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La virtud de la paciencia (1)

La virtud de la paciencia (1)
La virtud de la paciencia nos ayuda a la adquisición de cualquier virtud, a la consecución de los planes trazados y al cumplimiento de la tarea de formadores integrales.


Por: Por Jesús Martí Ballester | Fuente: Congregación amor y cruz



 


Según el orden tomista, que es aristotélico, la paciencia es una virtud potencial o derivada de la fortaleza, cuya misión es facilitar el vencimiento de la tristeza para no decaer ante los sufrimientos ya físicos, ya espirituales, anejos a la práctica de cualquier virtud y mucho más, al seguimiento de las virtudes enseñadas por Cristo.

Existe una diferencia entre la fortaleza y la paciencia que consiste en que por la fortaleza se soportan los males y los trabajos de mayor envergadura, incluso hasta la muerte. Por la paciencia se toleran los sufrimientos de menor entidad, anejos a cualquier vida, máxime a la del cristiano, que producen tristeza. Cuando el bien que se desea sufre dilación, produce tristeza; lo mismo que el trabajo que exige dedicación lenta y prolongada.

La virtud de la paciencia consigue que no se sienta excesivamente la tristeza inherente a la adquisición de cualquier virtud o sus fracasos, y a la consecución de los planes trazados e ideales del apostolado, del ministerio o de cualquier tarea o empresa. Y lo consigue para que ninguna dificultad pueda impedir o detener el bien de la razón.

OBJETO DE LAS VIRTUDES TEOLOGALES Y DE LAS MORALES

El objeto de las virtudes teologales es conseguir el bien divino, superior al bien de la razón, que es el bien de las morales. El bien de la razón está esencialmente en la prudencia, que elige según el bien absoluto; también está en la justicia, que practica el bien dictado por la prudencia; en cuanto se superan los peligros, principalmente el de perder la vida, para no perder el fin el bien de la razón está en la fortaleza; y en cuanto se dominan las contrariedades que nos vienen del exterior, que producen tristeza, está la paciencia, virtud potencial y derivada de la fortaleza.

San Pablo, sumamente activo y emprendedor, manifestó la omnipotencia de Dios, en la alegría con que venció la tristeza, causada por su inactividad, en la cárcel privado de libertad, cuando escribió: "sobrenado en gozo en toda tribulación". Fue fruto de la paciencia, que es palabra compuesta de paz y ciencia. Dice la Escritura: "Mejor que el fuerte es el paciente, y el que sabe dominarse vale más que el que conquista una ciudad" (Prv 16, 32). Decían los antiguos: "La fortaleza en el obrar es propia de los romanos; la paciencia en el sufrir es propia de los cristianos". Y que la tristeza puede impedir el bien de la razón, viene testificado por el Eclesiástico: "A muchos mató la tristeza y no hay utilidad en ella" (Eclo 30, 25).

EL BIEN DE LA RAZON

Según Santo Tomás, (q.123 a.12), las virtudes morales se ordenan al bien en cuanto que conservan el bien de la razón contra los ataques de las pasiones. La pasión de la tristeza es eficaz para impedir el bien de la razón, como consta por las palabras de 2 Cor 7,10: La tristeza según el mundo lleva a la muerte. Por eso es necesaria una virtud que mantenga el bien de la razón contra la tristeza para que la razón no sucumba ante ella. Así pues, para que el hombre no deje de hacer lo razonable oprimido por la tristeza, se le concede la virtud de la paciencia, que fortalece el alma para aceptar el dolor y no verse deprimido ni oprimido por la tristeza, como dice San Pablo: "Necesitáis la paciencia para que cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa (Heb 10, 36). Y Jesús por San Lucas: "Por vuestra paciencia salvaréis vuestras almas" (Lc 21, 19).

La paciencia en efecto, arranca de raíz la turbación causada por las adversidades que quitan el sosiego al alma" (Suma, 2-2. 136, 2, ad 2). Primero resignación, después paz, aceptación, y por fin, gozo y amor a la cruz. Deseo paciencia a los impacientes por verme desaparecer. Ya falta menos que antes, decía con ironía Don Jacinto Benavente.

DIFERENCIA ENTRE LA FORTALEZA Y LA PACIENCIA

Es propio de la fortaleza soportar no cualquier mal, sino los más difíciles, sobre todo y en último término, los peligros de muerte. En cambio, a la paciencia corresponde la tolerancia de cualquier clase de males. El acto de fortaleza no sólo consiste en perseverar en el bien contra los temores de los peligros futuros, sino también en no decaer ante la tristeza o dolor de los presentes, y en este sentido la paciencia tiene afinidad con la fortaleza. No obstante, la fortaleza se ocupa principalmente de los temores, de los que huimos por instinto, lo cual evita la fortaleza. La paciencia, por su parte, se ocupa principalmente de las tristezas; en efecto, paciente no es el que huye, sino el que se comporta dignamente en el sufrimiento de los daños presentes para que no le aplaste una tristeza desordenada. Por eso la fortaleza reside en el apetito irascible y la paciencia en el concupiscible. Lo que no impide que la paciencia sea parte de la fortaleza, porque la subordinación de las virtudes no se mide por el sujeto, sino por la materia o forma. El fin propio de la paciencia es que el hombre no deje de conseguir el bien de la virtud a causa de las tristezas, por grandes que sean.

LA PACIENCIA PARTE INTEGRAL DE LA FORTALEZA

La paciencia puede considerarse parte integral de la fortaleza, en cuanto se soportan pacientemente los males de los peligros de muerte, aunque no va contra la noción de paciencia rebelarse, cuando sea necesario, contra quien infiere el mal, ya que, como dice San Juan Crisóstomo comentando las palabras de Jesús, que relata Mt 4,10: “Apártate, Satanás”, es digno de alabanza ser paciente en el sufrimiento de las propias injurias, pero es la suma impiedad tolerar con paciencia las injurias contra Dios. Y dice San Agustín, en una carta Contra Marcellinum, que los preceptos de la paciencia no van contra el bien de la sociedad, por cuya conservación se lucha contra los enemigos. Porque no hay que confundir la anestesia con la esperanza; pues eso sería tomar el noble rábano de la paciencia por las ruines hojas lacias, ajadas, trémulas de la pasividad y permisivismo, según Cela. Pero cuando la paciencia dice relación a cualquier clase de males, se une a la fortaleza como virtud secundaria a la principal.

LAS SENTENCIAS DE LOS SABIOS

Fuera de esto, hay que conseguir que los males que no tienen fuerza para acabar la vida no la tengan para acabar la paciencia. En el verso tan conocido ha inmortalizado Santa Teresa la eficacia de la paciencia: "La paciencia todo lo alcanza". Y San Francisco de Sales, dice: No te apresures a responder hasta que no te acaben de preguntar. La paciencia y el tiempo hacen más que la fuerza y la violencia. Ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo contigo mismo. Y Baltasar Gracián: Quien tiene paciencia, obtendrá lo que desea. Tened paciencia y tendréis ciencia. Lo que no se puede evitar hay que llevarlo con paciencia. La paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia la debilidad del fuerte. La paciencia es la más heroica de las virtudes, precisamente porque carece de toda apariencia de heroísmo. San Agustín en su libro De Patientia: La paciencia es un don de Dios tan grande que en ella se manifiesta incluso la paciencia del que nos la da. De ahí lo que dice: Por la paciencia humana toleramos los males con ánimo tranquilo, es decir, sin la perturbación de la tristeza, para que no abandonemos por nuestro ánimo impaciente los bienes que nos llevan a otros mayores.

LA PACIENCIA EN EL CIELO

Las virtudes morales no permanecen en la patria con el mismo acto que en este mundo, es decir, con relación a los bienes de la vida presente, que no permanecerán en el cielo, pero sí con relación al fin, que permanecerá en la patria. Así, la justicia no versará en la patria sobre compras y ventas y demás cosas de esta vida, pero consistirá en la sumisión a Dios. Igualmente el acto de paciencia en el cielo no consistirá en sufrir, sino en el goce de los bienes a los que aspirábamos a llegar mediante el sufrimiento. Por eso dice San Agustín, en La Ciudad de Dios, que en la patria no existirá la paciencia humana, que sólo es necesaria cuando hay que soportar males, pero será eterno el bien al que se llega por medio de ella. Y en el libro De Patientia dice, son propiamente pacientes los que prefieren soportar los males sin haberlos cometido que cometerlos sin padecerlos. En los que soportan males para hacer mal, su paciencia no es digna de admiración ni de alabanza, porque no existe, sino que debe verse su dureza y no darle el nombre de paciencia.

TODAS LAS VIRTUDES ORDENAN AL BIEN

Dice Santo Tomás en la Suma: 1-2 q.11 a.1; q.70 a.1, el fruto implica en su naturaleza cierta delectación, pues los actos de las virtudes son deleitables en sí mismos, como leemos en Ia Ethica de Aristóteles. Pero es corriente denominar con el nombre de virtud los actos mismos de las virtudes. Así, la paciencia, en cuanto al hábito, se considera virtud, pero en cuanto al deleite que acompaña a su acto, es fruto, y sobre todo porque por ella el alma es preservada de la opresión de la tristeza. Las virtudes, según su naturaleza, se ordenan al bien, ya que virtud es la que hace bueno al que la posee y sus actos. Por tanto, es lógico que una virtud sea tanto más principal y excelente cuanto más y más directamente ordena al bien. Pero más directamente ordenan al hombre al bien las virtudes que lo establecen en él que las que remueven los obstáculos que apartan de él. Y así como entre las constitutivas del bien es mayor la virtud que establece al hombre en un bien mayor, y así como la fe, esperanza y caridad son más excelentes que la prudencia y la justicia, así también, entre las que quitan los obstáculos que apartan del bien, será más importante la que remueve los obstáculos que más apartan del bien. Ahora bien: los peligros de muerte, objeto de la fortaleza, y los placeres del tacto, objeto de la templanza, apartan del bien más que cualquier otra adversidad, que es el objeto de la paciencia. Por eso la paciencia no es la más excelente de las virtudes, sino que es inferior no sólo a las teologales y a la prudencia y justicia, que establecen directamente al hombre en el bien, sino también a la fortaleza y a la templanza, que apartan de mayores obstáculos. La paciencia tiene una obra perfecta en la tolerancia de las adversidades, de las que se origina en primer lugar la tristeza, moderada por la paciencia; después, la ira, que modera la mansedumbre; en tercer lugar, el odio, suprimido por la caridad (1 Cor 13,4): La caridad es paciente. Por otra parte, es también manifiesto que la caridad no puede darse sin la gracia, conforme al texto de Rom 5,5: La caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. De donde se deduce que no puede darse la paciencia sin el auxilio de la gracia; y finalmente, la justicia, que prohíbe el daño injusto.

NATURALEZA PURA Y NATURALEZA CAIDA

En el estado de naturaleza pura prevalecería en el hombre la inclinación de la razón, pero en el estado de naturaleza caída predomina la inclinación de la concupiscencia, que tiene dominio en el hombre. Y por esa razón éste está más inclinado a soportar los males en los cuales se deleita la concupiscencia en el momento presente, que a tolerar los males por los bienes futuros que se desean según la razón, lo cual pertenece a la paciencia. La paciencia es parte potencial de la fortaleza, porque se adjunta a ella como virtud secundaria a la principal. Efectivamente, es objeto de la paciencia soportar los males ajenos con tranquilidad de ánimo, como dice San Gregorio. Ahora bien: entre los males que recibimos de los demás son los principales y los más difíciles de soportar los peligros de muerte, para los cuales es la fortaleza. En esta materia, pues, la fortaleza tiene la primacía. La paciencia se anexiona a la fortaleza como la virtud secundaria a la principal.

 







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