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Tema VI: Dominio de sí Mismo

Tema VI: Dominio de sí Mismo
El ser humano está lleno de fuerzas ciegas e inconscientes que luchan en su interior. Es necesario aprender a sobreponerse a esas fuerzas y encauzarlas hacia nuestros ideales y propósitos.


Por: P. Juan Antonio Torres, L.C. | Fuente: Catholic.net



El ser humano está lleno de fuerzas ciegas e inconscientes que luchan en su interior. Si se deja llevar por ellas, su vida irá al desastre. Son impulsos como la ira, la sensualidad o los sentimientos y emociones que cambian continuamente y nos confunden.

Es necesario aprender a sobreponerse a esas fuerzas y encauzarlas hacia nuestros ideales y propósitos.

Sugerencias de acción

Conviene ayudar al niño y adolescente a que sepa decir: "no lo necesito", cuando le vienen ganas de comprar algo que efectivamente no necesita, aunque "siente ganas".

Acostumbrarles a no hacer caso a sus gustos cuando van contra sus obligaciones. Por ejemplo, si no quiere la comida, se guarda en el refrigerador y se le da en la tarde; si no la quiere todavía, pues se le da en la noche; y no se le dan dulces mientras no se acabe la comida.

Ahora bien, hay que aclarar que si el niño ya está satisfecho, no es necesario obligarlo a terminar todo; pero si no quiere comer por estar jugando, por capricho o porque no le gusta, sí que hay que obligarlo.

Revisar la mochila de la escuela para ver si tienen algo que no es suyo; para enseñarle a respetar las cosas de los demás; no condescender cuando llegan con algo que no es suyo.

Acostumbrarles a no aficionarse demasiado por la moda, a poner el último modelo de celular o de reloj como algo esencial para ser "alguien". Por ejemplo, al ir a comprar ropa para la niña, decirle "eres guapa y no necesitas la marca para verte mejor". Así aprende a valorarse a sí misma por lo que es y no por lo que tiene. Eso le dará seguridad personal en el futuro.


(Ejercicio)

Describir a grandes trazos el temperamento de cada uno de mis hijos.



(Lectura para los hijos)

Opción 1:
Los cuatro temperamentos

Tomado del libro "Ilustrísimos señores"
De Albino Luciani

Señor Hipócrates:

Fue usted contemporáneo de Sócrates y fue también filósofo y fue médico. Lo que pasa es que sus méritos en el campo de la medicina son mayores que en el de la filosofía.

Primer mérito: tras haber recorrido medio mundo, observando y tomando notas muy minuciosamente, escribió usted un montón de libros que han sido durante muchos siglos alimento de la medicina.

Segundo mérito: es usted el autor del célebre "Juramento a Hipócrates", código moral de inmarcesible valor. A tenor de él los médicos tenían que jurar que prescribirían a los enfermos la dieta apropiada, defendiéndolos de cuanto fuera injusto o nocivo; que no interrumpieran ningún embarazo; que-al entrar en una casa-no tendrían más propósito que el de curar al enfermo, absteniéndose de toda corrupción para con hombres y mujeres, aunque fueran esclavos, y que guardarían el secreto profesional como cosa sagrada.

Tercer mérito: ha sido el primero en clasificar los cuatro temperamentos fundamentales del hombre en impulsivo, flemático, irascible y melancólico. Ya sabemos que vinieron después un Nicolás Pende y otros que intentaron y propusieron nuevas clasificaciones, más científicas, pero al mismo tiempo más complicadas. En cambio, la clasificación de usted, puntual y correcta, veinticinco siglos después, sigue en pie todavía.

Pero pongamos a prueba los cuatro temperamentos. Y sea la prueba una pared rocosa que hay que escalar.

Llega primero el impulsivo.

Echa una ojeada y exclama: "¡Esto no es nada!¡Allá voy!" Y, desde luego, ataca rápidamente la pared con ardor y entusiasmo. Pero ni ha previsto casi nada, ni se ha provisto de los útiles más elementales. Surgen rápidamente las dificultades ante las que nuestro impetuoso alpinista comprueba que no bastan el ardor y la fuerza muscular.

Pasa entonces del entusiasmo desbordante al extremo contrario: "Me vuelvo atrás. ¡Esta roca no está hecha para mí!" Se parece a Tartarín de Tarascón, que pasa de los ardores caballerescos de Don Quijote a la medianía de un Sancho Panza. "¡Me voy -dice- al África de los leones y panteras!" Pero media hora después: "¡ Ah, no, me quedo! ¿A santo de qué a África?" "¡Cúbrete de Gloria Tartarín!" Pero después: "¡ Deja la gloria de Egipto y abrígate con una buena franela!"

"¡Viva la caza de África! ¡Vengan escopetas de repetición, dagas, lazos y mocasines!" Y en seguida: "Prefiero el chaleco de franela, los almohadones calientitos y el gorro blanco con orejeras! ¡Y que Juanita me traiga el chocolate!" Agita la campanilla y aparece Juanita trayendo el chocolate caliente, oscuro, humeante ¡y con unos bizcochos que provocan la sonrisa de Tartarín-Panza y sofocan el llanto del Tartarín-Quijote!

Así el impulsivo: fácil al entusiasmo, pero inconstante; optimista, si se trata de sí mismo y de su propia capacidad, pero irreflexivo, dado excesivamente al sentimiento y la imaginación. Tiene cosas buenas, pero, si quiere hacer algo más en la vida, deberá acostumbrarse a reflexionar, a trazarse planes detallados y ponderados, a seguir el consejo de aquel obispo que le decía a su párroco novel: "Ya lo sabe: ¡Lo primero, ver; después, prever, y luego proveer!"

Llega ahora ante la pared el flemático.

Levanta la vista una, dos, muchas veces. Hace sus cálculos. "Aquí se trata de una ascensión en arista; luego un descenso a doble cuerda y después una subida sobre hielo".

Consulta mapas, toma apuntes, prepara la lista de los objetos que va a necesitar y se hace con ellos: cuerda y coordino, piolet y martillo de hielo, clavos de roca y de hielo, tacos de madera y martillo, mochila y botas con crampones. Todo ello sin pérdida de tiempo, pero sin precipitación. Y mientras trabaja y hace preparativos, mastica chicle y dice para sus adentros: "¡A lo mejor lo consigo!" Y vaya si lo consigue, pese a todas las dificultades.

Este era el estilo del general De Gaulle, frío y glacial desde pequeño, hasta el punto que sus hermanos decían de él: "¡Carlos debe haberse metido en la nevera!"

En el curso de una batalla, un suboficial, portador de un mensaje, buscaba la general De Gaulle, pero no daba con él. "Vaya al frente-le dijo un conductor-y si no le encuentra en seguida, mire al suelo y ya verá qué pronto lo halla siguiendo la traza de sus colillas". Hízolo así el suboficial y llegó hasta el general que, en calma y bajo un árbol, fumaba como una locomotora. Leyó el mensaje, dio ciertas órdenes a los oficiales que estaban a su lado y, sin perder la calma, siguió fumando y dijo solamente: "Ya veréis cómo ahora todo saldrá mejor". Y así fue.

Temperamento feliz, por un lado; pero, por otro, con riesgo de hacer las personas apáticas, insensibles, poco sociables y poco comunicativas. Algo más de entusiasmo, un mayor y manifiesto interés por los demás los haría más amables y simpáticos.

Y aquí está el colérico-irascible.

Resopla. "¿Obstáculos en esta pared? Los obstáculos se han hecho justo para superarlos, ¡qué caramba!", y se dirige con vehemencia a la pared, como quien sale al encuentro del enemigo. No ahorra fuerzas, pone a contribución toda su combatividad; con frecuencia obtiene brillantes resultados parciales, mas no siempre alcanza la cima.

El colérico tiene una sensibilidad viva y profunda; es rápido en sus decisiones, tenaz en la ejecución, pero le vendría bien una mayor reflexión y más calma y habría de guardarse tanto del entusiasmo como des pesimismo excesivo. El abisinio Ras Tafari le diría: "Cierto que tienes dos pernas, ¡pero sólo puedes trepar a un árbol cada vez!" ¡Si por él fuera, claro está, escalaría cada vez un bosque entero!.


También en este caso, pues junto a lo bueno hay lastre del que liberarse. Entre otros males, el colérico, mientras elimina impetuosamente unos obstáculos, corre el peligro de crearse otros, acumulando enemistad sobre enemistad. A menos que a pesar de ser un cascarrabias como Xantipa, tenga la suerte de tropezar solamente con gentes armadas de la paciencia de un Sócrates.

Este, marido de la referida Xantipa, decía: "¡Me casé con ella, pese a ser tan arisca, porque, si soy capaz de aguantarla, es seguro que podré aguantar ya a quien sea!". Mas un día, para no oírla refunfuñar más, salió de casa y se sentó a la puerta. Irritada, aquella mujer le arrojó por la ventana un barreño de agua. "Debí imaginármelo -comentó plácidamente Sócrates-. ¡Después de tantos truenos, la lluvia!.

"El melancólico", al revés del iracundo, se deprime e infravalora. "¿No veis que es imposible escalar una pared de esta clase? ¿Queréis que me haga pedazos?" Pesimista nato, se deja arredrar por las dificultades desde el primer momento.

Es de esos que ante una botella de vino mediada, gimotea: "¡Vaya, para ser la primera vez en la vida en que se me antoja beber, tropiezo con una botella medio vacía! ¡Esto sí que es mala sombra!" Lo que tenía que haber dicho era esto: "¡Pero hombre!, ¿queda todavía para beber una media botella? ¡Qué bicoca!".

El cristiano debería distinguirse por su afán de ver el lado bueno de las cosas. Si de verdad Evangelio quiere decir alegre nueva, cristiano significa alegre y repartidor de alegría. "Los ceños huraños -decía San Felipe Neri- no se han hecho para la casa feliz del paraíso".

Como ve usted, ilustre Hipócrates, de la biotipología he saltado hasta el paraíso. Allí es donde tenemos que tratar de ir, aceptando el temperamento que nos hayan transmitido nuestros padres, eso sí, mejorándolo y tratando de sacar de él un buen carácter.

Allá arriba está Santo Tomás de Aquino, un santo tan flemático que, de haber entrado un buey en su aposento, él habría seguido estudiando. Y está también San Juan Eudes, al que encendía la cólera apenas veía un hereje. Y San Francisco de Sales, el santo de la cortesía, artista en el hablar y el escribir. Y el Cura de Ars, campeón de las disciplinas contra sus espaldas y de comer patatas con moho, después de llevar una semana cocidas.

¡San Pedro, el gran portero, al sopesar nuestros méritos, tendrá en cuenta nuestras buenas obras, pero tendrá también que echar en el platillo nuestro mejor o peor temperamento!. No sé si utilizará la clasificación de usted o la de Pende, o si se apoyará en la caracterología científica de Spranger o de Jretschmer o de Jung o de Jünjel o si, a lo mejor, prefiere seguir el test de Don Cojazzi. Este último test, como no es científico, sino totalmente empírico seguramente no lo conoce usted. Voy a exponérselo ahora mismo, tal y como se lo he oído al propio Don Cojazzi.

Decía Cojazzi que el mejor sitio para conocer los temperamentos es la taberna. Más exactamente, una taberna donde un caballero sediento, que ha pedido una jarra de cerveza, ve que se la traen con una hermosa mosca dentro pataleando.

¿Será dicho caballero un inglés? Flemático, posa sobre la mesa el vaso; agita calmadamente la campanilla y pide calmosamente: "¡Por favor, otra jarra de cerveza fresca y limpia!". Bebe, paga y se va sin alterarse lo más mínimo. Si alguien lo está es el camarero, ¡no por la mosca, sino porque ha volado la propina!.

Ahora la jarra de cerveza es un francés el que la tiene. La ve y muda de color. Deja el vaso con violencia y arremete, con denuesto, contra patrón y camareros; sale dando un portazo y sigue denostando a la taberna, a la cerveza y a las moscas.

Llega un italiano, ve la mosca, la saca riendo, a base de golpecitos con el dedo y bromea con el camarero: "Yo pido de beber y tú me traes de comer". No obstante, bebe ¡y se va sin acordarse de pagar!.

Ahora le toca al alemán. Ve la mosca, mantiene la jarra a la altura de la nariz, frunce el ceño, cierra los ojos, echa ligeramente la cabeza atrás y, sumamente disciplinado, saca fuera de un soplido ¡cerveza y mosca!.

Ya tenemos delante al danés. Le divierten horrores los aspavientos de la mosca en la espuma de la cerveza; saca la lupa; está prendado del espectáculo. ¡Hasta se habría olvidado de beber, si no fuera porque el camarero, pidiéndole mil perdones, le cambia la primera jarra de cerveza por otra segunda!.

Llega por último el esquimal. Como no ha visto en su vida una mosca, cree que la que tiene delante es un bocado exquisito, una especialidad local, ¡y se come la mosca y tira la cerveza!.

Y ahora, ilustre Hipócrates, perdóneme si puede parecer una profanación arrimar a la alta ciencia, de la que es usted exponente, estas pequeñeces. ¿Pero verdad que son útiles?. ¿Verdad que demuestran cómo hasta el sentido común popular descubre y flagela el ridículo que anida en un temperamento primitivo, sin controlar ni enmendar?


Opción 2:

EL REY Y SU HALCÓN

(Tomás Jefferson. Versión de James Baldwin)


Genghis Khan era un gran rey y guerrero.
Llegó con su ejército a China y Persia, y conquistó muchas tierras. En todos los países, los hombres referían sus hazañas, y decían que desde Alejandro Magno no existía un rey como él.

Una mañana, cuando descansaba de sus guerras, salió a cabalgar por los bosques. Lo acompañaban muchos de sus amigos. Cabalgaban jovialmente, llevando sus arcos y flechas. Sus criados los seguían con los perros.

Era una alegre partida de caza. Sus gritos y sus risas resonaban en el bosque. Esperaban obtener muchas presas.

En la muñeca el rey llevaba su halcón favorito, pues en esos tiempos se adiestraba a los halcones para cazar. A una orden de sus amos, echaban a volar y buscaban la presa desde el aire. Si veían un venado o un conejo, se lanzaban sobre él con la rapidez de una flecha.

Todo el día Genghis Khan y sus cazadores atravesaron el bosque, pero no encontraron tantos animales como esperaban.

Al anochecer emprendieron el regreso. El rey cabalgaba a menudo por los bosques y conocía todos los senderos. Así que mientras el resto de la partida tomaba el camino más corto, él eligió un camino más largo por un valle entre dos montañas.

Había sido un día caluroso, y el rey tenía sed. Su halcón favorito había echado a volar, y sin duda encontraría el camino de regreso.

El rey cabalgaba despacio. Una vez había visto un manantial de aguas claras cerca de ese sendero. ¡Ojalá pudiera encontrarlo ahora! Pero los tórridos días de verano habían secado todos los manantiales de la montaña.

Al fin, para su alegría, vio agua goteando de una roca. Sabía que había un manantial más arriba. En la temporada de las lluvias, siempre corría por allí un arroyo caudaloso, pero ahora bajaba una gota por vez.

El rey se apeó del caballo. Tomó un tazón de plata de su morral, y lo sostuvo para recoger las gotas que caían con lentitud.

Tardaba mucho en llenarse, y el rey tenía tanta sed que apenas podía esperar. En cuanto el tazón se llenó, se lo llevó a los labios y se dispuso a beber.

De pronto oyó un silbido en el aire, y le arrebataron el tazón de las manos. El agua se derramó en el suelo.

El rey alzó la vista para ver quién le había hecho esto. Era el halcón.

El halcón voló de aquí para allá varias veces, y al fin se posó en las rocas, a orillas del manantial.

El rey recogió el tazón, y de nuevo se dispuso a llenarlo.

Esta vez no esperó tanto tiempo. Cuando el tazón estuvo medio lleno, se lo acercó a la boca. Pero apenas lo intentó, el halcón se echó a volar y se lo arrebató de las manos.

El rey empezó a enfurecerse. Lo intentó de nuevo, y por tercera vez el halcón le impidió beber.

El rey montó en cólera.
- ¿Cómo te atreves a actuar así? -exclamó-. Si te tuviera en mis manos, te retorcería el cuello.

Llenó el tazón de nuevo. Pero antes de tratar de beber, desenvainó la espada.

- Amigo halcón -dijo-, ésta es la última vez.
No acababa de pronunciar estas palabras cuando el halcón bajó y le arrebató el tazón de la mano. Pero el rey lo estaba esperando. Con una rápida estocada abatió al ave.

El pobre halcón cayó sangrando a los pies de su amo.

- Ahora tienes lo que mereces -dijo Gesghis Khan.

Pero cuando buscó el tazón, descubrió que había caído entre dos piedras, y que no podía recobrarlo.

- De un modo u otro, beberé agua de esa fuente -se dijo.

Decidió trepar la empinada cuesta que conducía al lugar de donde goteaba el agua. Era un ascenso agotador, y cuanto más subía, más sed tenía.

Al fin llegó al lugar. Allí había, en efecto, un charco de agua, ¿pero qué había en el charco? Una enorme serpiente muerta, de la especie más venenosa.

El rey se detuvo. Olvidó la sed. Pensó sólo en el pobre pájaro muerto.

- ¡El halcón me salvó la vida! -exclamó-. ¿Y cómo le pagué? Era mi mejor amigo, y lo he matado.

Bajó la cuesta. Tomó suavemente al pájaro y lo puso en su morral. Luego montó a caballo y regresó deprisa, diciéndose:

- Hoy he aprendido una lección, y es que nunca se debe actuar impulsado por la furia.


Preguntas de reflexión que debes responder en los foros del curso

¿Con cuál de estos cuatro temperamentos me identifico?
- El impulsivo.
- el flemático.
- el colérico-irascible.
- El melancólico.
¿Qué manifestaciones positivas tienen en mí?
¿Qué manifestaciones negativas tienen en mí?
¿Qué voy a hacer para superar los aspectos negativos de mi temperamento?
¿Qué voy a hacer para potenciar los aspectos positivos de mi temperamento?



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