También te puede interesar
Mala educación
Mala educación
Una buena educación no es cuestión de moldes etablecidos...
Por: Javier Fernández González | Fuente: masalto
Por: Javier Fernández González | Fuente: masalto

Los animales se reunieron un día y decidieron poner en marcha una escuela. La Junta de Educación la formaron un león, un águila, un delfín, una ardilla y un pato.
El león insistía en que correr debía ser una asignatura obligatoria. El águila, por su parte, quería que todos aprendieran a volar. El delfín, que tenía algo de poeta, decía: Sin natación, no hay verdadera educación. La ardilla tenía también su propuesta: Todos deben aprender a trepar verticalmente los árboles.
Pusieron todas estas cosas juntas y confeccionaron el plan de estudios, que comenzaba con estas palabras: Todos los ciudadanos del Reino Animal deberán estudiar todas y cada una de las asignaturas contenidas en el presente Plan de Estudios, refrendado por los representantes de todo el Reino Animal.
Aunque el león sacó la mejor nota en correr, trepar perpendicularmente le resultó un verdadero problema; siempre se caía de espaldas. Muy pronto su espina dorsal se resintió y no podía ni siquiera correr sin grandes dolores. Así, en vez de sacar la mejor nota corriendo, sacaba una nota menor que muchos animales, y además, seguía suspendido en trepar verticalmente.
El águila era majestuoso en el vuelo, inigualable, pero con las pruebas de natación las plumas de sus alas se debilitaron y muchas se rompieron. Muy pronto su nota en vuelo se acercó a la de las gallinas y murciélagos, y no mejoró su tres en natación. Sin hablar de lo que pasó para trepar un árbol en vertical, pues le prohibieron usar las alas para no tener ventaja.
Quien acabó los estudios mejor fue el pato, que no era especialista en nada: corría como borracho, nadaba discretamente, volaba mediocremente y por sus méritos en las otras disciplinas fue exento de trepar verticalmente los árboles. En él todos vieron confirmado el plan de estudios.
Desgraciadamente no sólo los animales pensaron así. La educación no es sólo cuestión de juntas de educación y planes de estudio. No es pretender que todos entren en unos moldes establecidos, hacer entrar unos conocimientos más o menos obtusos en la mente tierna de unos muchachos. No.
La educación más que un dar es un suscitar algo que de algún modo ya está presente en los alumnos por medio de unos conocimientos. Es suscitar su capacidad de juzgar, discernir, de distinguir. Es hacer nacer en ellos la verdad, no imponerles una verdad.
El gran educador de los griegos, Sócrates, inventó el método para lograrlo, un método que por cierto le costó la muerte. Lo llamó mayéutica, es decir, el arte de dar a luz la verdad.
Fue acusado por los sofistas de corromper a los jóvenes por ayudarles a encontrar la verdad, pues los sofistas, los pedagogos, buscaban imponer a los jóvenes sus verdades bien remuneradas por los padres sin preocuparse por la verdad.
El esquema se repite desgraciadamente a las puertas del siglo XXI. La mayoría de las reformas educativas de los años 80 y 90 han ido en la dirección de los pedagogos-sofistas de la grande Atenas. Sócrates, el gran educador, alzará de nuevo la voz.
Si no queremos leones inútiles, águilas que no puedan volar, delfines fuera del agua o ardillas ahogadas; si no queremos patos mediocres, busquemos que nuestros alumnos sean verdaderamente educados, no sólo adoctrinados.
El león insistía en que correr debía ser una asignatura obligatoria. El águila, por su parte, quería que todos aprendieran a volar. El delfín, que tenía algo de poeta, decía: Sin natación, no hay verdadera educación. La ardilla tenía también su propuesta: Todos deben aprender a trepar verticalmente los árboles.
Pusieron todas estas cosas juntas y confeccionaron el plan de estudios, que comenzaba con estas palabras: Todos los ciudadanos del Reino Animal deberán estudiar todas y cada una de las asignaturas contenidas en el presente Plan de Estudios, refrendado por los representantes de todo el Reino Animal.
Aunque el león sacó la mejor nota en correr, trepar perpendicularmente le resultó un verdadero problema; siempre se caía de espaldas. Muy pronto su espina dorsal se resintió y no podía ni siquiera correr sin grandes dolores. Así, en vez de sacar la mejor nota corriendo, sacaba una nota menor que muchos animales, y además, seguía suspendido en trepar verticalmente.
El águila era majestuoso en el vuelo, inigualable, pero con las pruebas de natación las plumas de sus alas se debilitaron y muchas se rompieron. Muy pronto su nota en vuelo se acercó a la de las gallinas y murciélagos, y no mejoró su tres en natación. Sin hablar de lo que pasó para trepar un árbol en vertical, pues le prohibieron usar las alas para no tener ventaja.
Quien acabó los estudios mejor fue el pato, que no era especialista en nada: corría como borracho, nadaba discretamente, volaba mediocremente y por sus méritos en las otras disciplinas fue exento de trepar verticalmente los árboles. En él todos vieron confirmado el plan de estudios.
Desgraciadamente no sólo los animales pensaron así. La educación no es sólo cuestión de juntas de educación y planes de estudio. No es pretender que todos entren en unos moldes establecidos, hacer entrar unos conocimientos más o menos obtusos en la mente tierna de unos muchachos. No.
La educación más que un dar es un suscitar algo que de algún modo ya está presente en los alumnos por medio de unos conocimientos. Es suscitar su capacidad de juzgar, discernir, de distinguir. Es hacer nacer en ellos la verdad, no imponerles una verdad.
El gran educador de los griegos, Sócrates, inventó el método para lograrlo, un método que por cierto le costó la muerte. Lo llamó mayéutica, es decir, el arte de dar a luz la verdad.
Fue acusado por los sofistas de corromper a los jóvenes por ayudarles a encontrar la verdad, pues los sofistas, los pedagogos, buscaban imponer a los jóvenes sus verdades bien remuneradas por los padres sin preocuparse por la verdad.
El esquema se repite desgraciadamente a las puertas del siglo XXI. La mayoría de las reformas educativas de los años 80 y 90 han ido en la dirección de los pedagogos-sofistas de la grande Atenas. Sócrates, el gran educador, alzará de nuevo la voz.
Si no queremos leones inútiles, águilas que no puedan volar, delfines fuera del agua o ardillas ahogadas; si no queremos patos mediocres, busquemos que nuestros alumnos sean verdaderamente educados, no sólo adoctrinados.
Consultorios


