¿Quién es una orientadora espiritual y como debe ser?
Por: Guadalupe Magaña | Fuente: Escuela de la fe
Si toda actividad de Dios brota de su amor, nuestra misión como orientadoras representa ante todo una alabanza y servicio a Dios hecho con amor y motivado por el amor. Amamos a Dios Padre sobre todas las cosas, por eso deseamos ver su voluntad cumplida así en la tierra como en el cielo; amamos a las almas, por eso buscamos que escuchen su voz y la sigan. No queremos que ningún alma se pierda; que a ninguna le falte, por desidia nuestra, el conocimiento y amor de Cristo. Amamos a los jóvenes y queremos lo mejor para ellos: la felicidad hallada en el cumplimiento amoroso de la voluntad del Padre, en la amistad y compañía de Jesucristo, y en el amor y donación a los hombres sus hermanos. Amamos a los hombres y mujeres puestos por Dios nuestro Señor a nuestro lado a fin de llevarlos a la realización plena de su vocación cristiana. Amamos nuestra Iglesia católica, apostólica, romana, por eso nos hacemos socios del Espíritu Santo que la vivifica y enriquece el carisma de la Congregación.
1. Quién es una orientadora espiritual
Se entiende por orientadora espiritual, la persona llamada a conducir a otra alma hacia la santidad, cooperando con la gracia del Espíritu Santo y sirviéndose de los medios recomendados por la Iglesia. Es aquella persona llamada a ser, por una temporada breve o por largo tiempo, instrumento especial en el crecimiento espiritual de un alma. Participa en la obra creadora y vivificante de Dios despertando y estimulando en los otros la vida del Espíritu. También a través de la orientadora espiritual, Dios Padre permite a las dirigidas experimentar algo de la ternura, la comprensión, la compasión y el amor que Él les tiene. Así pues, él constituye un instrumento puesto por la Providencia amorosa de Dios en el camino de un alma, para ayudarla a descubrir su plan eterno.
¿Quién puede desempeñar esta función? De acuerdo a los documentos del Concilio Vaticano II (Cf. Concilio Vaticano II, Decreto sobre el apostolado de los seglares, Librería Parroquial, México) todos los cristianos tienen el derecho y el deber de cooperar en el apostolado de la Iglesia, en todo aquello que no exija el orden sagrado. Por tanto, cualquier fiel podría ejercer la dirección espiritual si tiene las cualidades necesarias, la preparación debida y el carisma.
A pesar de ello, en muchos sectores se ve con un poco de sospecha el que personas, que no sean sacerdotes, impartan la dirección espiritual. El argumento más común para esta oposición radica en la falta de preparación que en general tienen los seglares. No se puede negar este punto, y por ello hemos de esforzarnos en la preparación personal para esta delicada misión con cursos, seminarios, lecturas, etc.
En consecuencia, y dada la trascendencia de esta responsabilidad, conviene seleccionar muy bien a las hermanas que van a colaborar en esta misión. Se debe escoger a mujeres de honda espiritualidad, prudentes, humildes, equilibradas, serenas, integradas con todo lo que es la Congregación, llenas de celo apostólico y dotadas del don de consejo.
Ser orientadora espiritual no se concibe tan sólo como una capacitación o una franquicia que se recibe, se trata de una elección; una elección por parte de Dios nuestro Señor a través de las personas que en la Iglesia, y en la Congregación, tienen autoridad para ello. La orientadora espiritual lo es por querer de Dios. Dios, en su infinita sabiduría, ha designado a unas personas concretas para ayudar a otras en su camino espiritual. No todo miembro puede realizar tal servicio. Es un carisma que Dios otorga a quien Él quiere. Un carisma bello y comprometedor. La orientadora espiritual funge como un artista del espíritu. Trabaja para ayudarle al Espíritu Santo a modelar en una religiosa la imagen misma de Cristo.
La orientadora de religiosas, como parte esencial de su carisma, debe ser una persona plenamente adherida al Evangelio; abierta a las inspiraciones del Espíritu Santo, y cordialmente fiel al Magisterio de la Iglesia. Una persona apasionada por la salvación de las almas. Esta fisonomía excluye una actitud neutra y sin compromiso.
2.-¿Cómo debe ser?
Una orientadora espiritual escribió la siguiente plegaria, reflejando en ella los sentimientos profundos de alguien plenamente consciente de su misión:
“Me has escogido, Señor, tan sólo por tu bondad
para ayudar a las almas a alcanzar la santidad.
Sé, que no voy a ser yo la que logre tal portento
será el Espíritu Santo, del que soy, sólo instrumento.
Pones en mis manos toscas, algo de mucho valor
las almas de mis hermanos, que objeto son de tu amor.
Debo ser un jardinero, que siembra, poda y cultiva
para mantener en ellas Tu presencia siempre viva.
Cada alma es como una flor, que su corola va abriendo
yo tengo que conseguir que continúe floreciendo.
Tratar de sembrar virtudes, quitar defectos y vicios
y ofrecer a cada una, oración y sacrificios.
Señalarles el camino con valor y suavidad
sirviéndome para ello, del arma de la verdad.
Ser como Tú, Buen Pastor, que conoce a sus ovejas
y con paciencia infinita, escucha de todas... sus quejas.
Decirles con sencillez los adelantos que he visto,
pedirles que en todas partes sean el perfume de Cristo.
Esta misión tan sagrada que me has confiado, Señor
sólo la podré cumplirla llenándome de tu amor.
Viviendo unida a Ti siempre, alimentándome a diario
de Tu Cuerpo y de Tu Sangre a los pies de Tu Sagrario.
Que seas Tú, Virgen María, como dulce y buena Madre
quien me ayude a descubrirles esa voluntad del Padre.
Señor, que con humildad, sepa yo ser puente
por el que las almas pasen camino a la eternidad”.
Mendizábal presenta en unas páginas de uno de sus libros, una serie de cualidades de gran valor para una orientadora espiritual:
• Preparación doctrinal sólida y actualizada.
• Conocimientos y cualidades psicológicas.
• Cultura suficiente y actualizada, no para mostrarla pedantemente, sino para saber llevar la conversación ágilmente, de manera que dé criterios justos en campos diversos tocados en la entrevista.
• Capacidad de inspirar animando.
• Sentido realista y equilibrado de las cosas.
• Fuerza personal suficiente para no dejarse conducir y manejar por aquellos mismos a quienes trata de ayudar.
• Profundo espíritu de fe, con convicciones serenamente radicadas.
• Madurez afectiva, que le haga ocupar su puesto lealmente.
• Luz para conocer el espíritu y penetrarlo hasta el fondo con una mirada y para dirigirlo hacia el bien.
• Capacidad de comunicarse.
• Entendiendo mucho, hable poco; enseñando más con ejemplos que con palabras.
• Don de ganarse la confianza, favoreciendo la apertura del corazón.
• Sentido de acomodación a las disposiciones reales y actuales del dirigido, consciente de su función subsidiaria, complementaria.
• Tacto en sus intervenciones y en la medida de sus consejos, sin empeñarse en instruir a quien está instruido, ni en inspirar a quien está inspirado.
• No ser cerebral ni tenaz en su propio juicio, antes bien, inclinado a seguir el juicio de otros; sobre todo, mayores y experimentados.
• Integración de cuanto enseña la psicología reciente sobre el arte del diálogo y del consejo, teniendo presente que se trata de integrar, no de sustituir, y que ha de asimilar el arte de conversar, no el contenido de la conversación.
• Suma reserva sobre las confidencias que reciba, de manera que el interesado pueda estar cierto que nada de cuanto él haya comunicado saldrá del secreto del corazón del orientador”. (Luis Ma. Mendizábal, Dirección Espiritual, BAC, Madrid, 1994, pág. 72-73).
San Francisco de Sales comenta las tres virtudes principales que ha de poseer todo orientador: “Ha de estar lleno de caridad, de ciencia y de prudencia: si carece de cualquiera de éstas, habrá peligro en la dirección”. (Sn Francisco de Sales, Introducción a la Vida Devota, P.I, c. IV., citado por Ad. Tanquerey),
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