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Tema 4: Ilusiones

Tema 4: Ilusiones
Los ideales y propósitos en la vida nacen de un conjunto de valores.


Por: P. Juan Antonio Torres, L.C. | Fuente: Catholic.net



Una de las cualidades que debe caracterizar a toda persona que quiera ser alguien en la vida es tener grandes ideales, ilusiones y proyectos.

Precisamente una de las principales tareas de los papás es la de cultivar en el corazón de sus hijos, como en un huerto, los valores que serán la semilla de los sueños del mañana.

Ideales elevados

Los ideales son el conjunto de razones fundamentales que da sentido a la existencia de una persona; son ellos los que inspiran la ilusión y ganas de luchar, los que justifican el esfuerzo y el trabajo de cada día. De los ideales nacen los propósitos amplios, fundamentales, duraderos en la vida, más allá del puro ganar dinero.

Los ideales y propósitos en la vida nacen de un conjunto de valores. Los valores son su caldo de cultivo, como las semillas en un invernadero.

Hay jóvenes que han perdido la esperanza. Envejecen prematuramente porque la senilidad comienza cuando se han perdido las ilusiones. Hay jóvenes viejos prematuramente porque no tienen ideales, no tienen un futuro que los apasione. En la base de este problema cada vez más común, se encuentra la carencia de una educación en los valores.

¿Por qué se ha agudizado tanto el problema de la generación ni-ni? Cerca de siete millones de jóvenes en México entre 12 y 29 años de edad no trabajan ni estudian.

Por desgracia, el joven está dejando de creer en todo, debido a los tiempos de incertidumbre que vivimos. La juventud es la etapa de los ideales, de la fe, de la amistad, de los amores primeros; el joven y el adolescente, por naturaleza, cree y confía prácticamente en todo. Pero ahora se le están quitando las creencias. ¿Con qué quedan entonces?

Es sumamente importante sembrar en los muchachos grandes ideales, proyectos ambiciosos, la visión de un futuro mejor, la fe en un Dios de amor, en unas prácticas religiosas que les den un sentido de vivir.

Ahora bien, deben ser ideales alcanzables. Es verdad que, de acuerdo con algunos estudios, hasta los 7 años aproximadamente, el niño no distingue entre realidad y ficción; vive en una atmósfera de fantasía; todavía no ha desarrollado plenamente su capacidad de abstracción.

Sin embargo, tampoco es sano que siga soñando con fantasías en la adolescencia y juventud. Es preciso ayudarle a "aterrizar" sus sueños.

Sugerencias de acción

Resulta extraordinariamente enriquecedor que los niños, desde que aprenden a leer, se aficionen por las lecturas de historias. Las historias infantiles, de héroes, de aventuras son los más eficaces transmisores de valores.

Hay una infinidad de autores recomendables: Homero, Julio Verne, Charles Dickens, Emilio Salgari, Rudyard Kipling, Robert Louis Stevenson, John Tolkien, Mark Twain, etc. Todos ellos presentan a los héroes como encarnación de unos valores e inspiran en los niños el sueño de imitarlos.

Y no digamos las lecturas de vidas de santos. Si un niño se aficiona a este tipo de lecturas, la esponja de su alma irá asimilando los ideales más puros y elevados que inspirarán también el deseo de hacer algo grande por los demás, sin buscar su propio interés, simplemente por amor.

Y obviamente, lo más importante es dar a los niños testimonios vivos: los papás deben ser los primeros en encarnar y hacer visibles los valores.

Resulta sumamente inspirador hablarles de los valores familiares mediante historias reales y hechos concretos. Por ejemplo, "tu abuelo arriesgó su vida salvando a una persona que iban a atropellar..."

Hay que tener cuidado de enseñarles a no tener el dinero como el valor fundamental en la vida, sino a las personas, el matrimonio, los hijos.

Para que el niño vaya aterrizando sus sueños de fantasía, es necesario hacerle ver las implicaciones de dichos sueños. Por ejemplo, si quiere aprender guitarra, hablarle con claridad sobre los costos, el tiempo, dificultades, etc., y que, en caso de inscribirse, deberá ser responsable de su compromiso. Pero los papás deberán aceptar también que, si se llega a constatar que el niño no tiene esa habilidad, no hay que forzarlo.


(Ejercicio)

Elaborar lista de libros de valores que voy a comprar para mis hijos.


CLÁSICOS DE LECTURAS INFANTILES

* Agatha Christie (14) Novelista inglesa (1891 - 1976)
* Arthur Conan Doyle (39) Escritor británico (1859 - 1930)
* Charles Dickens (15) Escritor británico (1812 - 1870)
* Edgar Allan Poe (31) Escritor estadounidense (1809 - 1849)
* El Duque de Rivas (19) Escritor y político español (1791-1865)
* Emilia Pardo Bazan (32) Escritora española (1851 - 1921)
* Federico Garcia Lorca (16) Poeta y dramaturgo español (1898-1936)
* Fernan Caballero (18) Escritora española (1796 - 1877)
* Franz Kafka (25) Escritor checoslovaco (1883 - 1924)
* Gustavo Adolfo Becquer (46) Poeta español (1836 - 1870)
* H.P. Lovecraft (24) Escritor estadounidense (1890 - 1937)
* Hans Christian Andersen (78) Escritor danés (1805 - 1875)
* Hermanos Grimm (50) Jacob Karl Grimm y Wilhelm Grimm, escritores alemanes
* Jack London (14) Escritor estadounidense (1876 - 1916)
* James Joyce (14) Escritor irlandés (1882 - 1941)
* James M. Barrie (17) Novelista y dramaturgo escocés (1860-1937)
* Jose de Espronceda (16) Poeta romántico español (1808-1842)
* Juan Valera (15) Escritor español (1824-1905)
* Julio Verne (11) Escritor francés (1828 - 1905)
* Leopoldo Alas Clarin (23) Escritor español (1852-1901)
* Lewis Carroll (12) Escritor británico (1832 - 1898)
* Mariano Jose de Larra (26) Escritor español (1809 - 1837)
* Miguel de Cervantes (58) Escritor español (1547 - 1616)
* Miguel de Unamuno (12) Filósofo y escritor español (1864-1936)
* Oscar Wilde (16) Dramaturgo y novelista irlandés (1854 - 1900)
* Ruben Dario (19) Poeta nicaragüense (1867-1916)
* C. S. Lewis
* John R. R. Tolkein


(Lectura para los hijos)


Ícaro y Dédalo

Este famoso mito griego nos recuerda por qué los jóvenes tienen la responsabilidad de obedecer a sus padres, así como los padres tienen la responsabilidad de guiar a sus hijos: los adultos saben muchas cosas que los jóvenes ignoran. El antiguo dramaturgo griego Esquilo lo expresó de esta manera: "La obediencia es la madre del éxito y está desposada con la seguridad". Una niñez segura y una buena crianza requieren un grado de obediencia, Ícaro paga un alto precio por aprenderlo.

Dédalo era el ingeniero e inventor más hábil de sus tiempos en la antigua Grecia. Construyó magníficos palacios y jardines, creó maravillosas obras de arte en toda la región. Sus estatuas eran tan convincentes que se las confundía con seres vivientes, y se creía que podían ver y caminar. La gente decía que una persona tan ingeniosa como Dédalo debía haber aprendido los secretos de su arte de los dioses mismos.

Sucedió que allende el mar, en la isla de Creta, vivía un rey llamado Minos. El rey Minos tenía un terrible monstruo que era mitad toro y mitad hombre, llamado el Minotauro, y necesitaba un lugar donde encerrarlo. Cuando tuvo noticias del ingenio de Dédalo, lo invitó a visitar su isla y construir una prisión para encerrar a la bestia. Dédalo y su joven hijo Ícaro fueron a Creta, donde Dédalo construyó el famoso laberinto, una maraña de sinuosos pasajes donde todos los que entraban se extraviaban y no podían hallar la salida. Y allí metieron al Minotauro.

Cuando el laberinto estuvo concluido, Dédalo quiso regresar a Grecia con su hijo, pero Minos había decidido retenerle en Creta. Quería que Dédalo se quedara para inventar más maravillas, así que los encerró a ambos en una alta torre junto al mar. El rey sabía que Dédalo tenía la astucia necesaria para escapar de la torre, así que también ordenó que cada nave que zarpara de Creta fuera registrada en busca de polizones.

Otros hombres se habrían desalentado, pero no Dédalo. Desde su alta torre observó las gaviotas que flotaban en la brisa marina.

—Minos controla la tierra y el mar—dijo—, pero no gobierna el aire. Nos iremos por allí.

Así que recurrió a todos los secretos de su arte, y se puso a trabajar. Poco a poco acumuló una gran pila de plumas de todo tamaño. Las unió con hilo, y las modeló con cera, y al fin tuvo dos grandes alas como las de las gaviotas. Se las sujetó a los hombros, y al cabo de un par de pruebas fallidas, logró remontarse en el aire agitando los brazos. Se elevó, volteando hacia uno y otro lado con el viento, hasta que aprendió a remontar las corrientes con la gracia de una gaviota.

Luego construyó otro par de alas para Ícaro. Enseñó al joven a mover las alas y a elevarse, y le permitió revolotear por la habitación. Luego le enseñó a remontar las corrientes de aire, a trepar en círculos y a flotar en el viento. Practicaron juntos hasta que Ícaro estuvo preparado.

Al fin llegó el día en que soplaron vientos propicios. Padre e hijo se calzaron sus alas y se dispusieron a volar.

—Recuerda todo lo que te he dicho —dijo Dédalo—. Ante todo, recuerda que no debes volar demasiado bajo ni demasiado alto. Si vuelas demasiado bajo, la espuma del mar te mojará las alas y las volverá demasiado pesadas. Si vuelas demasiado alto, el calor del sol derretirá la cera, y tus alas se despedazarán. Quédate cerca de mí, y estarás bien.

Ambos se elevaron, el joven a la zaga del padre, y el odiado suelo de Creta se redujo debajo de ambos. Mientras volaban, el labriego detenía su labor para mirarlos, y el pastor se apoyaba en su cayado para observarlos, y la gente salía corriendo de las casas para echar un vistazo a las dos siluetas que sobrevolaban las copas de los árboles. Sin duda eran dioses, tal vez Apolo seguido por Cupido.

Al principio el vuelo intimidó a Dédalo e Ícaro. El ancho cielo los encandilaba, y se mareaban al mirar hacia abajo. Pero poco a poco se habituaron a surcar las nubes, y perdieron el temor. Ícaro sentía que el viento le llenaba las alas y lo elevaba cada vez más, y comenzó a sentir una libertad que jamás había sentido. Miraba con gran entusiasmo las islas que dejaban atrás, y sus gentes, y el ancho y azul mar que se extendía debajo, salpicado con las blancas velas de los barcos. Se elevó cada vez más, olvidando la advertencia de su padre. Se olvidó de todo, salvo de su euforia.

—¡Regresa! —exclamó frenéticamente Dédalo—. ¡Estás volando a demasiada altura! ¡Acuérdate del sol! ¡Desciende! ¡Desciende!

Pero Ícaro sólo pensaba en su exaltación. Ansiaba remontarse al firmamento. Se acercó cada vez más al sol, y sus alas comenzaron a ablandarse. Una por una las plumas se desprendieron y se desparramaron en el aire, y de pronto la cera se derritió. Ícaro notó que se caía. Agitó los brazos con todas sus fuerzas, pero no quedaban plumas para embolsar el aire. Llamó a su padre, pero era demasiado tarde. Con un alarido cayó de esas espléndidas alturas y se zambulló en el mar, desapareciendo bajo las olas.

Dédalo sobrevoló las aguas una y otra vez, pero sólo vio plumas flotando sobre las olas, y supo que su hijo había desaparecido. Al fin el cuerpo emergió a la superficie, y Dédalo logró sacarlo del mar. Con esa pesada carga y el corazón destrozado, Dédalo se alejó lentamente. Cuando llegó a tierra, sepultó a su hijo y construyó un templo para los dioses. Luego colgó las alas, y nunca más volvió a volar.







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