Superioras y Formadoras
Por: Germán Sánchez | Fuente: USMI
Cómo se enseña y se transmite el carisma
Habiendo comprendido la importancia del carisma para lograr la formación de la mujer consagrada en su triple identidad humana, cristiana y consagrada, nos queda por tanto explicar la manera en que la formadora utiliza el carisma para lograr esta formación. Debe quedar claro el concepto de que el carisma por sí sólo no logra la formación de la persona. De nada serviría pedir a la postulante, la novicia, la juniora, la religiosa de votos perpetuos o a cualquier religiosa en cualquier etapa de formación que estudiara y aprendiera de memoria el carisma de la consagración. Al final de un estudio memorístico de las Constituciones obtendríamos una persona experta en el carisma pero no una persona que vive de acuerdo con el carisma.
La simbiosis carisma-formación se logra cuando la persona consagrada logra hacer del carisma la parte fundamental de su vida, cuando logra vivir de acuerdo con el carisma. Parafraseando a Bruno Secondin, diríamos que cuando la religiosa logra vivir "el secreto común que lleva en el corazón", entonces el carisma comienza a conformar su personalidad en su triple identidad.1
Esta diferenciación entre vivir el carisma o conocer el carisma nos lleva a hacer una distinción clara: no es el carisma el que forma, es la acción de la formadora sobre la formanda y la libertad con la que la formanda acepta transformar su vida, de acuerdo al carisma. Por ello, más que hablar de enseñanza del carisma, el término más adecuado sería el de transmisión del carisma.
Hoy en día se dan situaciones dentro de la Iglesia que contestan o confrontan el carisma. Hay quienes quisieran cambiar todo de nuevo y quienes creen en el carisma como una etiqueta del pasado.2 Por otro lado se dan también problemas y retos en la vida consagrada. Pensemos tan sólo en la situación que deben enfrentar las congregaciones religiosas en Europa, con el envejecimiento de sus conventos, aunada a la falta de vocaciones. Frente a este panorama podríamos preguntarnos si aún tiene valor formativo el carisma de la Congregación. Si no sería mejor buscar modelos más eficaces, con una respuesta más activa a los problemas que enfrenta la vida religiosa.
Hay que partir del principio que el carisma es siempre actual. El seguimiento de Cristo inspirado por el Espíritu Santo al Fundador/a, no está sujeto a unas circunstancias históricas, sociales o culturales determinadas. Si bien nace en esas condiciones, por ser obra del Espíritu se adapta a las circunstancias de tiempos y lugares, sin perder su carácter genuino. Quienes quieren hacer ver que el carisma muere cuando muere la necesidad por la cual habían sido generados, o dicha necesidad viene a ser suplida por algún otro agente (el Estado, las asociaciones civiles, etc.), hacen una lectura horizontalista de la vida religiosa, sin ver su trascendencia espiritual. Equiparan, a mi modo de ver, la vida religiosa con una asociación humanitaria. No ven la vida religiosa como un especial seguimiento de Cristo, como una respuesta, no a una necesidad humana, sino a una invitación del Amor.
Cuando se comprende al carisma como la forma específica para responder a la llamada de Cristo, entonces las circunstancias de tiempos y lugares pasan a un segundo plano, si bien es necesaria una adaptación. Pero una adaptación no para traicionar o cambiar el carisma -nada quedaría entonces del carisma originario- sino para vivir con mayo fidelidad el carisma del Fundador/a. Y aquí, nuevamente, el documento de Juan Pablo II es de una exactitud magistral, por lo que no dudo en transcribir íntegramente este número: "Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial. Debe permanecer viva, pues, la convicción de que la garantía de toda renovación que pretenda ser fiel a la inspiración originaria está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena con el Señor. En este espíritu, vuelve a ser hoy urgente para cada Instituto la necesidad de una referencia renovada a la Regla, porque en ella y en las Constituciones se contiene un itinerario de seguimiento, caracterizado por un carisma específico reconocido por la Iglesia. Una creciente atención a la Regla ofrecerá a las personas consagradas un criterio seguro para buscar las formas adecuadas de testimonio capaces de responder a las exigencias del momento sin alejarse de la inspiración inicial".3
La formadora encuentra en este número los lineamientos inspiradores en la tarea de formar las mujeres consagradas del Tercer Milenio. El carisma contiene el itinerario, el mapa que debe seguir y del que hemos hablado en el capítulo anterior, para lograr plasmar la mujer ideal que quiere seguir a Cristo de acuerdo a los deseos del Fundador/a. Muchas formadoras se dejan llevar por ciertas voces que en la Iglesia claman por una renovación, cuando la misma renovación se encuentra dentro del Instituto.
Afortunadamente la Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata ha trazado también un plan de trabajo para las formadoras, basado en el carisma: "Los formadores y las formadoras deben ser, por tanto, personas expertas en los caminos que llevan a Dios, para poder ser así capaces de acompañar a otros en este recorrido. Atentos a la acción de la gracia, deben indicar aquellos obstáculos que a veces no resultan con tanta evidencia, pero, sobre todo, mostrarán la belleza del seguimiento del Señor y el valor del carisma en que éste se concretiza. A las luces de la sabiduría espiritual añadirán también aquellas que provienen de los instrumentos humanos que pueden servir de ayuda, tanto en el discernimiento vocacional, como en la formación del hombre nuevo auténticamente libre. El principal instrumento de formación es el coloquio personal, que ha de tenerse con regularidad y cierta frecuencia, y que constituye una práctica de comprobada e insustituible eficacia (...) Precisamente por su propósito de transformar toda la persona, la exigencia de la formación no acaba nunca. En efecto, es necesario que a las personas consagradas se les proporcione hasta el fin la oportunidad de crecer en la adhesión al carisma y a la misión del propio Instituto"4
Tenemos aquí por tanto, los elementos esenciales para la transmisión del carisma que comentaremos enseguida.
a. El coloquio personal.
b. La transmisión mediante las adecuadas motivaciones.
c. La presentación de modelos de vida accesibles a la formanda.
d. La unión de los diversos aspectos de la vida ordinaria con el carisma.
e. La presentación de las obras propias de la Congregación como una forma de expresar el carisma.
f. La vida fraterna en comunidad
g. La verificación en la asimilación del carisma.
a. El coloquio personal.
Hablamos hace poco de que el carisma se transmite, no se enseña. No es una función matemática que la mujer consagrada debe aprender, repetir o memorizar. El carisma es una forma de vida, un arte que debe vivir. No es posible exigir tan sólo el conocimiento memorístico de las normas o de los principales números de la Constitución, si bien este conocimiento sea adecuado. Será importante que la formanda conozca los elementos esenciales de su carisma, las últimas disposiciones del Capítulo General, los escritos de la fundadora y que los tenga presentes para que en su vida actual y en su vida futura, pueda acudir a ellos para llenar su espíritu y afrontar los retos de cada etapa de su vida, de cada día.
Pero la formadora debe pasar más allá de la enseñanza. Debe compartir un estilo de vida. Y qué mejor medio de compartir este estilo de vida que el coloquio personal. Las palabras son las puertas hacia el corazón5 y es a través del coloquio en el que se conocen las intenciones, los temores, las dudas. Además, lo veremos en capítulos siguientes, el coloquio personal crea un lazo de amistad que hace posible un transfer afectivo adecuado al reforzamiento de las ideas que se quieren dejar.
Podemos mencionar también que la formadora establece no sólo una relación psicológica en el momento de transmitir el carisma., Sin descuidar los varios elementos psicológicos que sin duda deberá tener en cuenta y que lo veremos en los siguientes capítulos, la formadora aparece como una madre espiritual que da el alimento a la discípula o hija espiritual6. La formanda debe nutrir su espíritu del carisma, que le será transmitido por varios elementos que ya anteriormente hemos señalado. Pero la formadora es uno de los elementos principales, el canal privilegiado por donde pasará la transmisión de este carisma. Y a la manera en que una madre nutre a sus hijos, así la formadora debe constantemente supervisar y dosificar este nutrimento, a través de un coloquio personal.
Elementos de este coloquio serán el entablar primero una buena relación, el revisar los avances en la profundización y asimilación del carisma, el utilizar los instrumentos más adecuados para la transmisión del carisma durante el siguiente período, previo al próximo coloquio y la posibilidad de resolver dudas en caso necesario7.
b. La transmisión mediante las adecuadas motivaciones.
"Motivar es presentar a una persona aquellos valores que puedan revelarse más interesantes y eficaces para ella" . Como la transmisión del carisma requiere una relación de persona a persona, no basta simplemente que la formadora enseñe el carisma. Si bien es necesario que la formanda asimile el carisma, esta asimilación se logrará sólo en la medida en que la formanda se dé cuenta del valor que tiene el carisma para su vida de consagración. Pero "el darse cuenta" de este valor del carisma para la vida consagrada, no es algo abstracto. No cae en el campo de la pedagogía. Cae en el campo del amor. Este "darse cuenta" es algo muy personal. La formanda debe llegara apreciar que para ella el carisma es su vida. Es un valor personal, único e intransferible, a semejanza de lo que puede ser un madero para un náufrago en la mitad del mar. El arte del amor consistirá en que la formadora sepa presentar el carisma de tal forma que la formanda lo tome como su valor, como algo hecho a la medida de ella.
Este arte del amor, requiere mucha paciencia y mucho conocimiento de la formanda. Para unas formandas bastará con presentar el carisma como el instrumento que Dios ha querido dejar a través del Fundador/a para conquistar almas para Cristo. Esta sola motivación será capaz de mover a las almas con un carácter más bien combativo y avezado a la lucha, a superar obstáculos y dificultades. Habrá otras formandas cuyo temperamento se muevan más bien por motivaciones de tipo espiritual. De alguna manera el arte del amor debe llevar a la formadora a presentar el carisma como la motivación fundamental de la vida consagrada: el camino que Dos quiere para seguir a Cristo.
c. La presentación de modelos de vida accesibles a la formanda.
El carisma no es algo teórico, sino el resumen de un espíritu que se hace vida en la realidad de lo cotidiano. No son fórmulas místicas para alcanzar el cielo, sino un programa de vida práctico para vivirlo en esta Tierra y viviéndolo, eso sí, alcanzar el cielo.
No basta sólo con las explicaciones y las motivaciones. La joven formanda debe verlo plasmado en la realidad. Bien sabemos que las jóvenes de nuestros días son hijas de su tiempo y que por lo tanto, la mayoría de ellas carece de una adecuada formación intelectual que les permita asimilar principios y nociones teóricas. Acostumbradas a los medios de comunicación social, en dónde constantemente se presentan mensajes y modelos de vida a través de los ojos, la joven está acostumbrada a ver, más que a oír o a razonar. Por lo tanto, es muy conveniente que en la transmisión del carisma, la formadora sepa presentar modelos de vida humanos, reales y en forma muy atractiva. La joven formanda, hecha al mundo de los sentidos y de los sentimientos, necesita ver, tocar, sentir que el carisma toma forma en la realidad de la vida, de su vida. Por ello es muy conveniente salpicar las explicaciones del carisma con anécdotas, hechos de vida reales y personajes de la congregación que han vivido el carisma.
Si la Congregación ha sido bendecida con modelos de vidas santas como mártires, siervas de Dios, beatas o santas, convendrá traerlos a la memoria. Pero no como algo inalcanzable, sino como trampolines para lanzarse a vivir el carisma, a semejanza de esas religiosas. Que vean el carisma en su aspecto dinámico. Que vean el carisma como algo práctico y posible. No como un sueño irrealizable.
d. La unión de los diversos aspectos de la vida ordinaria con el carisma.
Relacionado con la presentación de modelos de vida, está el hecho de hacerle ver a la formanda que todo su quehacer cotidiano está impregnado del carisma. Presentar el carisma no como un artículo de lujo espiritual, o como un yugo opresor de la libertad, sino como la forma práctica de llevar cabo en la vida real y de forma gozosa la consagración a Dios en el seguimiento de Cristo.
La jornada diaria, desde laudes hasta las completas debe estar guiada por el carisma. Ninguna actividad debe quedar desprendida del carisma. El genio de la formadora estará en presentar al carisma como una brújula que permea, guía y orienta toda la vida consagrada. El levantarse en la mañana, el realizar el servicio fraterno en la sacristía, en la cocina, en la lavandería, el llevar a cabo el apostolado específico del Instituto o de la Congregación, hasta el morir, debe quedar sellado por el carisma. La genialidad de la formadora consistirá en hacer aparecer al carisma como una guía para la vida ordinaria. Y esto sin inventar o forzar las circunstancias, sino a través de la vivencia amorosa y fiel de ella misma al propio carisma.
Si es cierto que las palabras arrastran, pero el ejemplo empuja, esta máxima se aplica verdaderamente cuando de transmitir el carisma se trata, especialmente a través de la vida ordinaria.
Algunas congregaciones podrán encontrarse aparentemente con el problema de no contar en forma específica un Directorio o Reglas en donde queden registradas las actividades que deben desarrollarse en la vida diaria, de acuerdo al carisma. La formadora prudente y equilibrada, con ayuda de sus Superioras Mayores, podrá detallar esas actividades, de acuerdo a las sanas tradiciones que se vienen observando por años (quizás siglos) en la Congregación. La fidelidad creativa querida por el Magisterio de la Iglesia, tiene en este campo un abundante trabajo por realizar: "Su apremio incita a una fidelidad que devuelva al momento actual de la vida y misión de cada Instituto el ardor con que los Fundadores se dejaron conquistar por la fuerza inicial del Espíritu"9.
De la presentación de esta estilo de vida unido y apegado al carisma dependerá en gran parte la adecuada asimilación de la vida consagrada de la formanda, al estilo propio de cada Instituto o Congregación.
e. La presentación de las obras propias de la Congregación como una forma de expresar el carisma.
"El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos Institutos religiosos. La índole propia lleva además consigo, un estilo particular de santificación y apostolado que va creando una tradición típica cuyos elementos objetivos pueden ser fácilmente individuados"10.
El estilo particular del apostolado se desprende naturalmente del carisma. No es un añadido ni un agregado. Para muchas Congregaciones e Institutos de vida consagrada, ha sido precisamente el apostolado específico -diríamos que la respuesta a una determinada necesidad- el inicio del carisma. Por ello la formadora debe presentar la o las obras de la Congregación, no sólo como una respuesta a una determinada necesidad social o humana, sino como respuesta al llamado que Dios hizo al Fundador/a para responder, eso sí, a una determinada necesidad.
Reducir el apostolado a una respuesta humana, sería tanto como vaciar del contenido espiritual toda la obra querida por el fundador. Sería reducirlo a un voluntariado de signo horizontalista en donde se da poca o ninguna relación con Dios. Presentar el apostolado de la Congregación inserto en el carisma, es presentar una forma específica de seguir a Cristo en la cotidianeidad de la vida, con la posibilidad también de transformar a la sociedad, a través del testimonio personal en el mismo apostolado. Por ello la formadora debe formar corazones ansiosos por servir a Cristo en el campo que Él ha mostrado al Fundador/a.
De esta manera el carisma va apareciendo como un instrumento de formación, de tal manera que nada escapa a la formación integral de la joven que quiera consagrar su vida a Dios.
f. La vida fraterna en comunidad.
Elemento común a todo carisma es la reunión de un grupo de almas que buscan vivir de acuerdo a una regla o estatuto de vida. El carisma no es inspirado por Dios sólo para una persona, sino para un grupo de personas, que se conformará en una asociación dentro de los límites jurídicos establecidos por la Iglesia.11 De aquí que la comunidad viva siempre animada por el carisma: "La comunidad religiosa es célula de comunión fraterna, llamada a vivir animada por el carisma fundacional"12.
De alguna manera la vida fraterna en comunidad se convierte en un instrumento para vivir el carisma: "Una comunidad es formadora en la medida en que permite a cada uno de sus miembros crecer en la fidelidad al Señor según el carisma del instituto"13. La formadora presentará a las alumnas los diversos elementos que conforman la vida fraterna en comunidad como una respuesta específica al carisma del Fundador/a: la forma de relacionarse entre sí, la caridad mutua, la posesión en común de elementos esenciales al sustento diario, el compartir momentos de alegría y tristeza, el sostén mutuo, el ejercicio de la autoridad como servicio a la comunidad. Elementos que de alguna manera responden a una forma muy específica que ha querido el Fundador/a y no tan sólo como una respuesta a una necesidad social de vivir en compañía. De esta forma, la futura religiosa apreciará la vida fraterna en comunidad como un medio para vivir el carisma.
g. La verificación en la asimilación del carisma.
No podemos dejar todo a la buena voluntad de la alumna. La formadora confía en la formanda, pero sabe que por la fragilidad humana es necesario realizar una labor de verificación. Comprobar que la alumna vaya asimilando en su vida en el carisma es una obra de caridad que la formadora debe ofrecer a la formanda y a la Congregación. A la formanda porque le hace ver con un espíritu positivo, los puntos en los que debe seguir trabajando para alanzar el ideal que quiere lograr como mujer consagrada. Y como servicio a la Congregación pues asegura que la transmisión del carisma se dé, dentro de lo que los limites de la fragilidad humana lo permitan, en un grado tal que asegura la supervivencia del Instituto o Congregación en esa futura religiosa. "La verificación de la unidad de vida se hará oportunamente en función de cuatro grandes fidelidades: fidelidad a Cristo y al Evangelio, fidelidad a la Iglesia y a su misión en el mundo, fidelidad a la vida religiosa y al carisma propio del instituto, fidelidad al hombre y a nuestro tiempo"14.
Esta verificación puede realizarse de diversos modos. Sin duda alguna, uno de ellos será a través de la observación detenida del actuar de la religiosa, que le permitirá comprobar el grado de asimilación del carisma. A través de esta observación del actuar, la formadora podrá formarse un juicio de la alumna y se dará cuenta de los aspectos en los que debe trabajar más. La transmisión del carisma vendrá graduada de acuerdo a lo que la formanda va necesitando. Habrá veces en que la formadora tendrá que apretar el paso, en otras procurará acompañar a la alumna y enseñarle a superar las dificultades. Todo esto se logra cuando se verifica en forma constante y caritativa, la asimilación del carisma. Cuando se hace así, hay tiempo para corregir, si hay voluntad y esfuerzo de parte de la alumna.
Sin embargo, la formadora no debe engañarse al dar por supuesto que todo está conseguido con sólo hablar y seguir de cerca de la alumna. Necesita conocer de cerca quién es ella para así transmitir con mayor eficacia y amor el carisma. De este conocimiento hablaremos en el siguiente capítulo.
NOTAS
1 Bruno Secondin, Abitare gli orizzonti, Ed. Paoline, Milano, 2003, p.186
2 Baste leer a Joan Chittister, OSB o a Giordano Rocca, entre otros muchos como Régamey, Labonté, Midali, Ruiz Jurado, Ghirlanda.
3 Juan Pablo II, Vita consecrata, n. 37
4 Juan Pablo II, Vita consecrata, n. 65 y 66
5 Conviene traer aquí a colación los aportes de la Psicología de consultación del prof. Antonio Tamburello, quien cree que mediante las palabras y el coloquio se puede llegar a conocer las intenciones y los deseos profundos de las personas, ayudándoles así a tomar una opción fundamental en su vida.
6 Este concepto de nutriente espiritual, ha sido tomado por varios autores que hablan profusamente de la dirección espiritual, Basta citar a Mauricio Costa S.I., André Louf y Enzo Bianchi, entre otros.
7 De alguna manera, estas técnicas son el resultado de la aplicación de la técnica del coloquio psicológico, a la transmisión del carisma.
9 Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, Religiosos y promoción humana, 25-28.4.1978, n.30
10 Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, Criterios Pastorales sobre relaciones entre obispos y religiosos en la Iglesia, 14.5.1978, n. 11
11 Giancarlo Rocca, Il carisma del fondatore, Ancora, Milano, 1998, pp. 81 - 86
12 Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, La vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n.2
13 Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, Orientaciones sobre la formación en los institutos religiosos, 2.2.1990, n. 27
14 Idem. N.18
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