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Tiempo Ordinario

Mi yugo es suave y mi carga ligera
Mateo 11, 28-30. Tiempo Ordinario. ¿Por qué estamos cansados? ¿Qué nos agobia? Sigue a Cristo, porque Él es la vida.


Por: P. Francisco Javier Arriola, LC | Fuente: Catholic.net



Del Evangelio según san Mateo 11, 28-30
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.

Oración Introductoria
Señor, Dios de Misericordia, vengo a Ti para encontrar el descanso de mi alma. Recíbeme en tu Corazón divino que has abierto para que descansemos en Él. Vengo a presentarte mis deficiencias y errores, pero aun siendo mis miserias las que te traigo, transfórmalas tú en signo de humildad y en un deseo ardiente de ti que nunca se apague.

Petición
Jesús mío, concédeme reconocer mi miseria y mi cansancio, para que recurra sólo a Ti, que eres fuente de Gracia y de perdón. Haz que te busque a Ti y que seas sólo Tú mi quieto Rincón de descanso y consuelo durante mi jornada.

Meditación del Papa Francisco

Estad seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. “Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?”, nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella. Y a su Hijo le dirá, como en Caná: “No tienen vino”.

Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: “Venid a mí cuando estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”. Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: “Basta por hoy, Señor», y rendirse ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos”.(Homilía de S.S. Francisco, 2 de abril de 2015).


Reflexión
El ser humano busca siempre la felicidad, y todos lo experimentamos cada día porque verdaderamente deseamos ser felices. Pero en esta búsqueda nos cansamos fácilmente, sobre todo cuando no vemos ningún resultado satisfactorio y convincente. En este mundo difícilmente encontraremos algo que llene plena y definitivamente nuestras ansias de felicidad, porque el corazón Dios nos lo ha hecho a la medida de Él, y sólo Él lo podrá satisfacer perpetuamente.

Él nos conoce muy bien y sabe lo que llevamos en nuestro interior (cfr 1Jn 3, 20), sabe de sobra nuestras limitaciones y cansancios, nuestras flaquezas y debilidades. Por eso nos ofrece un lugar para descansar y recobrar fuerzas para seguir luchando mientras dure esta vida. Ese lugar, el mejor del mundo es Él mismo, Dios, el Omnipotente y Creador, que se hace refrigerio y alivio para sus creaturas. Muchas veces nos hemos sentido cansados, agobiados, saturados y a punto de explotar, pero ¿cuántas veces hemos ido a descansar en los brazos de Dios? ¿Cuántas veces hemos ido a encontrar refugio, consuelo y fuerzas en el Corazón de Cristo? Pero no sólo espiritualmente, sino también físicamente, porque Él nos ha dado su palabra, y Él nunca ha defraudado a nadie que se haya acercado buscando la paz que nos ha prometido.

Pero al mismo tiempo que nos restaura las fuerzas, nos deja la enseñanza que a veces más nos cuesta recordar: imitarlo a Él que es manso y humilde de corazón. ¿Por qué el Señor nos dice que encontraremos descanso cargando su yugo? Porque Él no piensa ni actúa como nosotros queremos, sino como nosotros necesitamos, porque el yugo suave es el perdón y es nuestro deber de imitar su humildad y su bondad. Si supiéramos que es Él quien lleva nuestras cargas, nuestras penas, nos quejaríamos menos y agradeceríamos más, pues si por nosotros fuera ¿qué merecemos realmente?

¿Por qué estamos cansados? ¿Qué nos agobia? Lo que más nos puede cansar en nuestra vida son nuestras mismas limitaciones, pero lo que nos esclaviza es el pecado. El ser humano lleva siempre su cruz a cuestas, pero nosotros mismos la hacemos más pesada cuando le añadimos el fardo del pecado, nuestro propio pecado. San Agustín dice al respecto que el trabajar por Cristo no es cansarse, sino encontrar reposo, porque el mejor trabajo que alivia al hombre es el del amor, el de la caridad.

San Gregorio Magno una vez escribió que lo que más puede hacer infeliz nuestra vida es el querer someternos a la corruptibilidad de las cosas materiales, de las cosas y seres que perecen y no a Dios. Nos atormenta la necesidad de tener cosas y luego el temor de perderlas. Con el Señor no es así, pues el acudir a Él significa librarnos de yugo de la muerte para tomar el yugo de la vida de Jesús, del ejemplo de humildad y mansedumbre que debe adornar a todo cristiano.

El encontrar descanso en Cristo implica también ayudar a otros a encontrarlo. Cristo no invita a algunos a acercarse a Él, sino que dice “venid todos los que estáis fatigados”, y todos nos encontramos así, por eso hay que invitar a otros a acercarse al Corazón dulcísimo de Jesús, donde encontrarán la paz.

Propósito
Buscaré unos minutos de oración al final del día para poner en manos de Cristo mis trabajos y preocupaciones y para pedirle la paz del corazón y el descanso para mí y para todas las personas que me rodean.

Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por querer darme consuelo. No te basta quererme dar el perdón a mis muchas ofensas, sino que también me ofreces alivio, paz, serenidad, descanso y consuelo. No hay nadie tan afortunado que no necesite estas gracias de Ti, por eso no rechazo tu oferta, sino que la acepto con corazón agradecido. No te canses, Señor, de buscarnos ni de darnos el consuelo que buscamos, porque solos no podríamos ni sobrevivir un instante ante las vicisitudes de esta vida. Concédenos poder llegar un día a disfrutar del consuelo eterno contigo en el cielo.


«Si buscas un lugar a donde ir, sigue a Cristo, porque él es la verdad (...). Si buscas un lugar donde descansar, está con Cristo, porque él es la vida. (...) Así pues, sigue a Cristo si quieres estar seguro. No te podrás extraviar, porque él es el camino».
(Discurso del Santo Padre Juan Pablo II durante la visita a la universidad romana
«Tor Vergata» en el XV aniversario de su fundación)

 



 

 

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