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Deus Caritas est y la dirección Espiritual
Quien ejerce la caridad, la ejerce siempre a nombre de la Iglesia.


Por: German Sánchez | Fuente: Catholic.net



La caridad, como centro de la primera y por el momento única encíclica de Benedicto XVI, es la línea fundamental de la actuación de la Iglesia. Quien ejerce la caridad, la ejerce siempre a nombre de la Iglesia. Muchos son las formas y los protagonistas de la caridad y Benedicto XVI ha querido dar los lineamientos para el ejercicio de ella. En base a estos lineamientos veremos la forma en que la dirección espiritual puede incluirse en una actividad de la caridad.

El ejercicio de la caridad.
Partiremos de la definición de la caridad que nos da el mismo Benedicto XVI: “Por tanto, el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres. Es este aspecto, este servicio de la caridad, al que deseo referirme en esta parte de la Encíclica.” (DCE, 20) En dónde quiera que exista el sufrimiento, existirá la necesidad del servicio de la caridad.

Este ejercicio podrá realizarse de diversas maneras y el Papa, a lo largo de la encíclica en forma breve pero sustanciosa, enumera las características de la caridad cristiana. En primer lugar la distingue de una mera actividad asistencial, desasociándola de una mera organización asistencial genérica (DCE, 31). La caridad no puede reducirse simplemente a un hacer cosas para remediar el sufrimiento, sino que deberá ser la expresión de un amor a Dios y al prójimo. Esta doble expresión del amor deberá ser el centro de todo el ejercicio de la caridad.

El carácter sobrenatural del ejercicio de la caridad podrá ser considerado como una segunda variante de dicho ejercicio, de forma tal que la actividad de caridad para paliar el sufrimiento no sea simplemente un manifestación de una obra meramente humana, sino que forme parte de un movimiento del corazón, esto es de la voluntad movida por el amor de Dios. Nuevamente nos encontramos con el hecho de que el amor de Dios y el amor del prójimo vuelven a ser el fulcro de la caridad. En este caso, la visión del hombre que ayuda y que es ayudado va más allá de una visión humana, convirtiéndose el hombre que ayuda en un instrumento de Dios y el hombre que es ayudado en la imagen del Cristo sufriente y doliente .1

Una segunda característica del ejercicio de la caridad sería el carácter de inmediatez de la caridad. La caridad se ejerce en el momento presente respondiendo sólo al movimiento que sabe ver en las necesidades a un Cristo que sufre. La caridad no se desentiende de las injusticias sociales o políticas que puedan provocar el sufrimiento en los hombres, ni tampoco en delatarlas, observando los cauces adecuados de la misma caridad y justicia en el marco de un Estado de derecho. Pero no puede identificarse como parte de un programa político o asistencial, ni equiparársela a un medio para la construcción de una sociedad más justa y solidaria (DCE, 28 y 29). El ejercicio de la caridad no tiene otra mira que el de aliviar el sufrimiento hic et nunc. La caridad se siente herida cuando ve un sufrimiento y sin esperar las condiciones sociales más adecuadas, o el marco político ideal para actuar, se siente impelida por el amor a Cristo y se lanza a dar una solución. Este carácter de inmediatez no excluye la inteligencia de la caridad en donde precisamente, impulsada su acción por el amor de Cristo, se detiene a pensar cuáles serán los medios más eficaces para paliar el sufrimiento, eligiendo aquellos que por su envergadura y profundidad puedan solucionar de raíz y en el largo plazo, los problemas que más aquejan a la humanidad. Tal es el nacimiento de muchas obras educativas, que frente a un sufrimiento inmediato, como sería la falta de medios adecuados para poder vivir una vida digna, elijen no sólo un medio de corto plazo, como sería la ayuda o asistencia material a estas personas, sino junto con ese medio, el de la educación y formación de la niñez y la juventud. De esta manera, al dotarlas de los medios necesarios para abrirse paso en la vida, están paliando este sufrimiento en el largo plazo, erradicando el problema desde sus orígenes.

Una tercera y última característica de la caridad lo es su gratuidad. EL amor es gratuito, no busca ninguna recompensa. Se da y eso sólo le basta. Pero no por su carácter de gratuidad dejará de ser cristiano. Se ejerce la caridad con un estilo cristiano, pues se está ejerciendo dicha acción como un instrumento del amor de Dios a los hombres y se ejerce dicho servicio viendo a Dios en los hombres. Renunciar a este estilo de ejercer la caridad con el pretexto de que la caridad no debe ser manipulada, es no entender el ejercicio cristiano de la caridad. El cristiano no busca recompensa de ningún tipo al ejercer la caridad. Recompensa no sólo desde el punto de vista material, sino también espiritual. No se busca ejercer la caridad para atraer nuevos prosélitos o para manipular las conciencias. Se ejerce la caridad impelidos por el amor de Cristo y por el amor a Cristo, representado en la persona que sufre. Esta visión de fe genera una forma de llevar a cabo las obras de caridad cristianas, puesto que no es lo mismo acercarse al que sufre, consciente que dicho acercamiento se hace a nombre de Cristo, que quien se acerca con otras finalidades. Este punto de partida genera una forma de servir al prójimo, porque se sabe mandado, no actúa por cuenta propia ni para cumplir un proyecto personal, que sería simplemente filantropía, o un proyecto social, lo cual caería en el ámbito político. Actúa por cuenta de Cristo para llevar a cabo el proyecto del cristianismo que es el mandato de la caridad.


El sufrimiento y el ejercicio de la caridad en nuestros días.
Del análisis hecho en precedencia no nos queda la menor duda que el sufrimiento humano es el detonante que hace estallar la obra de la caridad. Siendo el sufrimiento la ausencia de Dios, quien ejerce una obra de caridad hace presente a Dios. El bien es parte de Dios y quien ejerce la caridad no sólo lo hace a nombre de Dios, sino que hace presente a Dios en la persona que sufre.

Muchas son las formas del sufrimiento con las que nos podemos encontrar en nuestros días. Tales serían los retos a los que la vida consagrada se enfrenta y que, de acuerdo con el carisma de cada congregación o instituto religioso, puede coadyuvar a paliarlos. Para algunas congregaciones será el plantearse dichas necesidades apremiantes a la luz del propio carisma, de forma que vistas con el prisma del propio carisma, se encuentren soluciones iluminadas con la riqueza espiritual y humana.
También convendrá, y ese es precisamente ahora nuestro interés en los siguientes renglones, analizar los sufrimientos actuales del hombre, sus carencias más significativas, en forma tal de generar los medios más adecuados para llegar a la solución de dichos sufrimientos.

Tomaremos el ejemplo de Europa, en donde el sufrimiento del hombre está muy lejos de ser un sufrimiento material. Podríamos traer a colación las palabras de san Pablo si queremos dar una definición o una aproximación al tipo de sufrimiento que están experimentando los europeos: “¡Ya estáis hartos! ¡Ya sois ricos! ¡Os habéis hecho reyes sin nosotros!” (1Cor, 8). Muchos son los análisis que se han hecho del pueblo europeo para definir el sufrimiento por el que atraviesa. Pienso por ejemplo en el que ha hecho el escritor de espiritualidad P. Marko Ivan Rupnik, y que identifica el sufrimiento de los europeos como “la soledad de los individuos, una afectividad herida necesitada de consolación, una racionalidad débil y vulnerable, expuesta a manipulaciones como nunca antes había sucedido.” 3No podemos tampoco dejar a untado el análisis de Juan Pablo II en la exhortación apostólica postsiondal Ecclesia in Europa en donde en los números 7 a 10 diagnostica la enfermedad de Europa como una falta de esperanza.

Podemos por tanto, sin temor a equivocarnos, definir el sufrimiento de Europa como la falta de esperanza. Un sufrimiento moral, antes que nada. No es difícil detectar este sufrimiento. La falta de esperanza se cubre de una gama diversa de apariencias, pero su raíz es una sola: “el desgaste que la historia, antigua y reciente, ha producido en las fibras más profundas de sus pueblos, engendrando a menudo desilusión. ” 4 Este es por tanto el sufrimiento al que se debe enfrentar la vida consagrada y, si quiere poner en práctica las indicaciones de Benedicto XVI, debe tenerlo como un sufrimiento que debe aliviar. Hacer presente por tanto a Cristo en tantos europeos que padecen esta enfermedad de la desesperanza y ver en ellos el rostro del Cristo que sufre.

¿Cuáles medios podemos utilizar para paliar este sufrimiento y así ejercer la caridad cristiana? Para dar una respuesta a este interrogante debemos unir dos conceptos: el de la vida consagrada y el de la evangelización de la cultura. La vida consagrada deber ser fiel a sí misma y debe buscar en su identidad las formas para aliviar el sufrimiento.

Ya Juan Pablo II mencionaba la forma para vencer la desesperanza: “¡Iglesia en Europa, te espera la tarea de la « nueva evangelización »! Recobra el entusiasmo del anuncio. Siente, como dirigida a ti, en este comienzo del tercer milenio, la súplica que ya resonó en los albores del primer milenio, cuando, en una visión, un macedonio se le apareció a Pablo suplicándole: « Pasa por Macedonia y ayúdanos » (Hch 16, 9). Aunque no se exprese o incluso se reprima, ésta es la invocación más profunda y verdadera que surge del corazón de los europeos de hoy, sedientos de una esperanza que no defrauda. A ti se te ha dado esta esperanza como don para que tú la ofrezcas con gozo en todos los tiempos y latitudes. Por tanto, que el anuncio de Jesús, que es el Evangelio de la esperanza, sea tu honra y tu razón de ser.5

La nueva evangelización, a través del anuncio de Jesús, es una de las formas para dar nueva esperanza a los europeos. Esta nueva evangelización forma parte del reto lanzado por el mismo Juan Pablo II para la vida consagrada: “Los consagrados han de sentirse interpelados ante esta urgencia. Están llamados también a individuar, en el anuncio de la Palabra de Dios, los métodos más apropiados a las exigencias de los diversos grupos humanos y de los múltiples ámbitos profesionales, a fin de que la luz de Cristo alcance a todos los sectores de la existencia humana, y el fermento de la salvación transforme desde dentro la vida social, favoreciendo una cultura impregnada de los valores evangélicos. En los umbrales del tercer milenio cristiano, la vida consagrada podrá también con este cometido renovar su respuesta a los deseos de Dios, que viene al encuentro de todos aquellos que, consciente o inconscientemente, caminan como a tientas en busca de la Verdad y de la Vida. ”6

Es necesario que la vida consagrada busque los métodos más apropiados para donar nuevamente la esperanza a Europa. Aquí podemos traer a colación lo dicho también por Juan Pablo II en la carta apostólica Novo Millennio Ineunte sobre la fantasía de la caridad: “Es la hora de un nueva « imaginación de la caridad », que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno. ”7 La vida consagrada, apoyada e iluminada en el carisma de cada congregación, debe buscar medios para hacer frente a este sufrimiento y no dejar que miles de europeos sigan vagando sin rumbo fijo, aparentemente saciados de bienes materiales pero internamente tristes por falta de rumbo en la vida.

Nos enfrentamos a un tiempo en el que paree que la misma vida consagrada se ha contagiado de esta falta de esperanza. Parece ser que en un momento en el que se necesitaría la misma audacia, iniciativa y santidad de los Fundadores , 8sólo vemos desolación, rutina y aburguesamiento espiritual . Es necesario que la vida consagrada sea hoy para Europa lo que fue en la Edad Media: la edificadora de una nueva civilización . 10

La vida consagrada se enfrenta a una disyuntiva sutil: evangelizar a un pueblo que no quiere ser evangelizado pero que siente la necesidad de ser evangelizado. Si la vida consagrada quiere vivir la inmediatez de la caridad debe analizar la tarea que tiene pendiente. La misión no es la de una primera evangelización, sino de de re-evangelizar a un pueblo que habiendo recibido el anuncio 10se ha olvidado de él o lo ha dejado del lado en la vida diaria. Los medios serán los más adecuados para llegar a cada hombre y mujer europeo, niño, adolescente, joven adulto o anciano. Quien sufre internamente deberá ser ayudado a vencer el sufrimiento en forma individual. Frente al exasperado individualismo que vive Europa, un medio de anunciar el mensaje de Jesús en forma individual y al mismo tiempo consolar el sufrimiento de quien no tiene esperanza es la dirección espiritual.

Comenzará quizás con una labor paciente de escucha, de estar cercano en los momentos más fuertes de dolor y sufrimiento. La paciencia se hará necesaria, pero sólo de esta manera se irá logrando la confianza del hombre y la mujer desesperanzados.

Muchas son las formas de llevar a cabo la dirección espiritual. Cada consagrado, cada Instituto y Congregación religiosa deberá estudiar aquellas modalidades que mejor respondan a su carisma propio en fidelidad con las directrices que la Iglesia ha dado para este medio de vida espiritual. No debemos sustituirla ni con una consulta psicopedagógica ,12 ni simplemente con una charlar sin fondo. Hay que tomar la dirección espiritual como un servicio de caridad que busca confortar el sufrimiento de la desesperanza. Como medio de caridad es también una forma de evangelización, pues todo medio que sirve para promover al hombre es evangelización.

Podemos hacer pasar a la dirección espiritual por el análisis de las características del ejercicio de la caridad y nos daremos cuenta que pasa dicho análisis airosamente. La dirección espiritual no es una labor asistencial, que se reduce a dar consuelo a quien sufre. La verdadera dirección espiritual no se reduce al ámbito de la psicología o de la pedagogía, si bien puede avalarse de algunos de los medios o técnicas propuestas por estas ciencias, en concordancia con el Magisterio de la Iglesia. Y esto es así porque busca no sólo el desarrollo integral psico-afectivo de la persona, sino, sobretodo su desarrollo espiritual. Busca hacer crecer a Cristo en cada una de las personas.

La dirección espiritual reconoce en la persona dirigida al Cristo sufriente y en este caso, un nuevo sufrimiento. Un sufrimiento que no es aparente, que no es el sufrimiento del que padece alguna necesidad material, sino un sufrimiento que no se ve aparentemente, pero que se siente en el vació de ideales, en la falta de metas, en el vegetar por la vida, agarrado y atrapado del alcohol, la droga y los sucedáneos de la esperanza cristiana.

Es también la dirección espiritual un medio para vivir en esta vida la felicidad, sin componendas con partidos políticos o programas asistenciales. Por su carácter de inmediatez incide fuertemente en cada persona, ayudándola a transformarse hic et nunc.

Por último, la dirección espiritual no busca otra recompensa más que el crecimiento integral de la persona. Lo hace con un estilo propio, que viene definido por una sana metodo9logia apegada al Magisterio de la Iglesia.


NOTAS:

“La búsqueda de la belleza divina mueve a las personas consagradas a velar por la imagen divina deformada en los rostros de tantos hermanos y hermanas, rostros desfigurados por el hambre, rostros desilusionados por promesas políticas; rostros humillados de quien ve despreciada su propia cultura; rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; rostros angustiados de menores; rostros de mujeres ofendidas y humilladas; rostros cansados de emigrantes que no encuentran digna acogida; rostros de ancianos sin las mínimas condiciones para una vida digna.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n.75.

2 “Juan Pablo II en los números 96 a 99 trazas algunas de estas necesidades más apremiantes.

3“ Marko Ivan Rupnik, Un mondo bisognoso di guide spirituali per una maturità della fede, en Mistagogia e accompagnamento spirituale, Edizioni ICD, Roma, 2003, p. 17.

4 “Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n.7.

5“ Ibidem, n.45.

6 “Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n.98.

7 “Juan Pablo II. Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, 6.1.2001, n.50.

8 “Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n.37.

9 “Benedicto XVI, Discurso, 22.5.2006.

10 “ “Este papel no puede faltar hoy, en un momento en el que urge una « nueva evangelización » del Continente, y en el que la creación de estructuras y vínculos más complejos lo sitúan ante un cambio delicado. Europa necesita siempre la santidad, la profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las personas consagradas.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n.37.

11 “ “Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu.” Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris missio, 7.12.1990, n.30.

12“ “También la dirección espiritual en sentido estricto merece recobrar su propia función en el desarrollo espiritual y contemplativo de las personas. De hecho, nunca podrá ser sustituida por inventos psíquico-pedagógicos. Por eso aquella dirección de conciencia, para la cual Perfectae caritatis14 reclama la debida libertad, habrá de ser facilitada por la disponibilidad de personas competentes y calificadas. Tal disponibilidad será ofrecida ante todo por los sacerdotes, pues ellos, por su misión pastoral específica, promoverán su estima y participación fructuosa. Pero también los otros superiores y formadores, consagrándose al cuidado de cada una de las personas que les han sido confiadas, contribuirán, si bien de otra manera, a guiarlas en el discernimiento y la fidelidad a su vocación y misión.” Plenaria SCRIS, La dimensión contemplativa e la vida religiosa, marzo 1980, n.11.






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