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El Formador

El Formador
Una pieza clave en la educación y la formación integral de nuestros alumnos, es el formador.


Por: Mayra Novelo | Fuente: Catholic.net



Una pieza clave en la educación y la formación integral de nuestros alumnos, es el formador. Es decir, el maestros que ha entendido su misión y ha asumido la responsabilidad de la formación integral de todos y cada uno de sus alumnos, independientemente del nivel o la asignatura que imparta.


El formador: una vocación de servicio.

El maestro que ha asumido esta responsabilidad debe ser consciente de que su labor como formador es un servicio de autoridad y de que su autoridad es un servicio. Es decir, partimos de la base de que el formador de hecho tiene una autoridad sobre sus formandos.

Ahora bien, la autoridad que tienen el director de la escuela y su equipo de trabajo les ha sido dada para edificar y no para destruir.

El formador debe ejercer su autoridad con espíritu de servicio, lo que significa tratar a los alumnos de tal modo que expresen en su comportamiento la caridad con la que Dios los ama. Es tratar a cada uno con la dignidad que se merece de acuerdo con la visión que tenemos del hombre.

Significa que toda su actuación debe guiarse por el deseo único de ayudar a sus alumnos o a su equipo de trabajo a realizar su misión y alcanzar con ella su propia realización.

Es el bien verdadero de los niños y jóvenes a ellos confiados lo que debe orientarles siempre en sus decisiones y comportamientos al aconsejar, exigir, dar o negar permisos. Siempre por encima de todo, el bien del formando, no del suyo propio.

El formador debe ser como un padre y amigo: como padre aconseja, motiva, exige, perdona; como amigo acompaña, colabora, comparte.


La relación entre el formador y el formando.

La buena relación entre el formador y el formando logrará que el formador pueda ayudar personalmente a cada niño o joven. Si no se logra establecer una correcta relación, los formadores se convertirán en simples profesores o administradores que limitan su labor a transmitir conocimientos y a vigilar que los reglamentos se cumplan.

Esta relación debe tener una base de fe, ya que es Dios el que quiere lograr la transformación del corazón de los niños y jóvenes, por lo que esta relación no puede ser reducida a una simple amistad fortuita o al trato entre profesor y alumno.

En ocasiones, este trato es una tarea ardua, sobre todo en periodos como la adolescencia. El temperamento, las circunstancias personales, las características de la edad pueden llevar al joven al alejamiento de todo aquél que representa alguna autoridad.

El formador también puede tener dificultad para tratar con algún alumno. Pueden existir antipatías de uno u otro lado, o de ambos a la vez. Sin embargo, si se ha logrado una profunda visión sobrenatural de parte del formador y existe el debido respeto, esas dificultades no serán absolutamente determinantes y podrán ser superadas.

Ahora bien, el aspecto sobrenatural de esta relación no suprime los elementos humanos del trato personal. Es por ello que los formadores deben tener la voluntad de llegar a entablar con los niños y jóvenes una relación cercana, amistosa, caracterizada por la sinceridad y la sencillez, por la apertura, la deferencia y la cordialidad. Esto ayudará a que se abran con confianza al formador, ya sea un profesor, un prefecto, coordinador o el director mismo







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