Naturaleza de la dirección espiritual
Por: Guadalupe Magaña | Fuente: Escuela de la fe
En sentido amplio, la dirección espiritual se inserta en el ámbito de la educación; concretamente en el área que busca el perfeccionamiento ético y religioso de la persona mediante la labor de orientación.
En sentido estricto, la dirección espiritual se concibe como una relación estable entre una persona experimentada en la vida espiritual (orientador espiritual, orientador moral, maestro del espíritu, consejero, etc.) y otra que busca doctrina, consejo y aliento para progresar en su camino de vida espiritual, humana y apostólica. Para llegar a este fin, quien busca consejo manifiesta sinceramente sus disposiciones interiores (conciencia) y sigue dócilmente las indicaciones recibidas del orientador espiritual.
“Ese camino debe recorrerlo el alma – indudablemente -, pero incumbe al orientador trazarle la ruta que deberá seguir en cada momento de su vida espiritual. No se trata de empujar, sino de conducir suavemente, respetando la libertad de las almas”. (Royo Marín, Teología de la Perfección Cristiana, B.A.C. 6ª ed, Madrid, 1988. n. 671, p. 808).
Esto nos lleva de paso a una cuestión que hoy día se plantea en el campo de la dirección espiritual. Esta es, se dice, una relación interpersonal que se inserta en las estructuras de la comunicación humana, cuyo presupuesto fundamental es el respeto de la libertad de la persona. Por lo mismo, la dirección espiritual habría de ser no-directiva, es decir, no tendría que imponer una guía, consejo o solución determinada para respetar dicha libertad.
Consecuentemente, muchos autores preferirían no hablar de relación director-dirigido, sino de relación consultor - consultante, como la que se desarrolla en el ámbito del "counseling", de la asistencia social y aun de la psicología, es decir, una relación benévola, neutra y no impositiva. ¿Qué hemos de responder? Ante todo hay que disipar un equívoco de fondo: una cosa es suplantar a quien ha de tomar una decisión, imponiendo una dirección determinada y presionando para que la siga, y otra el inhibirse por completo de toda ayuda que se nos pide en la búsqueda y seguimiento del plan de Dios en la vida.
Comprendamos lo que entendemos aquí por «dirección espiritual». El nombre de esta práctica, tal como se ha recogido en la tradición de la Iglesia, no debe llevarnos a una inteligencia errónea de su sentido genuino. Podríamos hablar en su lugar de «diálogo espiritual», «encuentro personal de formación», «orientación espiritual», etc. El nombre es secundario. Lo importante será entender bien que se trata de una colaboración que un miembro preparado dispensa a otro para ayudarle a caminar en su propia vocación. El orientador espiritual, ciertamente, no está ahí para «dirigir» al otro como se dirige una carreta, sino para ayudarle a «encontrar la dirección», y motivarle a seguirla libremente.
No se trata de imponerle la dirección que él como persona experimentada y prudente, cree más conveniente, sino de ayudarle a descubrir lo que Dios quiere en cada momento.
En realidad, el orientador espiritual, como todo formador, colabora con el dirigido en la medida en que colabora también con el Espíritu Santo. Nos ayudará el recordarlo antes de dar o recibir la dirección espiritual, o bien durante la misma y al concluirla, pidiendo luz al Espíritu Santificador, protagonista principal e insustituible en la dirección espiritual.
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