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Origen e historia del Portal de Belén
Origen e historia del Portal de Belén
Según los expertos, las primeras expresiones gráficas de nacimientos se hallan en las catacumbas romanas de Priscila en el siglo II
Por: Pedro PC | Fuente: www.teinteresasaber.com
Por: Pedro PC | Fuente: www.teinteresasaber.com
La costumbre del Belén es muy antigua y proviene de la veneración a las reliquias del pesebre de Jesús, traídas a Roma desde Belén, si bien las características de algunos personajes como los pastores, los magos o Herodes provienen de las representaciones teatrales navideñas. A esto se añade la presencia de los signos que señalan el cumplimiento de las profecías sobre el nacimiento del Mesías o Salvador de los judíos ("el buey", "la mula", la estrella, etc.) , y las indicaciones derivadas de algunas visiones místicas.
Según los expertos, las primeras expresiones gráficas de nacimientos se hallan en las catacumbas romanas de Priscila en el siglo II. Hay una en la que se hace referencia al nacimiento de Jesús de forma directa, y muestra pintada una escena de la Virgen María sosteniendo en brazos al niño Jesús. Incluso en otras catacumbas, de los siglos III y IV, se pueden observar escenas de la Epifanía, con los Reyes Magos.
La tradición popular actual del belén, pesebre o nacimiento es mucho más reciente. Parece que fue San Francisco de Asís quien realizó la primera representación en Greccio. Después, Santa Clara la difundió por los conventos franciscanos de Italia y posteriormente la propia difusión de la orden contribuyó a la extensión del pesebre representado por seres vivos o figuras.
Desde el siglo XIII hasta el XVI, las representaciones del Misterio quedan prácticamente limitadas por los muros de los conventos, primando en ellas su contenido religioso sobre la belleza artística de la obra.
Los siglos XVI y XVII aportan unos antecedentes dignos de tener en cuenta y que abonarán el terreno para su explosivo florecimiento en el siglo XVIII, a partir del cual la costumbre arraiga profundamente, ayudando la mejora en el estilo de vida a que las gentes tengan tiempo y ánimos para disfrutar del arte, una vez que han visto cubiertas sus necesidades más primordiales. Con figuras labradas hacia 1480, el llamado "Belén de Jesús" de Palma de Mallorca documentado en el siglo XVI, es el más antiguo de España, por lo que también pudiera ser el más antiguo en uso de la Cristiandad. Sus autores son los Alamanno, familia que realizó varios de los primeros belenes en Nápoles, perteneciente por entonces a la Corona de Aragón.
Así pues, durante el XVI y XVII podemos distinguir dos escuelas perfectamente diferenciadas: castellana y andaluza, aunque es a partir del XVII cuando la figura exenta cobra importancia, ya que durante el siglo anterior el tema se trata, casi exclusivamente, en retablos. Como retablistas podemos mencionar a Alonso Berruguete y Diego de Siloé, en la castellana; siendo Juan Martínez Montañés quien mejor representa la andaluza. En cuanto a figuras exentas, tenemos a Fray Eugenio Gutiérrez de Torices, en la zona centro; destacando José Risueño, Pedro Duque Cornejo y Luisa Roldán "La Roldana", en Andalucía.
Las figuras del fraile mercedario Eugenio Gutiérrez de Torices, tienen la peculiaridad de la materia empleada en su confección: la cera. Les confiere ésta una finura y transparencia que las hace exquisitas y, a pesar de ser figuras de vestir, como las napolitanas, no admiten comparación, ya que los colores de de sus vestidos cortesanos, confeccionados en tela y papel, también son pálidos, como desvaídos, en contraposición con las de Nápoles que son modelos tomados del pueblo, con sanos colores en las mejillas y abigarrada espectacularidad en el vestir. En el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid podemos admirar algunas de ellas, dispuestas en pequeños escenarios independientes (dentro de un mueblo relicario), representando seis escenas de la vida de María: Desposorios, Anunciación, Visitación, Adoración de los Pastores, Adoración de los Magos y Huida a Egipto.
Con respecto a los maestros andaluces de la época mencionaremos las preciosas figuras de barro representando al Niño Jesús en brazos de María o de San José, del granadino José Risueño; las de Pedro Duque Cornejo, de gran tamaño, algunas de las cuales se conservan en el Museo Nacional de Artes Decorativas; y, por último, las de Luisa Roldán "La Roldana", cuya obra se encuentra repartida por distintos museos, como el de Artes Decorativas de Madrid, Museo Arqueológico de Bilbao, e Hispanic Society of America, de Nueva York.
El Belén en España alcanza su auge y esplendor durante el siglo XVIII con la subida al trono español de Carlos III, las figuras procedente de Nápoles marcarán la pauta a seguir por los artistas españoles.
Decide el Rey continuar en España la costumbre, adquirida en Italia, de instalar durante la Navidad un belén en Palacio. Para ello, encarga al escultor valenciano José Esteve Bonet la confección de unas figuras que completen las que trae de Nápoles y que deberán ser de su misma hechura para no desdecir del conjunto; empezándose así el llamado "Belén del Príncipe", obra que continuaría más tarde el también valenciano José Ginés.
Los nobles de la Corte imitan rápidamente al Rey, y la moda se extiende, primero entre la aristocracia y, más tarde, entre la burguesía y el pueblo llano, que la hacen suya cuando artesanos más modestos la ponen a su alcance económico, perdiendo con ello las figuras calidad artística pero ganando popularidad.
En este siglo XVIII, aparte de los mencionados José Esteve Bonet y José Ginés, debemos destacar al catalán Ramón Andreu que, hijo de alfarero, aprende desde niño a trabajar el barro, prestándole a las figuras ese realismo tan propio de su región, situando junto a unos Magos cargados de lujo y majestad, unos paupérrimos pastores de remendadas ropas; creando escuela por su técnica y buen hacer.
Es obvio añadir que la representación por excelencia del arte belenístico en España, durante el siglo XVIII, la ostenta Francisco Salzillo, A lo largo del siglo XIX, la abundancia de excelente material, procedente del XVIII, hace que la producción artística se paralice algo, quedando prácticamente en manos de pequeños artesanos el privilegio de mantener un ritmo mínimo de fabricación, teniendo que llegar la segunda mitad del siglo XX para que, nuevamente, resurja con fuerza este arte, compitiendo escultores de gran talla en mejorar su obra belenística.
El belén tradicional se parece muy poco al actual, pues es simbólico en vez de realista, tiene las figuras a distintas escalas, según su importancia, y dos planos, el celeste y el terrestre. Se acompañaba por aparatos diversos de iluminación, velas y candiles, y podía contener elementos que hoy resultan extraños como conchas y caracoles, animales salvajes, ermitaños, Adán y Eva, símbolos de la pasión, la cuna- catafalco, etc., todo ello de acuerdo con las ideas que se querían trasmitir, ideas que indicaban el comienzo de una nueva era, la de la Redención, y que Jesús Niño había nacido para morir por todos. Por ello, el belén recibía ofrendas y era el eje de una intensa vida espiritual, de canciones, danzas y representaciones.
En Andalucía aún pueden verse hermosas imágenes que sirvieron a los grandes belenes del barroco, cuya complejidad era enorme y se manifiesta en belenes fijos como el del coro alto del monasterio de Santa Paula, en Sevilla, similar a otros españoles, portugueses y de la América hispana.
Posteriormente, el mundo simbólico del belén tradicional fue olvidado, sustituyéndose por el belén costumbrista o pintoresco, cuya más conocida manifestación es el Napolitano de figuras de maniquí, propias del siglo XVIII, con algunos ejemplos traídos por los Borbones españoles, que no alcanzaron el favor popular. El propio "Belén del Príncipe" se realizó a medias entre escultores italianos y españoles, quienes preferían esculpir figuras completas.
En el siglo XIX se puso de moda el orientalismo, gracias a los viajeros románticos por Oriente Medio y Egipto, decantándose después por representaciones realistas, pero más árabes y beduinas que propias de la Judea del siglo I bajo la ocupación romana.
El tamaño de las figuras de un belén depende del gusto de quien lo realiza, llegando incluso a ser de tamaño natural, si bien lo más general es que sean pequeñitas para poder montarlo en una sala o habitación del hogar. Este elemento invoca la fe de la familia y respondía a la originalidad de los encargados en montarlo.
Se hace uso de musgos para recrear los montes, utilizando trapos o cajas de cartón para dotar al belén de una orografía accidentada, papel de plata para simular riachuelos, y hojas y flores para hacer todo ello más natural. En ocasiones se recubre con harinas a modo de nieve. Las figuras principales se disponen en el portal, con el pesebre y completando todos los demás personajes, a excepción de la imagen del recién nacido que se reserva hasta la noche del 24 al 25 de diciembre y la de los Reyes Magos que se sitúan en escena en posición de viaje según el paso de los días navideños, hasta llegar el día de Reyes en que se simula su llegada al portal en posición de ofrenda y adoración al Niño Dios.
Hoy se ha extendido la elaboración de escenas fijas en cajones (los llamados dioramas), así como el belén de embocadura, mientras que en las casas pueden aún encontrarse belenes realizados con papel, corcho, vegetación del lugar y otras técnicas tradicionales.
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Según los expertos, las primeras expresiones gráficas de nacimientos se hallan en las catacumbas romanas de Priscila en el siglo II. Hay una en la que se hace referencia al nacimiento de Jesús de forma directa, y muestra pintada una escena de la Virgen María sosteniendo en brazos al niño Jesús. Incluso en otras catacumbas, de los siglos III y IV, se pueden observar escenas de la Epifanía, con los Reyes Magos.
La tradición popular actual del belén, pesebre o nacimiento es mucho más reciente. Parece que fue San Francisco de Asís quien realizó la primera representación en Greccio. Después, Santa Clara la difundió por los conventos franciscanos de Italia y posteriormente la propia difusión de la orden contribuyó a la extensión del pesebre representado por seres vivos o figuras.
Desde el siglo XIII hasta el XVI, las representaciones del Misterio quedan prácticamente limitadas por los muros de los conventos, primando en ellas su contenido religioso sobre la belleza artística de la obra.
Los siglos XVI y XVII aportan unos antecedentes dignos de tener en cuenta y que abonarán el terreno para su explosivo florecimiento en el siglo XVIII, a partir del cual la costumbre arraiga profundamente, ayudando la mejora en el estilo de vida a que las gentes tengan tiempo y ánimos para disfrutar del arte, una vez que han visto cubiertas sus necesidades más primordiales. Con figuras labradas hacia 1480, el llamado "Belén de Jesús" de Palma de Mallorca documentado en el siglo XVI, es el más antiguo de España, por lo que también pudiera ser el más antiguo en uso de la Cristiandad. Sus autores son los Alamanno, familia que realizó varios de los primeros belenes en Nápoles, perteneciente por entonces a la Corona de Aragón.
Así pues, durante el XVI y XVII podemos distinguir dos escuelas perfectamente diferenciadas: castellana y andaluza, aunque es a partir del XVII cuando la figura exenta cobra importancia, ya que durante el siglo anterior el tema se trata, casi exclusivamente, en retablos. Como retablistas podemos mencionar a Alonso Berruguete y Diego de Siloé, en la castellana; siendo Juan Martínez Montañés quien mejor representa la andaluza. En cuanto a figuras exentas, tenemos a Fray Eugenio Gutiérrez de Torices, en la zona centro; destacando José Risueño, Pedro Duque Cornejo y Luisa Roldán "La Roldana", en Andalucía.
Las figuras del fraile mercedario Eugenio Gutiérrez de Torices, tienen la peculiaridad de la materia empleada en su confección: la cera. Les confiere ésta una finura y transparencia que las hace exquisitas y, a pesar de ser figuras de vestir, como las napolitanas, no admiten comparación, ya que los colores de de sus vestidos cortesanos, confeccionados en tela y papel, también son pálidos, como desvaídos, en contraposición con las de Nápoles que son modelos tomados del pueblo, con sanos colores en las mejillas y abigarrada espectacularidad en el vestir. En el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid podemos admirar algunas de ellas, dispuestas en pequeños escenarios independientes (dentro de un mueblo relicario), representando seis escenas de la vida de María: Desposorios, Anunciación, Visitación, Adoración de los Pastores, Adoración de los Magos y Huida a Egipto.
Con respecto a los maestros andaluces de la época mencionaremos las preciosas figuras de barro representando al Niño Jesús en brazos de María o de San José, del granadino José Risueño; las de Pedro Duque Cornejo, de gran tamaño, algunas de las cuales se conservan en el Museo Nacional de Artes Decorativas; y, por último, las de Luisa Roldán "La Roldana", cuya obra se encuentra repartida por distintos museos, como el de Artes Decorativas de Madrid, Museo Arqueológico de Bilbao, e Hispanic Society of America, de Nueva York.
El Belén en España alcanza su auge y esplendor durante el siglo XVIII con la subida al trono español de Carlos III, las figuras procedente de Nápoles marcarán la pauta a seguir por los artistas españoles.
Decide el Rey continuar en España la costumbre, adquirida en Italia, de instalar durante la Navidad un belén en Palacio. Para ello, encarga al escultor valenciano José Esteve Bonet la confección de unas figuras que completen las que trae de Nápoles y que deberán ser de su misma hechura para no desdecir del conjunto; empezándose así el llamado "Belén del Príncipe", obra que continuaría más tarde el también valenciano José Ginés.
Los nobles de la Corte imitan rápidamente al Rey, y la moda se extiende, primero entre la aristocracia y, más tarde, entre la burguesía y el pueblo llano, que la hacen suya cuando artesanos más modestos la ponen a su alcance económico, perdiendo con ello las figuras calidad artística pero ganando popularidad.
En este siglo XVIII, aparte de los mencionados José Esteve Bonet y José Ginés, debemos destacar al catalán Ramón Andreu que, hijo de alfarero, aprende desde niño a trabajar el barro, prestándole a las figuras ese realismo tan propio de su región, situando junto a unos Magos cargados de lujo y majestad, unos paupérrimos pastores de remendadas ropas; creando escuela por su técnica y buen hacer.
Es obvio añadir que la representación por excelencia del arte belenístico en España, durante el siglo XVIII, la ostenta Francisco Salzillo, A lo largo del siglo XIX, la abundancia de excelente material, procedente del XVIII, hace que la producción artística se paralice algo, quedando prácticamente en manos de pequeños artesanos el privilegio de mantener un ritmo mínimo de fabricación, teniendo que llegar la segunda mitad del siglo XX para que, nuevamente, resurja con fuerza este arte, compitiendo escultores de gran talla en mejorar su obra belenística.
El belén tradicional se parece muy poco al actual, pues es simbólico en vez de realista, tiene las figuras a distintas escalas, según su importancia, y dos planos, el celeste y el terrestre. Se acompañaba por aparatos diversos de iluminación, velas y candiles, y podía contener elementos que hoy resultan extraños como conchas y caracoles, animales salvajes, ermitaños, Adán y Eva, símbolos de la pasión, la cuna- catafalco, etc., todo ello de acuerdo con las ideas que se querían trasmitir, ideas que indicaban el comienzo de una nueva era, la de la Redención, y que Jesús Niño había nacido para morir por todos. Por ello, el belén recibía ofrendas y era el eje de una intensa vida espiritual, de canciones, danzas y representaciones.
En Andalucía aún pueden verse hermosas imágenes que sirvieron a los grandes belenes del barroco, cuya complejidad era enorme y se manifiesta en belenes fijos como el del coro alto del monasterio de Santa Paula, en Sevilla, similar a otros españoles, portugueses y de la América hispana.
Posteriormente, el mundo simbólico del belén tradicional fue olvidado, sustituyéndose por el belén costumbrista o pintoresco, cuya más conocida manifestación es el Napolitano de figuras de maniquí, propias del siglo XVIII, con algunos ejemplos traídos por los Borbones españoles, que no alcanzaron el favor popular. El propio "Belén del Príncipe" se realizó a medias entre escultores italianos y españoles, quienes preferían esculpir figuras completas.
En el siglo XIX se puso de moda el orientalismo, gracias a los viajeros románticos por Oriente Medio y Egipto, decantándose después por representaciones realistas, pero más árabes y beduinas que propias de la Judea del siglo I bajo la ocupación romana.
El tamaño de las figuras de un belén depende del gusto de quien lo realiza, llegando incluso a ser de tamaño natural, si bien lo más general es que sean pequeñitas para poder montarlo en una sala o habitación del hogar. Este elemento invoca la fe de la familia y respondía a la originalidad de los encargados en montarlo.
Se hace uso de musgos para recrear los montes, utilizando trapos o cajas de cartón para dotar al belén de una orografía accidentada, papel de plata para simular riachuelos, y hojas y flores para hacer todo ello más natural. En ocasiones se recubre con harinas a modo de nieve. Las figuras principales se disponen en el portal, con el pesebre y completando todos los demás personajes, a excepción de la imagen del recién nacido que se reserva hasta la noche del 24 al 25 de diciembre y la de los Reyes Magos que se sitúan en escena en posición de viaje según el paso de los días navideños, hasta llegar el día de Reyes en que se simula su llegada al portal en posición de ofrenda y adoración al Niño Dios.
Hoy se ha extendido la elaboración de escenas fijas en cajones (los llamados dioramas), así como el belén de embocadura, mientras que en las casas pueden aún encontrarse belenes realizados con papel, corcho, vegetación del lugar y otras técnicas tradicionales.
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