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Moneda propia

Moneda propia
Es necesario que cada Reino o Estado tenga moneda propia; ventajas que se consiguen por la moneda propia, e inconvenientes que surgirían de no tenerla propia.


Por: Lic. Eduardo Rafael Carrasco |



Es necesario que cada Reino o Estado tenga moneda propia; ventajas que se consiguen por la moneda propia, e inconvenientes que surgirían de no tenerla propia.

Santo Tomás de Aquino

SOBRE EL REINO (GOBIERNO O DOMINIO PUBLICO)
DIRIGIDO AL REY DE CHIPRE

Extraído de OPÚSCULOS FILOSOFICOS GENUINOS, EDITORIAL POBLET, Buenos Aires, 1947. LIBRO II Capítulo XIII (*), por Lic. Eduardo Rafael Carrasco

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Nos toca ahora hablar de la moneda, pues así como por uso se regula la vida de los hombres en general, también se regula la vida de cualquier dominio público y sobre todo la vida de una Monarquía, por las muchas ventajas que por la moneda se consiguen.

Por eso cuando el Señor fue interrogado por los fariseos que fingidamente le tentaban, preguntándole si tenían que pagar los tributos al César, les dijo: ¿De quién es la imagen y la inscripción de la moneda que le ofrecieron? Y como respondiesen los fariseos que era del César, Jesucristo contestó a la pregunta, con la conocida sentencia: “Dad al César lo que es del César, y dad a Dios lo que es de Dios”. Como si diera a entender que la moneda contribuye en gran parte a pagar los tributos.

Ya hemos tratado antes de los materiales o metales con que se fabrica la moneda y de las razones que exigen que el Rey la posea copiosamente. Vamos ahora a hablar de la moneda en cuanto es la medida por la cual las sobras y las deficiencias o faltas se reducen al término medio en la compra-venta, según frase del Filósofo en el libro IV de su Ética; pues la moneda fue inventada para ajustar las diferencias en el comercio, convirtiéndose en medida de las cosas que se truecan; pues aunque haya muchas maneras de trueque, este es el más fácil de todos según lo declara el Filósofo en el libro I de su Política, al paso que el mismo Filósofo reprende a Licurgo, primer legislador de los Partos y Lidos, porque les prohibía el uso de la moneda, permitiéndoles solamente trocar unas cosas por otras, según consta por el citado libro.

Así concluye el Filósofo en el mencionado libro que la moneda surgió de la necesidad de trocar unas cosas por otras, porque no solamente la moneda facilita el comercio, sino que también equilibra las diferencias de valor en el trueque de las cosas. El uso de la moneda ya estaba en boga en los tiempos de Abraham que vivió mucho antes que Licurgo y que todos los filósofos conocidos. Pues el Génesis refiere que para sepultura de los suyos, compró un campo por el precio de cuatrocientos siclos de moneda pública y admitida, o aprobada.

Y aunque el tener moneda propia es necesario para cualquier régimen de gobierno, es principalmente necesario en el régimen monárquico por dos razones.

La primera se funda en la consideración del mismo Rey, mientras que la segunda razón se funda en el pueblo que es gobernado por el Rey.

En cuanto a la primera razón es sabido que la moneda propia es ornato del Rey y de su reino, pues en él está esculpida la efigie del César. La moneda es el mejor medio de darse a conocer el Rey a sus súbditos, pues no hay nada que los hombres traigan entre manos y tan a menudo como la moneda.

Además en la moneda se revela la excelencia del Rey, pues estando su imagen unida a la moneda que es regla y medida de las cosas que se venden, pareciera como si su imagen esculpida en el dinero presidiera los mismos contratos de compraventa, como norma de la justicia comercial.

Por eso se llama moneda, porque amonesta a la mente para que no haya fraudes ni engaños entre los súbditos, pues la medida o valor fijo que representa la moneda, hace que la imagen del César que la acompaña refleje la imagen de la justicia divina, según expone S. Agustín al tratar sobre esta materia. La moneda se llama Numisma porque está señalada con la imagen y nombre de los supremos gobernantes, según declara S. Isidoro.

Es pues manifiesto que en la moneda resplandece la majestad y excelencia de los señores; por eso tanto las ciudades con los príncipes y señores han tratado siempre de recabar del Emperador el singular privilegio de acuñar moneda.

Finalmente el tener mucha moneda redunda en beneficio del Príncipe porque la moneda es la medida de los tributos que se imponen al pueblo, del mismo modo que la Ley divina los exigía para las ofrendas que se tributaban en lugar de sacrificios.

Además el derecho de acuñar moneda fortalece la autoridad del príncipe, pues a ninguno que no sea príncipe le está permitido por el derecho de gentes el acuñar moneda con la propia efigie o inscripción.

Pero aunque el acuñar moneda redunde en beneficio del Príncipe o Rey, sin embargo debe ser moderado, teniendo en cuenta que la moneda es la medida de las cosas y que por lo tanto le está prohibido cambiar el metal o disminuir su peso, porque constituiría una extorsión en perjuicio del pueblo; pues la adulteración de la moneda equivaldría al fraude de pesos y medidas que está expresamente prohibido por Dios, con las siguientes palabras (Prov.XX, 10): “Un peso y medida para dar, y otro peso y medida para recibir, son dos cosas que Dios abomina”. Por eso fue gravemente reprendido por el Papa Inocencio el Rey de Aragón, por haber cambiado la moneda disminuyéndola en detrimento del pueblo; y por eso el mismo Papa absolvió al hijo del Rey del juramento por el cual se había obligado a usar aquella moneda, mandándole que la restituyese a su antiguo estado.

El mismo derecho sostiene el valor fijo de la moneda, pues obliga a pagar los empréstitos y a guardar la fidelidad exigida en los contratos de acuerdo al tipo de moneda (en cantidad y calidad) que estaba en boga al firmarse el contrato de préstamo o compra-venta a largo plazo.

Concluimos pues diciendo que el tener moneda propia es no solamente necesario para el Rey sino que lo es también para los súbditos. En primer lugar porque es una medida estable en los trueques de las cosas, y en segundo lugar porque sin ella se abriría la puerta a muchos engaños y fraudes, pues son contados los súbditos que están versados sobre el valor de las monedas extranjeras.

Los principales romanos evitaron estos fraudes estableciendo, en señal de sujeción de los pueblos sometidos, una sola moneda usada en todo el mundo, según nos narran las historias del tiempo de N. Señor Jesucristo. Esta moneda, que era la de los Romanos, llevaba esculpida la imagen del César, y como no podían ignorarla los Fariseos, por eso Nuestro Señor Jesucristo les formuló, sobre la misma moneda, aquella pregunta que puso de manifiesto la falsedad de sus corazones. Aquella moneda valía diez denarios ordinarios, y cada uno pagaba una moneda de las mismas a los cobradores de impuestos o a los que ocupaban su lugar en las provincias, ciudades o castillos.

Finalmente la moneda propia es la mas útil, pues cuando en el comercio intervienen las monedas extranjeras, es preciso conocer la ley de cambios, pues las monedas no valen tanto en los países extranjeros como en el propio país, lo cual redunda en incomodidad y desventaja de los súbditos. Esto ocurre de un modo especial en las regiones de Alemania, de manera que los que se trasladan de una región a otra se ven obligados a viajar llevando consigo una cantidad de oro y plata en lingotes para venderlos a medida que tienen necesidad de las cosas usuales.

El Filósofo, en el libro IV de su Política, distingue la moneda en diversas especies, a saber: el arte pecuniario (por propia acuñación), la Numismática, la Campsoria, Obolística y Cathos; y dice que sólo es natural la primera especie, porque ella sola está ordenada a los trueques de las cosas naturales, lo cual se obtiene únicamente mediante la moneda propia. Por lo mismo recomienda la moneda propia, y desprecia el uso de las demás según veremos más adelante.

Por consiguiente hay que admitir que todo gobierno, especialmente el Real, precisa de moneda propia para la conservación del mismo dominio público, no solamente por las ventajas que la moneda propia ofrece al Rey, sino también por la utilidad que brinda a los súbditos.
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(*) Escrito entre 1265-67
En la Aclaración y Resumen se consigna : “Parece que el libro II a partir del cap. V fue terminado por Tolomeo de Luca, biógrafo y alumno del Santo”)







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