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La Educación Sexual y Afectiva (II)

La Educación Sexual y Afectiva (II)
Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. CIC 2333


Por: Prof. Barrio Maestre, Unoversidad complutense | Fuente: Arbil




¿Qué es la afectividad?


Una forma peculiar de captar la realidad en la que ésta se nos manifiesta como no indiferente. Es el modo en que la realidad se nos da como valiosa o disvaliosa, es decir, se nos da también la manera en que nos vivimos “afectados” positiva o negativamente por las cosas.


¿Cómo se construye la afectividad de una persona?

La afectividad posee constitutivos internos, endógenos, a veces no controlables desde la inteligencia y la voluntad, pero también se modula a través de nuestros actos libres de estimación. En otras palabras, el subrayado afectivo que acompaña a la captación de la realidad a veces brota de manera espontánea, incluso volcánica y exuberante, y otras veces se manifiesta en que acabamos “sintiendo” afectivamente como nuestras realidades o acciones después de haberlas puesto por obra muchas veces mediante actos propositivos de la inteligencia y la voluntad.


¿Debe dejarse libre expresión a la afectividad?

Hay afectos irreprimibles, y otros que es muy conveniente tratar de organizar. Pero en todo caso, lo más importante de una persona no es lo que siente sin más –en el sentido de lo que le pasa, por dentro o por fuera- sino lo que ella hace, y sobre todo lo que acaba haciendo de una manera “sentida”, sintiéndolo suyo.


¿Qué manifestaciones tiene el descontrol de la afectividad?


El descontrol de la afectividad suele oscurecer mucho el juicio práctico, e incluso el teórico. Quien “siente” demasiado piensa poco. Una sensibilidad siempre a flor de piel, excesivamente sensual, ayuda poco al trabajo intelectual. Todos hemos experimentado a menudo la necesidad de concentrarse para analizar algo fríamente, de “recogerse”, de acallar los sentidos, de cerrar los ojos para pensar en serio.

Otra consecuencia del descontrol es la excesiva dependencia de lo exterior, de “lo que pasa” o de lo que me pasa: si el día está nublado o soleado, si mi levanto “con el pie cambiado”, si me siento mejor o peor... Todo eso influye más o menos a todo el mundo, pero hay gente excesivamente influenciable por estas situaciones, que resulta incapaz de tener criterio propio y acaba haciendo lo que hace todo el mundo, o yendo donde va la gente, o “pensando” lo que dice la TV, o el periódico o revista de moda, por el puro hecho de que es lo que hace o piensa “la gente”. Quizá “sienten” que son muy independientes y tienen un estilo de vivir y pensar muy original, muy independiente, pero en el fondo están muy alienados, y cuando se dan cuenta de esto (cosa que ocurre, tarde o temprano), cuando se desengañan, quizá esto ocurre muy traumáticamente. El desengaño es bueno, pues supone salir del engaño, aunque a veces duela.


¿Qué papel tiene esto en la escuela?

La escuela ha de enseñar a la gente a ser libre de verdad, fomentar un auténtico sentido crítico, en el pensar y en el actuar, saber analizar la realidad con algo más de objetividad, superando la presión de lo sensacional. En definitiva, la educación es, como decía Kant, la humanización del hombre. La conducta propiamente humana, a diferencia de los animales irracionales, se caracteriza porque entre el estímulo y la respuesta hay un hiato, una discontinuidad que permite que uno se haga cargo de las razones por las que actúa y lo que, ponderándolas todas, debe hacer.

El que vive sólo como un animal irracional (aunque sea superior, un gato, perro, caballo), es incapaz de sustraerse a la esclavitud del estímulo ambiental o a la presión interior del instinto. No vive su vida, se la viven las circunstancias, externas o internas, pero su vida acaba siendo muy poco sustantiva y muy circunstancial. Yo soy yo y mi circunstancia, dice Ortega. Bien, pero soy algo más que mi circunstancia (lo que me rodea). Soy lo que añado a ésta, ciertamente contando con ella y a partir de ella; a veces, incluso, soy lo que logro ser más allá y a pesar de ella.


¿Cuál es la educación de la afectividad que está dando la escuela?


Muy pobre, aunque aparentemente parece que la afectividad es lo único que cuenta en la educación: exprésate, di lo que sientes, no te reprimas, sé tú mismo. Educar no es sólo dejar ser, laissez faire, como diría Rousseau. Es orientar en función de un criterio, de un ideal de excelencia. Educar es una acción propositiva e intencional que tiene en el horizonte una idea de lo deseable en relación al ser y la conducta humana: cuál es la mejor forma de ejercer como ser humano. Y eso es algo más que dejarse llevar únicamente por lo que se siente. Hoy se habla poco del valor educativo del esfuerzo. En contra de su maestro S. Freud, el psiquiatra vienés V.E. Frankl, ya fallecido, decía que es preciso orientarse por el principio de la superación más que por el de la no-frustración.

Todavía tiene mucho vigor, especialmente en el ámbito educativo –aunque cada vez se reconoce menos- el planteamiento freudiano de que los instintos y las inclinaciones, del tipo que sean, nunca deben ser reprimidos, sino todo lo contrario: excitados, y radicalmente desculpabilizados. Es bueno lo que sientes que lo es, parece decirnos la cultura actual por medio de mil mensajes. Pues bien, esto se puede pensar y defender teóricamente en una tertulia de café poco seria, o en la biblioteca leyendo a Freud o Lacan, pero en cuanto uno sale a la calle el planteamiento se le cae de las manos: esto no se puede vivir, y queda desmentido muy pronto por la forma en la que nos conducimos realmente en la vida y por la forma en que juzgamos las personas y los acontecimientos.

Por un lado, si uno no es capaz de controlar sus emociones y su criterio es hacer todo lo que se siente inclinado a hacer, eso es letal para cualquiera (y frecuentemente también para quienes están a su alrededor). Por otro lado, si viene un ladrón y te roba, normalmente tu reacción no será decir: ¡Ah!, ¡qué bien!, ha hecho su elección, que para él es buena (aunque no lo sea, evidentemente, para mí).


¿Puede la escuela impartir en esto un tipo de educación que los padres no deseen?


Como ya dije al principio, la función educativa de la escuela –o de otras instancias como el Estado, la misma Iglesia, e incluso de agencias no formales como los medios de comunicación social- es siempre subsidiaria respecto a la familia, en este aspecto y en todos. Subsidiare, en primer término, es ayudar en su tarea a quien tiene derecho y deber de ejercitarla, y sólo suplir en el caso de que la familia no exista o esté incapacitada de cumplir su misión. Sobre todo a edades tempranas no es bueno que los niños perciban mensajes excesivamente contradictorios en la escuela y en la familia.

Los profesionales están para ayudar a los padres, como ellos quieran ser ayudados. A éstos es a los que corresponde, por derecho nativo, la función de educar a sus hijos con arreglo a los criterios que les parezcan más oportunos. La paternidad no es sólo un acontecimiento biológico; es iniciar en humanidad, y sobre todo se realiza cultural y espiritualmente, a través de la educación. También la nutritio forma parte de la paternidad humana, ciertamente, pero si la paternidad sólo consistiera en eso, no se distinguiría demasiado de la paternidad de las focas, los castores o las ovejas.







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