores que podrán garantizar la actualización del carisma y de la misión por parte de los laicos.
Bibliografía
La experiencia del Espíritu fue un término utilizado por primera vez por Paulo VI al definir el carisma de la vida religiosa. Después, el Magisterio lo ha aplicado para el carisma de las congregaciones o institutos de vida consagrada. Pablo VI consideraba el carisma de cada congregación religiosa como un “fruto del Espíritu” una experiencia del Espíritu Santo. Dicha terminología ha sido adoptada ampliamente por varios documentos del magisterio de la Iglesia cuando hablan del carisma de una congregación o instituto religioso. Paulo VI, Evangelica testificatio, 29.6.1971, n. 11.
Durante el presente ensayo al hablar de carisma, estaré hablando de carisma de cada congregación o instituto de vida consagrada, ciñéndome a esta definición del carisma, es decir, un don que Dios concede a unos hombres para el bien de la Iglesia. Me apoyaré también en una definición complementaria que da Juan Pablo II: “El Concilio Vaticano II presenta los ministerios y los carismas como dones del Espíritu Santo para la edificación del Cuerpo de Cristo y para el cumplimiento de su misión salvadora en el mundo.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, 30.12.1988, n. 21.
“En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad. ¿Acaso no era éste el sentido último de la indulgencia jubilar, como gracia especial ofrecida por Cristo para que la vida de cada bautizado pudiera purificarse y renovarse profundamente?” Juan Pablo II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, 6.1.2001, n. 30.
Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 2d.
Fabio Ciardi, Esperti di comunione, Edizioni San Paolo, Milano, 1999, p. 133.
“Estos nuevos caminos de comunión y de colaboración merecen ser alentados por diversos motivos. En efecto, de ello se podrá derivar ante todo una irradiación activa de la espiritualidad más allá de las fronteras del Instituto, que contará con nuevas energías, asegurando así a la Iglesia la continuidad de algunas de sus formas más típicas de servicio. Otra consecuencia positiva podrá consistir también en el aunar esfuerzos entre personas consagradas y laicos en orden a la misión: movidos por el ejemplo de santidad de las personas consagradas, los laicos serán introducidos en la experiencia directa del espíritu de los consejos evangélicos y animados a vivir y testimoniar el espíritu de las Bienaventuranzas para transformar el mundo según el corazón de Dios.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 55.
Antonio Maria Sicari, excusándose por utilizar un lenguaje administrativo, expone el hecho de que las personas consagradas, como todos los fieles cristianos, tienen la responsabilidad de administrar sabiamente los dones de Dios. El carisma, siendo un don para la Iglesia, debe ser administrado cuidadosamente por personas consagradas, ya que ellas lo han recibido en forma original y a ellas toca desarrollarlo.
“Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 37.
Antonio Maria Sicari, Gli antichi carismi nella Chiesa, Baca Book, Milano, 2002, p. 61.
Pier Giordano Cabra, Tempo di prova e di speranza, Àncora editirice, Milano, 2005, p. 111.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 25.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, 30.12.1988, n. 33.
“Se debe pues afirmar que la misión es esencial para cada Instituto, no solamente en los de vida apostólica activa, sino también en los de vida contemplativa. En efecto, antes que en las obras exteriores, la misión se lleva a cabo en el hacer presente a Cristo en el mundo mediante el testimonio personal.” Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, 30.12.1988, n. 72.
Antonio Maria Sicari, Gli antichi carisma nella Chiesa, Jaca Book, Milano, 2002, p. 101
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