Menu



Los ojos de Cristo

Los ojos de Cristo
Artículo del P. Sergio P. Larumbe, I.V.E. en donde se busca a partir de una contemplación de la mirada del mismo Cristo, y de la contemplación del trato que Él tuvo y tiene con los hombres de todos los tiempos, avivar en nosotros el deseo de ver a Cristo


Por: P. Sergio Larumbe ive | Fuente: Catholic.net



Contemplar a Cristo

Los ojos son las ventanas del alma. Por lo tanto al contemplar las miradas de nuestro redentor podremos penetrar en su interior y ver, hasta donde Él nos permita, por medio del fuego de sus ojos, el fuego de su alma, el fuego de su interior, de su bondad, de su misericordia, de sus entrañas divinas.

Nuestro gran deseo debe ser querer ver como Cristo y querer ver a Cristo en todo

Querido lector, es mi gran anhelo que se avive en tu interior el deseo de querer ver a Cristo en todo y en todos a partir de una contemplación de la mirada del mismo Cristo, de la contemplación del trato que Él tuvo y tiene con los hombres de todos los tiempos.

Conocer a Cristo es todo el problema


Debemos estar convencidos que todo se reduce al conocimiento del misterio de Cristo. Como dice San Alberto hurtado: Conocer a Cristo es todo el problema” . También Dom Columba Marmion, hablando sobre la importancia del conocimiento de Cristo como la actividad más importante del cristiano, dice: Cristo es Dios que alterna con los hombres y conversa con ellos en Judea y les muestra con su vida humana cómo vive un Dios entre los hombres para que éstos sepan cómo deben ellos vivir para ser gratos a Dios. Así que todas nuestras miradas deben enderezarse y converger en Cristo . Conocer a Cristo tiene que ser todo nuestro problema, toda nuestra tarea.

Mi vida en torno a Cristo

La vida del cristiano debe girar en torno a Cristo. Él da sentido a nuestra vida, sin él nada cobra valor. En esto han insistido mucho los santos de todos los tiempos, y nos exhortan los documentos pontificios actuales de mil maneras diversas.

Entre muchos documentos pontificios me viene a la mente el Concilio Vaticano II, y sobre todo la Gaudium et Spes: Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse” (G.S. nº 10). En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona (G.S. nº 22).

También la Lumen Gentium Nos habla de la Unión Con Cristo: Cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la cruz, en que nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolado (1 Cor. 5,7), se efectúa la obra de nuestra redención. Al propio tiempo, en el sacramento del pan eucarístico se representa y se produce la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo (cf. 1 Cor., 10,17). Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos .

Penetrar en su mirada

Sin duda que para que Cristo pase a ser el centro y el culmen de toda nuestra vida debemos conocerlo cada vez más en profundidad. Debemos penetrar cada vez más en su mirada, descubrir qué hay en sus ojos, meditar y contemplarlo en su trato con los hombres, para descubrir qué hay en su interior y qué pide de nosotros.

Pido disculpas al lector si soy repetitivo, pero quiero que estas verdades se nos graben a fuego y para que quede bien claro, quiero decir que he titulado este escrito “Los ojos de Cristo” para que partiendo de una contemplación de la mirada de Cristo, de esa mirada llena de misericordia, podamos penetrar cada vez más en su vida íntima hasta llegar a su corazón divino, a sus entrañas misericordiosas, y podamos también nosotros tener un trato íntimo con Él y un trato divino con las almas. Es decir, podamos tratar de buscar en todo la voluntad del Padre y querer ver en todas las almas la Imagen de Cristo resplandeciente. Es mi deseo de que quien lea estas páginas tenga un vivo deseo de ver a Cristo en todas las almas y de ver a Cristo en todos y Cristo en todo y de fundarse siempre en Cristo y sólo en Cristo.

El ver a Cristo y el ver como Cristo es una gracia que hay que pedirla todos los días:

 

 

Que el fuego de tus ojos Señor
encienda fuego en los míos,
que al ver a cada niño,
a cada hombre, a cada mujer,
a ti te vea Señor.
Que al mirar a los hombres
y mujeres
de este siglo
me alegre con los que en ti se alegran,
me entristezca con los
que en ti se entristecen,
me alegre con los que llevan
tu rostro incandescente y resplandeciente,
me entristezca con los que
llevan tu rostro oscuro y desfigurado.
Que el fuego de tu alma
encienda fuego en mi alma.
Señor, que tu madre,
la gran Virginizadora,
cubra mi alma, mi mente,
mis ojos con su manto y pueda ver
tras él la realidad de este mundo
y con el fuego de mis ojos
y de mi alma que tú me has dado
y que tu madre ha protegido,
pueda , Señor, ayudar a que brille
en este mundo, en tantos niños,
jóvenes, hombres y mujeres,
el fuego de tu ojos, el fuego de tu alma,
el fuego de tu amor.
Te ofrezco Señor mis sacrificios y mis oraciones,
mis miradas según tu corazón,
para suscitar vocaciones a la pureza,
vocaciones al fuego, vocaciones al amor.

 


Cristo en todo y en todos

Cristo tiene que ser nuestro centro, debemos verlo formado en todas las almas, tenemos que querer verlo en todo y en todos. Debemos ir a Cristo y a todos debemos llevar a Cristo, este es nuestro interés principal, nuestro fuego y nuestro ardor más grande.

Nuestro contacto con Cristo

Basta un simple contacto con Cristo para que Él nos cure, nos purifique, nos santifique.

Me llenan de entusiasmo las páginas del evangelio en donde se ve cuántas almas que no aman a Cristo o se apartan de Él, empiezan a amarlo, o se arrepienten, o empiezan a seguirlo después de un mínimo recuerdo de Cristo, después de un mínimo contacto real, pero profundo con Cristo mismo. Pensemos en San Pedro que después de negarlo tres veces le bastó un mínimo recuerdo de Cristo para arrepentirse y llorar amargamente. Pensemos en el buen ladrón que primero insultaba a Cristo, pero le bastó poco tiempo para convertirse a Cristo y empezar a amarlo y decirle frases hermosas como ésta: Acuérdate de mi cuando estés en tu reino.

También nosotros necesitamos un contacto con Cristo, necesitamos conocer cómo amó, cómo miró, cómo trató a los hombres, cómo nos trata a nosotros para enamorarnos de Él y entrar en contacto con Él, y así animarnos a amar como Él nos amó, ya que este es el mandamiento principal.




Preguntas y comentarios al Padre Sergio Pablo Larumbe



 

 

 









Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |