ONU para el desarrollo y el medio ambiente
ONU para el desarrollo y el medio ambiente
Por: Rev. Prof. Jordi GAYÀ ESTELRICH | Fuente: www.vatican.va
2. En el contexto de la labor de la ONU para el desarrollo y el medio ambiente
Los inicios de los años 70 vieron generalizarse una fuerte toma de conciencia ante los problemas derivados de la incontrolada explotación de recursos en aras de una crecimiento económico ilimitado. El mundo industrial se vio enfrentado, primero, al hecho de la limitación (estratégica o real) de los recursos de materias primas y, segundo, al deterioro irreversible de los elementos ambientales comunes (tierra, aire y agua). Los dos hechos cuestionaron profundamente el modelo productivo de las sociedades avanzadas, los programas económicos de los países en vías de desarrollo y el modelo de consumo.
En 1972, a raíz de la Conferencia de Estocolmo, las Naciones Unidas crearon el Programa para el Medio Ambiente (United Nations Environment Programme - UNEP) y, diez años más tarde, constituyeron la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo. Fue en el seno de esta comisión donde se plasmó el concepto de desarrollo sostenible (sustainable development), con el que se definía aquel crecimiento económico que satisface las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para satisfacer a sus necesidades propias.
La Agenda 21, adoptada en la Cumbre de Rio (1992), hizo del desarrollo sostenible su clave de arco. La Agenda se presenta como un ambicioso proyecto de respuesta a las necesidades de una humanidad que se enfrenta a un momento crucial de su historia.
Los problemas de la pobreza, del hambre, de la enfermedad y de la falta de cultura deben ser abordados, se dice en el preámbulo, con la conciencia de que una mayor atención a la mútua implicación de los aspectos referentes al medio ambiente y al desarrollo conducirá a la satisfacción de las necesidades básicas, a mejores niveles de bienestar para todos, a una mejor protección y uso de los ecosistemas, y a un futuro más seguro y próspero.
En consecuencia, se hace un llamamiento a un partenariado global para un desarrollo sostenible.
En el centro de los objetivos de la Agenda se halla la lucha contra la pobreza. El desarrollo económico, basado en la liberalización del comercio, continua siendo una de las armas predilectas para conseguir este objetivo, incluyendo una revisión de la política de precios, en la que se pide que éstos reflejen el coste real de los recursos consumidos. Ahora bien, la condición básica para un desarrollo sostenible es que éste se inscriba en la estrategia específica de lucha contra la pobreza.
En consecuencia el criterio básico no será la mera producción de bienes, sino el desarrollo del nivel de vida de las personas. Desde un punto de vista ecológico, este nivel de vida viene indicado principalmente por la adecuación de la persona a su entorno y, por tanto, por un desarrollo que mantiene ante todo esta armonía. Por eso toman una preponderancia mayor, como criterios de desarrollo, la idiosincracia de los grupos humanos, su cultura o sus economías tradicionales.
De este modo se perfilan las dos prioridades de la Agenda 21: la atención al uso sostenible de los recursos naturales, en particular en aquellos puntos especialmente sensibles (costas, islas, montañas, selvas) y la implicación de los grupos sociales (y en particular de las comunidades indígenas, mujeres, minorías). En atención a estas prioridades se contemplan las líneas de actuación que deberían seguirse en la modificación de los hábitos de consumo, en la política demográfica, sanitaria y urbanística.
El hecho turístico es mencionado en la Agenda sólo de pasada. En concreto, en el capítulo 11 se menciona el ecoturismo como posible fuente de ingresos para la protección de las selvas. El turismo sostenible es asimismo señalado como fuente de ingresos para el desarrollo de las montañas (en el capítulo 13) y en áreas de difícil explotación agraria (en el capítulo 14).
La Agenda 21 debe considerarse como el principio de un corpus documental que incluye la Declaración de Río (1992), la Convención sobre el Cambio Climático (1992), la Convención sobre la Diversidad Biológica (1992) [2] y el programa de la Conferencia para el Desarrollo Sostenible de los Pequeños Estados Isleños (1994). En este último se dedica un capítulo al turismo, subrayando su papel predominante en muchos pequeños estados isleños e insistiendo en la extrecha conexión que en estos casos existe entre identidad cultural y medio ambiente.
Las escasas menciones que la Agenda 21 reservó para el turismo fueron en parte subsanadas por la XIX sesión (1997) de la Asamblea General de la ONU en su Programa para las futuras Implementaciones de la Agenda 21. En este texto se dedican cuatro párrafos al turismo sostenible, reconociendo su peso específico en el crecimiento de los países en vías de desarrollo, así como su papel en la creación de puestos de trabajo. Es necesario que se reconsidere la importancia del turismo en el contexto de la Agenda 21, se decía expresamente, invitando a ello a las diversas agencias de la ONU.
La respuesta a esta invitación fue avanzada por la Comisión para el Desarrollo Sostenible en abril de 1999 [3] . En la sesión de trabajo participaron además ILO, UNEP y WTO, cuyos informes acompañaron el informe final de la Comisión.
El informe de la sesión, Turismo y desarrollo sostenible, reconoce, como punto de partida, que la industria turística es uno de los sectores de la economía global de más fuerte expansión. Esta afirmación se argumenta con datos concretos, al exponer, en el primer capítulo, el aspecto económico del turismo.
Las cifras mencionan el lugar del turismo en el producto nacional de muchos países, su capacidad de generación de empleo, su papel fundamental en el desarrollo de estados o regiones específicos, su influencia positiva en la balanza de pagos de países en vías de desarrollo, por encima de otros productos tradicionales. Entre los aspectos negativos a resolver se señalan la excesiva dependencia en que puede situarse la economía de un país repecto del turismo, la estacionalidad, la frecuente baja cualificación laboral, la dificultad de medir el impacto económico real de la actividad turística. [4]
En el capítulo dedicado al aspecto social cabe subrayar el uso que se hace del concepto de capacidad turística soportable (tourist carrying capacity), que señalaría el nivel de saturación turística que una comunidad se puede permitir sin peligro de erosión de su identidad cultural y social.
El aspecto medioambiental se revela como el punto neurálgico donde se juega el futuro del turismo: la destrucción del medioambiente amenaza la viabilidad misma de la industria turística. El impacto medioambiental que el turismo comporta es en general adverso y las nuevas modalidades, como el ecoturismo, no siempre consiguen corregir tales efectos.
El reto central de la industria turística se dice consiste en transformarse a sí misma, en todas sus formas, hacia una actividad sostenible, reorientando su filosofía, su práctica y su ética a la promoción del desarrollo sostenible. Entre las recomendaciones de este capítulo, se insiste en el principio de reversión de costes en el usuario, la política de costes reales en el consumo [5] , la introducción de autolimitaciones en el desarrollo y la modificación de los productos ofertados.
La comisión adoptó un programa de trabajo sobre desarrollo sostenible del turismo con la meta puesta en 2002, fecha en que se revisará el desarrollo de la Agenda 21. Una de las recomendaciones incluye precisamente la implementación del CEMT por parte de la OMT.
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